
Heráclito dice en alguna parte que todo cambia y nada permanece y comparando las cosas existentes con la corriente de un río dice que no te podrías sumergir dos veces en el mismo río.
Platón: Crátilo 402 a, citado en Kirk G. S., Raven, J. E.: Los filósofos presocráticos, Jesús García Hernández (tr.), Madrid: Gredos, 1981, p. 278.
Este cosmos no lo hizo ningún dios ni ningún hombre, sino que siempre fue, es y será fuego eternamente vivo.
Heráclito, Fr. 30, citado en ibid., p. 281.
La guerra es común a todas las cosas y la justicia es discordia, y todas sobreviven por la discordia y la necesidad.
Heráclito, Fr. 80, citado en ibid., p. 276.
Lo mismo es vida y muerte, velar y dormir, juventud y vejez; aquellas cosas se cambian en éstas y éstas en aquellas.
Heráclito, Fr. 88, citado en ibid. , p. 269.
Para Dios todas las cosas son hermosas, buenas y justas, pero los hombres han supuesto que unas son justas e injustas otras.
Heráclito, Fr. 102, citado en ibid., p.273.
Siempre se quedan los hombres sin comprender que el logos es así como yo lo describo, lo mismo antes de haberlo oído que una vez que una vez que lo han oído; (…) Por tanto es necesario seguir lo común; pero, aunque el logos es común, la mayoría vive como si tuviera una inteligencia particular. (…) Tras haber oído al logos y no a mí es sabio convenir en que todas las cosas son una.
Heráclito, Fr. 1, 2, 50. citado en ibid., p. 266.
¿Existe culpa, injusticia, contradicción y dolor en este mundo? iSí!, exclama Heráclito, pero sólo para el hombre de inteligencia limitada que ve únicamente lo separado, y no la unidad; y no para el dios. Para éste, todas las cosas y sus contrastes, los contrarios, no conforman más que una totalidad armónica, invisible para el ojo del hombre común pero comprensible para quien, como Heráclito, es semejante al dios contemplativo. Ante su ardiente mirada no queda ni una sola gota de injusticia en el mundo que se expande a su alrededor; incluso Heráclito superará aquella dificultad cardinal -cómo es posible que el fuego puro pueda adoptar formas tan impuras- mediante una metáfora sublime. Un regenerarse y un perecer, un construir y destruir sin justificación moral alguna, sumidos en eterna e intacta inocencia, sólo caben en este mundo en el juego del artista y en el del niño. Y así, del mismo modo que juega el artista y juega el niño, lo hace el fuego, siempre vivo y eterno; también él construye y destruye inocentemente; y ese juego lo juega el eón «consigo mismo». Metamorfoseándose en agua y en tierra, lo mismo que un niño construye castillos de arena junto al mar, el fuego eterno construye y destruye y de época en época el juego comienza de nuevo. Un instante de saciedad; luego, otra vez le acomete la necesidad tal y como al artista le oprime y le obliga el deseo de crear. No es el ánimo criminal suscitado por la saciedad, sino el ánimo incesante de jugar el que da vida nuevamente a los mundos. El niño se cansa de su juguete y lo arroja de su lado o de inmediato lo toma de nuevo y vuelve a jugar con él, según le dicta su libre capricho. Mas en cuanto construye, no lo hace a ciegas, sino que ensambla, adapta y edifica conforme a leyes, siguiendo un patrón, y conforme a un orden íntimo.
Friedrich Nietzsche: La filosofía en la época trágica de los griegos, L. F. Moreno Claros (tr.), Madrid: Valdemar, 2003, pp.67-68.