Edgar Hilsenrath: Fuck America. Iván de los Ríos (tr.) Madrid: Errata naturae, 2010.
Edgar Hilsenrath es un escritor judío-alemán nacido en Leipzig en 1926. La persecución nazi obligó a la familia Hilsenrath a abandonar Alemania y emigrar a Rumanía, de donde fueron deportados al gueto de Czernowitz. Edgar sobrevivió y, tras ser liberado por el Ejército Rojo, comenzó una larga peregrinación hacia Occidente pasando por Líbano y Palestina. Finalmente, gracias a la Cruz Roja, se reencontró con su familia en Lyon. En 1952 emigraron todos a Estados Unidos donde Hilsenrath llevó una vida de escritor «desconocido y sin recursos», en un «país extranjero», «un país que no entiendo y que no me entiende».
En Estados Unidos malvive gracias a trabajos de mala muerte y escribe obsesivamente por las noches una novela sobre el gueto que le devuelva la vida, que cure la herida imborrable de los seis millones de judíos muertos. En 1975, tras ganar algo de fama literaria, regresa a Alemania.
En Fuck America Hilsenrath relata esos primeros años en los que compagina trabajos miserables y escritura obsesiva. Por sus páginas desfilan vagabundos, putas, mafiosos, chaperos, otros inmigrantes judíos… y la vida misma que se lo va «trasegando». Su único objetivo es completar su novela: la literatura como única tabla de salvación. Llevará por título El pajillero, a sugerencia del Sr. Selig, porque un hombre que está solo es siempre un pajillero.
Me gustaría citar a continuación dos textos que reflejan muy bien los méritos literarios de Hilsenrath.
En primer lugar el modo en que usa la fantasía para mostrar realidades que nadie se atrevió a denunciar y que la propaganda ocultó. En este caso se trata de cómo Estados Unidos negó sistemáticamente la entrada a inmigrantes judíos acosados por los nazis. El padre de Jacob pidió visados para América en 1938 y la respuesta del Cónsul General que Hilsenrath imagina es la siguiente:
Al judío polaco Nathan Bronsky
residente en Alemania, KonigstraBe 10,
Halle an der Saale
24 de agosto de 1939Estimado Sr. Bronsky:
Hace algún tiempo, un barco de refugiados judíos intentó atracar en nuestras costas. Se trata del célebre caso del San Luis. A pesar de los miles de telegramas con los que fue bombardeado nuestro presidente, Franklin D. Roosevelt, y debido a la falta de visados de entrada en regla, no tuvimos más remedio que devolver a los refugiados al mar. Este hecho muestra claramente que nuestro presidente Roosevelt, quien, como usted sabrá, afronta grandes dificultades en el ámbito de la política interior, no se puede permitir pasar por alto la tendencia antisemita de ciertas facciones de la burguesía americana poderosas en número o resistir la presión de los aislacionistas y los antisemitas en el Parlamento —el así llamado «Congress»—, con el fin de obtener una modificación en las cuotas de inmigración que pudiera favorecer a los refugiados judíos. De modo que, como usted comprenderá, estimado Sr. Bronsky, no tiene sentido que siga importunándome a mí, el Cónsul General de los Estados Unidos, con más cartas. Por cierto, y esto que quede entre nosotros, la verdad es que a los gobiernos de este planeta les importa una mierda si los nazis acaban con todos vosotros. El problema judío les resulta demasiado engorroso y lo cierto es que nadie quiere tener nada que ver. Por lo que respecta a los Estados Unidos de América, es decir, al gobierno que yo mismo represento en calidad de Cónsul General, sólo puedo decirle lo siguiente: ¡estamos hartos de vosotros, judíos bastardos! ¡Saturáis nuestras universidades, os apiñáis en los puestos más altos y cada vez tenéis más cara dura! Envíeme de vuelta los formularios de solicitud y espere sentado trece años. Y le aconsejo que vaya haciendo un testamento y formulando expresamente los deseos de inmigración de la familia Bronsky, no vaya a ser que sus profecías sobre las cámaras de gas y los pelotones de fusilamiento resultaran ser ciertas. Su albacea podrá cumplir su voluntad y enviar sus cenizas a América en 1952 (año en que probablemente sus visados estarán listos).
Le saluda atentamente,
El Cónsul General de los Estados Unidos de América
(pp. 12-13)
En segundo lugar, los diálogos, una maravillosa mezcla de Bukowski y Groucho Marx. La siguiente escena es la fantasía erótica del desconocido escritor Jacob Bronsky con el culo de la secretaria de dirección de Doublecrum & Company, soñada futura editorial de su obra maestra. A pesar del título, es América, con su libertad, sus excesos y metrópolis, quien habla en esta hilarante escena.
Imagino que ese culo que nunca he visto tiene un aspecto normal y corriente: la prolongación dorsal habitual de cualquier secretaria de dirección de Madison Avenue. Imagino que vuelvo a ser Jack, el chiquillo con la bolsa del sandwich y el café que no es negro ni portorriqueño.
A las doce estoy frente a su puerta, contengo la respiración y entro. Allí está, sentada con sus grandes tetas y sus ojos grandes. Mira sonriendo a través de mí, coge la bolsa, da las gracias y me desliza un mísero dime desde el otro extremo de la mesa.
—¿Por qué no coge usted la propina?
—PORQUE QUIERO DARLE POR EL CULO.
—¿Cómo dice?
—Nunca he visto su culo porque usted siempre lo esconde detrás del escritorio.
—¿Cómo se atreve a hablarme así? Voy a quejarme ante su jefe.
—Me importa una mierda.
—Voy a llamar a la policía.—No va a llamar a nadie.
—¿Por qué no?
—Porque tengo un cuchillo en el bolsillo.
—¿Quiere matarme?
—Así es. ¿Por qué tiene las tetas tan grandes?
—No lo sé.
—¿Y los ojos?
—No lo sé.—¿Por qué nunca me ha visto, a pesar de mirarme?
—No lo sé.
—Con sus ojos grandes.
—No lo sé.—Para usted no soy más que el chico de los sandwiches y el café. Nada más. No se le ocurriría estudiar mi cara. No soy lo suficientemente importante.
—Así es.
—¿Qué piensa usted cada vez que entro en esta oficina?
—Nada. No, no es verdad. Sí que pienso algo. Espere: pienso en mi sandwich y en mi café. Me pregunto si el café estará caliente y el sandwich rico.
—¿Eso es lo que piensa cuando me mira?
—Eso es.
—¿Y qué es lo que me dice?
—Le digo: «Muchas gracias. Aquí está su dime».
—Siempre dice lo mismo.—Y AHORA QUIERO DARLE POR EL CULO.
—¡Tenga piedad de mí!
—Sin piedad.
—El editor podría entrar.
—Me cago en el editor.
—Es un hombre importante.
—Yo también soy un hombre importante.
—¿Qué quiere decir?
—Soy escritor.
—¿En serio?
—Sí.—Y AHORA QUIERO DARLE POR EL CULO.
—Pero si nunca me ha visto el culo.
—Así es.
—¿Porque siempre lo escondo detrás del escritorio?
—Exacto.
—Apuesto a que su culo tiene un aspecto normal y corriente. Con un pequeño hoyuelo a la izquierda o a la derecha. Apuesto…(pp. 103-105)
Una novela muy divertida y recomendable, especialmente para aquellos que aspiran a ser novelistas.