Rafael Reig: Lo que no está escrito. Barcelona: Tusquets, 2012.
En Lo que no está escrito convergen la novela negra y la reflexión sobre la literatura. Lo hacen de un modo armonioso. A medida que se despliegan van anudándose hasta devenir inseparables. En este sentido, aunque sus conclusiones difieran bastante, la novela de Rafael Reig me recordó el clásico Si una noche de invierno un viajero de Italo Calvino.
Lo que no está escrito son dos novelas en una. Cuando Carlos recoge a su hijo para llevárselo de acampada el fin de semana le deja a Carmen, su ex, una novela negra sólo para sus ojos. Aparentemente es una más de «culos, tetas y pistolas» pero funciona como la vía del tren sobre la que se mueven las historias de ambos protagonistas. A medida que va incrementándose la tensión y la brutalidad en la primera, lo cotidiano se convierte en pesadilla para ambos y sus vidas terminan saltando por los aires. Novela y realidad terminan fundiéndose en un final impecable.
La parte reflexiva o filosófica, si se quiere, se escribe junto a las vidas de Carmen y Carlos. Hay dos temas que me interesa destacar: la defensa del delirio paranoico como forma de lectura y el revelador discurso sobre la deuda infinita como trampa religiosa y psicológica.
Desde el primer momento Carmen no puede evitar leer en la novela de Carlos lo que no está escrito, signos proféticos de la tragedia a punto de ocurrir. Ese es, dice Reig, el problema de la lectura: proyectamos sobre el texto nuestros deseos y temores e inventamos a un autor que «resuelve el sentido de la lectura».
El autor está dentro del libro, no fuera; es el libro, el que para ser leído, nos obliga a imaginar que tiene un autor. Inventamos al autor como inventamos dioses.
Cualquiera podría decir que la lectura de Carmen deforma el texto, que no es objetiva, que en verdad es una mera pesadilla envuelta en alcohol. Y sin embargo, Reig concluye que esa es la forma correcta de leer, la que nos proyecta lejos, muy lejos del texto escrito, hasta descubrirnos quiénes somos en realidad. En la realidad no hay casualidades, se dice en la novela. Ese el síntoma clásico del delirio paranoide. Leer correctamente es una forma de locura. Desde aquí al Quijote hay sólo un paso.
La deuda infinita es el mecanismo más perfecto de sumisión que existe. El catolicismo es un buen ejemplo. En tanto creyentes, no podemos evitar sentir una deuda imposible de retribuir respecto a la figura del Padre, que sacrificó a su propio Hijo para salvarnos. Esa deuda genera un sentimiento de culpa extraordinariamente arraigado. Ante cualquier situación hace surgir la idea de «algo habré hecho mal».
En el terreno económico la deuda y la culpa son igual de efectivas. En lugar de llevar a los tribunales a quienes no hicieron bien su trabajo, a quienes lo hicieron de forma «torticera», la propaganda del sistema extiende el dogma de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Los recortes y las privatizaciones nunca serán suficientes para satisfacer tanto ansía de expiación.
En la novela de Reig, la deuda y la culpa son el veneno que impregna las relaciones familiares. Cuanto mayor sea el sentimiento de deuda del hijo respecto al padre, peor el resentimiento. Además, deforman la realidad en un sentido perverso. Cualquier gesto, palabra o mirada se traduce irremediablemente en un mandato de autodestrucción.
Lo que no está escrito está, en mi opinión, entre lo mejor de Rafael Reig. Muy recomendable, especialmente como libro de autoayuda para padres en trámites de divorcio. Además, ahora en serio, se lee de un tirón.

