Giorgio Manganelli: La ciénaga definitiva

Giorgio Manganelli: La ciénaga definitiva. Carlos Gumpert (tr.) Madrid: Siruela, 2002.

La ciénaga definitiva es sensu stricto una alegoría existencialista. Como en cualquier alegoría todos los elementos presentes en ella simbolizan o representan algo. El prófugo es el arquetipo del hombre que, a pesar de no recordar sus fechorías, ya arrastra al nacer el pecado original. Como el alma platónica que, al reencarnarse, olvida todas sus vidas anteriores.

Mi memoria es oscura, cada vez más ajada con el pasar de los años, de cuanto me trajo a este lugar desierto que se me ha convertido en patria (…) ¿Así que he estafado, he cometido violencia, he agredido, he perpetrado actos intolerablemente sacrílegos? (p. 11)

Perseguido, termina arrojándose en brazos de la ciénaga, «un sitio en el que es difícil entrar e imposible salir; donde yo estaré a salvo pero absolutamente solo y excluido para siempre de todo trato humano». (p. 14) En el centro de la ciénaga existe una casa, un refugio pero ¿quién puede haberlo construido? Es decir, ¿existe alguien o algo que, previendo su llegada haya preparado un hogar que le de amparo?

Quizás un dios haya construido esa casa, pero un dios solitario, propenso al desaire, pendenciero, torvo, que se encuentra a disgusto… (p. 15)

Dios es una hipótesis poco probable. La única certeza es la ciénaga, ese ciclo interminable de la vida, un eterno retorno repulsivo que tiene como origen y meta la putrefacción:

Así pues, fraterno hacia estos insectos, esta pía gusanez, estas tácitas culebras, y poco más que líquidos reptiles, esta agua babosa, plateada y muerta, esta corrupta y vital planicie, reino sin monarca, yo, pues ciénaga mía, en ti me adentraré, y sea mi suerte la que sea ya que no soy distinto de estos diminutos efímeros que hacen de este espacio admirable y horrendo un cementerio y un nido, una generatriz conclusión. (p. 19)

Hasta el centro de la ciénaga la figura del hombre avanza a lomos de un caballo como el alma del mito del carro alado en Fedro. Este caballo no es un animal común sino la propia idea de la «caballinidad». Pero en lugar de ascender hacia el «mundo verdadero» se adentra cada vez más en una tierra «suntuosamente venéfica». En lugar de hallar la Idea del Bien concluye en una exaltación de la materia putrefacta…

O acaso no haya sitio aquí para un dios, sólo para este hormigueo de gusanos en tropel, y el dios no sea otra cosa que la totalidad de los gusanos. Y la ciénaga, una llaga en el cuerpo del universo. (p. 23)

Manganelli retuerce el viejo descubrimiento griego que emparenta macrocosmos y microcosmos: «yo, cuerpo humano, nada más que una maquinación laboriosa de efluvios y mohos y babas» (p. 26). Si existiese un dios sólo podría pensarse que nos ha enviado hasta la ciénaga «con el propósito de ver cómo se hunde». ¿Qué otro destino merece la vida?

… la multitud de un hormigueo desmesurado, un pulular de infinitas guisas de vida, una repelente y diminuta grandiosidad, donde todo repta, silba, atormenta, muere, copula, nace, defeca…una vida repelente e inagotable (p. 35)

Contemplando la ciénaga desde esa casa extraña en la que se ha instalado el prófugo comienza a desenterrar las claves para descifrar correctamente la naturaleza de la ciénaga.

La ciénaga es una maraña de pecados traducidos pacientemente a una alegoría de aguas turbias, de balsas lentísimas, de estanques inertes (p. 42)

El cosmos del Timeo de Platón, ser vivo que contiene a todos los seres vivos, imagen móvil de la eternidad,  se convierte en la escritura de Manganelli en un universo diarrreico:

Sí, este hedor me resulta claro, evidente, comprensible; pero en ese momento me pregunto si la ciénaga, toda la enorme acuosa patria a la que amo, no será otra cosa más que deyecciones, heces, excrementos; pero excrementos ¿de quién, de qué, cómo? Pero no, me digo, nada más que excrementos, heces que tienen lugar en el universo, el universo diarreico, sin que exista un esfínter del que desciendan. ¿No? ¿Ningún esfínter? Pero ¿y si el esfínter fuera, digo yo, uno de esos dioses de los que tanto se discurre? Oh, no, no pretendo decir el esfínter de un dios, sino que el esfínter mismo es un dios, y que el universo son sus deyecciones, pero se entiende que más allá de ese esfínter no hay nada, ni ano, ni intestinos, por lo que las heces a las que nosotros llamamos universo y que yo veo y contemplo han nacido verdaderamente de la nada. ¿No es así? Una sórdida alegría me invade cuando contemplo la ciénaga a guisa de excremento, casi como si hubiera llegado por fin a un grado de intimidad tal con la ciénaga que pudiera insultarla, decirle «¡Mierda!», como si de tal forma fuéramos declaradamente hermanos, compañeros, amantes. La ciénaga se despliega como nacida de un axioma coprolálico, y la contemplo sin miedo, sin veneración, sin esperanza, como algo que me es semejante, puesto que si un dios esfínter la ha generado, yo mismo ¿no habré sido generado de igual manera, no acabaré por ser devuelto a mi naturaleza de excremento, pero excremento del esfínter divino, salido de la nada? (p. 44)

Manganelli desconfía de la alegoría como forma literaria pues puede «desposeer de terribilidad y dignidad» a la ciénaga. Hay que tomar su discurso, por tanto, objetivamente. El universo, la ciénaga, es una enfermedad de la Nada. Cuando Heidegger y los poetas se maravillan ante la pregunta «¿Por qué el ser y no más bien la nada?» yerran por completo. La pregunta adecuada, según Manganelli, sería ¿Por qué demonios el ser, esta ciénaga purulenta, y no por siempre la Nada?

¿Eres, por tanto, la llaga necesaria, eres tú el único indicio de que la nada existe? La nada está enferma, enferma de ti… (p. 57)

Hacia el final del libro el Hombre se esfuerza por convocar al Apocalipsis, al Armagedón, a la purificación por el fuego, a la «justiciedad» definitiva y final.

Esta novela póstuma de Manganelli, muy recomendada por Fernández Mallo en Nocilla Lab, es un texto denso y difícil, una novela de ideas en la que no ocurre nada y se formulan las hipótesis teológicas más descabelladas o más sensatas, según el gusto. En mi opinión, es un veneno adecuado para quienes padezcan de «ilusión trascendental».

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