David Lynch: Catching The Big Fish. Meditation, Consciousness, And Creativity. USA: Penguin Books, 2007.
Este libro es el manifiesto filosófico del polifacético artista David Lynch. En él Lynch explica que su éxito se debe en gran parte a la Meditación Trascendental, que lleva practicando desde 1973. Aunque en un principio no estaba muy interesado, pronto se dio cuenta de que beneficiaba extraordinariamente su faceta creativa pues le permitía dejar atrás todos los sentimientos negativos como la pena, la ira o la frustración. Además, en el océano de Unidad al que se accede con la práctica asidua de la meditación es donde encuentra las Ideas. Estas son como peces, más grandes y más hermosos cuanto más profundo te sumerges. El dolor y la depresión son excelentes materiales para una litografía, una película o una pieza musical pero si hacen presa en la vida cotidiana del artista este no podrá dejar fluir su creatividad, no podrá pescar Ideas. A duras penas tendrá fuerzas para levantarse de la cama.
Uno no empieza a pintar o a escribir música de un momento para otro. El artista, y en esto estoy de acuerdo con Lynch, necesita de muchas horas de aparente inactividad antes de pasar a la acción. El fruto tiene que madurar. Una vez que se enciende la bombilla, que acontece la Idea, esta es sólo un fragmento de la obra. Contiene a las demás pero necesita tiempo para desarrollarse.
It would be great if the entire film came all at once. But it comes, for me, in fragments.That first fragment is like the Rosetta Stone. It’s the piece of the puzzle that indicates the rest. It’s a hopeful puzzle piece.
In Blue Velvet, it was red lips, green lawns, and the song —Bobby Vinton’s version of «Blue Velvet.» The next thing was an ear lying in a field. And that was it. (p. 23)
Lynch es tajante en la cuestión de la interpretación de su obra: todos los libros escritos sobre su significado no sirven para nada o, peor aún, interfieren con la experiencia de lo que puede verse en la pantalla. En el cine de Lynch es necesario dejarse llevar por la intuición que, supone, está presente en todos los seres humanos.
A film should stand on its own. It’s absurd if a filmmaker needs to say what a film means in words. (…) You don’t need anything outside of the work. (…) People sometimes say they have trouble understanding a film, but I think they understand much more than they realize. Because we’re all blessed with intuition—we really have the gift of intuiting things. (p. 19)
Estas aseveraciones filosóficas de Lynch plantean una serie contradicciones muy difíciles de resolver en un plano teórico. Por ejemplo, si la Meditación Trascendental te libera de las ataduras del yo y te sumerge en un océano de felicidad cómo es que en sus películas hay tanta oscuridad y violencia. La respuesta del director es decepcionante: no soy un iluminado sino simplemente «a guy from Missoula, Montana, doing my thing, going down the road like everybody else.»
Sólo se me ocurre una variante filosófica neoplatónica para dar una razón más adecuada de este tema. Entre la Unidad liberadora y el mundo en que vivimos y sufrimos hay un espacio intermedio en el que residen las Ideas. Estas están jerarquizadas. Cuanto más cerca están de la Unidad o la Luz o lo que sea, esas Ideas te ofrecen una mejor comprensión del mundo. Si las Ideas, fuente de la creatividad, generan un producto artístico preñado de oscuridad y violencia es que esa Unidad al final del camino no es el Bien de Platón sino el Horror de Schopenhauer y el romanticismo negro. Ahora bien, si esto es así, ¿por qué afirma Lynch una y otra vez que la Meditación Trascendental es garantía de felicidad? Una respuesta sencilla sería eliminar del ejercicio de la Meditación todo el lastre metafísico y entenderla más bien como un deporte mental mediante el que disolvemos el yo durante unos minutos al día. Los efectos de romper este vínculo son muy saludables pues el yo individual es el origen de la tristeza, la ira, la frustración y el sufrimiento. Este es un equipaje demasiado pesado para el artista. Necesita separar vida privada y creación para poder estar alerta y sintonizar las Ideas con claridad.
Pero justo aquí emerge otra contradicción. Hay artistas que parecen haber extraído toda su obra de su sufrimiento personal. ¿Cómo hubiese sido la obra de van Gogh, se pregunta Lynch, si hubiese sido un hombre feliz y con medios materiales suficientes?
Right here people might bring up Vincent van Gogh as an example of a painter who did great work in spite of—or because of-—his suffering. I like to think that van Gogh would have been even more prolific and even greater if he wasn’t so restricted by the things tormenting him. I don’t think it was pain that made him so great—I think his painting brought him whatever happiness he had. (p. 94)
Este contrafáctico me parece que no prueba nada. Naturalmente que es posible una vida feliz y una obra oscura. Pensemos en el novelista Thomas Bernhard, una vida rica en posesiones materiales (gracias a un magnífico editor) y una obra que expresa mejor que ninguna otra el pesimismo irreductible de la filosofía de Schopenhauer. Pero ¿qué ocurre si tomamos como ejemplo al poeta Paul Celan: un esquizofrénico paranoide cuyos padres murieron en campos de concentración, intentó estrangular a su mujer y terminó arrojándose al Sena? ¿O a Bukowski, «find what you love and let it kill you»?
Otro problema se plantea cuando Lynch sentencia que mediante la Meditación no desaparece o se transforma el yo (lo que sí ocurre en la psicoterapia) sino que eres, cada vez más, tú mismo.
The thing about meditation is: You become more and more you.(p. 57)
Tal como lo dice no tiene ningún sentido: la Meditación consiste precisamente en desprenderse del yo. Sin embargo, dentro de la tradición budista existe un Yo verdadero que es equivalente a la Unidad de todas las cosas o Brahman. El yo cotidiano, el ego individual, es ignorancia de la verdadera realidad. Por lo tanto, el aforismo de Lynch no deja de ser un juego de palabras.
El problema más evidente que plantea la pseudofilosofía de Lynch es el modo que tiene de resolver el problema del Mal, de lo negativo en el mundo. ¿Cómo es posible que el Mal surja de una Unidad que es pura Luz celestial? La respuesta es de una vulgaridad filosófica irritante. Usando la analogía, Lynch afirma que, del mismo modo que la luz del sol disuelve la oscuridad de la noche, al contacto con la luz de la Unidad se disuelve el Mal. Esta idea está muy arraigada en la teología cristiana: el mal carece de verdadero ser, es vacío, nada, ausencia. Una solución más sensata es observar que la relación entre la Negatividad y la Luz es, al menos, dialéctica. Existen ambos en una lucha perpetua de contrarios, como diría Heráclito.
El último dislate de David Lynch es confiar en la Meditación Trascendental como la piedra filosofal de la Ética. Cuanto más profundizamos en el verdadero yo, más solidarios somos porque reconocemos la Unidad de todas las criaturas. En teoría debería ser así, pero siempre he pensado que esta idea tiene trampa. ¿Por qué una sociedad de castas tan cerrada precisamente en la India donde tiene su origen la Meditación?
Cuando, al final del libro, Lynch vincula la posibilidad de la paz mundial con la Meditación, la argumentación es tan absurda que no me voy a detener en ella.
En medio de todas estas ruinas filosóficas Lynch también habla de cine y es ahí cuando el libro se convierte en un texto imprescindible para el amante de su obra. Sus principales influencias son Billy Wilder, Fellini (a quien conoció personalmente) y, sobre todo, Alfred Hitchcock. No hubiese sido posible la escena del armario en Blue Velvet (Terciopelo azul, 1986) sin el antecedente de The Rear Window (La ventana indiscreta,1954).
Lynch confiesa que ya no hará más películas en formato tradicional. Es un apasionado del Vídeo Digital: las cámaras son más ligeras y versátiles, las posibilidades en la sala de montaje infinitas, los costes mucho menores.
Por último, dice algo que creo que está presente en todo su cine y tiene que ver con el tema de la Meditación. El símbolo que elige para representar la Unidad de todas las cosas, la armonía de contrarios, el Logos común, es el mismo que eligió Heráclito: el fuego.
Sitting in front of a fire is mesmerizing. It’s magical. I feel the same way about electricity. And smoke. And flickering lights. (p. 127)
Interesante para comprender la filmografía de David Linch
Hola Alberto, aunque no te vaya lo de la meditación trascendental es un libro aprovechable. Saludos.
Hola.
A Lynch le funciona, pero no a muchos de nosotros.
La interpretación de vida y sufrimiento-alivio tiene tantas variantes que al querer simplificarla en ideas escritas nos podemos dar de narices, eso lo sé bien. Aún así, seguro que disfrutamos con el cine de Lynch; no tanto con su filosofía. Bueno, ¿recuerdas aquel apartado que tenías sobre disparates de los filósofos? Todos llevamos unos cuantos disparates dentro, filosóficos o no.
Otro artículo para enmarcar.
Saludos.