Rafael Reig: Para morir iguales (2018)

Rafael Reig: Para morir iguales. Barcelona: Tusquets, 2018 (Ilustración de cubierta: cartel para Los Veranos de la Villa, 1996, Ouka Lele.)

Para morir iguales habla principalmente de la infancia, único mundo real y verdadero que nos es dado conocer; más tarde nos alimentamos sólo de convencionalismos y simulacros. Nuestra vida adulta es un continuo intento de descifrar el enigma de la infancia, tal y como le ocurre al lector con el título de la novela (no sigo para evitar el temido espoiler).

«el mundo real», la vida de los mayores, que no resultó ser otra cosa que una representación, donde en lugar de exponernos a la verdad desnuda —poder, sexo, valor, miedo, muerte, dolor o placer— se nos distraía con simulacros fantasmagóricos —grandes catástrofes, elecciones, conflictos laborales, sentimientos, adulterios, asesinos en serie, escándalos o responsabilidades—. La realidad se quedó al otro lado del portón de hierro. Nunca olvidé el ruido de aquel cerrojo, que me apartó de la única vida verdadera que he conocido: la infancia. (p. 118)

A quienes son expertos en los convencionalismos de la edad adulta les llama Reig «personas atractivas». Son aquellos que «no tienen la culpa de nada» y tienen un gusto «cool», van a museos, conciertos, teatro independiente, manifestaciones solidarias, pequeños restaurantes indios o africanos… Aunque sean sólo un veinte por ciento acaparan toda la realidad.

El otro acontecimiento que nos salva de la «falsa ficción» del simulacro de la vida adulta es el amor. Nos atraviesa «como un rayo», echa «la puerta abajo», lo pone todo «patas arriba» y cuando le da gana sale dando un portazo y te deja solo, «temblando de frío y como si un tren acabara de pasarte por encima» (p. 102) El amor es como un mercancías, te deja vacío cuando pasa «pero ya no se te quitará nunca el miedo a morirte» (p. 219). Existiría una «ficción verdadera», la ficción literaria, que busca volver una y otra vez sobre los arquetipos de la infancia.

Frente al mundo adulto donde nunca pasa nada de verdad, el protagonista prefiere el mundo de la infancia donde algo está ocurriendo continuamente. Lo peor de ser adulto es que terminamos aceptando que la vida es conformarse con hacer la cama o lavar los platos día tras día. De la infancia conserva el protagonista cierta fascinación por los estados de alarma social. Se siente como pez en el agua cuando los demás piensan que el mundo va a terminar.

Otro de los temas importantes en Para morir iguales es reescribir la historia de la transición democrática desde los ojos de un niño, es decir, con más verdad de la que nos han contado. De ahí la referencia a Miguel Espinosa (p. 308), que usó la novela para hacer el retrato más veraz de la clase media franquista en La fea burguesía.

Para concluir estas observaciones, en Para morir iguales podemos encontrar lo mejor de Rafael Reig: su sentido del humor, su corriente subterránea de pensamiento que emerge aquí y allá, sus peculiares e inolvidables personajes, sus metáforas contundentes y francas…

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