Ricardo Piglia: Blanco nocturno

Ricardo Piglia: Blanco nocturno. Barcelona: Anagrama, 2010.

En las primeras páginas de su última novela Piglia juega con el lector del mismo modo que Hitchcock lo hizo en Psicosis con el espectador. En ambos casos se da un uso magistral del MacGuffin. Hitchcock nos hace pensar que la película girará en torno a Vera Miles, el robo y el dinero, y Piglia nos hace creer que el acontecimiento central de su novela será la investigación del asesinato de Tony Durán en un pueblecito de la provincia de Buenos Aires.

Hitchcock se recrea generando expectativas en el espectador al apuntar la cámara hacia detalles sólo aparentemente significativos como, por ejemplo, el impertérrito policía que despierta a la protagonista en la cuneta. Piglia también se regodea en los primeros capítulos en una historia sórdida sobre un gigoló mulato, Tony Durán, que comparte cocaína, lecho y herencia con las gemelas Ada y Sofía Belladona; aunque tampoco evita el comercio carnal con el conserje japonés del hotel en que se alojan, el afeminado Yoshio. Parece una novela policiaca aliñada con algo de sexo, pampa y gauchos.

Sin embargo, Anthony Perkins termina por entrar en escena y la película empieza de nuevo. Así ocurre también en la novela de Piglia. El protagonismo pasa de Tony Durán al comisario Croce y de este a Emilio Renzi, el periodista, para terminar finalmente en Luca Belladona, el iluminado, el místico, el Macedonio Fernández de Blanco nocturno. A través de esta sucesión de personajes, Piglia abandona la novela policiaca y transforma, como es habitual en su narrativa, la literatura en metafísica.

La descripción de Croce la ofrece Luna, director del periódico para que el que trabaja Renzi. Es uno de esos textos que merece la pena citar:

[Los comisarios] son los especialistas del mal, los encargados de que los idiotas duerman tranquilos, le hacen el trabajo sucio a las bellas almas. Se mueven entre la ley y el crimen, vuelan a media altura. Mitad y mitad, si cambiaran la dosis no podrían sobrevivir. Son los guardianes de la seguridad y la sociedad les delega la función de ocuparse de lo que nadie quiere ver… (p. 138)

Croce le explica a Renzi su peculiar método de investigación. Sólo somos capaces de ver lo que previamente anticipamos. Las resonancias de la reminiscencia platónica y la Psicología de la Gestalt son evidentes. Resulta extraño no encontrarnos con el clásico detective que procede inductivamente sino con alguien como Croce que, por intuición intelectual o, como él dice, «de oído», escucha la hipótesis correcta para, a continuación, ordenar el puzzle de los hechos.

Hay que tener una base y luego hay que inferir y deducir. Entonces -concluyó— uno ve lo que sabe y no puede ver si no sabe… Descubrir es ver de otro modo lo que nadie ha percibido. Ese es el asunto. (…) Un enfermo no ve el mismo mundo que un tipo sano, un triste no ve el mismo mundo que un tipo feliz… ya sé lo que pasó, ya vi, pero no puedo probarlo todavía… Todo consiste en diferenciar lo que es de lo que parece ser… Fijarse en algo es quedarse quieto ahí. (pp. 142-144)

La investigación deriva hacia uno de los hermanos Belladona, Luca, de la misma cuerda epistemológica que Croce. Al encontrarse por casualidad con un libro de Jung explica cómo el azar se transforma en destino: «al leerlo descubrimos lo que ya sabíamos y en ese libro encontramos un mensaje que nos estaba personalmente dirigido». Luca llega a la conclusión de que en nuestra vida onírica está escondida la lógica de lo real. Si desatendemos el mensaje en clave de los sueños estaremos a merced del caos.
En la soledad inmensa de la pampa, encerrado en una fábrica de coches en quiebra, Luca inventa el Nautilus, una máquina macedoniana que recuerda mucho a lo que es hoy día el fenómeno Internet:

-Hemos pensado llamarla Nautilus a esta máquina … es el anuncio de la nueva época: vehículos quietos que traerán el mundo hacia nosotros en lugar de tener que viajar nosotros hacia el mundo. (p. 257)

Tras internar en un manicomio a Croce por intuir la verdadera razón del asesinato de Tony Durán («motivación desviada») se lleva a cabo un juicio en el que lo de menos, como suele ocurrir en todos los tribunales, es la verdad.

Quien guste de la literatura de Piglia no se sentirá decepcionado por Blanco nocturno.

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