Se nos ha echado encima la enésima reforma educativa y la Administración tiene mucha prisa por escenificar cuán aplicada es. Se abre el telón y tengo el dolor de asistir de nuevo al drama inútil de la redefinición de las competencias del profesorado y alumnado.
El progreso científico-tecnológico ha impregnado todo el tejido social. El optimismo iluso se ha infiltrado a nivel celular, microscópico. En el ámbito político, moral o educativo la generación más joven lleva cien años convencida de estar a punto de comenzar la travesía final hacia una democracia más auténtica, una moral más libre y progresista y una educación sin fisuras guiada por el método de las Ciencias de la Educación
No sé por qué experimento la necesidad de escribir una «entrada de blog» sobre el tema. Cuentan los mitos que el último y el peor de todos los males que salieron de la caja de Pandora fue la esperanza, que libró a la humanidad de cometer un suicidio masivo.
Para captar la distancia sideral que me separa de cualquier cosa que caiga bajo el nombre «competencias» hay que situar la educación en un contexto más amplio. Del fracaso de mayo del 68, el sistema educativo heredó sin quererlo la idea de que podía convertirse en piedra angular del cambio hacia una sociedad más libre y más justa. Naturalmente, no deja de ser un bonito espejismo. Todos podemos comprobar día tras día que la función básica de las instituciones educativas es reproducir y mantener las diferencias de clase: los hijos de médicos serán médicos y los hijos de abogados, abogados, etc. Pero, al mismo tiempo, una educación que promueva el cambio social no deja de ser un punto en el horizonte hacia el que echar a andar, una utopía en el buen sentido de la palabra. La relación entre los ideales y la cruda realidad puede y debe ser dialéctica. No abandonemos, por tanto, este marco político cuando hablemos de educación.
El problema básico de un sistema educativo obsesionado con las «competencias» de alumnos y profesores reside en algo muy sencillo de lo que la Filosofía lleva advirtiendo desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Una cosa es la racionalidad instrumental y otra la racionalidad práctica. La primera investiga cómo tengo que proceder para alcanzar un fin determinado y la segunda se ocupa de aclarar los fines que debo perseguir. Escucho a algunos decir que todo se solucionaría si los profesores fuesen «todos a una». Eso es racionalidad instrumental, y parece muy lógico pero, en primer lugar, es una fórmula vacía de contenido y, en segundo lugar, sirve para uniformizar aún más un sistema educativo bastante encorsetado. Lo importante no es preguntarse si hay que ir todos a una o cada uno por su lado o por parejas, tríos o cuartetos; lo importante es saber adónde hay que ir. Platón, que era muy crítico con la democracia, no dejaba por ello de reconocer que era el sistema político más hermoso. La multiplicidad de fines que engendraba la hacía parecer como un bello tapiz de colores. Replantearse hacia dónde queremos ir es lo que enriquece cualquier actividad humana, incluida la educación. Hablar de competencias sólo nos empobrece como docentes y como personas.
Un centro educativo debería ser un semillero de ideas, una fábrica de cultura. Alumnos y profesores tendrían que ser los protagonistas de la educación, no los «estándares de aprendizaje evaluables». De sus sinergias tendría que fluir con naturalidad una cultura libre y gratuita para la calle y para mejorar el entorno. Nos quieren convencer, por el contrario, de que el objetivo es diseñar trabajadores competentes y competitivos, capaces de ganar un buen sueldo y vivir para siempre en la jaula que les ha preparado la sociedad de consumo.
Algunos dicen, también entre los profesores, que no hay lugar para la queja. Al fin y al cabo, la Administración nos regala muchos días de vacaciones y un salario por encima de la media. Entiendo a quienes piensan de ese modo pero me gustaría poder transmitirles mi punto de vista. Con los años hemos evolucionado hacia un modelo de centro educativo de corte anglosajón y empresarial: ¡objetivos, rendimiento, estadísticas, visibilidad en los medios de comunicación! Respecto a la cuestión monetaria, el hecho de que recibamos un salario por encima de la media no es porque haya crecido mucho en los últimos años sino porque los sueldos de la mayoría se han recortado a la mitad y la propaganda ha funcionado tan bien que la precariedad del empleo se contempla como la panacea que nos librará de una crisis económica que es consustancial al capitalismo, es decir, que no va a desaparecer jamás.
Solo me queda imitar dignamente a Bartleby y declinar educadamente la invitación al espectáculo.