Platón: Las leyes, libro II

La Academia de Platón. Mosaico de Pompeya, s. I.
La Academia de Platón. Mosaico de Pompeya, s. I.

En el segundo libro de Las Leyes Platón aclara cuál debe ser la utilización correcta de las «reuniones con vino» dentro del Estado. Es decir, cuándo y de qué modo se debe permitir emborracharse a los ciudadanos.  Platón inserta el uso de la droga donada por Dioniso al hombre, el vino, dentro de las danzas corales que practicaban los griegos. En estas danzas hay que prestar atención a la letra que se canta, la melodía y el ritmo de la música, y las figuras corporales de la danza.

¿Qué criterio debemos utilizar para discriminar las danzas corales apropiadas para la educación? El criterio de la mayoría es el placer: una música es buena si es placentera. Para Platón este es un criterio irracional y aberrante pues no busca la virtud. Platón parte de su teoría imitativa de las artes para dar una respuesta mejor. La música y la danza son, como todas las artes, imitativas. Los bailes corales imitan conductas ya sean propias del vicio o de la virtud. Está claro para Platón que su influencia será positiva si imitan la virtud y perjudicial si imitan el vicio. Veamos su razonamiento: si se le diese a elegir a la gente cuál es su arte preferido, los niños elegirían las marionetas, los jóvenes las comedias, las mujeres el melodrama, y los viejos sabios el recitado de los poemas de Homero y Hesíodo. Platón está de acuerdo en que hay que juzgar la música por el placer que proporciona. Pero el placer que ha de servir como criterio no es el placer de niños, jóvenes y mujeres sino el placer de los mejores y suficientemente educados. Es, por tanto, el criterio de los viejos sabios el que debe prevalecer. Es habitual leer en Platón diatribas antidemócratas relacionadas con la estética. Este es un buen ejemplo:

También yo estoy de acuerdo con el vulgo en que es necesario juzgar la música por el placer, pero, por cierto,  no por el de cualquiera, sino que, me atrevo a decir, la Musa más hermosa es aquella que deleita a los mejores y suficientemente educados, y, en especial, la que proporciona placer a aquel único que se distingue por su excelencia y su educación. Por eso sostenemos que los jueces de tales asuntos necesitan de la virtud, porque deben ser partícipes de toda la inteligencia restante y, además, de la valentía. Pues el verdadero juez debe juzgar no porque se entera por la platea, aturdido tanto por el alboroto de la multitud como por su propia incultura, ni, tampoco, en una actitud fácil, proferir abiertamente por su boca, con la que invocó a los dioses cuando iba a juzgar, un veredicto mentiroso, contra su buen saber y entender, por debilidad y cobardía. Pues el juez está sentado no como alumno, sino más bien como maestro de los espectadores, como debe ser, para oponerse a los que dan a los espectadores un placer que no es ni conveniente ni correcto. Eso era posible con la antigua costumbre griega, no como la siciliana e italiana actual, que lo deja al arbitrio de la muchedumbre de los espectadores y juzga quién ha vencido por las manos alzadas y que ha destruido,  por un lado, a los poetas mismos —ya que escriben para el placer de los jueces, que es grosero, de modo que los espectadores se educan a sí mismos— y, por otro, corrompió los placeres del teatro. Pues los que escuchan algo mejor que sus propios caracteres alcanzan necesariamente un placer mejor, ahora les ocurre todo lo contrario por su propia culpa. (659a)

El legislador, por tanto, habrá de seleccionar aquella música que, escuchándola niños y jóvenes, se adecúe a los criterios de los mayores y mejor educados. Obligará a los poetas a que en sus obras se imite a los hombres «prudentes, valientes y absolutamente buenos». Es más, los obligará a mostrar que el hombre bueno, independientemente de si tiene o no riquezas y poder, es absolutamente feliz. Y que el hombre injusto, el tirano, aunque posea todas las riquezas del mundo, es esencialmente infeliz. Platón vuelve otra vez sobre este tema que ya era el eje fundamental de la República. Del mismo modo que en la República Calicles duda de esa tesis sostenida por Sócrates, aquí los interlocutores del Ateniense dicen no estar muy convencidos de la misma idea. Creen que el rico y el poderoso es siempre feliz mientras que el justo normalmente sufre todo tipo de penalidades. La respuesta de Platón a esta objeción es clásica: puede ser que desde la perspectiva del injusto la vida corrupta y placentera parezca la mejor pero no así desde la perspectiva del justo. Evidentemente, debe imponerse el criterio del justo. Pero aun cuando este argumento sea demasiado circular para ser convincente, es una mentira que el legislador ha de utilizar para educar correctamente a la juventud pues, de lo contrario, el orden social se descompone. Así defiende Platón la mentira de Estado:

Un legislador de algún valor, por pequeño que sea, incluso si no hubiera sido esto tal como ahora nos ha persuadido el argumento que es, si se hubiera atrevido a decir alguna otra mentira a los jóvenes por su bien, ¿es posible que hubiera dicho una mentira más provechosa que ésta y que fuera más eficaz para que todos actúen justamente, no por coacción, sino por propia voluntad?

Por tanto, todos los coros deben cantar para educar a niños y jóvenes una sola verdad, que la vida del justo es la mejor y más placentera. Los coros han de ser de tres tipos: el de los niños, que deben cantar con toda seriedad y abstenerse del vino, el de los jóvenes hasta los treinta años, a los que se permite un uso moderado del vino, y el de los mayores de entre treinta y sesenta, que han de beber bastante para vencer el temor a hacer el ridículo ante los demás. El vino es un regalo de Dioniso especialmente indicado  «como remedio auxiliar contra la decrepitud de la vejez, para que rejuvenezcamos y, de la mayor dureza, el carácter del alma se vuelva más blando por el olvido de nuestro desánimo, como se vuelve el hierro cuando es colocado en el fuego, y sea así más dúctil» (666a) De este modo, se ablandarán las almas de los mayores y estarán más predispuestas al aprendizaje.

Quienes deben mantener estas costumbres son los mayores de sesenta, los legisladores, siempre sobrios, del Estado. Si no está bajo su supervisión y de acuerdo a las normas ya vistas, el vino debería ser prohibido.  Así lo cuenta Platón:

Pero si, como en un juego, llega a ser posible incluso que beba el que quisiere, cuando lo quisiere y con quienes quisiere mientras practica cualquier 674a  otro tipo de costumbres, no votaría que esa ciudad o ese hombre deban utilizar alguna vez la embriaguez, sino que todavía más que a la abstinencia de los cretenses y lacedemonios me sumaría a la costumbre de los cartagineses, que nunca nadie en campaña pruebe esta bebida, sino que durante todo el tiempo tomen agua y, además, que en la ciudad ninguna esclava ni ningún esclavo la pruebe jamás, ni los magistrados durante el año en que ejercen su función, ni los timoneles, ni los jueces, mientras estén en actividad, deben probar ni una gota de vino, ni el que quiera acudir a ningún consejo digno de alguna mención para dar su opinión, ni en absoluto ningún día, si no es por ejercicio corporal o por enfermedades, ni tampoco de noche cuando un hombre o una mujer tengan la intención de engendrar niños.

En este libro segundo Platón, al igual que en el Timeo, vuelve a tomar como modelo a imitar a Egipto. Allí nadie ha podido modificar un sólo acorde en miles de años. Una vez que fue entregada por la diosa Isis la música al pueblo egipcio esta se ha mantenido la misma a lo largo del tiempo.

Cuestionario.

  1. Si aplicáramos al mundo musical actual las teorías de Platón sobre la mejor música ¿qué opinión crees que tendría sobre el rap y el reggaeton? ¿Qué tipo de música clásica crees que preferiría: el barroco alemán o el dodecafonismo?
  2. Para Platón, la droga es un regalo de los dioses absolutamente necesario según la edad ¿Qué diferencias encuentras entre Platón y el planteamiento actual de «guerra contra las drogas»?
  3. El filósofo alemán Ernst Jünger cree que en la vejez uno debería estar autorizado a tomar cualquier tipo de sustancia pues las drogas, dice, ayudan a hacer más fácil el tránsito hacia la otra vida. ¿Qué opinas al respecto?
  4. ¿Qué ejemplos de «mentira de Estado» reconoces en la vida política actual?
  5. Pensando en el arte contemporáneo,  ¿quién crees que debe determinar si algo es o no una obra de arte: el gusto de la mayoría, el discurso argumentado de los críticos, los inversores que compran arte, las élites religiosas o el todopoderoso Estado?
  6. ¿A qué crees que se debe la fascinación de Platón por el antiguo Egipto?

4 comentarios en “Platón: Las leyes, libro II

  1. Magnífica actividad. Nunca fui capaz de leer “Las Leyes”, pero veo que tiene enjundia; tomo nota. Ya conocía la página web, pero el blog lo supera con creces: tienes el mejor espacio sobre filosofía de la red y es un modelo para los que nos estamos iniciando en esto. Muchas gracias por la visita y por el enlace. Nos leemos en la red.

    Saludos afectuosos.

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