Camille Paglia: Sexual Personae (IV)

Camille Paglia: Sexual Personae. Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson. Pilar Vázquez Álvarez (tr.) Madrid: Valdemar, 2006.

Apuntes del cuarto capítulo de Sexual Personae: «La belleza pagana».

Mientras la cultura egipcia fue capaz de sintetizar el culto a la claridad solar y a los misterios terrenales, al ojo y al laberinto, unificando a todas las clases sociales en un solo sistema de creencias, la cultura griega siempre estuvo dividida. Puede decirse que existió una aristocracia seguidora de los dioses del Olimpo frente a la clase campesina, que continuaba adorando a los «espíritus primigenios de la tierra«.

En cualquier caso, la cultura griega del s. V es marcadamente apolínea. Pero estos períodos gloriosos para el arte no suelen durar demasiado: Dioniso no tardó en resurgir con la llegada del helenismo. Paglia insiste en la inversión de la tesis fundamental de Nietzsche para quien fue la victoria de lo apolíneo (Platón) el principio de la decadencia de la cultura occidental. Para Paglia ocurre a la inversa. Es lo dionisiaco, la disolución de todas las formas, el principio de la decadencia. Paglia analiza la evolución de lo apolíneo a lo dionisiaco en la tragedia y la escultura.

La Orestíada de Esquilo simboliza el triunfo de lo apolíneo. En su vuelta de Troya, Agamenón sacrifica a su hija Ifiginea para que la mar le sea favorable. Su esposa Clitemnestra se venga y, junto a su amante Egisto, asesinan a Agamenón a su llegada. Electra y Orestes, hijos de Agamenón, se confabulan contra los asesinos de su padre. Orestes mata a Egisto y a su madre. Las Erinias, las Furias, encargadas de castigar los crímenes innombrables persiguen a Orestes hasta que se celebra un juicio. El fallo es favorable a Orestes gracias a la intervención de Apolo y Atenea que sitúan a Agamenón por encima de Clitemnestra.

Las Bacantes de Eurípides simboliza el retorno de lo dionisiaco. El rey Penteo se niega a reconocer a Dioniso como dios. Este recluta entre sus seguidoras, las bacantes, a la madre de Penteo. Cuando este quiere ver los prodigios que realizan las poseídas por Dioniso se camufla vistiendo ropas de mujer. Es descubierto y descuartizado por su propia madre. Las Bacantes es una inversión absoluta de la Orestíada y, como tal, marca el declive físico y mental de la cultura griega.

Otra tragedia de Eurípides, Medea, refleja la expansión del caos dionisiaco entre los griegos. Medea, personaje sexualmente ambiguo con facultades mágicas, es rechazada por la sociedad y se venga del modo monstruoso que todos conocemos. Paglia cita un pasaje de Medea muy significativo: para vengarse de la prometida de Jasón le envía un traje de boda envenenado y la pobre víctima se descompone como los nazis que abrieron el Arca Perdida. La anulación de la forma es típica de la victoria de lo dionisiaco.

En la escultura griega Paglia observa el tránsito desde la primitiva representación de influencia egipcia del kouros (joven) en el s. VII a. C. al Efebo de Kritios del s. V. a. C primer ejemplo histórico del contraposto. La figura adquiere por vez primera movimiento y personalidad individual.

Kouros. Metropolitan Museum of Art, New York, 590 a. C.
Efebo de Kritios, Museo de la Acrópolis, Atenas, 480 a. C.

Ya no se trata de un tipo, sino que es un joven de verdad, serio y regio. Su cuerpo suave y bien formado tiene una sensualidad pura. En el kuros arcaico, que era calipigio, se realzaban y se valoraban más que la cara las nalgas grandes y bien formadas. Pero las nalgas del Efebo Critios tienen un refinamiento femenino, tan erótico como el pecho en la pintura veneciana. Es una figura en contrapposto: aprieta una nalga y relaja la otra. El artista las imagina como una manzana y una pera, brillantes y compactas… La pederastia griega alababa el magnetismo erótico de los muchachos adolescentes de una forma que hoy puede llevarle a uno a vérselas con la justicia. (pp. 180-185)

El efebo griego es el ídolo del ojo apolíneo, reproche definitivo a la madre naturaleza, rechazo del laberinto del cuerpo femenino, marcado por los fluidos y la procreación. La decadencia de la escultura griega comienza cuando el desnudo masculino es sustituido por el femenino.

La representación del efebo tuvo continuación en el arte romano y, a través del arte bizantino, en la imaginería cristiana. Así, por ejemplo, el San Sebastián de Botticelli.

Sandro Botticelli: San Sebastián, 1473. Museos Estatales, Berlín.

La civilización romana supuso la decadencia del ideal apolíneo por varios motivos. En Catulo y Ovidio se percibe la proliferación infinita de las personas del sexo. En el poder omnímodo de los emperadores se hizo realidad esta fantasía que significó la decadencia del imperio. Paglia observa en la historia de Roma el argumento perfecto contra el ideal contemporáneo de libertad absoluta. Se aprecia aquí el lado conservador de Paglia.

Las vidas de los despilfarradores emperadores demuestran lo inapropiado del mito moderno de la libertad personal. Aquellos eran hombres a quienes la libertad había enfermado. La liberación sexual, ese engañoso espejismo, termina en cansancio e inercia. El día del emperador era la androginia en acción. Pero ¿era acao más feliz que sus antecesores republicanos, con sus rígidos roles sexuales? La represión da un sentido y un fin a las cosas. (p.215)

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