André Laks: Introducción a la filosofía «presocrática». Leopoldo Iribarren Baralt (tr.) Madrid: Gredos, 2010.
Este es uno de esos libros imprescindibles para los que nos dedicamos a enseñar Historia de la Filosofía.
El autor expone de un modo cristalino la antiquísima problemática que afecta al término «presocráticos». Las dudas en torno a la propiedad del concepto son evidentes para cualquiera que desee planteárselas: ¿cómo es posible llamar presocrático a Demócrito si fue contemporáneo de Platón? ¿es legítimo meter en el mismo saco a un físico como Tales y a un místico como Parménides?
A pesar de que el término presocrático sea de invención moderna (Eberhard, 1788) situar en Sócrates una línea divisoria en la evolución del pensamiento es una idea que ya estaba presente en la Antigüedad.
El punto de vista clásico sobre los presocráticos es la distinción socrático-ciceroniana según la cual los filósofos anteriores anteriores a Sócrates se ocuparon de la naturaleza, fueron físicos. A partir de Sócrates, en cambio, el objeto de la filosofía fue el hombre en la ciudad, la ética y la política. Los textos que avalan esta idea pertenecen, por ejemplo, al Fedón de Platón donde se habla de un joven Sócrates interesado por «los temas de las alturas», la «investigación de la naturaleza», y un Sócrates maduro que renuncia a «lanzar conjeturas» sobre los cielos, para dedicarse a temas más humanos, a perseguir las «definiciones» de justicia o virtud. Sin embargo, es la enorme difusión del prólogo del libro quinto de las Tusculanas de Cicerón la que propaga la versión más habitual del término presocráticos. Para Cicerón la historia de la filosofía es la misma que la historia de la civilización. Al principio no existían los filósofos sino los famosos «Siete Sabios» orientados principalmente a la fundación de ciudades y elaboración de leyes. A Pitágoras le corresponde el mérito de haber introducido el término «filosofía». Para explicar el significado del término recurre a una conocidísima anécdota. Quienes asisten a las Olimpiadas pueden dividirse en tres: los atletas que compiten por el honor, los mercaderes que trabajan para amontonar riquezas y los filósofos que se limitan a «examinar cuidadosamente la naturaleza de las cosas». Esta raza de teóricos puros se verá interrumpida de nuevo por Sócrates, que volverá a orientar la filosofía hacia cuestiones prácticas, la hará regresar «del cielo a la tierra».
En el caso de Aristóteles la perspectiva socrático-ciceroniana se mantiene aunque con matices. Aunque Aristóteles usa la expresión «primeros filósofos» en lugar del término presocráticos, sí que contempla a todos los pensadores anteriores como precedentes que fueron abriendo un camino que él se encarga de completar. Esta visión teleológica de los primeros filósofos es común a la perspectiva ciceroniana.
La relativización de la ruptura socrática en la historia del pensamiento tiene su fundamento en las Vidas de los filósofos más ilustres de Diógenes Laercio. Este distingue dos linajes: el jonio y el itálico. Sócrates no es más que un eslabón dentro de la corriente jonia. La historiografía moderna de la filosofía se construyó contra el modelo de Diógenes Laercio y a partir de las ideas de Cicerón. El pensamiento teleológico de este se acomodó bien a la historiografía que nace a partir de Hegel en el s. XIX.
Una nueva visión de los presocráticos nace con Nietzsche y se desarrolla en el s. XX en los escritos de Heidegger y Gadamer. Los presocráticos ya no son breves etapas en el camino hasta el mundo de las ideas platónico o la metafísica aristotélica. Tienen voz propia, valor en sí mismos. Heráclito es para Nietzsche la cumbre la filosofía griega, mientras que Sócrates es sólo el principio de la decadencia. Esta línea de interpretación antiteleológica e irracionalista es cuestionada repetidamente por el André Laks. Uno de sus argumentos es el siguiente: el término presocrático sigue teniendo vigencia porque reúne a una serie de pensadores de los que sólo nos quedan fragmentos, es decir, «filosofías de derrotados» que «finalmente sucumbieron a la alianza de plantonismo y del aristotelismo» (p. 48) En última instancia André Laks toma partido por una versión de la visión hegeliana de la historia de la filosofía que es la de Cassirer en Lehrbuch der Philosophie (1925).
Otros de los temas interesantes que trata André Laks en torno a los orígenes de la filosofía son, por ejemplo, la tesis de Vernant sobre la relación causal entre el nacimiento de la polis y el paso del mito al logos o las fuentes orientales de los primeros pensadores griegos.
En definitiva, aunque mi punto de vista sobre el tema esté más próximo a Nietzsche que a Hegel o Cassirer, me parece un libro breve y clarificador sobre una polémica esencial e interminable.
Me permito colgarle un enlace del artículo de enciclopedia preparado por Agustín García Calvo sobre el término «Sócrates». Contiene, creo yo, algunas observaciones que hacen al caso.
http://www.editoriallucina.es/cms/index.php/agustin-garcia-calvo/archivos-orales/conferencias-recitales/desesperacion-de-socrates-a-nosotros
Como siempre, una suerte poder pasarse por aquí.
Hola Anónimo,
muchas gracias por añadir a García Calvo a esta reseña sobre la filosofía «presocrática». Tratándose del autor de esa magnífica monografía que es «Heráclito: Razón común» seguro que viene al caso.
Gracias por el elogio.
Un saludo.
Yo también estoy más de acuerdo con Nietzsche que con Hegel, ya que éste tiene algo de aristotélico en su muy discutible concepción de la historia de la filosofía como progresión del espíritu hacia la filosofía hegeliana y definitiva. Además creo que los primeros filósofos griegos han sido mal entendidos por su manera indirecta e insinuante de expresarse. Rafael.