José Luis Molinuevo: Guía de complejos. Estética de teleseries. Salamanca, Archipiélagos 2, 2011. Actualización Junio de 2012.
En el s. XII publicó Maimónides su Guía de perplejos. Como es sabido, el ambiente intelectual de la época era de extrema confusión: se dudaba entre seguir los escritos religiosos como el Talmud o los recién descubiertos de Aristóteles. Maimónides intentó conciliar ambos universos pues, de un modo u otro, la vida nos urge a actuar. Cuando leí la Guía de perplejos me gustó por la importancia que daba a asuntos prácticos, al día a día.
En la estela de Maimónides sitúa Molinuevo esta Guía de complejos, publicada originalmente en 2011 y que ya cuenta en 2012 con dos actualizaciones. Puedes descargarla bajo licencia Creative Commons en este enlace de su blog pensamiento en imágenes.
En la introducción, «De la perplejidad a la complejidad«, explica que los atentados del 11/S supusieron un cambio en el tipo de ficción que da cuenta de la realidad en la que vivimos. Si hasta finales del s. XX lo habitual era la perplejidad ante la imposibilidad de distinguir lo real y lo virtual, tópico sobre el que gira no sólo el pensamiento de Baudrillard sino también películas como eXistenZ (1999) o Matrix (1999), los atentados contra las Torres Gemelas nos devolvieron a la complejidad de lo real. Molinuevo observa este cambio como un hecho positivo pues las consecuencias políticas de la ideología Matrix son las mismas que las del mito de la caverna platónico. Este es una justificación del totalitarismo pues sólo Uno está capacitado para contemplar la verdad. En el fondo es la trampa habitual del idealismo: pensar que «de la perplejidad se sale». Es un error, se está en la complejidad, se quiera o no.La ficción del s. XXI es un pensamiento en imágenes que aspira a orientarnos en lo real complejo: una especie de brújula para la cotidianeidad que deja atrás las culturas de la sospecha basadas en dualismos idealistas como mente-cuerpo o apariencia-realidad. Como dije arriba, este tipo de dualismos tienen siempre consecuencias políticas perversas pues la distinción auténtico-inauténtico, conocimiento-opinión concluyen en la diferencia entre la alta y la baja cultura, el héroe y la masa.
En este mundo complejo caracterizado por la proliferación infinita de imágenes es necesaria, por tanto, una educación reflexiva no contra las imágenes, la baja cultura, la opinión, «sino en imágenes». Frente al desprecio de la sociedad del espectáculo de Guy Debord, Molinuevo observa que la ficción televisiva ha sido capaz de producir un caudal significativo de «imágenes de la ambigüedad», de la vida tal cual es en el día a día, contradictoria, coral e insustancial. Teleseries capaces de generar este tipo de imágenes son The Wire, Battlestar Galactica, Mad men o Generation Kill… El espacio que antes ocupaba el «cine de culto», aquel en el que no pasaba nada, en el que podías ver crecer la hierba, ha sido ocupado por «series de culto«.
Es el ambiente, el aire, lo que cuenta, más que las hazañas del héroe situado en una campana de vacío. (…) Lo nuevo no consiste tanto en lo espectacular (que sí ocurre en algunas películas) como en la administración de lo cotidiano.
Existe una confrontación entre una educación para la formación o educación en valores y una educación para el conocimiento. Si nos limitamos a analizar la educación en valores o, como se la llama ahora, educación para la ciudadanía, vemos que el resultado ha sido un fracaso. Quizás porque deja fuera la facultad esencial para que sea posible: la sensibilidad. Una educación estética, una educación en imágenes, es el elemento olvidado y fundamental. No se trataría ya de reforzar conceptos con imágenes, sino dejar hablar a las imágenes por sí mismas. No se trata de ilustrar la idea de solidaridad internacional con un documental sobre la apertura de una escuela en la selva amazónica, sino de mostrar directamente la complejidad brutal del mundo en que vivimos.
Ahora bien, ¿qué tipo de imágenes serían aptas para desempeñar esta función? Aquellas que se ajusten a
la propuesta schilleriana del alma bella, siempre que se trate de una belleza amable y no admirable, imperfecta, ambigua, fea, que se equivoca, pero siempre lúcida, es decir, contradictoria, y por ello solidaria.
La ficción televisiva reciente es modélica en este aspecto: los personajes son contradictorios, indescifrables, y no ejemplares. Así ocurre en Battlestar Galactica. Lejos de la ciencia ficción clásica, donde todo giraba en torno a naves espaciales y personajes maniqueos, Battlestar Galactica dedica la mayor parte de su metraje a la complejidad de cómo gestionar el día a día en una nave sin rumbo, en un peligro constante y atestada de gente.
Una de las escenas que más me impactó de la serie no tiene nada que ver con los cylons, los híbridos ni los pilotos de cazas. En el capítulo once de la cuarta temporada, «Sometimes a Great Notion», la oficial de comunicaciones Dualla ha perdido todas sus esperanzas tras el descubrimiento de que la Tierra ha sido arrasada por un apocalipsis nuclear que imita bastante bien el blanco y negro de Offret de Tarkovski. Tras reconciliarse con su ex y aparentar la mayor serenidad, abre su taquilla, coge un revolver y se vuela la cabeza. El ser humano tiene límites. Descifrar esos límites es lo propio del humanismo de la indignidad humana en el que profundiza Molinuevo y una constante en casi todas las teleseries que comenta.
Me dentengo en algunas de sus observaciones acerca deThe Wire porque considero que ilustran bien lo expuesto más arriba:
Hay una estética The Wire como hay una estética Lost. Pueden convivir un cierto tiempo pero a la larga se revelan incompatibles. Lost es una serie tecnorromántica, mientras que The Wire es una serie humanista, del verdadero humanismo, el de la indignidad humana. No ayuda a ser mejor sino a entender mejor el mundo en que vivimos. Es lo único que interesa a las estéticas cognitivas.
No hay mensajes, no hay efectos especiales, ¿Por qué ha gustado entonces The Wire?, más aún ¿Por qué se ha convertido en una serie de culto? Aventuro una respuesta: porque es la sabia administración de la intrascendencia. Esto es ir a contracorriente. No tenemos muchas series así. En el humanismo del que hablaba antes pocas cosas cambian, pero siempre se acaba sabiendo más. Es un humanismo ciudadano. Por ello, creo que The Wire debería ser materia obligada en una educación para la ciudadanía, como contrapunto a las ñoñerías edificantes que obligan a visionar a los indefensos escolares. Si Lost es una serie siglo XIX, con ingredientes tecnorrománticos, The Wire lo es del XXI con imágenes ciudadanas. Y el gran déficit de la educación sigue estando en enseñar a ver. ¿A ver qué? No lo que debería haber, sino lo que hay. La falacia naturalista, mayor que en el terreno de la palabra, lo es en el terreno de la imagen.
El ciudadano en su sala de estar o con el ordenador en su cama reconoce sin esfuerzo los (sus) problemas cotidianos: la casi imposible conciliación entre vida personal, profesional y familiar, la inseguridad ciudadana, la existencia de policías cuando menos ambiguos, políticos trepa, educación sin remedio, prensa sensacionalista. Todos ellos son temas cotidianos, y a la gente le encanta ver los dos lados de la cuestión, es decir, que la cosa no marcha, pero tampoco llega al desastre, porque a veces hay gente que hace bien su trabajo, bien es cierto que sin saber muy bien por qué.
Así que para el próximo curso le tomo la palabra a Molinuevo y afrontaré, si es posible, la Educación ético-cívica (o como quiera que la llamen en septiembre) a partir de The Wire y Battlestar Galactica.
Creo que Guía de complejos es una lectura imprescindible. No sólo advierte de un cambio esencial en el ámbito de la ficción sino que nos descubre un mundo de imágenes casi inabarcable y abre a la Estética posibilidades muy interesantes en conexión con la Ética.
Las teleseries que Molinuevo analiza a lo largo del libro son las siguientes:
- Mad Men
- Dexter
- The Walking Dead
- Generation Kill
- Pacific
- Battlestar Galactica
- Stargate Atlantis y Stargate Universe
- The Wire
- Breaking Bad
- Treme
Actualización de enero de 2012:
- Damages
- Wallander
- The Killing
- Carnivale
- Breaking Bad
- Boss
Actualización de junio de 2012:
- Borgen
- Boardwalk Empire
- Luther
- Sherlock
- Desperate Romantics
- The Crimson Petal and The White.
P. D.:
No he visto toda la ficción televisiva que se comenta en el libro pero si tuviese que aventurarme a recomendar algunas de las teleseries creo que empezaría por The Wire, Battlestar Galactica y Breaking Bad. A continuación Carnivale, Dexter o Luther.
Empecé hace semanas con la Guía de complejos, pero me costaba mucho. Ahora, con tu «guía», las cosas comienzan a encajar mejor.
He echado de menos que el autor incluyese entre sus series comentadas «A dos metros bajo tierra». Todo de lo que habla aparece en ella. ¿Tú conoces la serie?
Un saludo.
Hola Eugenio,
Muchas gracias por esta reseña, me ha animado a comenzar la lectura del libro. Lo tendré en cuenta cuando termine lo que 'tengo entre manos'.
Saludos.
Me alegra que te haya resultado útil.
No se me ocurre por qué A dos metros bajo tierra queda fuera pero pueden ser motivos cronológicos.
Me ilusiona trabajar la Ética el próximo curso con The Wire y Battlestar. A ver qué tal.
Un saludo.
Hola Kevin, la Estética le da vida a la Filosofía, hace que funcione en la vida cotidiana. Ya me contarás tus impresiones.
Saludos.
He estado viendo y comparando las dos Galácticas, la de 1978 y la de 2004. Es curioso que la primera está hecha para un público más infantil, no me refiero a que esté destinada a niños, sino a que el cine de entretenimiento (durante más de 80 años) estuvo dedicado plenamente a complacer la mentalidad de un espectador algo menos filosófica, algo menos madura. Con el tiempo se entendió que existía un grupo de espectadores que demandaban algo más atípico en la ficción, algo que afectara a la ética y a lo establecido como correcto en la ficción, la serie televisiva y la cinta de culto empezaron a agrupar a estos espectadores. Creo que los héroes de la primera Galáctica son más perfectos, no cometen errores morales ni sufren de una ansiedad vital demasiado compleja (ocurre en la literatura folletinesca y también en la épica desde tiempo inmemorial). La aventura en esa juventud de la televisión predomina sobre el pensamiento que cuestiona comportamientos. A pesar de eso, la serie original tiene muchos atractivos: la unidad de los pueblos para sobrevivir y que despierta una imaginación perdida, otras razas pueblan partes recónditas del universo. La nueva galáctica cambia algunos hechos: el genocidio de la raza de los humanos lo produce una especie de robots que fueron creados por los hombres; en la original son autómatas también pero sus padres fueron una raza alienígena a la que acabaron reemplazando (eras saurios). La religión es otra cuestión importante, ya leí que un faraón en Egipto fracasó en su intento de instaurar un credo de un solo dios, los restos de su dinastía se conservan gracias a que fueron escondidos dentro de otras nuevas construcciones; estos padres del espacio, cuyas edificaciones (se ve en el primer capítulo de Galáctica, 1978) son triangulares, tienen numerosos dioses, en contra están los Cylons, que tienen a un solo dios supremo. La militarización de las naves es igual en las dos producciones, en una de las naves van personas hartas del racionamiento, los soldados se alimentan mejor, esto ya ocurría en la primera (la defensa es más importante que ciertas cosas, curioso). Creo que la imaginación es sorprendente en las dos versiones, las variantes son muy ingeniosas y proponen nuevos conflictos de ideas. La base de todo sigue siendo: la supervivencia de nuestra especie, los errores de la humanidad y las advertencias que nos suele dar la ciencia ficción.
Por supuesto que la ciencia ficción tuvo ciertas excepciones de trazo más maduro en épocas anteriores, pero no era la norma general. Por otra parte, recuerdo unos capítulos de la original Galáctica que me gustaron mucho. Los pilotos tienen la oportunidad de contactar con los dioses, aún me estremezco con esos: War of the Gods (part 1 & 2).
Creo que no es bueno que matemos del todo al niño que llevamos dentro. Puede ayudarnos en algunas ocasiones.
Saludos.
La primera Galactica era más ingenua, más maniquea. Eran los tiempos de la Guerra Fría. Buenos y malos. También de nuestra infancia.
Los tiempos ahora son más complejos. El personaje del malo, Gaius Baltar, es la mejor prueba. Hay momentos en que no parece malvado sino simplemente humano.
Saludos.