Ben Clark: La policía celeste. Madrid: Visor, 2018.
Según la ley de Titius-Bode la distancia de las órbitas planetarias respecto al Sol sigue una simple progresión numérica: 0,4; 0,7; 1,0; 1,6; 2,8; 5,2; 10,0 UA’s o Unidades Astronómicas, siendo 1 la distancia de la Tierra al Sol. En 1796 se conocían Mercurio (0,4), Venus (0,7), Tierra (1,0), Marte (1,6), en 2,8 un vacío, Júpiter (5,2) y Saturno (10,0). Para identificar el planeta que faltaba entre Marte y Júpiter se creó una comisión de cinco astrónomos. Se dieron en llamar, cuenta Ben Clark, «La policía celeste». Fue en 1801 cuando un monje ajeno al grupo, Giuseppe Piazzi, descubrió un pequeño planeta en el cinturón de asteroides y lo llamó Ceres.
El significado de esta anécdota astronómica se aclara en el poema que lleva por título «La policía celeste» (pp. 44-45) y que es un poema amoroso. La leyes de la mecánica celeste lo confirman: Dios no juega a los dados, Dios ha excluido el vacío. Los cuerpos se juntan, chocan y dejan otros cuerpos de lado. «Cada beso confirma que hay un beso por dar, por recibir, / que flota solo entre el frío sin fin de las constelaciones». Frente a la noche «densa y negra», a la soledad del espacio infinito, resulta necesario perseverar en la búsqueda de la compañía exacta.
Amorosos también los dos primeros «Cuando llegue el poema» y «Mi cuerpo», dedicados a la memoria, «La habitación» y «Estrellas en invierno» (p. 50), y varios a la amistad y a la figura del padre.
«Estrellas en invierno» es el que más me ha llamado la atención. Cuenta Ben Clark que al principio pensamos que las «cosas no dichas» llegarán de pronto para iluminar el presente. Con el tiempo entendemos que «la distancia es demasiado grande» y ya será tarde cuando lleguen.
En general, me ha gustado este breve poemario de Ben Clark. Desprende claridad, inteligencia y ternura.