Jean Améry: Revuelta y resignación

Jean Améry: Revuelta y resignación. Acerca del envejecer. Marisa Siguan Boehmer y Eduardo Aznar Anglés (tr.) Valencia: Pre-textos, 2001.

Jean Améry es en realidad Hans Maier, intelectual vienés nacido en 1912. En la década de los treinta inició una prometedora carrera de novelista que se vio truncada por el ascenso del nazismo. Exiliado a Bélgica, participó en la resistencia anti-nazi distribuyendo propaganda hasta que fue capturado, torturado y deportado a Auschwitz. Tras su liberación se instaló en Bruselas, cambió su nombre y trabajó en la sección de cultura para periódicos suizos. Durante años se negó a publicar en Alemania o Austria. En 1964, a instancias del poeta Helmut Heißenbüttel, salen a la luz sus memorias de Auschwitz bajo el título Más allá de la culpa y la expiación. Revuelta y resignación, un peculiar ensayo dedicado a la fenomenología del envejecer, se publica en 1968. La continuación, Levantar la mano sobre uno mismo, texto dedicado al suicidio, aparece en 1976. Jean Améry se quitó la vida en 1978 con una sobredosis de somníferos.

Améry dice en el prólogo que su única legitimación para escribir acerca del envejecer no es más que una «cierta propensión a reflexionar y, quizá, alguna práctica en ello». Los cinco ensayos que componen el libro renuncian de entrada al fetiche de la objetividad y están muy lejos, por tanto, del vocabulario y las intenciones de las ciencias positivas. A juicio del lector queda valorar si Améry se ha acercado a lo que es «más-que-subjetivo». Reconoce Améry la influencia que ha ejercido sobre su trabajo un texto clásico sobre el tiempo y la muerte, Vladimir Jankélévitch: La mort, Paris: 1968 [traducción castellana de Manuel Arranz, Valencia: Pre-textos, 2002].

Los cinco ensayos que componen Revuelta y resignación son:

  1. «Existencia y transcurso del tiempo»
  2. «Convertirse en extraño de sí mismo»
  3. «La mirada de los otros»
  4. «No entender ya el mundo»
  5. «Vivir con el morir»

El punto de partida de «Existencia y transcurso del tiempo» es la constatación de la dificultad que implica la investigación filosófica acerca del tiempo. Ya expuesta por San Agustín, Améry expone la paradoja del tiempo tal y como la enunció Russell, «aquel inglés con cabeza de pájaro»:

¿Existe el pasado? No, porque ya se ha ido. ¿Existe el futuro? No, porque todavía no ha llegado. ¿Existe, por tanto, sólo el presente? Ciertamente ¿Pero no es acaso cierto que ese presente no posee en sí mismo ningún espacio de tiempo? Así es. Pues bien, es muy probable entonces que el tiempo no exista.

Cuando queremos hablar del tiempo lo hacemos utilizando metáforas tomadas del mundo espacial. Decimos que el tiempo huye o se escapa. Lo hacemos así porque, como decía Kant, aquel «hombrecillo de Königsberg», el espacio es el más intersubjetivo de los sentidos, pues es nuestro sentido externo, mientras que lo relativo al tiempo, nuestro sentido interno, es incomunicable.

Sin embargo, Améry concluye que sí hay un modo de romper la paradoja de Russell y la burbuja kantiana. En el inevitable envejecer está la respuesta. Del joven decimos que tiene la vida por delante y en realidad queremos decir que tiene «el mundo» por delante. Del anciano, en cambio, decimos que tiene la vida a sus espaldas, ha perdido espacio y mundo, ya sólo percibe la losa del tiempo a sus espaldas.

Otras de las características del tiempo que se revela en el envejecer es su irreversibilidad. En general, con buena intención y también bastante hipocresía, se habla del «otoño de la vida». Una hermosa metáfora que esconde la cruel realidad del envejecer. Las estaciones se suceden y los otoños son infinitos. Sin embargo, al que envejece se le hace patente que este otoño puede ser el último. Es consciente de la irreversibilidad del tiempo y esta conciencia es la que provoca el habitual e inevitable deseo de «invertir el tiempo», el deseo de haber hecho las cosas de diferente manera, el arrepentimiento.

El que envejece ya no es más que un manojo de tiempo. Saberse excluido del espacio, experimentarse sólo como tiempo, es un camino rápido a la sublimación artística (Proust), la locura o el suicidio, que la mayoría resuelve con la ilusión engañosa de lanzarse de nuevo al mundo.

Ponerse a «reflexionar sobre el tiempo» no es algo natural. Es propio de aquel que, al envejecer, percibe una herida que ya es imposible que cierre o cicatrice, percibe el horror de ser una criatura hecha de tiempo.

«Convertirse en extraño de sí mismo», el segundo ensayo, toma como punto de partida un hecho habitual: al envejecer experimentamos un fuerte disgusto ante la contradicción entre el joven que hemos sido a lo largo de los años y el yo que empezamos a percibir en el espejo. Llega un momento en la vida en que ya no es posible recuperar la tersura de la piel o el brillo de los ojos, no sanamos de las enfermedades porque inevitablemente «hoy estamos un poco menos sanos que mañana».

El individuo que envejece experimenta una terrible contradicción entre haberse convertido en tiempo y, a la vez, ser cada vez más ese cuerpo que se marchita. Se percibe el cuerpo como «algo impuesto», como una «funda», pero, al mismo tiempo, como lo más propiamente nuestro, como aquello a lo que terminamos prestando cada vez más y más atención. Pena y sufrimiento son las pasiones que acompañan a este proceso.

Esta contradicción inevitable entre un «yo verdadero», res cogitans, hecho de tiempo y memoria, frente a un «no-yo» corporal, res extensa, hecho de achaques y enfermedades, parece resolverse en el momento extremo del dolor a favor de la triste realidad corporal. Si tenemos la suerte de volver a la «normalidad» tendremos que aferrarnos de nuevo a ese «yo verdadero». Sin embargo, nos espera otro problema: ese yo es una construcción social que hemos «reestructurado» y «reinterpretado» demasiadas veces hasta emborronarlo por completo.

Envejeciendo devenimos extraños a nosotros mismos: doblemente y de manera inescrutable, porque cuando «A», ante el espejo, moviendo la cabeza, dice «esta no soy yo», el sujeto le resulta tan desconocido como el predicado verbal. (p. 66)

El tercer ensayo, «La mirada de los otros», trata el conocido tema de la crueldad social con los viejos. Este hecho es aún más doloroso en las sociedades capitalistas donde «las exigencias de producción y expansión material» han desembocado en una vergonzosa «idolatría de la juventud».

Sabemos que envejecemos cuando la sociedad ya no nos concede ningún crédito sobre nuestro futuro, es decir, cuando, ya, para siempre, somos lo que somos y ha desaparecido el podríamos llegar a ser. Resistir este veredicto de la sociedad, poder ser todavía filósofos, revolucionarios o artistas, lleva habitualmente a la marginación o al manicomio. La sociedad obliga con las cadenas de acero del tener a renunciar al reino de la posibilidad, al «podría ser».

Ahora es, ya que tiene, por muy poco que sea. La sociedad le ha atribuido una edad social después de haberle dado a entender que al eterno joven sólo lo tolera en el manicomio. Tiene su edad social, y a veces con profunda turbación siente que está de acuerdo con ella. ¡Pagar los impuestos y ser un ciudadano a cuyo saludo responden los vecinos en la escalera! La suma de un número de capitulaciones vergonzosas le colma por un momento de estúpido orgullo. Se avergüenza de haber llegado a este punto y de que un ser dispuesto por el tener le haya robado el ser sin tener, el ser del permanente devenir. Entonces se pregunta si es pensable un orden social en donde pudiera haberse ahorrado la ridícula victoria, que en realidad es triste derrota, un sistema en donde el ser no fuera tener… sino que se mantuviera como ser del devenir: ser y devenir con los otros, cuya mirada no le subyugase, sino que le ayudase a ser siempre cero y a constituirse siempre de nuevo desde el punto cero. (p. 78)

Pero la mirada de los otros no sólo nos roba el mundo de lo posible sino que, además, no podemos dejar de sentir culpa y vergüenza, pues el que envejece se vuelve feo, odioso e invisible.

Para ilustrar sus observaciones Améry pone como ejemplo sus experiencias durante una conferencia de su admirado Jean-Paul Sartre. El anciano de 1968 poco tiene que ver con el joven filósofo de 1946, poderoso y cargado de futuro. Es ya un hombre débil y cansado a quien los jóvenes asistentes habrán de olvidar y superar. Al salir a la calle experimenta que los jóvenes, tan agradables de contemplar, también le roban el mundo. En realidad, «son un horror».

Ante la mirada social parece que en principio sólo podemos elegir entre la negación de quien en el manicomio se confunde con Napoleón y Buda o la aceptación del alienado que desea «volver a ser joven de nuevo», comprando ropa y coches al uso. Sin embargo, Améry confía en la posibilidad de una revuelta consciente de su condena al fracaso. Levantarse contra la mirada de los otros y saber que es una empresa irrealizable es el único modo de envejecer con dignidad.

«No entender ya el mundo» es el cuarto ensayo y está dedicado a la incapacidad del que envejece para «estar al día», «a la moda», especialmente en el plano cultural. A cualquiera que envejece le ocurre que los grandes problemas filosóficos de su juventud han dejado de serlo y los autores claves de su época han devenido kitsch. Como ejemplos, Améry utiliza a Henri Bergson y a Hermann Hesse, pensadores que han sido bastante maltratados por el tiempo. La extrañeza ante lo nuevo se traduce para cualquiera en inseguridad y un rechazo impotente.

No cabe rechazar de plano todo lo nuevo y gritar «¡vaya estupidez, todo lo que hoy se llama filosofía no es más que palabrería hueca; garabatos desangelados, lo que se nos presenta como pintura; charlatanería anarquizante, lo que se presenta como poesía! (p. 100). Quien así lo hace se automargina. Pero si intentas seguir el paso de la moda el precio es demasiado alto: habrás de renunciar a las coordenadas intelectuales donde se asienta lo único que te queda: el yo.

Envejecer no es sólo una catástrofe para el cuerpo, «corazón insuficiente, estómago sensible, molares débiles», sino también un tormento a nivel cultural pues estar obligado a aprender diariamente nuevos signos y sistemas significa tener que renunciar a quiénes somos, a algo más íntimo que el propio cuerpo. Es, en realidad, el anuncio de la muerte.

Ya no comprende el mundo; el mundo que entiende ya no existe. La exigencia de comprender lo incomprensible no le abandona, como tampoco lo hacen las ataduras con el pasado. No es un héroe, sólo uno más: tan heroico como otro cualquiera de los que envejecen y van a morir. (p. 117)

El quinto ensayo «Vivir con el morir» se enfrenta al problema último, convivir con la conciencia del envejecer y su fatal desenlace, la muerte. De entrada, Améry aclara que nos entretenemos con el «morir» y dejamos de lado a la muerte pues esta es una nada parmenídea que ni es ni puede ser pensada. Como afirmaba Freud, en el momento de la verdad nadie tiene la esperanza del más allá.

Al envejecer firmamos un insano compromiso con la muerte. Reconocemos su dominio pero le suplicamos una noche más, un minuto más, un segundo más. Y frente a un pasado que ha volado, que se ha consumido sin darnos cuenta, este futuro robado se dilata de un modo sorprendente y nos parece que se extiende al infinito.

Sin embargo, queda abierta una posibilidad que Améry deja inexplorada en este ensayo y terminará siendo determinante en su vida. Podemos huir de la muerte refugiándonos en la muerte, «una muerte libre, consciente, sin improvisaciones» como pidió Nietzsche.

Para terminar, diez años después y ya cumplidos los sesenta y cinco, en el prólogo a la cuarta edición, Améry considera haber diagnosticado correctamente los síntomas de la inevitable tragedia del envejecer. «En realidad, todo era un poco peor de lo que yo había previsto…»

Quizás el mejor modo de ilustrar esta revuelta imposible que Améry propone sea el conocido poema de Dylan Thomas Do not Go Gentle Into that Good Night.

Do not go gentle into that good night

DO NOT go gentle into that good night,
Old age should burn and rave at close of day;
Rage, rage against the dying of the light.

Though wise men at their end know dark is right,
Because their words had forked no lightning they
Do not go gentle into that good night.

Good men, the last wave by, crying how bright
Their frail deeds might have danced in a green bay,
Rage, rage against the dying of the light.

Wild men who caught and sang the sun in flight,
And learn, too late, they grieved it on its way,
Do not go gentle into that good night.

Grave men, near death, who see with blinding sight
Blind eyes could blaze like meteors and be gay,
Rage, rage against the dying of the light.

And you, my father, there on the sad height,
Curse, bless, me now with your fierce tears, I pray.
Do not go gentle into that good night.
Rage, rage against the dying of the light.

No entres dócilmente en la noche callada

NO entres dócilmente en la noche callada,
que al morir la luz la vejez debería
delirar y arder; odia el fin de la jornada.

Aunque el sabio ve en su ocaso la alborada,
como a su verbo el rayo vigor no confía
no entra dócilmente en la noche callada.

Llora el hombre bueno tras la última oleada,
por lo que pudo su obra danzar en la bahía,
y odia, odia feroz el fin de la jornada.

Y el loco, que al sol cogió al vuelo en su «albada»
y advierte, aunque tarde, la ofensa que le hacía,
no entra dócilmente en la noche callada.

Y el grave, que al morir ve con ciega mirada
que ojos ciegos ser pueden meteoros de alegría,
odia, odia feroz el fin de la jornada.

Y tú, padre mío, de tu cima alejada,
maldice o bendíceme con voz airada o pía.
No entres dócilmente en la noche callada.
Odia, odia feroz el fin de la jornada.

Dylan Thomas: Poemas 1934-1952. Esteban Pujals (tr.) Madrid: Visor, 1986.

10 comentarios en “Jean Améry: Revuelta y resignación

  1. Hace tiempo que me llama la atención y tengo intención de leer «Levantar la mano sobre uno mismo». Supongo que quizá es interesante leer antes éste para hacerse una idea más completa de la construcción del pensamiento de Améry y de cómo intentó explicar su huída hacia la muerte.
    Gracias por volver a acercarnos a una obra de este autor.
    Excelente el resumen.

    Saludos

  2. Hola egolastra,

    creo que sí es buena idea comenzar leyendo este otro libro sobre el envejecer antes de pasar al que trata sobre el suicidio.

    Me alegra que el resumen te haya sido útil.

    Améry es un ensayista de altura, ajeno a las escuelas. Claro y profundo.

    Es una lectura muy recomendable.

    Un saludo.

  3. He leído con mucho interés el post; he recapacitado sobre alguno de sus extremos; como ilustre cincuentón me he mirado a mi mismo en el metáforico espejo de mi conciencia y he concluído diciendo: Buaaaaaaaaaaaa!! Un pequeño desahogo y a seguir. Un saludo.

  4. Al terminar de leer tu post no me queda del todo claro cuál es la sensación que deja este libro en el lector. Evidentemente tiene partes más frías, investigadoras, (los viejos en la sociedad) pero en general, no sé si estamos ante un libro/autor «vitalista» o más bien pesimista.

    Un saludo

  5. Hola Fran, es un libro pesimista. El envejecer es un proceso insoportable del que sólo nos libera la muerte voluntaria. El detalle (fenomenológico) con que describe los padecimientos del paso del tiempo impactan el ánimo de cualquiera.

    Un saludo.

    P.D.:Creo que te gustaría uno de los libros que estoy leyendo y cuya portada está a la derecha del blog: La insurrección que viene, editorial melusina.

  6. Creo que Amery deja bien claro, o por lo menos pone entre paréntesis, eso de que «hay que seguir». Concretamene en «Levantar la manos sobre uno mismo» es casi el hilo conductor de los distintos capítulos.

    Todavia no he leido el post, pero te escribo ansioso por saber como has conseguido este libro, imposible de encontrar en la casadellibro o iberlibro. Es el único de sus libros traducidos que no tengo.

    Por cierto, para el que le interese Amery, recomiendo vivamente los ensayos que Julian Marrades le ha dedicado en diversas revistas. Especialmente el que analiza el resentimiento en Nietzsche y Amery. No tiene mas que buscar en dialnet.

    Un saludo, Eugenio, te sigo leyendo.

  7. Hola Pablo, en esa línea de lucha contra la vejez y la muerte iría el poema de Dylan Thomas con el que Améry cierra el libro.

    «Rage, rage against the dying of the light.»

    Muchas gracias por la recomendación de los artículos de Marrades. Lo tendré en cuenta.

    Un saludo.

  8. Y yo, que después de haber superado ese cáncer y estar viviendo la vida, pensé haber derrotado la muerte para siempre, más aún la vejez y ustedes me salen ahora con todo esto. Alguien debe estar equivocado.

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