Chuck Palahniuk: El club de la lucha (1996)

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Chuck Palahniuk: El club de la lucha. Pedro González del Campo Román (tr.) Barcelona: Mondadori (debolsillo), 2011.

Chuck Palahniuk escribió El club de la lucha en tres meses. Tres años más tarde David Fincher realizaba la adpatación cinematográfica. Desde entonces, cualquiera de sus libros es un superventas. En este blog hemos comentado su incursión en el gore, Fantasmas, y en el porno, Snuff. La corriente literaria en la que se incluye a Palahniuk es el realismo sucio. A esta pertenecen también clásicos como Charles Bukowski o Raymond Carver. El realismo sucio se caracteriza por un estilo directo, sin florituras, y unos personajes que andan siempre explorando los límites del ser humano.

El punto de partida de El club de la lucha es el desprecio al modo de vida burgués, el nihilismo («nada vale nada»), el tedio vital, la omnipresencia de lo que Nietzsche llamó el «último hombre«, débil, mediocre, conformista, gregario: trabajo inmoral y jefe sin escrúpulos, hipoteca y muebles de IKEA. El «último hombre» es un no-muerto, es decir, no vive pero tampoco está en el ataúd, un zombi: habita en una zona fronteriza donde nada tiene sentido pero todo está muy ordenado

Esta situación que Nietzsche analizaba en el Zaratustra a finales del siglo XIX es el fundamento de nuestra vida cotidiana. La solución del filósofo alemán al nihilismo  pasaba por destruir falsos ídolos como la moral cristiana, que se prolonga hoy día en el culto hipócrita a los Derechos Humanos, la democracia  representativa, diseñada para que el más miserable se haga con el poder, y una visión de la vida centrada en el futuro o el más allá y no en el presente. Nietzsche sugiere, por el contrario, dar a cada instante un valor absoluto porque ha de repetirse infinitamente en adelante y se ha repetido infinitas veces en el pasado. Esa es la idea básica de la doctrina del eterno retorno.

¿Cómo traladar a la actualidad las ideas de Nietzsche? Palahniuk recomienda apurar la copa del nihilismo hasta el final: perder toda esperanza, tocar fondo, renunciar a las posesiones materiales (los muebles suecos y el arte inteligente), desear la autodestrucción («cada vez que el avión se ladeaba en exceso al despegar o al aterrizar, rezaba para que nos estrellásemos») y, especialmente, permanecer lo más posible en contacto con la muerte de modo que aprendamos a apreciar cada segundo de vida. En esa experiencia límite es también posible una auténtica solidaridad. Por esta razón el narrador (del que nunca se menciona el nombre, puede que sea él un sueño de Tyler y no al contrario) acude a los grupos de autoayuda para pacientes con cáncer y todo tipo de enfermedades extrañas y morbosas. Sólo en esos grupos recupera la sensación de estar vivo, es capaz de conciliar el sueño y experimenta un acercamiento al Otro.

…ahora conocía experiencias de agonía, muerte, dolor y pérdida; llanto, temblores, terror y remordimientos. Ahora que sabe a dónde vamos todos, Marla disfruta cada instante de la vida.

(…)

Por eso yo apreciaba tanto los grupos de apoyo, porque la gente, cuando cree que te estás muriendo, te presta toda su atención. Si aquella podía ser la última vez que estuvieran contigo, estaban contigo de verdad. Todo lo demás —el saldo del banco, las canciones de la radio o el pelo alborotado— carecía de importancia. Te dedicaban toda su atención. La gente te escuchaba en vez de estar pendiente de su turno para hablar. Y cuando hablaban no te contaban ninguna historia. Al conversar iban constituyendo algo que los transformaba en seres diferentes.

Una vez que ha tocado fondo, el narrador, representante de la figura del «último hombre», engendra a Tyler Durden, la versión de Palahniuk del superhombre de Nietzsche. Este está destinado a arrasar el orden social y llevar a cabo la «transmutación de todos los valores«.

Su primera tarea es fundar el «club de la lucha«. Una vez dentro del círculo no se trata de ganar o perder sino de liberar al animal salvaje que llevamos dentro, desatar la voluntad de poder que nos constituye y alcanzar la imperturbabilidad.

En ningún sitio te sientes tan vivo como en el club de lucha, peleando un tío y tú bajo esa luz solitaria, mientras los demás te observan, formando un círculo. En el club de lucha no se trata de ganar o perder combates. Al club de lucha tampoco se va a hablar. Ves a un tío entrar por vez primera en el club de lucha y su culo parece una hogaza de pan. Ese mismo tío, dentro de seis meses, parece tallado en madera y se cree capaz de cualquier cosa. Se oyen gruñidos y ruidos igual que en un gimnasio, pero en el club de lucha no se trata de lograr una buena apariencia física. Se oyen también gritos histéricos, igual que en misa, y cuando te levantas el domingo por la tarde te sientes a salvo.

The Fight Club (Fincher, 1999)
The Fight Club (Fincher, 1999)

Además del club de la lucha, Tyler pone en práctica el terrorismo en la industria de la restauración, meando en la sopa de los ricachones, y el terrorismo subliminal, insertando fotogramas de penes y vaginas en la proyección de películas infantiles. Otras sugerencias como la fabricación casera de napalm convierten a la novela en una variante fiel del «libro de cocina del anarquista«.

Después de aquello, Tyler insertaba en todas las películas el fotograma de un pene. Por lo general, eran primeros planos: una vagina del tamaño del Gran Cañón (con eco incluido) o un pene de cuatro pisos de altura, que se estremecía con el pulso de la tensión arterial mientras la gente veía cómo bailaba Cenicienta con el Príncipe Azul. Nadie se quejaba. El público seguía comiendo y bebiendo, pero la función ya no era la misma. La gente sentía náuseas o empezaba a llorar sin saber por qué. Sólo un colibrí habría podido pillar a Tyler con las manos en la masa.

La insuficiencia de estas acciones para subvertir el orden social lleva a Tyler a poner en marcha el Proyecto Estragos. Este implica desde el surrealismo brutal del conductor kamikaze hasta la pincelada marxista del derribo de los rascacielos de las entidades financieras, pasando por un programa radical de eutanasia para viejos inspirado en el darwinismo social.

Subimos a su habitación y Marla me cuenta que en la naturaleza no se ven animales viejos porque mueren tan pronto como envejecen. Si enferman o pierden rapidez, los mata un animal más fuerte. Los animales no están hechos para llegar a viejos. Marla se echa en la cama, se desata el cinturón del albornoz y me dice que nuestra civilización ha convertido la muerte en algo negativo. Los animales viejos deberían ser una excepción antinatural. Monstruos.

El objetivo final del Proyecto Estragos es arrasar la Historia para reconstruir el mundo desde cero. Antes habrá que lograr que el mundo en su totalidad toque fondo, habrá que incendiar las selvas tropicales, expandir el agujero de ozono, arrasar los mares con petróleo, disparar entre ceja y ceja a todos los osos panda, eliminar pájaros y ciervos, incendiar el Louvre y «limpiarme el culo con la Mona Lisa».

¿Cómo resultará ser ese mundo nuevo ansiado por Tyler? ¿Cuál será la vida del superhombre que le corresponde? Pues aquí es donde la imaginación de Palahniuk no da la talla. No va más allá del retorno a un estado de naturaleza liderado por una especie de Tarzán misógino en taparrabos que se entretiene cazando entre las ruinas de la civilización.

Igual que el club de lucha hace con oficinistas y leguleyos, el Proyecto Estragos destruirá la civilización para que podamos hacer de la Tierra un mundo mejor. —Imagínate —dijo Tyler— cazando alces junto a los escaparates de unos grandes almacenes en cuyos pasillos malolientes se pudren en las perchas vestidos y fracs. Llevarás vestiduras de cuero que te durarán toda la vida y escalarás la Sears Tower por enredaderas tan gruesas como tu muñeca. Escalarás la bóveda de un bosque uliginoso donde la atmósfera estará tan limpia que verás figuras diminutas majando maíz y poniendo a secar tiras de carne de venado bajo el sol de agosto en el área de descanso de una autopista abandonada.

En definitiva, esta novela de Palahniuk es una lectura rápida orientada más a escandalizar y provocar que a profundizar realmente en el problema del nihilismo. Conviene destacar asimismo que su interpretación de la filosofía de Nietzsche es insuficiente. Palahniuk sustituye al artista de El crepúsculo de los ídolos por un ejército de brutos dándose mamporros.

La película homónima de Fincher sigue más o menos al original pero elige un final cerrado, edulcorado y con cierto toque marxista, de lucha de clases

The Fight Club (Fincher, 1999)
The Fight Club (Fincher, 1999)

Ficha técnica de The Fight Club (Fincher, 1999)

Fight_Club_posterDirección: David Fincher

Producción: Art Linson, Ceán Chaffin, Ross Grayson Bell

Guión: Jim Uhls (adaptación de El club de la lucha de Chuck Palahniuk)

Narrador: Edward Norton

Interretación: Brad Pitt, Edward Norton, Helena Bonham Carter

Música: Dust Brothers

Fotografía: Jeff Cronenweth

Montaje: James Haygood

Fecha de estreno: 15 de octubre de 1999.

Duración: 139 minutos

País: Estados Unidos

4 comentarios en “Chuck Palahniuk: El club de la lucha (1996)

  1. Hola! Muy interesante su análisis, realmente aprendo mucho. Leer con atención lo que escribe es para mi un gran disparador de nuevos pensamientos; gracias!

    Tengo una pregunta sobre la obra de Nietzsche: Él establece que la superación del hombre es el superhombre, pero ¿describe él concretamente cómo viviría el superhombre?

    En una entrada anterior ud. concluyó diciendo que no veía, al menos por el momento, otra «solución» que la contemplación escéptica de Baudrillard o el «volver al animal» de Nietzsche, ¿realmente no hay nada más? ¿Han habido filósofos que propongan otro camino? Desde ya muchas gracias! Saludos cordiales,

    Jerónimo.

    1. Hola Jerónimo, me alegra mucho que el blog te resulte interesante.

      El superhombre es una figura, una Forma (eidos) nueva. Nietzsche no llega a percibirlo con claridad. En general es bastante contradictorio. En ocasiones, la figura que más se acerca al superhombre puede ser César Borgia, en otras el artista dionisiaco.

      El nihilismo sigue siendo hoy día nuestra condición. Por eso Nietzsche continúa siendo el pensador más actual. Los caminos que abre su obra son múltiples. Personalmente, prefiero entender el superhombre como algo más que la mera exaltación de la violencia que hay en El club de la lucha. Para mí el superhombre ha de tener un componente esencial de artista, creador.

      En la figura del Bukowski poeta se superponen ambas. A veces lo utilizo en clase para provocar la reflexión. Aquí tienes una entrada al respecto: https://auladefilosofia.net/2012/02/16/bukowski-y-nietzsche/

      Saludos cordiales.

      Eugenio.

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