Carpenter: They Live (Están vivos, 1988)

Desde sus inicios ha existido en la Historia de la Filosofía la distinción entre realidad y mera apariencia, conocimiento verdadero y vulgar opinión. Ya Heráclito en el s. VI a. C. se quejaba amargamente de que el hombre común era igual de ignorante respecto al logos tanto antes de escuchar sus discursos como después. Heráclito estaba  convencido de que todo es Uno, de que «lo mismo es vida y muerte, velar y dormir»; y, sin embargo, el hombre vulgar no para de hacer falsas distinciones viviendo cada uno como si tuviese una «inteligencia particular»,  como si las cosas fuesen «justas unas e injustas otras». Desde el punto de vista de el sabio, que es el mismo que el del dios, de la ley universal, del Uno, «todas las cosas son hermosas, buenas y justas», incluida también la muerte de cada uno. Por eso, el sabio vive sin miedo, mientras que el resto de los mortales nos escondemos asustados en oscuras madrigueras donde reina la oscuridad. Así, por ejemplo, la vida eterna que prometen el cristianismo o también, a su manera, el progreso científico.

Años más tarde Parménides, el archienemigo de Heráclito, insistía en la misma idea. En su caso, los matices religiosos aumentan exponencialmente. Raptado por unas jóvenes doncellas, que dicen ser hijas del sol, es transportado en un carro alado a tal velocidad que los ejes de las ruedas rechinan como si fuesen a romperse. La Justicia que, allá arriba, guarda las puertas de la Noche y el Día, se deja convencer por las dulces palabras de las doncellas para que Parménides, el extranjero, sea llevado hasta la diosa por el camino correcto. Esta lo recibe amablemente y tomándole de la mano (uno nunca sabe si hay aquí un componente erótico o maternal) le explica cuál es el «corazón de la verdad» y en qué lodazal de ignorancia viven los demás mortales.  La vía de la verdad nos informa de que el ser es uno, eterno, inmutable, finito y esférico. Nadie puede verlo excepto el sabio. Este carácter naif o ingenuo del dogma de Parménides es, en el fondo, la razón de su superioridad filosófica respecto a Platón. Por el contrario, todos los demás idiotas transitan por el camino de la opinión, «en el cual los mortales deambulan, bicéfalos; pues la incapacidad guía en sus pechos a la turbada inteligencia. Son llevados como ciegos y sordos, estupefactos, gente que no sabe juzgar, para quienes el ser y no ser pasa como lo mismo y no lo mismo».

El mito de la caverna de Platón no es más que una elaboración mucho más refinada de esta distinción filosófica originaria entre ser y apariencia, ciencia y opinión. Sin embargo, en Platón el pensamiento ha perdido la inocencia del origen. En realidad, a Platón no le interesa hablar del ser y el no ser. En el fondo, el mito de la caverna no es más que un discurso político malintencionado. Quienes están encadenados en el interior de la caverna son los demócratas a quienes Platón jamás se cansa de ridiculizar: ¿cómo vais a dejar el gobierno de la nave (el Estado) en manos de la tripulación (los políticos) y el pasaje (los ciudadanos)? La democracia equivale a una naufragio político cierto y seguro. El exterior de la caverna, la Verdad, pertenece al sabio, que ya no se conforma con vivir en una cueva habitada por dioses (Heráclito) o darse los primeros paseos intergalácticos (Parménides), sino que ahora quiere gobernar. El mito de la caverna está diseñado para convencernos de que el gobierno debe quedar en manos de uno que, literalmente, habrá de tratar a sus ciudadanos como si fuesen ganado.

Una adaptación del mito de la caverna, igual de malintencionada que el original de Platón, es el cine de ciencia-ficción de los años ciencuenta. El paradigma a este respecto es Invasion of the Body Snatchers (La invasión de los ladrones de cuerpos, Don Siegel, 1956). En medio del auge de la guerra fría y la caza de brujas impulsada por Joseph McCarthy, la ciencia ficción de los años cincuenta era básicamente propaganda anticomunista. Las historias eran siempre muy parecidas: seres de otro planeta se infiltraban entre la población común y, mediante la hipnosis colectiva o la posesión, convertían al ciudadano medio en un traidor comunista que pierde su libertad e individualidad. Así veían al comunismo en Estados Unidos en los años cincuenta, un régimen más parecido a un hormiguero que a una sociedad humana. Una sociedad donde la libertad y el individuo han sido aniquilados. No supieron ver que a fin de cuentas la única libertad que iba a sobrevivir en su país era la de los mercados.

Sin embargo, a pesar de Platón y el macarthismo, la oposición originaria entre ser y apariencia nunca ha perdido cierta utilidad subversiva o revolucionaria. Así ocurre con este clásico de John Carpenter (1948-), They live (Están vivos, 1988). Para quien no conozca a John Carpenter cabe decir que es un maestro del cine de terror y ciencia ficción de serie B entre cuyas películas más interesantes se hayan: Asalto a la comisaría del distrito 13 (1976), Christine (1983) o Starman (1984). El contexto histórico en que Carpenter sitúa la trama, finales de los ochenta, ya no es el de una confianza ciega en los valores del «sueño americano». Al contrario, comenzaban a notarse los efectos de la crisis económica que tuvo lugar cuando las grandes multinacionales descubrieron esa maniobra diabólica llamada deslocalización. Era el preludio de la globalización y la mirada de Carpenter no puede ser más crítica, pesimista y actual.

Al contrario que en la ciencia ficción de los cincuenta donde el enemigo era una metáfora del comunismo que se apoderaba silenciosamente de las mentes de los ciudadanos bienpensantes, el protagonista se da cuenta de que el verdadero peligro es un capitalismo basado en el consumismo desaforado o, como diría Horkheimer, un mundo totalitariamente administrado donde todo, absolutamente todo, será regulado. Gracias a unas gafas especiales el héroe es capaz de distinguir la colorida apariencia de la contundente verdad en blanco y negro.








Sin embargo, Carpenter no olvida la potencia dramática de los elementos narrativos del mito de la caverna. El protagonista, de nombre «Nada», necesita ayuda para destruir la señal que tiene hipnotizada y aturdida a la población por lo que tiene que obligar a uno de los «prisioneros» a ponerse las gafas para que así vea la auténtica realidad. Como bien decía Platón, el viaje al conocimiento es un trayecto complicado donde la primera dificultad es la negativa violenta del prisionero a ser «iluminado». Así, aproximadamente cinco minutos de metraje están dedicados a una brutal pelea entre el protagonista y su discípulo para obligarle a ponerse las gafas. El rodaje de esta escena duró tres semanas de las ocho que necesitó Carpenter para completar la película.

Las reminiscencias platónicas no se quedan aquí sino que el uso continuado de las gafas produce insoportables dolores de cabeza, como aquellos «fulgores en los ojos» que experimentaban los recién liberados. La destreza en la lucha del sabio y cierto toque gay y misógino aproximan también la película al ámbito inteligible.

Finalmente el protagonista descubre que la humanidad sufre la invasión de una raza extraterrestre que mantiene alienada a la población mediante el capitalismo, el consumismo y la televisión. Una escena memorable tiene lugar cuando «Nada» y su discípulo entran en un estudio de televisión y empiezan a disparar indiscriminadamente.

Ficha técnica

Dirección: John Carpenter

Ayudante de dirección: Larry J. Franco y Artist Robinson

Producción: Larry J. Franco

Guion. Relato: Ray Nelson. Adaptación: John Carpenter (pseudónimo Frank Armitage, en honor al personaje de H. P. Lovecraft en El horror de Dunwich)

Música: John Carpenter, Alan Howarth

Fotografía: Gary B. Kibbe

Montaje: Gib Jaffe, Frank E. Jimenez

Efectos especiales: Roy Arbogast, Jim Danforth

Reparto: Roddy Piper, Keith David, Meg Foster, Raymond St. Jacques, Peter Jason, Sy Richardson, George ‘Buck’ Flower

País: Estados Unidos

Año: 1988

Género: Thriller/Ciencia ficción/Comedia

Duración: 95 minutos

7 comentarios en “Carpenter: They Live (Están vivos, 1988)

  1. Muy interesante.
    Sobre la adaptación del mito platónico en el cine de ciencia-ficción, le interesará también «Another Earth» (recién estrenada).
    Saludos

    1. Hola Malaquías, muchas gracias por la recomendación. Había visto una película de Mike Cahill, El rey de California (2007) y me había gustado relativamente.

      Pero el Mike Cahill que dirige Another earth es otro. Es curioso. Es su primera película y fue presentada en el festival de Sundance en 2011. La he visto y me ha gustado.

      Saludos.

  2. gracias, justo hoy navegando (no se como) me tope con esta pelicula y la estaba buscando a buena calidad … me interesan estos temas soy novato en esto, cualquier pelicula,texto,etc adelante sugieranmelo

  3. Sigan reproduciéndose, sigan existiendo, sigan naciendo y muriendo, sigan cegados por los instintos devenidos en sentimientos, aprendiendo la lógica desde la experiencia misma pensando que es al revés. Somos células de un tejido, no importa cuál sea la que ocupe el lugar, deben haber siempre células, debe haber tejido, solo justifica nuestra existencia es esa premisa, somos unidades funcionales a algo, el plan que articula el instinto madre del cual devienen todos los demás, “la preservación de la especie”, la continuidad del “tejido”.

    Somos un conjunto cumpliendo una función de la cual no tenemos ni la más remota idea, es claro que hay una existencia superior que nos necesita, así como burgués necesita de los obreros en su fábrica, si están saludables y contentos mejor, porque producen más, y cuestionan menos, y si no, se los desecha, se los reemplaza o se los castiga.

    Hay un plan macabro detrás de la farsa de la existencia, macabro por el solo hecho de ser rotundamente desconocido, nuestras voluntades no tienen relevancia alguna en ese plan. Y hay control, debe haber control, nadie deja una fábrica librada a su suerte.

    Realmente todo éste asunto de la existencia y las serias dudas y disertaciones respecto a ella hacen sospechar que quizás nos encontramos tan sólo manifestando la postura de fuerzas opuestas, una que quiere que la verdad sea revelada y otra que obviamente no, y que tiene y tiende a tentar nuestras mentes con frivolidades pedestres para mantenernos alejados de esa “peligrosa” idea cada vez que ella acude a nuestras mentes.

    Esto por un lado hace que uno no se sienta tan exclusivamente “iluminado” por dichas ideas, pero por otro lado, hace que uno no se sienta tan solo en ésta contienda que, por más auténtica y arriesgada que sea, puede terminar premiando a uno con la locura.

    1. Hola Pablo,

      Gracias por dejar un comentario tan atinado.

      Muchos estamos deacuerdo en el diagnóstico. El problema es qué hacer, como diría Lenin. Y no creo que haya una respuesta para eso porque no hay ningún «plan macabro» contra el que luchar. A lo mejor tenemos expectativas demasiado altas para la sociedad y el ser humano. A lo mejor no somos mejores que las hormigas y es preferible dejar de pensar en el tema y confiar en que Trump no haga saltar el hormiguero por los aires. :)))

      Un abrazo.

      1. Quizá no sea un plan macabro, Quizá haber desatado al Dios mercado dejándolo hacer lo que quiera sea tan peligroso como el arsenal nuclear de todos los estados nacionales juntos; estados que ya parecen impotentes ante la bestia y su mano invisible.

Deja tu comentario