Don DeLillo: Libra (1988)

La historia se compone de la suma de los elementos que no nos cuentan.

Don DeLillo: Libra. Margarita Cavándoli (1998) Barcelona: Seix Barral 2005.

Libra. Libra es el signo astrológico de Lee Harvey Oswald, el presunto asesino de Kennedy. Su símbolo es la balanza, el equilibrio. Pero también la ambigüedad: Oswald quería, al mismo tiempo, ser marxista y trabajar para la CIA, quería ser «un desertor de verdad que se presentaría como un desertor falso que se presentaba como desertor de verdad».

 

El 22 de noviembre de 1963 John Fitzgerald Kennedy (JFK), presidente de Estados Unidos, fue asesinado en Dallas. Han pasado cincuenta años y las teorías en torno al suceso se superponen unas a otras intoxicando al ciudadano corriente con una nube de escepticismo. En una escena de Annie Hall (Woody Allen, 1977) el protagonista utiliza las teorías de la conspiración como excusa para rechazar a su amante. Las ideas alternativas sobre el asesinato de Kennedy quedan rebajadas al nivel de la clásica mentira piadosa: «me duele la cabeza».

En el extremo opuesto se sitúa JFK (Oliver Stone, 1991). Inspirada en las investigaciones del fiscal de Nueva Orleans Jim Garrison, desmiente las conclusiones de la Comisión Warren apoyándose en la famosa película Zapruder. Esta escena es un ejemplo paradigmático de la aceleración vertiginosa del montaje típica de Stone. Mezclando imágenes de archivo con la recreación del asesinato, el blanco y negro con el color, cualquiera que haya visto la película recuerda la conclusión inapelable del personaje interpretado por Kevin Costner: «Back and to the left…back and to the left…back and to the left». Por desgracia para el espectador la película concluye con un vergonzoso alegato del fiscal que apela al triunfo final de la verdad y la libertad de expresión.

Un año después, la fabulación patriotera de Stone es magistralmente parodiada por el nihilismo corrosivo de Seinfeld en el episodio 17 de la tercera temporada de la serie, «The Boyfriend». La escena es muy conocida, The Magic Loogie (el escupitajo mágico) 

¿Qué puede aportar la novela de DeLillo a este juego interminable de profetas, paranoia, indiferencia y parodia? La ficción literaria implica un salto cognitivo. El arte de la novela habita no en la simplicidad sino en la complejidad, no en lo superficial sino en lo profundo. Es inmune a la versión oficial y a las teorías conspiratorias que, en el fondo, se anulan entre sí.

En primer lugar, DeLillo muestra cómo los servicios de inteligencia funcionan siguiendo el dogma de la negación creíble o «plausible deniability». En ningún caso, el Presidente y los altos cargos de su gabinete pueden tener conocimiento del modo en que los funcionarios de la CIA llevan a cabo la «guerra sucia».  De ese modo, llegado el caso, siempre es factible recurrir a un chivo expiatorio. Kennedy opinaba que la Cuba comunista de Castro era una amenaza pero no podía estar informado de los estrafalarios métodos con que se intentó terminar con la vida del «barbas»: alianzas con la Mafia, que había perdido sus casinos en La Habana, cigarros envenenados, ratones con microexplosivos adheridos, experimentos con venenos de todo tipo… Pero, en último término, la Casa Blanca tenía que ser «la cima de la ignorancia«.

Cuando en 1961 un ejército paramilitar de anticastristas apoyados por la CIA intentó invadir Cuba desembarcando en Bahía de Cochinos Kennedy rehusó prestar apoyo aéreo. La operación fue un fracaso y quienes la habían planeado fueron defenestrados.

A partir de aquí DeLillo juega con la hipótesis de que estos agentes de inteligencia deciden completar la misión por su cuenta. Siguen la moral del respeto al deber kantiana. Necesitan un acontecimiento que estremezca al país y les de carta blanca para una segunda invasión. Nada mejor que un atentado fallido contra el Presidente que pudiera ser atribuido al  «Directorio Cubano de Información». Lee Harvey Oswald, el presunto asesino, un joven marine de ideas comunistas que había desertado a la Unión Soviética, emerge como el perfecto chivo expiatorio. El retrato que DeLillo hace de las tendencias marxistas y el deseo de ser «alguien» de Oswald es creíble y certero:

Todo se basa en obligar a la gente a comprar. Y si no puedes comprar lo que venden, para el sistema eres un cero a la izquierda. (…)

Lee se veía como integrante de algo inmenso y arrollador. Era producto de una historia radical, su madre y él encerrados en un proceso, en un sistema de dinero y propiedad que día a día disminuía su valía humana, como si de una ley científica se tratara. Los libros le convertían en parte de algo. Algo condujo a su presencia en esa habitación, en esa piel específica, y algo se desencadenaría. Hombres en cuartuchos. Hombres que leían y esperaban, que se debatían con ideas secretas y febriles. Trotski se apellidaba Bronstein. (…)

Sin embargo, Oswald padece dislexia. Sólo es capaz de leer con muchísimo esfuerzo. Esta incapacidad no se refiere sólo a los libros sino también a una realidad turbulenta, enigmática y velocísima. Las dificultades de Lee son las mismas a las que se enfrenta el agente Nicholas Branch, al que la CIA le ha encargado escribir una historia del asesinato de Kennedy, y también las del narrador, el propio DeLillo y el lector. Branch no quiere dejarse llevarse por las ideas conspiratorias. Si nos dejamos llevar por las coincidencias no tardamos en inventar una religión, piensa. Pero los hechos están ahí, resuenan:

  • las incoherencias del informe de la Comisión Warren son alarmantes «Los ojos de Oswald son grises, azules, pardos. Mide metro setenta y cinco, setenta y ocho, ochenta. Es diestro, es zurdo. Conduce, no sabe conducir. Es tirador de primera y no le acierta a tres en un burro.» Para colmo, es representante de la Asociación para el Trato Justo con Cuba y su despacho está en el mismo edificio que la agencia de detectives de Guy Banister, dedicada a organizar todas las actividades anticastristas de Nueva Orleans
  • las muertes súbitas e inexplicables de todos los relacionados con el caso: George de Mohrenschildt, mecenas de Oswald, se suicida en 1977; David Ferrie, su instructor militar, se suicida en 1967; Carlos Prío Socarras, expresidente de Cuba y traficante de armas, se suicida en 1978; Eladio del Valle, paramilitar anticastrista amigo de Ferrie, muerto a tiros en 1967; Walter Everett Jr., el analista al que se le ocurrió la idea del atentado para apoyar una segunda invasión, fallece por infarto en 1965; Wayne Wesley Elko, ex-paracaidista, mercenario y probable francotirador en la tragedia, muere en enero de 1966 por sobredosis de morfina; Brenda Jean Sensibaugh, la stripper a la que Jack Ruby envió dinero antes de matar a Oswald se ahorca en una celda de Oklahoma en 1965; Bobby Renaldo Dupard, amigo de Lee, muere de un disparo durante un atraco a mano armada en la ferretería en la que trabaja como encargado; Jack Leon Ruby muere de cáncer en 1967 mientras espera la revisión del juicio por el asesinato de Oswald.

A pesar de todo Branch concluye que lo sucedido en Dallas el 22 de noviembre de 1963 no fue una trama meticulosamente ordenada. Al contrario, como la vida misma, «la conspiración contra el presidente fue un asunto tortuoso, un asunto que, a corto plazo, triunfó sobre todo gracias al azar. Listillos e imbéciles, ambivalencia, voluntad férrea y diversas casualidades.»

Los motivos para eliminar a Kennedy no se reducían al fracaso en Bahía de Cochinos. Sus negociaciones con Kruschev durante la crisis de los misiles cubanos renunciando a invadir la isla para evitar una guerra nuclear fueron vistas como una claudicación. China y el sudeste asiático habían girado, además, hacia el comunismo. Algo tenía que ocurrir. «Lo fundamental es que Kennedy muera. El paso siguiente es que muera Oswald.»

De todos los personajes de la novela de DeLillo destaca el retrato de David Ferrie. Aunque Oliver Stone no reconozca la influencia del autor de Libra, lo mejor de JFK es la interpretación que Joe Pesci hace de este extraño personaje que coloca a Oswald en el momento preciso en el lugar adecuado. Ferrie, lampiño y con un tupé ridículo, obsesionado con encontrar una cura contra el cáncer, fanático del hipnotismo, expulsado del seminario por pederastia, excepcional piloto,  anticastrista radical, místico, representa la solución literaria al enigma de muerte de Kennedy. A él le pertenecen las ideas más densas de la novela y, como es habitual en DeLillo, son reflexiones en torno a la naturaleza del tiempo, la muerte y el destino. Es posible ralentizar el tiempo, mediante el hachís por ejemplo. Es posible elevarse por encima de él, contemplar tu destino, la fecha y hora exactas de tu muerte. El tiempo es la línea superficial donde se conectan causas y efectos pero las conexiones reales que detonan los acontecimientos se realizan en en un sustrato más profundo e intemporal, aquel donde habitan los sueños y las visiones.

En cuanto te decides conscientemente a curar la enfermedad tal como hice incluso antes de conocer la palabra cáncer, corres el riesgo de contraerla. ¿Comprendes? Lo que te mata es aquello en lo que fijas tu mente, tu obsesión personal y absoluta. Si eres poeta, la poesía te mata, y así sucesivamente. Se sepa o no, cada uno elige su propia muerte.

[Ferrie a Lee] Eres una rareza histórica, una coincidencia. Diseñan un plan y tú encajas como anillo al dedo. Te pierden y aquí estás. Todo tiene su pauta. Hay algo en nosotros que influye en los acontecimientos. Hacemos que las cosas ocurran. La mente consciente sólo expresa una faceta, pero somos más profundos. Nos prolongamos en el tiempo. Algunos somos casi capaces de prever la hora, el lugar y la naturaleza de nuestra muerte. Lo sabemos en un plano más profundo. Es como un idilio, un coqueteo. Yo la busco, la persigo discretamente.

Ferrie recitó la historia del hachís y encendió otro canuto. Tardó una eternidad. Todo se deslizaba lentamente. Estaban en un sitio donde cada latido del corazón necesitaba tiempo.

Reparé en algo de lo que no te has percatado. Los Libra nunca se fijan en las referencias a sí mismos. El símbolo oficial del Comité por el Trato Justo con Cuba es un hombre que sostiene una balanza en alto. Del mástil cuelgan dos platillos. Dondequiera que vas, te acompañan. Leon, ¿hacia dónde te inclinarás? —No sé qué quieren que haga. —Claro que lo sabes. —Dígame dónde ocurrirá. —En Miami. —Eso no significa nada para mí. —Hace semanas que lo sabes. —¿Qué ocurrirá en Miami? Ferrie tardó una eternidad en masticar y tragar. —Piensa en dos líneas paralelas —dijo por fin—. Una es la vida de Lee H. Oswald. La otra representa la conspiración para asesinar al presidente. ¿Qué es lo que cubre el espacio entre ambas? ¿Qué es lo que vuelve ineludible la relación? Existe una tercera línea que surge de los sueños, las visiones, las intuiciones, las oraciones, los niveles más recónditos del yo. No la generan los principios de causa y efecto como a las otras dos. Es una línea que atraviesa la causalidad, el tiempo. Carece de una historia que podamos reconocer o comprender, pero impone una conexión. Sitúa al hombre en la senda de su destino.

Libra es, en definitiva, un buen ejemplo de lo que Kundera alaba en El arte de la novela.

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