Leonarso Sciascia: Muerte del inquisidor. Rossend Arqués, (tr.) Barcelona: Tusquets, 2011.
Diré, en primer lugar, que este ensayo o narración de un hecho y un personaje casi olvidados de la historia siciliana es el que más aprecio detodos mis escritos, el único que releo y sobre el que aún me devano los sesos. La razón de ello es que es un libro no terminado, que no terminaré nunca, y que siempre siento la tentación de volver a escribir…
Así comienza Muerte del inquisidor de Leonardo Sciascia. El inquisidor en cuestión es pariente de uno de esos personajes que aparecían mencionados en los libros de Historia que estudié en el Bachillerato, el Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517), «regente de Castilla a la muerte de Fernando el Católico y fundador de la Universidad de Alcalá de Henares».
Juan López de Cisneros (1586-1671), el inquisidor de cuya muerte se ocupa Sciascia, aparece como torturador e interrogador de las espantosas cárceles del Santo Oficio donde daban a los reos «trato de cuerda». En Los fantasmas de Goya (2006) el director Milos Forman recrea este método infalible para obtener confesiones: consiste básicamente en luxar a un tiempo los dos hombros.
El caso es que a Cisneros lo mató un paisano de Sciascia, fray Diego la Matina, natural de Racalmuto, Sicilia. El 4 de agosto de 1657, cuando el inquisidor se disponía a interrogar y torturar al fraile, este consiguió librarse de los grilletes y golpear con ellos la cabeza de Cisneros. Sólo existe otro caso de inquisidor asesinado por sus víctimas. Se trata de Pedro Arbués que murió a manos de judíos conversos en 1485.
Fray Diego nació en 1622 y murió en la hoguera en 1658. Girolamo II, señor de Racalmuto al nacer Fray Diego, fue muerto a tiros ese mismo año por obra de otro religioso, el prior Antonio di Vita, harto del despotismo «cruel y rufianesco» del tal Girolamo. Este, entre otras cosas, parece que robó los dineros que el prior había recaudado para ampliar el convento. En el fondo de las aventuras de Antonio di Vita y fray Diego está, como veremos, más que la herejía, la lucha contra la injusticia social.
Racalmuto, pueblo de apenas cinco mil habitantes, contaba con una importante presencia de la Inquisición. Sin embargo, sólo hubo otro encausado anterior a fray Diego, el notario Jacobo Damiano, acusado de opiniones luteranas, pero liberado por público arrepentimiento. Pidió conmutar la pena del llamado sambenito (una túnica corta y amarilla) por una suma considerable de dinero.
Ese luteranismo del que acusaban al notario era opinión común entre los sicilianos. No era más que una desconfianza generalizada contra el clero, representante del país invasor, que no dudaba en utilizar el sacramento de la confesión como herramienta de poder. En Sicilia, dice Sciascia, el Santo Oficio no tenía herejía alguna que combatir. Y esto nos sitúa de nuevo ante la pregunta de cuál fue la supuesta heterodoxia teológica de fray Diego.
En realidad, la pena más socorrida por los inquisidores y las autoridades civiles era el collar. Atados a la pared como perros y desnudos de medio para arriba se untaba a los reos con miel para ser comidos por las moscas durante tres horas. Pero esta no era pena para herejes sino para aficionados a tabernas y burdeles cuyos pecados, decían los acusadores, causaban sequías y otros males.
La historia de fray Diego fue deformada hasta la parodia por el profesor de Historia Luigi Natoli que, bajo el pseudónimo de William Galt, se dedicaba a principios del s. XX a la novela histórica y el folletín. Según este, fray Diego fue un hombre honesto que protegía a la joven amante de su tío y al hijo de ambos. Un malvado cura-tutor, bien relacionado con Cisneros, se encarga de perseguir a la joven. Finalmente ella muere y el niño consigue salvarse a cambio de la vida de fray Diego. Del melodrama amoroso puede salvarse una idea, fray Diego era un ejemplo de la resistencia siciliana contra el dominio español simbolizado por la Inquisición.
Existe otra variante más «social» de la historia de fray Diego. Habiendo sido violada su hermana por un hombre de confianza del señor feudal no dudó en buscarlo en el templo y matarlo de un escopetazo.
Esta historia tampoco es verídica pero algún delito cometió fray Diego un día de 1644 como para requerir la intervención de la autoridad civil y ser remitido al Santo Oficio. Sciascia sospecha que fue algún tipo de protesta contra la ferocidad de la presión fiscal que las autoridades españolas ejercían contra el pueblo siciliano. Tras renunciar a sus proclamas fue absuelto, pero en 1645 tuvo que volver a enfrentarse al sagrado tribunal. Volvió a pronunciar formal abjuración y también fue liberado. Sin embargo, en 1646, se le vuelve a juzgar y se le condena a cinco años de galeras. En 1647 confiesa bajo tortura haber tenido trato con el diablo y es devuelto a galeras. En 1649 fray Diego organizó un motín o protesta de carácter político que supuso una nueva intervención del Santo Oficio. A sus veintiocho años fue condenado a cadena perpetua. En 1656 logró huir de la celda y se refugió en una gruta que aún lleva su nombre pero fue detenido a los pocos días.
Dos años más tarde, cuando Cisneros se dirigía a la celda para proceder al habitual «trato de cuerda» fray Diego encontró la oportunidad de vengarse.
El sustituto de Cisneros al frente de la Inquisición siciliana, Luis Alfonso de Cameros, decidió despachar rápidamente el proceso de fray Diego: un Auto de Fe para fray Diego y otros treinta y un reos. La noche anterior al «espectáculo» se dio a fray Diego la oportunidad de arrepentimiento pero la negativa de este a retractarse es una muestra de «la dignidad y el honor del hombre, la fuerza del pensamiento, la firmeza de la voluntad y la victoria de la libertad». (p. 81) Cansó a diez teólogos que durante toda la madrugada intentaron reconducirlo al camino recto de la fe. Finalmente, la sentencia fue pronunciada: «que vivo le quemaran y sus cenizas dispersaran al viento». (p. 90)
Por desgracia nunca sabremos el verdadero motivo de las acusaciones contra fray Diego. De un supuesto libro herético escrito de su puño y letra no tenemos noticia y las actas del proceso ardieron en el incendio del Palacio Steri en 1783 junto a todas las viejas «causas de fe» sicilianas.
En cualquier caso, en primer lugar, fray Diego no era un criminal ni un ignorante sino un hombre culto y valiente que defendió sus ideas hasta el final y, en segundo lugar, lo más probable es que su herejía consistiese simplemente en acusar a Dios de injusto, lo cual en una sociedad sometida a la tiranía del Imperio español era más una apelación al sentido común que una heterodoxia teológica. Así se expresa Sciascia, orgulloso de haber nacido como fray Diego, en Racalmuto, Sicilia.
Así que no era un ignorante, puesto que disputaba con los primeros teólogos de Palermo; durante meses, durante años, a las buenas y a las malas, rechazó su persuasión y respondió con razones a las argumentaciones de aquéllos. Y, al final, en las últimas horas de su vida, «agotó» a diez curas; diez doctos teólogos que, de vez en cuando, iban a reponerse en la cocina y la cantina del alcaide, cayeron agotados por un hombre cuyo cuerpo y cuya mente habían sufrido durísimas y atroces pruebas a lo largo de catorce años, por un hombre que desde hacía meses, y también en ese momento y en el instante mismo de la muerte en la hoguera que dentro de poco le consumiría, estaba atado con grillos de hierro a una fuerte silla de castaño.
¿Acaso el amor y el honor de pertenecer a la misma gente y de haber nacido en la misma tierra no nos turban cuando nos acordamos de que «no cambió aspecto, / no movió cuello, ni dobló costilla»? (pp. 103-104)
Desde una óptica teológica, parece que su herejía se puede reducir y resumir a la afirmación de que Dios es injusto, toda vez que, según Bertino, no sólo la pronunció cuando estaba en la hoguera. De manera que repetía su antigua calumnia, que tal vez fuera la síntesis de sus ideas morales y sociales. Parece fácil postular que fray Diego llegó a lanzar esta acusación contra Dios a causa de su rebelión contra la injusticia social, la iniquidad y la usurpación de bienes y derechos y, precisamente en el momento en que vio que era irremediable su derrota, identificando su propio destino con el destino humano y su tragedia con la tragedia de la existencia. (pp. 107-108)
En definitiva, Sciascia reinterpreta todo el asunto de las herejías y brujerías desde un prisma social y político. En realidad, herejes y brujas no eran más que los chivos expiatorios de los levantamientos populares contra la injusticia social. La rebelión política sí merecía la hoguera. Es el mismo punto de vista que Umberto Eco sostiene en El nombre de la rosa.
Una pregunta simple: ¿a qué Cardenal Cisneros se refiere el autor? He leído la biografía del Cardenal Cisneros,que fallece en 1517 en Roa, Burgos. Sin embargo, en el texto aparece la figura de fray Diego la Matina, que nace en 1622.
Hola Antonio, me dejé llevar por algo así como un «wishful thinking» y pensé que al Cardenal Cisneros, que no me cae nada bien, lo había matado fray Diego a golpe de grillete. Pero tienes razón, las fechas no concuerdan. A quien mató fray Diego es a un pariente posterior del Cisneros famoso.
Reescribo un poco el post para evitar confusiones.
Muchísimas gracias por tu ayuda.
Un saludo.
Muy interesante artículo, Eugenio. Acabo de leer «La bruja y el capitán» (con la tan fascinate «bruja», muy similar también a la de El nombre de la rosa) y creo que «Muerte del inquisidor» será el siguiente».
Te enlazo un artículo mío sobre Sciascia, por si quieres echarle un ojo:
http://www.jotdown.es/2011/06/las-reglas-del-juego-segun-leonardo-sciascia/
Un saludo!
Hola Álvaro, tu artículo es un interesante recorrido por la obra de Sciascia. Gracias por el enlace.
Respecto a La bruja y el capitán me hace recordar una de estas frases de películas que se te quedan grabadas en la memoria. En American Beauty Ricky dice, hablando de su padre, «nunca subestimes el poder de la negación». Así de triste es la naturaleza humana, el capitán en lugar de reconocer el clásico síntoma del amor (recuerdo también South Park) termina con su joven criada en la hoguera.
Es tan difícil librarse de la ceguera de la negación. A nivel individual y social. Aquí entraría Fromm.
Un saludo.