Don DeLillo: El hombre del salto. Ramón Buenaventura (tr.) Barcelona: Austral, 2010.
¿De qué trata El hombre del salto, la novela que DeLillo dedica al 11/S?
Como suele ocurrir en la obra de DeLillo, el argumento es banal. Keith consigue escapar de una de las torres con un maletín que no es suyo. En su huida atraviesa la nube de polvo y muerte que inunda las calles.
Había muertos por todas partes, en el aire, en los escombros, en los techos cercanos, en los vientos que llegaban del río. Estaban colocados en la ceniza y rociados en las ventanas de la calle entera, en su pelo y en su ropa. (p. 33)
En lugar de regresar a su piso de soltero se presenta por sorpresa en casa de su ex, Lianne. Esta presencia la performance perturbadora de un artista callejero que reproduce en distintos puntos de la ciudad una imagen que dio la vuelta al mundo, the falling man.
Lianne pensó en los pasajeros. El tren surgiría a toda velocidad del túnel sur y luego iría reduciendo la marcha, al acercarse a la estación de la calle 125, a eso de un kilómetro. El tren pasaría y el hombre saltaría. Habría a bordo unos que lo verían quieto y otros que lo verían saltar, todos ellos arrancados de sus ensoñaciones diurnas o de sus periódicos o cuchicheando su asombro a los teléfonos móviles. Esas personas no lo habrían visto ponerse el arnés. Solamente lo verían saltar y desaparecer. Luego, pensó Lianne, los que ya hablaban por teléfono, los que se lanzaran al teléfono, todos tratarían de describir lo que habían visto ellos mismos o habían visto otros, cerca de ellos, y ahora les estaban contando. Era una cosa la que tenían que contar, en esencia. Una persona que salta. El hombre del salto. Lianne se preguntó si ésa sería su intención, extender así la palabra, por teléfono móvil, íntimamente, como en las torres y en los aviones secuestrados. (p. 193)
Su hijo Justin junto a dos amiguitos, traumatizados por el derrumbe de las torres, espían el cielo con prismáticos en busca del malévolo Bill Lawton, un ente tan fantasmagórico como el auténtico Bin Laden.
La madre de Lianne, Nina y su pareja Martin discuten sobre las causas de los atentados. Nina ve en los Estados Unidos un país inocente, víctima del fanatismo suicida de una religión diabólica. Martin, al contrario, es consciente de que esas dos torres no eran más que una «provocación», una obscena «fantasía de riqueza» que pedía a gritos su derrumbe. Estados Unidos, concluye, es un país irreconocible que ha dejado de ser el centro del mundo.
Pronto llegará el día en que nadie tendrá que pensar en Estados Unidos, si no es por el peligro que supone este país. Está perdiendo el centro. Se está convirtiendo en el centro de su propia mierda. Ése es el único centro que ocupa. (…) A Estados Unidos ya no lo conozco. No lo reconozco —dijo—. Hay un vacío donde antes se hallaba Estados Unidos. (p. 226-228)
DeLillo, a través de Hammad, introduce el punto de vista de los terroristas suicidas. Hammad recuerda su entrenamiento en Afganistán y las discusiones con el líder Mohamed Atta sobre las razones filosóficas de su misión. En el fondo, vivir merece la pena si se tiene una causa para morir. El problema de los infieles, con sus parques, su jogging, sus centros comerciales… es que ya están muertos. Su misión es revelar al mundo esta agónica verdad.
«El nombre de Dios en boca de los asesinos y de las víctimas, al mismo tiempo, primero un avión, luego el otro…» (p. 158)
Pero, en realidad, El hombre del salto, trata de otra cosa, trata de las obsesiones del propio autor con el tiempo. Para DeLillo existen dos planos de la realidad. En el más superficial el tiempo fluye y los sucesos se diluyen como «lágrimas en la lluvia». Sin embargo, también existen instantes donde el tiempo se pliega sobre sí mismo y atisbamos un pedazo de eternidad. Como si nos adentrásemos en otra dimensión donde la vida, la muerte y la verdad pierden todo significado y sólo queda el vacío, la nada. La escritura de DeLillo es una insistente búsqueda de esos instantes milagrosos. DeLillo escribe desde un apocalipsis que ya ha tenido lugar, desde ese punto omega siniestro que protagoniza su siguiente novela.
Dos apuntes antes de terminar:
1. DeLillo habla textualmente de «diecinueve hombres que vienen aquí a matarnos». Pero la realidad es que posteriormente se ha descubierto que algunos de ellos siguen aún con vida. Es el ejemplo de Waleed, el segundo de la lista, localizado por la BBC.
A este tipo de discurso DeLillo le dedica una sola línea: «algún movimiento paranoico pro verdad» (p. 215). El nihilista DeLillo da por válida la versión oficial del 11/S, una historia que hace aguas por todas partes, empezando por el supuesto Boeing que se estrelló contra el Pentágono.
2. Magnífico trabajo de Ramón Buenaventura en la traducción.
Gracias por lo de «magnífico trabajo». Magnífico no sé, pero trabajo… mucho. 🙂
Acabo de terminar El ángel esmeralda y me reitero en lo dicho 🙂
Hay algo muy especial en DeLillo: tras la anécdota más nimia una revelación, me sorprende siempre cómo es capaz de suspender el paso del tiempo y mirar.
Aunque sea mucho trabajo supongo que también tiene que ser un placer dedicar horas a un material tan delicado.
Saludos.