
El libro X de Las leyes parece, a primera vista, la continuación del código penal comenzado en el libro IX. Sin embargo, cuando va a tratar los delitos de impiedad (faltas contra la religión o los dioses) Platón ataca con las peores artimañas sofistas y sin citar a sus rivales, el ateísmo materialista y hedonista de Demócrito y Epicuro. Ese olvido intencionado y sus malas artes dialécticas, unidas a la anécdota de Aristoxeno según la cual Platón consideró reunir todas las obras de Demócrito para prenderles fuego, constituyen el inicio de la Contrahistoria de la Filosofía de Michel Onfray. Durante siglos se ha echado a Demócrito al saco de los presocráticos aunque fue contemporáneo y rival directo de Platón. Sus filosofías son tan opuestas como la noche y el día: donde Platón ve Ideas, dios, orden, alma y virtud, Demócrito ve átomos, vacío, azar, cuerpo y placer. Si, como vimos en el libro IX de Las Leyes, Platón legisla que el sexo habrá de tener lugar dentro del matrimonio en orden a la procreación, Demócrito recomienda no tener hijos ni comprometerse y recurrir al goce solitario para aliviar tensiones. La historia, como sabemos, la escriben los vencedores y la historia de la filosofía no es una excepción: el idealismo platónico ahogó durante siglos la risa feliz, provocadora y blasfema de Demócrito.
Platón comienza el libro X estableciendo una norma de validez universal para los delitos contra la propiedad: «Nadie se lleve ni acarree nada ajeno, ni tampoco use nada de los vecinos si no hubiere obtenido permiso del dueño» (844a). Se ha establecido en el libro anterior la pena para los que roben en los templos pero también hay que decir cuál es el castigo que habrán de sufrir quienes de palabra u obra atenten contra los dioses. Aquellos que viven temerosos de la justicia divina nunca han cometido ningún delito. Quienes acostumbran a cometerlos son lo que opinan que los dioses no existen, o que, si existen, o bien no están interesados en los asuntos humanos, o bien se les puede seducir mediante plegarias y ofrendas. Es necesario, por tanto, argumentar a favor de que los dioses existen, reparten premios y castigos, y no se dejan sobornar por los hombres.
El primer argumento a favor de la existencia de los dioses es mirar al cielo: el sol, la luna y los demás astros son seres divinos, se mueven por sí mismos ordenadamente y son inmortales. Sin embargo, los materialistas como Demócrito contraatacan afirmando que los astros son en realidad tierra y piedras y que, si allá arriba hubiese otro tipo de seres, perfectos e inmortales, para nada se ocuparían de los asuntos humanos. De acuedo a la tradición de los físicos jonios, que culmina en Demócrito y Epicuro, todo lo que existe es el resultado de la mezcla de los primeros principios o elementos sin la intervención de un dios sino por obra exclusiva del azar. Desaparecen, por tanto los dioses y, con ellos, el castigo a los malvados y el orden moral. A estos se les unen sofistas como Trasímaco o Calicles para quienes los dioses son el producto de las costumbres humanas, diferentes según la época y la condición geográfica. Por tanto, son mera convención y no obligan a nada. Recomiendan, en cambio, seguir la Naturaleza, es decir, la ley del más fuerte, lo cual es causa frecuente de terribles convulsiones políticas.
El legislador debe castigar a todos los que defiendan ideas semejantes pues debilitan el orden moral y político de la sociedad pero, al mismo tiempo, debe obligar a todo varón a asistir y comprender la exposición de los argumentos en contra. En primer lugar, según el materialismo primero fueron los cuatro elementos y de su mezcla surgió lo que denominamos alma o dioses. Sin embargo, dice Platón, el alma es anterior y precede a todo lo material. Esto se demuestra fácilmente recurriendo a una prueba que, en la tradición aristotélica, llevará el nombre de «argumento del primer motor«. Dado que lo material es incapaz de moverse a sí mismo tendremos que suponer un primer principio espiritual capaz de engendrar el movimiento en sí mismo y las demás cosas. Es por tanto el alma quien gobierna todos los objetos aquí en la tierra y también en los cielos. Pero ¿una o varias? El Ateniense responde al modo maniqueísta: «no menos de dos» (896 e), un alma buena y otra mala. ¿A cuál de ellas podremos atribuir el orden matemático, lleno de virtud y belleza, de los cielos? Esta claro que al alma buena, pues si fuese otra la rectora los planetas irían de acá para allá de modo enloquecido y desordenado.¿Cuál es la naturaleza de este alma buena que dirige el Universo? Responder a esta pregunta es casi tan difícil y cegador como mirar directamente al sol. Pero aún así Platón considera que o bien lo hace desde dentro como nuestra alma situada en el interior del cuerpo o bien lo hace desde fuera y habiéndose procurado un «cuerpo de fuego o de un cierto tipo de aire» empuja al resto del Universo. Es decir, o bien inmanente o bien trascendente. En definitiva, el orden en el movimiento de los astros atestigua la existencia de una o varias almas o dioses y, por tanto, ¿quién puede poner en duda la sentencia de Tales, «todo está lleno de dioses»? Obsérvese que en muy pocas líneas Platón sienta los fundamentos de la discusión teológica sobre panteísmo, maniqueísmo, gnosticismo…
Una vez demostrada la existencia de dioses Platón se ocupa de aquellos que, aun admitiendo su existencia, «creen que no se preocupan de los asuntos humanos»( 899 d). Según Platón el origen de esta creencia es una variante de lo que se conoce como «problema del mal«. La mayoría ve que los malvados se hacen con el poder y son felices pero no quiere culpar de ello a dioses perfectos así que concluye que los dioses «desprecian los asuntos humanos y se despreocupan de ellos». A esta objeción Platón responde de un modo que luego el cristianismo aprovechará sin pestañear: los dioses sólo pueden ser responsables de lo mejor pues son completamente buenos y virtuosos y no es posible atribuirles pereza o indiferencia por los asuntos humanos. Además es necesario complementar este argumento con una arenga a los jóvenes ignorantes y sin experiencia. Es cierto que cuando el destino no nos es favorable atribuimos la falta de sentido al conjunto del Universo sin atrevernos a reconocer nuetra ignorancia repecto a lo que «conviene al todo». Quienes crean que la maldad no será nunca alcanzada por la justicia divina mejor atienden a lo siguiente: esa justicia «nunca te descuidará, ni aunque siendo tan pequeño te hundieras en la profundidad de la tierra, ni si, enalteciéndote, volaras al cielo, sino que pagarás el castigo correspondiente por tus acciones, o bien cuando estés aquí, después de marchar al Hades, o tras desplazarte a un lugar más execrable que esos.» (906 a-b)
Responder a aquellos que piensan que los dioses existen pero se dejan seducir por regalos y plegarias es más sencillo. Esta creencia se autorrefuta pues convierte a los dioses, guardianes admirables y perfectos del movimiento del Universo, en vulgares timoneles sobornables por el vino y el olor de la grasa.
Hay, por tanto, tres formas de impiedad y cada una de ellas puede subdividirse en dos. Un tipo será el sabio que no cree en los dioses pero desarrolla un carácter justo y otro el que afirma que «las cosas están desiertas de dioses» y corrompe su alma incontinente cediendo a los placeres. No puede darse el mismo castigo a ambos tipos de impiedad. Al ateo justo, cuyo único peligro es que su pensamiento pueda atraer a otros, le bastará con cinco años de cárcel en un correccional y unas amonestaciones de la Junta Nocturna. Si se reforma podrá volver a la ciudad y, en caso contrario, será castigado con la pena de muerte. Este hubiese sido el castigo recibido por Spinoza. Entre los hipócritas que dicen creer en dioses perezosos, irresponsables o sobornables, suelen surgir los demagogos, los tiranos y los sofistas. Son dignos no de una ni de dos muertes sino de muchas más si fuese posible. Así que se les encarcelará de por vida en una cárcel del interior, en el lugar más desierto y salvaje del país. Cuando mueran su cuerpo se arrojará insepulto más allá de las fronteras de la ciudad. Nótese que aparece por primera vez la Junta Nocturna, cuyo papel dentro de la ciudad se aclarará en el libro XII.
Como prevención contra la impiedad el Ateniense termina prohibiendo cualquier tipo de ofrendas y sacrificios en templos privados. Todos los ritos religiosos estarán en manos de los sacerdotes y sacerdotisas oficiales. Es necesario contener las supersticiones que afloran con facilidad en las mujeres, los que sufren de alguna enfermedad o corren peligros de algún tipo. Quienes desobedezcan esta ley podrán ser castigados con la muerte si desafían con sus prácticas el orden religioso común.
Como conclusión, podemos decir que la preocupación de Platón por las creencias religiosas está subordinada al mantenimiento del orden moral y político. Considera que una ciudad en la que sus habitantes duden de la existencia de seres superiores capaces de castigar a los malvados será presa del caos moral. Para Platón el miedo al castigo en esta y otras vidas es absolutamente necesario para mantener el orden político. El único freno a las bajas pasiones es el terror que inspira en todos la justicia divina. ¿Cómo conciliar el orden social de República basado en la educación con este de Las leyes basado principalmente en el miedo?
Cuestionario
- ¿Crees que Dios o los dioses son necesarios para garantizar el orden moral y político? Cita tres Estados actuales donde la religión juegue un papel esencial.
- ¿Por qué Ideas hemos sustituido a los dioses en Occidente? Busca información sobre este tema en la reseña del libro de Rafael Sánchez Ferlosio, Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado.
- ¿Qué otra interpretación, aparte de la que hace Platón, puede darse a la sentencia de Tales «todo está lleno de dioses«? ¿Puedes relacionar la interpretación de Platón con lo que dice Dave Bowman cuando ve de cerca el monolito en 2001, «My god, it’s full of stars» ?
- ¿Qué opinas de la recomendación de Demócrito de abstenerse de procrear? ¿Crees que es un buen modo de no complicarse la vida y acercarse un poco más a la felicidad?
- ¿Crees que es posible mantener el orden social y político sin el miedo al castigo?
- Busca el significado de la expresión «política del miedo» y cita tres ejemplos de cómo ha sido utilizada en los últimos años. Puedes encontrar información en los documentales de Michael Moore Bowling for Columbine, Farenheit 9/11, o Capitalism: A Love Story,
- Relaciona este poema de Fernando Pessoa con el problema de la inmanencia/trascendencia de lo divino expuesto por Platón en este capítulo de Las leyes.
Sí, tal vez tengan razón.
Tal vez en cada cosa habite una cosa oculta,
pero esa cosa oculta es la misma
que la cosa que no está oculta.En la planta, en el árbol, en la flor
(en todo lo que vive sin hablar
y es una cosa y no con lo que se hace una cosa),
en el bosque que no es árboles sino bosque,
totalidad de árboles sin suma,
vive una ninfa, un espíritu exterior por dentro
que les da la vida;
que florece con su florecer
y es verde en su verdor.En el animal y en el hombre entró.
Vive afuera por dentro
y no ya dentro por fuera,
dicen los filósofos que esto es el alma
pero no es el alma: es la cosa misma
de la manera como existe.Y pienso que acaso haya seres
en que ambas cosas coincidan
y tengan el mismo tamaño.
Y entonces estos entes serán los dioses
que existen porque es así como se existe por completo,
que no mueren porque son idénticos a sí mismos,
y pueden mucho porque no tienen división
entre quienes son y quiénes son
y es posible que no nos amen ni nos quieran ni se nos aparezcan
porque lo perfecto no necesita de nada.(Alberto Caeiro: Poemas inconjuntos. Bacelona: DVD Ediciones, 2009. pp. 298-299)
Textos para comentar
1. El materialismo ateo
Sostienen que el fuego, el agua, la tierra y el aire son todos productos de la naturaleza y el azar y que ninguno de ellos existe por acción del arte, y, sobre la tierra, el sol, la luna y los astros, afirman que los cuerpos derivados de los primeros elementos se producen a través de esas sustancias primordiales completamente inanimadas. De la misma manera en que, arrastrados al azar por su fuerza, todos esos cuerpos secundarios eran el resultado de una colisión que los había ensamblado de una forma más o menos apropiada —lo caliente a lo frío o lo seco a lo húmedo y lo blando a lo duro y, en general, todo lo que se mezcla necesariamente al azar por medio de la mezcla de contrarios—, engendran esos mismos cuerpos todo el cielo y todo lo que hay en el cielo y, además, todos los animales y las plantas, una vez que se han producido todas las estaciones a partir del cielo y los astros; pero no por inteligencia, dicen, ni siquiera por la acción de un dios ni tampoco por un arte, sino, como decimos, por naturaleza y azar. (899 c)
2. Consecuencias del relativismo sofista
Querido amigo, éstos comienzan por afirmar que los dioses son productos del arte, no de la naturaleza, sino de ciertas costumbres y creencias religiosas, y que ésas son diferentes según la forma en que los hombres acordaron en cada caso entre sí cuando se dieron leyes. En particular, dicen que unas son las cosas naturalmente bellas, otras las que determina la ley, que las cosas justas no pertenecen en absoluto al ámbito de la naturaleza, sino que los hombres están continuamente disputando entre sí y cambiándolas siempre, y que cada una de las que cambian, y cuando lo hacen, es vigente en esa ocasión, porque las crean el arte y las leyes, pero no, por cierto, la naturaleza. Todo esto, amigos, pertenece a varones que los jóvenes consideran sabios, prosistas y poetas, que dicen que lo más justo es cualquier cosa que uno imponga por medio de la violencia. De ahí les vienen los actos impíos a los hombres jóvenes, porque creen que no existen los dioses con las características que la ley ordena que es necesario concebir, y por eso suceden sus sediciones, porque esos escritores los arrastran a la vida recta según naturaleza, que consiste realmente en vivir imponiéndose a los demás y no sirviendo a otros según la ley. (890a)
3. El alma es primer motor del Universo.
At.—Además, hablemos de la siguiente manera y contestémonos otra vez a nosotros mismos. Si todas las cosas se encontraran en un lugar y estuvieran en reposo, como osa decir la mayoría de tales pensadores, ¿cuál es el movimiento de los que hemos mencionado que entre ellas debe surgir necesariamente en primer lugar? El que se mueve a sí mismo, supongo. En efecto, nunca antes sufrirían ellas un cambio a causa de otro, puesto que entre ellas no hubo antes ningún cambio. Por tanto, diremos que, en tanto principio de todos los movimientos y dado que ha surgido en primer lugar y es el primero entre lo que se encuentra en reposo, el que se mueve a sí mismo entre lo que se mueve es por necesidad el principio de cambio más antiguo y más poderoso de todos, mientras que el que es alterado por otro, pero mueve a otros, es el segundo.
(…) Quiero decir eso, por cierto. Pero si es así, ¿acaso sentimos todavía que no está suficientemente demostrado que alma es lo mismo que la primera generación y movimiento de lo que es, fue y será y de todo lo contrario a esto, puesto que se evidenció como causa del cambio y del movimiento de todo? (895 a)
4. Huella maniquea en Platón.
At.- Si el alma gobierna y habita en todos los objetos que se mueven en todos lados, ¿no debemos quizás decir también que gobierna el cielo?
Cl.- En efecto
At.- ¿Una o varias? Varias. Yo contestaré por vosotros: dos. Supongamos, pues, no menos de dos, la benefactora y la que realiza lo contrario.( 896 e)
5. La naturaleza de alma que dirige el Universo: inmanente o trascendente.
At.—Que o bien —implantada dentro de este cuerpo de apariencia esférica— lo conduce por todo su decurso, como nuestra alma, que se encuentra en nuestro interior, nos traslada por todas partes o, desde fuera, procurándose un cuerpo de fuego o de un cierto tipo de aire, como dicen algunos, empuja con violencia un cuerpo con otro cuerpo o, tercero, aunque carece de cuerpo, lo dirige porque posee ciertas tuerzas milagrosas superiores. (899a)
6. Argumento a favor de la Providencia divina.
Ahora bien, no juzgaremos nunca que el dios es peor que los artesanos mortales, que, cuanto mejores fueren, tanto más exactas y perfectas hacen en las obras que les son propias los pequeños detalles y los aspectos centrales, con un único arte, ni que el dios, cuando es el más sabio y quiere y puede ocupase de lo que es más fácil de cuidar, puestoque es pequeño no se ocupa en absoluto como un perezoso o cobarde, haciéndose el holgazán por el trabajo que implica, pero sí se ocupa de las grandes cosas. (903 a)
7. La justicia divina
nunca te descuidará, ni aqune siendo tan pequeño te hundieras en la profundidad de la tierra, ni si, enalteciéndote, volaras al cielo, sino que pagarás el castigo correspondiente por tus acciones, o bien cuando estés aquí, después de marchar al Hades, o tras desplazarte a un lugar más execrable que esos. (906 a-b)
8. Castigos contra el ateísmo.
Una vez distinguidos de esa manera los delincuentes, la ley debe estipular que el juez debe enviar al correccional no menos de cinco años a los que llegan a tal estado por necedad, sin depravación de su voluntad ni de sus costumbres. En ese tiempo, no debe entrar en contacto con ellos ningún otro ciudadano, excepto los que participan de la junta nocturna, que se relacionarán con ellos para amonestarlos y salvar su alma. Cuando se haya cumplido el tiempo de prisión, en el caso de que alguno de ellos parezca comportarse con prudencia, habite con los prudentes, pero si no, si nuevamente se hiciere merecedor de un castigo semejante, sea castigado con la muerte. Todos los que, además de no creer en los dioses o creer que no se preocupan o que se pueden apaciguar, adquieran una naturaleza bestial y, despreciando la humanidad, engatusen el alma de numerosos vivos porque dicen que pueden convocar el alma de los muertos y porque prometen persuadir a los dioses, como si los embaucaran con sacrificios, plegarias y encantamientos, e intenten aniquilar de raíz casas y ciudades enteras por el dinero, de eso, sostengo, si alguien pareciere ser culpable, condénelo el tribunal a ser encarcelado según la ley en la cárcel del interior del país, pero nunca se acerque a ellos ningún hombre libre, sino que reciban de esclavos la comida ordenada por los guardianes de la ley. Una vez que haya muerto, deben arrojarlo insepulto más allá de la frontera. (909a)
Bibliografía.
- Platón: Las leyes. Francisco Lisi (tr.) Madrid: Gredos, 1999.
- Platón: Las leyes. José Manuel Pabón y Manuel Fernández Galiano (tr.). Madrid: Alianza, 2002.
Es un texto árido y le falta ese entusiasmo poético que habita en los primeros. Aún así, es importante para entender bien cómo cree Platón que debe organizarse una ciudad ideal.