Beatriz Preciado: Pornotopía. Arquitectura y sexualidad en «Playboy» durante la guerra fría. Barcelona: Anagrama, 2010.
Este libro de Beatriz Preciado, finalista del premio Anagrama 2010, es, a grandes rasgos, un análisis en clave foucaultiana del fenómeno Playboy. El entramado arquitectónico y multimedia construido por su fundador, Hugh Hefner, es mucho más que una revista para adolescentes lascivos, es la «primera pornotopía de la era de la comunicación de masas» (p. 15)El término pornotopía deriva del concepto heterotopía acuñado por Foucault. Las heterotopías son burbujas de espacio-tiempo donde la moral y las reglas cotidianas quedan en suspenso. Algo tan simple como un «viaje de novios». Foucault distingue heterotopías de dos tipos: heterotopías de crisis destinadas a albergar cambios biológicos como el asilo respecto a la vejez y heterotopías de desviación destinadas a individuos de comportamiento desviado como pueden ser el manicomio, la prisión o el burdel.Desarrollando los conceptos de Foucault, Preciado distingue varios tipos de pornotopía, es decir, lugares donde quedan alteradas las convenciones sexuales habituales. Existen pornotopías de proliferación extensa como el barrio chino, localizadas como los peep-shows, de restricción como la celda del monje, de transición como la suite nupcial y de resistencia como la manifestación del orgullo gay. La pornotopía Playboy es una heterotopía peculiar que surge en las sociedades consumistas propias del tardocapitalismo.
Playboy es la clave para entender la transformación del capitalismo disciplinario propio del siglo XIX en el capitalismo farmacopornográfico que emerge en la sociedad de posguerra estadounidense. El capital sustituye la figura del trabajador por la del consumidor. Placeres y fármacos, antes penalizados, se convierten en fuente inagotable de beneficios. El capitalismo de la «guerra fría» se convierte en un capitalismo «caliente» dispuesto a sacar beneficio «del carácter politoxicómano y compulsivamente masturbatorio de la subjetividad moderna.»
El capitalismo farmacopornográfico podría definirse como un nuevo régimen de control del cuerpo y de producción de la subjetividad que emerge tras la Segunda Guerra Mundial, con la aparición de nuevos materiales sintéticos para el consumo y la reconstrucción corporal (como los plásticos y la silicona), la comercialización farmacológica de sustancias endocrinas para separar heterosexualidad y reproducción (como la píldora anticonceptiva, inventada en 1947) y la transformación de la pornografía en cultura de masas. Este capitalismo caliente difiere radicalmente del capitalismo puritano del siglo XIX que Foucault había caracterizado como disciplinario: las premisas de penalización de toda actividad sexual que no tenga fines reproductivos y de la masturbación se han visto sustituidas por la obtención de capital a través de la regulación de la reproducción y de la incitación a la masturbación multimedia a escala global. A este capitalismo le interesan los cuerpos y sus placeres, saca beneficio del carácter politoxicómano y compulsivamente masturbatorio de la subjetividad moderna. (pp. 112-113)
Playboy cuestiona el modelo de familia nuclear realizando una apuesta arquitectónica: el ático de soltero. Obsérvese que los primeros números de Playboy contenían abundantes artículos sobre decoración, tema que encaja perfectamente en la categoría de lo «afeminado». Para evitar confusiones Playboy realizaba «una defensa a ultranza de la heterosexualidad y del consumo para ahuyentar las sospechas de los «vicios antiamericanos» de homosexualidad y comunismo.» (p. 41)
Aunque Hefner se atreva a colocar el fenómeno Playboy como parte de la revolución sexual, y junto a otros movimientos feministas y antirracistas de la época, no hay que dejarse confundir por su discurso. Fue muy poco lo que Playboy, con su instrumentalización de la mujer, aportó a la modificación de géneros clásicos. En el ático de soltero, modelo arquitectónico promocionado por Hefner, la mujer no tiene acceso ni al baño ni al estudio: ano y razón son territorio privado del varón y no ha lugar para ningún afeminamiento. Playboy conduce simplemente a transformar masculinidad y feminidad en «nuevos centros de consumo y producción farmacopornográficos.» (p. 51)
Preciado realiza una comparación interesante cuando sugiere que Hefner es un «Platón moderno» observando a los atónitos prisioneros de la caverna porno. Un Platón moderno que logró transformar el burdel clásico en una fantasía multimedia global puesta al servicio del capitalismo de consumo.
Una de las fotos publicadas en la revista Playboy muestra a los visitantes menos afortunados, los que han tenido que permanecer en la primera planta, mirando a través de la trampilla que da acceso a la gruta tropical. Parecen tensos y asustados, como si temieran que los cimientos de la casa fueran a ceder. Mientras observan expectantes a las play-mates en la caverna, parecen convencidos de que la condición misma de posibilidad del placer sexual masculino depende exclusivamente de ese «agujero» y de su capacidad para penetrar en él. Mientras tanto, en la parte posterior del sótano, en el «cuarto subacuático», Hefner contempla la fiesta que se desarrolla en la cueva a través de una ventana con la tranquilidad de quien mira el último episodio del programa de televisión Playboy’s Pentbouse: Hefner era un Platón moderno en una caverna porno. (p. 136)
La pornotopía Playboy está muriendo lentamente a manos de Internet. El negocio del porno, como el de la música, está en un momento de crisis, de cambio profundo. Es el momento adecuado para realizar una autopsia como esta que propone Beatriz Preciado. Y esta es la conclusión: el gigante mediático de Hefner puede morir tranquilo pues ya ha cumplido su función. Alumbró las estructuras propias de nuestra sociedad farmacopornográfica: «trabajo inmaterial, espacio posdoméstico, regulación psicotrópica de la subjetividad, producción sexopolítica, vigilancia y consumo de la intimidad.» (p. 205)
Una lectura interesante que aplica con sobriedad y eficacia la reflexión filosófica al porno, un elemento absolutamente determinante de nuestra realidad contemporánea.