Marco Aurelio: Pensamientos para mí mismo. Joaquín Delgado (tr.), Scott Pennor (il.) . Madrid: Errata Naturae, 2017.
No esperes jamás poder establecer la república de Platón.
Empecé con Aula de Filosofía en 2001. En 2006 recibí una llamada del Ministerio de Educación: me premiaban y colgaban mi web en el portal del ITE. Desde entonces he seguido trabajando afanosamente. Ya son diecisiete años. No espero más premios :). Sólo quiero divulgar aquello que conozco y aportar mi grano de arena a un modo de entender Internet estilo linux.
En el último año apenas he podido subir comentarios de textos o reseñas o lo que sea que suelo hacer en este blog con los libros después de leerlos. Después de una larga temporada privado de la lectura por incómodos dolores de cabeza, he vuelto a las andadas con esta magnífica nueva edición de los Pensamientos de Marco Aurelio.
No es el debate filosófico interminable el propósito de esta obra. No se trata de discutir hasta la saciedad qué es un hombre de bien, sino de serlo (X, 16). Es natural que un Emperador no tenga tiempo para enredos sofistas, resolver silogismos, o disertar sobre oscuros fenómenos celestes (I, 17).
Marco Aurelio y los estoicos, al contrario que los epicúreos, creían que el dolor y el placer no eran ni un verdadero mal ni un verdadero bien. De lo contrario la naturaleza no los habría repartido indistintamente entre los justos e injustos como de hecho ocurre (II, 11). Y la naturaleza que gobierna el mundo no se equivoca. Esta fe en una providencia universal es lo que distingue mejor a estoicos y epicúreos. Por tanto, a ojos de Marco Aurelio, es un impío cualquiera que «no considere con la misma indiferencia los placeres y los dolores, la vida y la muerte, la gloria y el olvido, cosas estas que la naturaleza universal envía indistintamente a los buenos y a los malos» (IX, 1).
En este punto llegamos al núcleo estoico del pensamiento ético de Marco Aurelio. Son los aforismos dedicados a la gestión del dolor enviado por la naturaleza universal. En VII, 33 resume en un tono algo inhumano cómo quiere que cerremos el paso a cualquier exigencia que provenga del dolor: «Si es insoportable, mata; si dura mucho tiempo, es soportable». Más adelante, en VIII, 46 afirma que a nadie puede ocurrirle nada que no sea accidente o propio de lo humano, algo ordinario. Por tanto, la naturaleza universal en ningún caso ha hecho para nosotros cosas excepcionalmente insoportables. Marco Aurelio va más allá: la naturaleza universal nos prescribe determinados males lo mismo que un buen médico nos receta ciertos remedios (V, 8). Entre todos estos aforismos dedicados a la idea de que hay que soportar con buena cara los males que la naturaleza universal ha previsto para los humanos el que prefiero es esta cita de Epicuro.
«Durante mi enfermedad yo no conversaba sobre los sufrimientos de mi cuerpo miserable. Con las personas que venían a verme hablaba de mis meditaciones sobre cuestiones más importantes relativas al estudio de la naturaleza. Me afanaba, sobre todo, en hacerles ver cómo nuestra inteligencia, sin ser insensible a las emociones de la carne, podía estar exenta de confusión y mantenerse en el goce tranquilo del bien que le es propio. No daba ni siquiera a los médicos ocasión de tomar ese aire de suficiencia que les hace creer que prestan servicios inapreciables: los recibía con serenidad y calma»
En II, 2 Marco Aurelio afirma que todo lo que nos constituye es un poco de carne con aliento de vida y la facultad de pensar. La existencia forma parte de un todo y la muerte no es sino una transformación: el cuerpo se dispersa en forma de átomos (VII, 32) y la llama del pensamiento se reinserta en la razón generatriz (IV, 14). Dado que compartimos naturaleza con el primer principio Marco Aurelio no cesa de invitarnos a recogernos en nosotros mismos (IV, 3). Contemplar la muerte, como dispersión y transformación, debería aliviar el miedo a morir del mismo modo que la receta epicúrea de la muerte como ausencia de sensaciones (VIII, 58).
Hipócrates, después de haber curado muchas enfermedades, cayó también enfermo y murió. Los astrólogos que predijeron la muerte a no pocas personas fueron a su vez arrebatados por la ley del destino. Alejandro, Pompeyo y César, después de arrasar poblaciones enteras y segar la vida de millares y millares de soldados y jinetes en los campos de batalla, abandonaron asimismo este mundo. Heráclito murió con el cuerpo lleno de agua y embadurnado de boñigas, a pesar de sus disertaciones como físico acerca de la conflagración del universo. A Demócrito se lo comieron los gusanos. Y gusanos también fueron los que le quitaron la vida a Sócrates, aunque de otro tipo. ¿Qué se deduce de esto? Te embarcaste, has navegado y llegaste hasta el final del viaje, pues sal del barco: si es para empezar otra vida, los dioses estarán allí; si, por el contrario, es para verte privado de toda percepción, dejarás de estar expuesto a los dolores y a los placeres, y de hallarte ligado a este cuerpo, que no es ni siquiera el limo del ser que encierra y a quien obedece, porque éste es inteligencia y divinidad, mientras que lo demás sólo es una mezcla vil de sangre y polvo (III, 3).
La perspectiva de la muerte también nos sirve para dejar de lado las penas del presente. Tantos grandes hombres han muerto desde el principio de los tiempos y tan pronto han caído en el olvido. Ante esta imagen sólo nos queda hacer honor a la parte inmortal que habita en nosotros, practicar la verdad y la justicia y tratar con indulgencia a los injustos y mentirosos entre los cuales vivimos. (V, 47)
Nota para eruditos: En III, 11 está la claridad y distinción cartesiana así como una influencia evidente de las reglas del método.
Le echábamos de menos! Espero que esas malditas migrañas acaben pronto.
Un abrazo muy fuerte y muchas gracias por su esfuerzo impenintente!
Muchas gracias anónimo. 🙂
En la fantástica edición que aquí presentas, (I, 17) no está traducido como «disertar sobre oscuros fenómenos celestes» sino » disertar acerca de los fenómenos celestes». Es una diferencia quizá importante