Frédéric Pajak: Manifiesto incierto. Con Walter Benjamin, soñador abismado en el paisaje. Regina López (tr.) Madrid: Errata naturae editores, 2016.
Manifiesto incierto es el título del ensayo gráfico sobre la figura de Walter Benjamin por el que Pajak obtuvo el Premio Médicis en 2014.
Aunque parezca completamente fuera de lugar, creo que el segundo capítulo, «Elogio del malentendido», ofrece una idea clave para comprender las afinidades varias que Pajak explora para orientarse o conectar con la esencia de Benjamin. En 1990 Tusquets editores publicó unos textos sobre Estética de Samuel Beckett agrupados bajo el título Manchas en el silencio. Uno de esos textos es el espléndido «El mundo y el pantalón». En él, además de intentar explicar confusamente por qué le gusta la pintura de los hermanos van Velde, Beckett desautoriza el discurso oficial de crítica y museos, y convierte al espectador en el centro de la problemática artística. He leído mucho sobre Estética pero creo que estos párrafos han marcado mi vida y mi forma de pensar la cuestión de la obra de arte.
La obra considerada como creación pura, y cuya función se detiene en la génesis, está abocada a la nada. Un solo aficionado (iluminado) la habría salvado… el loco inofensivo que corre, como otros al cine, a las galerías, al museo y hasta a las iglesias, con la esperanza —agárrense bien— de gozar. No quiere instruirse, el muy cerdo, ni convertirse en mejor. No piensa más que en su placer. Él es quien justifica la existencia de la pintura como cosa pública. Yo le dedico estas consideraciones, si bien hechas para obnubilarlo aún más. No pide más que gozar. Se ha hecho lo imposible para impedírselo. Se ha hecho lo imposible especialmente para que secciones enteras de la pintura moderna le sean tabúes. Se ha hecho lo imposible para que elija, para que tome partido, para que acepte a priori, para que rechace a priori, para que deje de mirar, para que deje de existir delante de una cosa que simplemente habría podido amar, o encontrar fea, sin saber por qué. (Samuel Beckett: Manchas en el silencio, pp. 28-29)
El fin último de la experiencia estética es que algo nos gusta y no sabemos por qué. Esa ausencia última de sentido tiene que ver con rescatar el tiempo que pasa y se olvida y se disuelve en la nada. A esa dimensión pertenecen el sufrimiento inútil, la falta de respuestas y las verdades de la Historia que conviene enterrar. De esto va la pintura de los van Velde («La pintura no me interesa… Lo que yo pinto está fuera de la pintura…»), la filosofía de la historia de Benjamin, las novelas de Sciascia.
Pajak comienza con un prólogo inspirado en una hipótesis clave de la obra de Leonardo Sciascia. En la inolvidable El caballero y la muerte, Sciascia afirma, en un momento complicadísimo de la historia reciente de Italia, que el culpable de la violencia terrorista es el Estado, que dispersar el terror, poner bombas, secuestrar y ejecutar, son las estrategias más refinadas que el Estado utiliza para mejor vendernos la represión y el control orwelliano al que estamos sometidos. Así se destruye el proceso de toma de conciencia de la clase obrera, así se controlan las reservas mundiales de petróleo. Estas frases de Pajak en la primera página de Manifiesto incierto son una advertencia contra el olvido y la propaganda. Aunque nadie quiera escucharlas o las despache con una sonrisa irónica, hay que repetirlas una vez más.
Varios atentados atribuidos a grupos anarquistas sacuden Italia. En realidad, los llevan a cabo varios grupúsculos neofascistas manipulados por los servicios secretos. ¿Los instigadores? Se habla de altos cargos de la democracia cristiana, de la Logia P2, incluso de la CIA. La confusión es total. En las fábricas, la autogestión generalizada está a la orden del día. Todos los partidos políticos están nerviosos. ¿Cómo callar a la clase obrera? El terrorismo se revela como el mejor remedio contra la utopía. (p. 7)
Benjamin, como el «ensayo gráfico» de Pajak, era un filósofo difícil de encasillar. En su obra los tres grandes metafísicos son, y no en sentido metafórico, Franz Kafka, James Joyce y Marcel Proust. Sin embargo, es marxista y, por tanto, consciente de que la novela contemporánea y el arte de vanguardia son un producto que no tiene más público que la burguesía. El marxismo le sirve, además, para alejarse del fundamentalismo sionista o dar razón de por qué la crítica de Zola es mejor literatura que el nihilismo y las bromas antisemitas de Céline. Pero ni Benjamin ni Pajak pueden ser marxistas ortodoxos. Benjamin es un burgués que veranea en Ibiza y se pule el dinero en los juegos de azar y Pajak duda de que la utopía del proletariado vaya a incluir al lumpen, a las putas, a los traperos, a los sin papeles, a los enfermos, al flâneur:
He trabajado, pues, más de diez años, nunca de forma estable, siempre por semanas, cobrando en metálico los viernes por la tarde. He conocido la tiranía de los jefecillos y los capataces, la suficiencia de los patrones, la abulia de los empleados. Nunca hubo «solidaridad»: a los trabajadores no les caen bien los sustitutos. (p. 21)
El capítulo central de Manifiesto incierto es «Soñador abismado en el paisaje». A él pertenece la ilustración de la portada: el pensador perdido entre la multitud, el pueblo. Su mirada está abierta al peligro que se cierne «sobre los vivos y los muertos» pero no puede comunicarlo. Nadie escucha. El pueblo ama a sus tiranos, a Hitler, a Mussolini, a Franco, a Stalin. El pueblo es incomprensible, opaco, como las masas de Baudrillard. Y los intelectuales revolucionarios sólo hablan entre sí con una sonrisa en la que se entrelazan la idiotez y la fealdad.
Si el pueblo sucumbió al fascismo fue porque los intelectuales no supieron dirigirse a él. Dejaron vía libre a los demagogos y los periodistas. Los intelectuales sólo se dirigen a los intelectuales y a un puñado de políticos que les proporcionan la ilusión de tener algo que decir. Pero el pueblo no forma parte de sus caprichos. Es una criatura opaca, un pulso sordo que late a su propio ritmo, se interrumpe de golpe y explota para luego retomar su latido. Siempre es él quien marca el compás. El pueblo: esa indecible entidad que rechaza cualquier definición, esa masa que se exalta con la guerra y agoniza con la paz, que parece reclamar a veces la verdad, incluso encarnar la «sabiduría popular», justo antes de aclamar lo peor. El pueblo es incomprensible.
Estos intelectuales me recuerdan, no esa maldad inteligente de la que habla Platón, sino la que tiene su origen en la estupidez y la autocomplacencia. Se repite en algunos rostros de El Roto, Durero, El Bosco (y tertulianos del programa televisivo que ha neutralizado la política convirtiéndola en espectáculo, «La Sexta Noche»).

Irremediablemente, en la década de los treinta la cultura se convirtió en barbarie: «Ahora, cuando uno oye a un alemán hablando de cultura, está bien sentir un revólver en el bolsillo» (p. 165). Aplicado a la actualidad: cuando uno oye hablar de Derechos Humanos a los políticos de la Unión Europea le conviene no viajar en patera ni intentar trepar una valla, de esas con concertinas… las más humanas de todas…

Es cierto. Me equivoqué. Como dice Pajak el pueblo es incomprensible y los intelectuales sólo hablan entre ellos.
Un abrazo.
Gracias a ti y a otros pocos intelectuales (que yo conozca) que vía internet, estáis ahí de forma dinámica, ofreciendo, compartiendo, a/con quien le interese, vuestros pensamientos y reflexiones sobre la vida humana y su complejidad eterna.
Gracias de las personas de a pie, que no tenemos relación directa con los intelectuales, pero que gracias a esta vuestra actitud abierta, podemos participar y seguir formándonos en el conocimiento, que es dinámico y sin fin.
Gracias por darnos una alternativa válida a «lo regulado» que no nos quiere, ni nos representa, pero se nos impone, gracias por compartir y hacernos partícipes de ……….
Mercedes
Hola Mercedes, gracias por el elogio.
Un abrazo.
Eugenio.
Profesor, ¿conoce la obra de Juan José Saer?
No la he leído pero las reseñas que veo de él en la red no pueden ser más elogiosas. Creo que le podría gustar «Glosa».
PD: ¿Le gustaba Leonard Cohen?
Un saludo.