José Luis Pardo: Sobre los espacios pintar, escribir, pensar Barcelona: Serbal, 1991.
Este libro de José Luis Pardo es una investigación que relaciona la obra de Peter Handke Lento Regreso con la pintura de Cézanne y el pensamiento de Spinoza.
En la introducción José Luis Pardo cita la diferencia que establece el director de cine alemán Wim Wenders entre imágenes e historias. Su cine reivindica el misterio de las imágenes en su aislamiento, de los espacios, independientemente de su conexión con otras imágenes, de la trampa de la historia, del sentido. Dice Wenders que la historia le parece como un vampiro que intenta chupar la sangre a las imágenes. Las imágenes han de bastarse como tales, sustraerse al tiempo, pero nos resulta literalmente imposible no experimentar historias. Y, sin embargo, no podemos evitar pre-sentir una exterioridad de sinsentido, ajena al tiempo y, por tanto, a nuestra subjetividad. Del mismo modo que a nuestras acciones subyacen miles de pasiones desconocidas, así también cada imagen oculta un espacio intemporal que es su condición de posibilidad. Concluimos, por tanto, en la incompatibilidad de la Vista (espacio) y el Lenguaje (Sentido). Sin embargo, no debe pensarse que los espacios son insignificantes o carentes de sentidos sino, al contrario, generadores de sentido.
En la novela de Peter Handke el protagonista Sorger emprende un viaje de Europa, territorio sepultado bajo los signos, a Estados Unidos donde en las formas de la tierra todavía se manifiestan «fuerzas inhumanas y extrahistóricas«. Un paisaje ante el que la historia humana se desvanece y nuestro lenguaje no comprende. De nuevo la contradicción entre el espacio, la imagen, y el sentido, la historia. Para acceder a esos espacios hay que situarse fuera de la conciencia, del yo pienso, de la subjetividad, del tiempo.
Esa es la misión del artista: mostrar cualquier objeto cotidiano como una carretera, un edificio o una manzana como si fuesen la primera carretera, el primer edificio o la primera manzana. Para ello es necesario mostrarlos en su falta de sentido de modo que nos produzcan la misma sorpresa que el objeto que el arqueólogo extrae casualmente del subsuelo. Ahí es donde enmudece el lenguaje. El pintor aspira a pintar esa dimensión de exterioridad, de «primera vez», de encontrarse «fuera del tiempo».
También es la misión del filósofo cartografiar los espacios que hacen posibles las historias. Piénsese, por ejemplo, en el Foucault de Vigilar y Castigar. Presenta dos documentos inconciliables: el suplicio de Damiens (1757) y un reglamento de reformatorio (1838). Entre ambos documentos la civilización se ha transformado; son dos espacios diferentes, inconmensurables. La función del filósofo es investigar esa diversidad de espacios, su genealogía.
No otra es la historia de Sorger en Lento Regreso. Cuando contempla sus dibujos de la geografía salvaje estadounidense experimenta una severa perplejidad. Contempla un paisaje del cual el yo está ausente: «ojos sin conciencia, sensibilidad sin entendimiento».
El mismo propósito de Sorger es el de Cézanne. No se trata de imitar a la perfección el aspecto de una manzana concreta sino de rescatarla del tiempo, de que aparezca en su puro ser, «en la eternidad de su vivir» (Schelling, La relación de las artes figurativas con la naturaleza).
Fitzwilliam Museum, Cambridge.
Estamos ante la misma paradoja que comenta Heidegger en El origen de la obra de arte. Los zapatos de campesino pintados por Van Gogh son «una materialización de la conducta del campesino, de todo su territorio, de su Espacio».
Este objetivo del artista concuerda con el tercer género de conocimiento en Spinoza, la contemplación de las cosas bajo la perspectiva de la eternidad. Spinoza da el fundamento filosófico que hace posible el planteamiento estético de Cezanne:
es la eternidad la que se encuentra comprendida, prendida, comprimida o impresa, implicada o envuelta en el tiempo; es lo finito lo que se compone de infinitos. En cada in-stante, en cada ente, en cada pres-ente (y, en consecuencia, en cada re-pres-entación) está impreso lo no presente que supera la representación. El problema consiste, siempre, en cómo expresar lo que está impreso, como desenvolver lo envuelto, cómo explicar lo implicado. (p. 98)
Cuando Spinoza dice que «las afecciones del cuerpo y las ideas de la mente no son sino un sola y la misma cosa» está diciendo que «toda imagen proveniente de la impresión sensible conlleva una realidad perfecta». Pero esa realidad es invisible para el ojo y sólo accesible para el entendimiento. Donde los demás vemos historias Spinoza ve variaciones intensivas del ser y donde los demás vemos manzanas Cézanne lo sólo pintable de la manzana.
En líneas generales, me atrevería a decir que los paralelismos entre Handke, Cézanne y Spinoza son en ocasiones un poco forzados pero el inicio, la distinción entre imágenes e historias de Wenders, me parece un buen punto de partida para la reflexión estética en general.
Gracias a Estela por la recomendación.