El feminismo, además de una bizantina jerga académica, es activismo a pie de calle. En este momento es, en mi opinión, la única idea política capaz de mejorar nuestras vidas y transformar el modelo económico suicida que está arruinando el planeta. Por eso hay que protegerlo y apoyarlo, a pesar de las controversias internas o la propaganda de ultraderecha.
Todos deberíamos ser feministas se centra en la tarea práctica del feminismo. «Todos deberíamos ser feministas», «todos deberíamos estar rabiosos». Demasiada desigualdad. Demasiadas injusticias. El feminismo es una tarea que apenas ha comenzado.
La tarea primera del feminismo es desaprender los roles de género, masculino o femenino, según te toque o hayas elegido. El problema del género es que tiene una naturaleza prescriptiva, normativa. Crea un aluvión de normas que terminan sepultando nuestro verdadero ser, nuestros intereses y capacidades. Estas imposiciones del género se asimilan tan temprano en la infancia que terminan formando parte de nosotros. Se convierten en una jaula invisible.
Desaprender el género es una tarea no solo de las mujeres sino también de los hombres. Si no lo hacen ambos, el progreso del feminismo será excesivamente lento y lo necesitamos con urgencia.
Cada género tiene que, en primer lugar, ser consciente de los imperativos heredados y, seguidamente, olvidarlos. Entre las mujeres occidentales, por ejemplo, desaprender el imperativo de «gustar a cualquier precio» o sentirse realizada con el atributo «ser propiedad de».
Para los hombres el género consiste en una serie de reglas que nos enseñan cómo llegar a ser hombres duros. Estas reglas se hacen efectivas a través del padre o de la madre.
Enseñamos a los niños a tener miedo al miedo, a la debilidad y a la vulnerabilidad. Les enseñamos a ocultar quiénes son realmente, porque tienen que ser, como se dice en Nigeria, «hombres duros».
Un hombre duro «tiene miedo al miedo, a la debilidad, a la vulnerabilidad». Debajo de estos imperativos perece quien querríamos ser. Cuanto más duro sea un hombre, más débil al mismo tiempo.
Sabrás si eres, por desgracia, un hombre duro cuando seas padre (o madre). Ser padre consiste, primero, en establecer progresivamente los límites mínimos para garantizar la convivencia familiar y social. Enseñar a aplicar en todas las situaciones algo del estilo Stuart Mill como haz con tu cuerpo y con tu vida lo que quieras siempre que no perjudiques a los demás. En segundo lugar, ser padre significa reforzar positivamente todas sus iniciativas por absurdas que parezcan. Cuando digo reforzar positivamente me refiero a visibilizar de algún modo nuestro amor incondicional. No es fácil 🙂
Un hombre duro es incapaz de cumplir esos humildes propósitos. Impone límites como si fuese un tirano o un sargento chusquero y hace visible su insatisfacción permanente. El niño nunca hace nada bien, es un inútil, y, por tanto, nunca es necesario un abrazo o un beso. Quien no es capaz de mostrar afecto incondicional convierte su vida en un desierto. Para que la vida tenga sentido tenemos que vincularnos a otras personas. Somos seres sociales, animales políticos, como decía Aristóteles.
Romper ese círculo machista es una tarea que pasa de generación con la expectativa de hacerlo mejor pero los resultados son muy pobres, muy modestos. Muchos hombres hacen de la necesidad virtud y se enorgullecen de ser duros, un concepto que minimiza al niño y debilita al padre. A las mujeres les gustan los «hombres duros«. Si ser duro es tu virtud entonces la prisión en que vives se torna invisible, indestructible.
Llegar a las profundidades donde entierran sus raíces los estereotipos de género es una tarea para la que necesitamos ayuda. Ahí entra en juego la educación. Ahí nos toca a los filósofos abrir el camino. Es la libertad de Spinoza, solo es posible la libertad si tenemos una idea adecuada de nuestros afectos y pasiones.
Me gusta esta anécdota que cuenta la autora nigeriana:
Cada vez que entro en un restaurante nigeriano con un hombre, el camarero da la bienvenida al hombre y a mí finge que no me ve. Los camareros son producto de una sociedad que les ha enseñado que los hombres son más importantes que las mujeres, y sé que no lo hacen con mala intención, pero una cosa es saber algo con el intelecto y otra distinta es sentirlo a nivel emocional. Cada vez que me pasan por alto, me siento invisible. Me enfado. Me dan ganas de decirles que yo soy igual de humana que el hombre e igual de merecedora de saludo.
Cuán profundo es el imperativo para que un hombre no mire a la mujer de otro hombre. Es un código elemental de respeto que invisibiliza a la mujer. Desaprenderlo no es fácil. Puede que haciendo un esfuerzo de perspectiva de género puedas desmontarlo en un caso pero el estereotipo sigue manifestándose aquí y allá, como si fuese un virus ubicuo.
Magnífica lectura, muy recomendable. Aquí tienes un pdf, por si te interesa.
Probablemente mi estilo de explicar el feminismo de Adichie está lleno de errores e imprecisiones. Pido disculpas, el lenguaje me traiciona continuamente: a mí se me educó, con un éxito dudoso, para ser un tipo duro.