Frédéric Pajak: La inmensa soledad. Con Friedrich Nietezsche y Cesare Pavese, huérfanos bajo el cielo de Turín. Javier del Prado Biezma (tr.) Madrid: errata naturae, 2015.
Las imágenes lo invaden todo. Es un signo de nuestro tiempo. No es de extrañar que surjan «novelas gráficas» o «ensayos gráficos», como este trabajo sobre Nietzsche y Pavese del francés Frédérik Pajak, galardonado con el Premio Médicis 2012 por Manifiesto Incierto, dedicado a Walter Benjamin.
Diría Baudrillard que la distinción entre alta y baja cultura es algo fractal. Se reproduce con facilidad en cada uno de los géneros de la «cultura popular», de donde es originario el cómic. Con Pajak la alta cultura ha secuestrado el cómic y lo ha transformado en «ensayo gráfico». Es un desplazamiento que ha ocurrido cientos de veces en la historia de la literatura: léase Señales de humo de Rafael Reig.
Sea como sea, el resultado final es, en mi opinión, irregular. Desde el punto de vista de un «ensayo tradicional» el libro de Pajak es bien poca cosa. Nietsche y Pavese no tienen nada en común excepto que sus tragedias personales tuvieron lugar en Turín, perdieron a sus padres a edad temprana y tenían severas dificultades para relacionarse con las mujeres. Es un apunte de Chirico, lector ferviente de Nietzsche y amante del otoño turinés, quien añade algo un poco más significativo: «[Chirico] compara Así habló Zaratustra con Las aventuras de Pinocho: «La obra posee una extrañeza que nos acerca a las sensaciones de un niño, pero uno se da cuenta de que quien la creó lo hizo con conocimiento de causa».» (p. 269). Así, con sus máscaras de Pinocho, con su mirada mágica para contemplar el mundo desde la perspectiva del niño de Heráclito, aparecen Nietzsche y Pavese en la portada.
Para quien conozca los detalles de los últimos días de Nietzsche en Turín y la posterior agonía en el psiquiátrico-prisión de Jena, el libro de Pajak le resultará algo «ya visto». Otra vez la última carta a Cosima Wagner, el triste delirio megalómano en la correspondencia general, el lamento a posteriori de su amigo Overbeck de no haberle quitado la vida en lugar de entregarlo a los médicos… Tampoco es original la lectura de Nietzsche: también «ya visto» que no era nazi, que no era antisemita y que su filosofía se resume en desarrollar cómo «la existencia y el mundo sólo están justificados en tanto que fenómeno estético», en cómo el hombre puede, en un arrebato dionisiaco, convertirse en obra de arte. Participo de esta interpretación tomada de Deleuze aunque no deja de parecerme que encierra en el fondo una cierta disculpa o irresponsabilidad política.
Ahora bien, es en el aspecto gráfico donde las ilustraciones de Pajak ofrecen algo novedoso. Es asombrosa la habilidad del autor para el retrato. Resultan impactantes la intensidad y la locura en los ojos de Nietzsche o la tristeza en la expresión del autor de El oficio de vivir.

