…los filósofos son como matemáticos,
excepto que juegan con palabras en lugar de números,
y por tanto las cosas son aun más complicadas.
David Foster Wallace: La escoba del sistema. José Luis Amores (tr.) Barcelona: Pálido Fuego, 2013.
David Foster Wallace (1962-2008) se licenció en Filosofía y Filología en el Amherst College. Dentro del Grado de Filosofía se especializó en Lógica Modal y Matemáticas y su tesis llevaba por título El ‘fatalismo’ de Richard Taylor y la semántica de modalidad física. Su tesis en Literatura Inglesa fue La escoba del sistema, que terminaría convirtiéndose en su primera novela.
Puede leerse simplemente como un texto divertido donde se exponen los peligros y excentricidades que padecen personajes que toman al pie de la letra las ideas de Wittgenstein, Descartes, Derrida, Hegel… Ya advertía Descartes en su moral provisional que eso no debe hacerse bajo ningún concepto… «Filosofar mata», «Filosofar provoca daños en las personas de su entorno» 🙂
Por ejemplo, para solucionar el problema del solipsismo el magnate Norman Bombardini se enfrenta a Los Vigilantes del Peso. Según estos, debemos estar delgados para poder atraer «a tantos Otros alrededor como sea posible». Norman, en cambio, elige otro camino: «un universo lleno y autónomo», esto es, engordar hasta tener un tamaño un infinito. Y crece hasta que su panza se convierte en una bola de demolición con la que hace tambalear los muros de su edificio de oficinas.

Otro caso de delirio causado por una hipérbole filosófica es Vlad el Empalador, un loro de natural tímido y silencioso, que enferma de locuacidad impenitente tras ser alimentado con extractos de glándula pineal cartesiana. Su diarrea discursiva incorpora tanto pasajes bíblicos como obscenidades de carácter sexual. Finalmente es reclutado por un predicador televisivo y obtiene un milagroso éxito mediático.

También la protagonista, Lenore Stonecipher Beadsman, hija del todopoderoso Stonecipher Beadsman III, dueño de la diabólica multinacional de comida infantil Stonecipheco, está aquejada de graves trastornos filosóficos. Decía el primer Wittgenstein, de quien la bisabuela de Lenore había sido discípula directa, que «los límites del lenguaje son los límites de mi mundo», es decir, que existe una correspondencia estructural entre el lenguaje y el mundo, que el lenguaje «figura» el mundo. Siendo esto así, «vivir es contar» y «no hay nada que me pase que no sea narrado o narrable». Somos exactamente lo que se dice de nosotros y nada más. Las palabras, por tanto, pueden usarse para matar y crear. La escoba del sistema es, en el fondo, la lucha de Lenore por escapar de los discursos que la determinan y la mantienen presa de la voluntad de su padre. Por desgracia la corriente del lenguaje la arrastra hasta el atractivo millonario Wang-Dang Lang, que previamente la ha «dibujado» o «figurado», como diría el primer Wittgenstein. Es el retrato de la portada de la cuidada edición de Pálido Fuego.

Rick Vigorous es el novio de Lenore y director de la editorial Frequent & Vigorous. En realidad, a pesar de sus etiquetas, Rick es impotente. Todo lo que hace con Lenore es «hablar, hablar, hablar, contar, contar, contar». Embruja a Lenore con las historias de los manuscritos que jóvenes universitarios perturbados le envían a la editorial. Historias extrañas sobre una señora que tiene un hueco en el cuello donde vive un sapo al que termina matando porque no le permite amar ni ser amada o una madre que se atiborra de comida basura y aplasta a su propio bebé mientras duerme. El destino de Rick es, además de cómico, reflejo de la enfermedad literaria. El escritor es incapaz de «penetrar la membrana» de los Otros así que no le queda más remedio que absorberlos dentro de sí con sus relatos, «empalarlos» con sus historias. Con sus palabras controla y ensucia a todos los que le rodean. El escritor vive «coyotizado», persiguiendo inútilmente al Correcaminos. Rick encuentra la paz cuando la bellísima Mindy Metalman cumple su fantasía sexual de ser azotado sin piedad y lo deja sin palabras.

Stonecipher LaVache Beadsman, hermano de Lenore, más conocido como Anticristo, es el auténtico filósofo de la novela de Wallace. Su madre dio a luz al caer desde un enrejado por el que trepaba para poder ver a sus hijos secuestrados en una torre por el ogro Stonecipher. Cayó sobre su vientre y el pequeño Lavache salió propulsado violentamente al mundo perdiendo una pierna en el acto. Su prótesis tiene un compartimento siempre hambriento de psicotrópicos. Desde su burbuja cannabinoide ilustra a Nervioso Roy sobre la Obliteración de la Naturaleza por el Espíritu en Hegel mientras ve un episodio de The Munsters. Encendiendo un canuto con la colilla de otro explica a Lenore con asombrosa precisión la paradoja de Russell o los secretos de las Investigaciones Filosóficas de Wittgenstein.
—Oh, pues no será de esa forma —sonrió el Anticristo, reim-plantándose y apretándose la pierna con indiferencia, lo que le llevó un momento. Cuando acabó de apretarla, dijo—: El dibujo se refiere en cierto modo a las Investigaciones, como estoy seguro de que tú, figura protagonista, recordarás mucho mejor que yo si lo piensas durante tres segundos. Me parece recordar la referencia que hay en la página cincuenta y cuatro, nota b, de la traducción de Geach y Anscombe. Se nos muestra la imagen de un hombre subiendo una ladera, de perfil, una pierna delante de la otra mientras avanza, indicando movimiento, subiendo la cuesta, de cara a la cima, los ojos enfocándola, todo ese rollo estándar asociado a la escalada, etcétera, etcétera. Es decir, se trata de la imagen de un hombre subiendo una colina. Y ahora, compañera, acuérdate del argumento del Doctor Wittgenstein según la abuelita Lenore, pues la imagen podría igualmente representar de manera evidente y fiel y natural que el hombre está deslizándose por la ladera, con una pierna más alta que la otra, de espaldas y demás. Exactamente como en esta.
—Mierda —dijo Lenore.
—Y de ahí que se nos invite a extraer todas esas conclusiones absolutamente fecales acerca de por qué de manera automática asumimos con tan sólo mirar la imagen que el tipo está subiendo y no deslizándose. Subiendo en lugar de bajando. Una total y completa estupidez, y de una inocencia psicológica verdaderamente conmovedora, en mi opinión, que deberías recordar dada cierta conversación que tuvimos todos en el Volvo cuando estabas en la escuela, cuando la abuela resolvió que yo era el maligno y dijo que haría falta acabar conmigo, y anunció su intención de dejar de hacerme regalos por navidad. En cualquier caso…
—Bien, y por otro lado tenemos esta antinomia —dijo Lenore, mirando el dibujo del barbero.
—Exacto —dijo el Anticristo, tirando la colilla negra del porro. Hizo una pausa, mirando a la nada. Lenore lo observaba.
(p. 283)

Lenore, la bisabuela, está ingresada en una residencia de ancianos con Alzheimer. Está tan imbuida por las teorías del segundo Wittgenstein que defiende a escobazos sus ideas sobre el significado. Si el significado es el uso, los pacientes de la residencia Shaker Heights no tienen ni uso ni función ni significado alguno. Son prescindibles, ceros a la izquierda. Para superar esta condición, la anciana Lenore se fuga de la residencia junto a su pandilla de zombis con objeto de sabotear el nuevo producto de la multinacional Stonecipheco: papilla para bebé a base de extracto de glándula pineal de vacuno que acelera el desarrollo del habla en los niños (y los loros). Es el apocalipsis: un mundo saturado de palabras, de suciedad.
«…que, repitiendo lo que oí durante años y años y que sospecho tú misma has oído una y otra vez, el significado de una cosa no es ni más ni menos que su función. Etcétera, etcétera, etcétera. ¿Ha hecho contigo la cosa esa con la escoba? ¿No? ¿Qué es lo que utiliza ahora? No. Lo que hacía conmigo —tendría yo ocho años, o doce, quién lo recuerda— era sentarme en la cocina y ella cogía una escoba de paja y empezaba a barrer el suelo furiosamente, y me preguntaba qué parte de la escoba era, en mi opinión, más fundamental, más necesaria, si las cerdas o el mango. Las cerdas o el mango. Y yo lloriqueaba y balbuceaba, y ella barría con más y mayor violencia, y yo me ponía nervioso, y finalmente cuando yo decía que suponía que las cerdas, pues de alguna forma se podría barrer sin el mango, únicamente sujetando las cerdas, pero no se podría barrer sólo con el mango, ella arremetía contra mí y me tiraba de la silla, y me chillaba en el oído algo así como, “Aja, y es así porque quieres barrer con la escoba, ¿verdad? Para eso es para lo que quieres la escoba, ¿no?” Etcétera. Y que si para lo que queríamos una escoba era para romper ventanas, entonces el mango era claramente la esencia fundamental de la escoba, y lo ilustraba con la ventana de la cocina, con una congregación de empleados de la casa delante; pero si queríamos la escoba para barrer con ella, véanse por ejemplo los cristales rotos, para barrer y barrer, las cerdas eran la esencia del asunto. ¿No? ¿Y con qué lo hace ahora? ¿Con lápices? No importa. El significado es lo esencial. La esencia como uso. El significado como uso. El significado como uso. ¿Perdón? ¿Me preguntas por qué? Lenore, por favor. ¿De qué habláis entonces todo el tiempo, del “por qué”? Ella se siente inútil. Se siente, se sentía, como si no tuviera una función, allí, en el asilo. Espera, ya llegaremos a eso. La inutilidad es la clave en todo esto. Bien, por supuesto Lenore tenía que quedarse allí ahora, atendida, a treinta y siete grados, además no era feliz en la casa, decía, si lo recuerdas, que estaba cargada de recuerdos del pasado. No, no había elección, y compramos el complejo Shaker Heights, aunque era una inversión pobre. Si eso no es amor, ¿qué lo es entonces? Aunque para alguien que cree que el significado es el uso es como sentirse en desuso. Ella me dijo que no era feliz. Vino a verme y me lo dijo. ¿No te contó nada de todo esto? Veo extraña esa desaparición. Ahora es oportuno recordar cuando yo hacía referencia a la sección de mi madre, la de los que tienen Alzheimer. Esto preocupaba a la abuela Lenore extremadamente. ¿Cómo se dio cuenta Bloomfield de que los pacientes que no podían recordar los nombres de las cosas, los programas de televisión, el agua, las puertas… y que bajo la influencia de la abuela Lenore las habían identificado con sus funciones? ¿Con las letras doradas, ese pequeño diccionario, el que tiene a Lawrence Welk en la portada? ¿Que así la puerta es “A través de lo que pasamos de una habitación a otra”? ¿Que el agua es “Lo que bebemos que no tiene color”? Que la televisión es “Donde vemos a Lawrence Welk”, Lawrence Welk como algo primario, indefinido, incluso en las reposiciones, Lawrence Welk no es el problema. ¿Cómo mi madre y los demás volvieron a aprender en cierta forma las palabras que necesitaban, a través de sus funciones, a través de para qué servía cada cosa que se nombraba? ¿Y de que la abuela Lenore se dio cuenta del hecho de que la única parte del complejo a la que no podía aplicarse este método eran los pacientes en sí, porque ellos no tenían función, no tenían uso, en realidad no servían para nada en absoluto? ¿No? Ella me lo contaba y se subía por las paredes. Ellos no servían para nada. (p. 257)

¿Qué tal es la traducción de Pálido Fuego en comparación con las de Mondadori?
Saludos!
Sólo he podido leer las primeras páginas de la novela póstuma de Foster Wallace. Hace falta tiempo y centrarse, como al inicio de La broma infinita. Poco puedo decirte por ahora de la calidad de la traducción.
Saludos.