Charles Bukowski: Ausencia del héroe

Charles Bukowski: Ausencia del héroe. Ensayos y relatos inéditos (1946-1992). Eduardo Iriarte (tr.) Barcelona: Anagrama, 2012. 

Esta antología incluye bastantes «relatos guarros» de la columna «Escritos de un viejo indecente» que Bukowski publicó en «Los Angeles Open City» y «Los Angeles Free Press» en los años sesenta. Dos panfletos políticos conservadores y otros dos de corte romántico sobre la misión del escritor. No aportan nada que no sepamos ya a través del resto de su obra. También hay que hacer notar que la «argumentación filosófica» no es lo suyo. Y, por último, algunos textos más trabajados, con una cierta calidad poética, como los titulados «La razón detrás de la razón» o «Ausencia del héroe» y otro muy cómico hacia el final, «El invasor».

El relato que más me ha interesado es «El este de Hollywood: el nuevo París» porque Bukowski describe con una sinceridad apabullante cuál fue su evolución como escritor. A los cincuenta empezó a publicar relatos guarros porque los pagaban bien y podía permitirse el lujo de dejar de trabajar y escribir poesía. Sabía que era, de alguna manera, prostituir su talento pero no había otro remedio. Este párrafo es su modo de pedir disculpas:

A los 50 había renunciado a una vida normal. Dejé mi empleo y decidí hacerme escritor profesional. Quería ganar dinero escribiendo porque me gustaba beber por la noche y no me gustaba levantarme por la mañana. Era capaz de escribir un buen relato guarro, una violación, un asesinato, algo que muchos querían hacer pero no tenían agallas para intentarlo, así que se lo escribía de una manera verosímil y a ellos les resbalaba la baba blancuzca pierna abajo y a mí me pagaban. Me gustan las palabras. Podía hacerlas bailar cual coristas o podía usarlas como balas de ametralladora. Así que me prostituía, mucha gente se prostituye, igual que tu madre probablemente cobró por dejar que los perros se la follaran por el culo en callejones sucios, sólo que no te lo contó. (p. 236)

El problema de los «relatos guarros» es que han envejecido bastante mal. En cierto sentido, se adelantó a su tiempo pero, en lo que se refiere a «lo guarro», Internet lo ha cambiado todo. Si Bukowski viviese hoy día tendría que haber seguido trabajando en la Oficina de Correos.
Los poemas, mientras tanto, se acumulaban en un armario. A nadie le interesaban. La visita casual de un editor es el principio del mejor Bukowski, el poeta.

-Estoy poniendo en marcha una editorial, la Red Vulture Press, y voy a empezar con una plaquette. ¿Tienes algún poema para que le eche un vistazo? -me preguntó.
-Abre esa puerta de ahí. -Señalé el armario.
Martin Johnson se levantó, se acercó y abrió la puerta. Una montaña entera de poemas osciló un instante y luego se derramó sobre la moqueta.
-¿Has escrito tú todos esos poemas? -me preguntó.
-Sí.
-¿Qué hacían en el armario?
-Bueno, cuando acabo 3 o 4 poemas, abro la puerta una rendija y los meto ahí.
-¿Por qué no los mandas a algún sitio? -me preguntó.
-Eso no da dinero. Escribo relatos guarros.
-¿Te importa si les echo un vistazo?
-Adelante. (p. 249)

A pesar de que en ocasiones afirme que escribe poesía para follarse a las jovencitas que van a sus recitales, en realidad es consciente de que la poesía es su salvación y, a lo mejor, la de algún otro.

A quienes mejor se les da la poesía es a aquellos que tienen que escribirla y seguirán escribiéndola sea cual sea el resultado. Pues si no la escriben, ocurrirá alguna otra cosa: asesinato, suicidio, locura, Dios sabe qué. El acto de escribir la Palabra es el acto del milagro, la salvación, la suerte, la música, el seguir adelante. Despeja el espacio, define la bazofia, te salva el cuello y de paso le salva el cuello a algún otro. Si de alguna manera se deriva de todo ello la fama, no hay que hacerle ningún caso, hay que seguir escribiendo como si el siguiente verso fuera el primero. (p. 324)

No obstante, siempre late un fondo solipsista en su actividad literaria que implica una relación muy peculiar con el lector.

Vaya gilipollas, los lectores de mis obras. Yo había creado para mí. Ahora era una víctima. Bajé la mirada y reparé en todas las jovencitas. Muchas me silbaban y me gritaban, me llamaban cerdo machista, pero lo que más quería la mayoría de ellas era echarme un polvo. Querían follarme; querían encontrar la semilla de mí alma marchita, como si me saliera de la punta de la polla. (pp. 241-242)

Un libro sólo para incondicionales de Bukowski. A quien no lo conozca o lo aborrezca le recomiendo sus libros de poesía como Arder en el agua Ahogarse en el fuegolo importante es saber atravesar el fuego y Poemas de la última noche de la tierra.

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