Platón: Las leyes, libro I

 

Jean Delville (1867-1953) La escuela de Platón 1898.

Las leyes pertenece a los diálogos finales de Platón junto a Timeo, Critias y Político. Es un diálogo tan extenso como la República y ambos tienen como tema principal la política, es decir, proyectar cuál sería la mejor organización del Estado.

El escenario dramático es la isla de Creta. Allí tres ancianos, uno ateniense, otro espartano, Megilo, y otro cretense, Clinias, van de peregrinación desde Cnosos hasta el Monte Ida, santuario dedicado a Zeus. Se supone que fue en el monte Ida donde Rea ocultó a Zeus de su padre Cronos para que no lo devorase como a sus hermanos. También cuenta la leyenda que fue allí donde Zeus dio a Minos el conjunto de leyes tan admirables de los cretenses. El camino es largo y el calor hace mella en los ancianos, así que deciden aprovechar las numerosas paradas a la sombra de los árboles para dialogar sobre el tema de las leyes. Siendo Esparta, Atenas y Creta las regiones más relevantes del mundo griego la confrontación del diálogo permitirá hacerse una idea del escenario político en la Grecia clásica.

El tema principal del primer libro es determinar qué principios deben organizar las leyes de la ciudad. Espartanos y cretenses comparten una serie de costumbres como portar armas, los ejercicios físicos y las comidas en común cuyo propósito final es mantener a los ciudadanos preparados para la guerra. Aunque la mayoría no quiera darse cuenta, toda ciudad está permanentemente en guerra con las vecinas. Así de pesimista se expresa Platón:

Cl.-Sin duda, me parece que condena la necedad de la plebe que no sabe que durante su vida todos están continuamente en guerra contra todas las ciudades. Si durante la guerra deben comer en común para protegerse y sus guardias están organizados en jefes y subordinados, también hay que hacerlo en tiempo de paz, pues lo que la mayoría de los hombres llama paz, lo es sólo de nombre. En realidad, hay siempre por naturaleza una guerra no declarada de todas las ciudades contra todas. Si analizas de esa manera, descubrirás que el legislador de los cretenses ordenó casi todas nuestras costumbres y leyes como si mirara a la guerra y, precisamente con esa visión, nos encomendó que guardemos las leyes, en la creencia de que no se desprende ninguna utilidad de ninguna de las otras cosas, ni posesiones ni instituciones, si alguien no se impone con la guerra, ya que todos los bienes de los vencidos caen en manos de los vencedores. (625 e)

El anciano ateniense aclara que las leyes espartanas y cretenses están, por tanto, orientadas hacia una de las virtudes, la valentía frente al peligro externo, pero este no es principio suficiente para organizar todas las leyes de la ciudad, puesto que los peores peligros para ella vienen más bien de la sedición o revuelta interna y de la lucha interna de cada individuo con lo peor de sí mismo. Los ciudadanos no tienen que ser sólo valientes sino también fieles de modo que se impida a la muchedumbre de los peores hacerse con el poder.

Es necesario, por tanto, educar a los hombres en la virtud completa que incluye la inteligencia, la prudencia y la justica, además de la valentía. Las leyes espartanas y cretenses sólo fomentan la valentía frente al peligro externo pero esta es una valentía coja. A pesar de ello, el Ateniense alaba en ellas una norma fundamental: jamás se permite a nadie cuestionar la ley establecida.

Pues, incluso en el caso de que vuestras leyes estén realmente bien hechas, una de las mejores seguiría siendo la que prohíbe que ningún joven examine cuáles son buenas y cuáles no, sino que obliga a que con una voz y de forma unánime todos acuerden que todas son buenas, puesto que las dieron los dioses y, si acaso alguien llega a decir lo contrario, no permite, en absoluto, que se acepte escucharlo, mientras que si alguno de vuestros ancianos piensa algo, puede hacer tales reflexiones a un gobernante o a alguien de su edad, cuando ningún joven esté presente. (634 d-e)

El peor de los peligros para la ciudad y el individuo no llega desde fuera sino desde dentro. En el caso de la ciudad, de las revueltas internas, y en el caso de los individuos, de la peor parte de sí mismo, su tendencia a escuchar en demasía los consejos de los placeres y dolores. Estos hacen a los hombres esclavos y cobardes. Las leyes espartanas como la prohibición de las borracheras dionisiacas no educan para vencer ese peligro sino que hacen a los hombres más débiles. Es preferible el modo ateniense: las bebidas en común son el lugar donde los individuos aprenden a controlarse a sí mismos y se tiene noticia, además, de cuáles son los peores instintos de cada uno pues el vino revela la verdad en el fondo de cada hombre. El violento se manifiesta en toda su brutalidad y el cegado por los placeres de la carne ya no podrá ocultarlo más. Por tanto, el prohibicionismo extremo de Esparta no es la mejor forma de lidiar con las drogas. Sustancias como el vino tienen para Platón una importantísima utilidad social: ayudan a fomentar el autocontrol y revelan la naturaleza de los peores.

Un enfrentamiento digno de mención es el relativo a las costumbres sexuales en Esparta y Atenas. Megilo, el espartano, presume de la camaradería masculina que fomentan las comidas en común y los ejercicios físicos. El Ateniense le replica que tanta camaradería hace que los hombres espartanos olviden demasiado a menudo cuál es el modo natural de la relación sexual. Les acusa además de haberse inventado el mito de Ganímedes, un bello muchacho raptado por Zeus con intenciones aviesas. Y, ya se sabe, si los dioses lo hacen, lo propio de los hombres es imitarlos. Megilo replica al ateniense que la prohibición de los placeres hace a los espartanos expertos en el autodominio. El Ateniense le replica que las mujeres espartanas son bien conocidas por entregarse al primer extranjero que pasa. Entonces Megilo saca a relucir su argumento más fuerte en favor de las leyes espartanas: son las mejores porque nuestro pueblo siempre obtiene la victoria en la guerra. Y el ateniense le replica que este argumento es bastante discutible. La victoria en un enfrentamiento armado no garantiza la superioridad moral del vencedor.

At.—Buen hombre, no digas eso, pues muchas fugas y persecuciones han sido y serán inexplicables, por tanto, nunca diríamos que la victoria y la derrota en la batalla son un criterio evidente de las instituciones buenas y las que no lo son, sino discutible, puesto que las ciudades mayores vencen en la guerra a las menores y las esclavizan, los siracúsanos a los locrenses, que parecen ser los que poseen un mejor orden político en aquella región; los atenienses, a los ceos. Podríamos descubrir un sinnúmero de ejemplos semejantes. Pero procuremos alcanzar una convicción acerca de cada institución, sin considerar ahora las victorias y las derrotas; digamos que tal institución es buena, que tal otra no lo es.

Cuestionario.

  1. ¿Qué semejanzas existen entre el discurso de Platón acerca de la guerra y el «estado de naturaleza» en Hobbes?
  2. ¿Cómo se enfrentaría Platón hoy día al problema de las drogas? ¿Cuáles serían sus criterios para prohibir o legalizar?
  3. ¿A qué crees que se debe el relajamiento moral de las mujeres espartanas?
  4. ¿Cómo podrías aplicar hoy día el pensamiento platónico de que la victoria en la guerra no garantiza la superioridad moral de las leyes del bando vencedor?

5 comentarios en “Platón: Las leyes, libro I

  1. El telediario está al servicio del Gobierno.
    Ahí no hay imparcialidad.

    Una pena que no tenga tiempo para leer todos los artículos sobre Freud, son muy ejemplares.

    Gracias.

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