Platón: República, libro IX

Adolf Hitler, paradigma del tirano. En el libro IX de República Platón responde a la cuestión de si el tirano es el hombre más feliz, tal y como defiende Trasímaco.

El libro IX de República completa el discurso sobre los diferentes sistemas políticos llevado a cabo en el libro VIII. Faltaba examinar al hombre tiránico y describir cómo se origina a partir del hombre democrático. Platón expondrá, por fin, las tres pruebas que demuestran que el hombre injusto es más infeliz que el justo. Recuérdese que esta cuestión había surgido al final del libro II y se había planteado como el objetivo último del diálogo. Sócrates decide que será preferible observar la justicia y la injusticia en el Estado, en lugar de en los individuos, pues el Estado es un objeto mucho mayor y resultará más fácil aclarar la relación entre injusticia y felicidad. De este modo, podrá responde también a la pregunta de si es posible el tirano feliz, tal y como defendió Trasímaco en el libro I.

Platón comienza realizando una distinción que recuerda enormemente al psicoanálisis de Freud. Distingue entre deseos necesarios, innecesarios y «los que surgen durante el sueño«. Los necesarios son aquellos que no podemos evitar y que al satisfacerlos son beneficiosos para el cuerpo como, por ejemplo, alimentarse. Los innecesarios son aquellos deben ser reprimidos o, de lo contrario, resultarán perjudiciales para el cuerpo. Un ejemplo de deseo innecesario son las comilonas excesivas. En cambio, los deseos que surgen durante el sueño, cuando estamos hartos de comida y vino, son síntoma de la parte bestial que habita en todos nosotros y que Freud llamó inconsciente. Freud creía que el niño no es la criatura inocente que todo el mundo cree sino un «perverso polimorfo» donde el inconsciente actúa sin nada ni nadie que lo reprima. Platón, en Las leyes, es de la misma opinión al afirmar que el niño es la más «terrible de todas las bestias» (808 d) y que, por tanto, necesita una supervisión especializada continua. Típica de la edad infantil es la perversión que Platón menciona como ejemplo de fantasía bestial, «acostarse con su madre«, idea a la que Freud pondrá nombre, Complejo de Edipo.

Para evitar los deseos que surgen durante el sueño es adecuado calmar las parte fogosa y apetitiva del alma antes de ir a dormir. Platón ofrece una especie de recetas pitagóricas para hacerlo: en lugar de copiosos banquetes alimentar el cuerpo con bellos discursos y consideraciones, examinar en el lecho lo que se desconoce en  las cosas que han sucedido, en las que suceden y en las que están por suceder…

El hombre democrático surgía a partir del oligárquico cuando se atrevía a colocar en un mismo rango los deseos necesarios e innecesarios pero alcanzando una cierta moderación. El hombre tiránico es el hijo del hombre democrático que se deja arrastrar por malas compañías que le incitan a buscar esos deseos salvajes y terribles que se engendran en la parte bestial del hombre. Ese Eros es como un gran zángano alado cuyo aguijón es la eterna pasión insatisfecha. El hombre se convierte en tiránico cuando se convierte en «borracho, erótico o lunático.» Su fortuna menguará pronto, pero como su único gobierno es la pasión insatisfecha buscará otros a quien robar y no dudará en empezar por sus padres. A continuación se atreverá a violentar deberes sagrados como la hospitalidad robando a caminantes o el respeto a los templos. Habitualmente el hombre tiránico tendrá que abandonar el país para servir como mercenario o en la corte de algún otro tirano. Pero si en su ciudad son tiempos de paz y prosperidad permanecerá allí convertido en criminal: «roban, violentan casas, hurtan bolsas, despojan de ropas, profanan templos, venden como esclavos a hombres libres, actúan como delatores públicos, testimonian en falso y aceptan sobornos. » Si la insensatez del pueblo conduce a las masas a rebelarse contra el orden social existente colocará al peor y más violento de los tiranos como líder. Este, una vez que obtenga el poder, no dudará en golpear a su pueblo como ya lo había hecho con su padre y su madre. Nunca conocerán la amistad pues a su alrededor sólo admite esclavos y parásitos aduladores. El hombre más perverso se revela, de este modo, como el más desdichado.

El Estado tiránico compartirá las miserias del hombre tiránico. Del mismo modo que en el hombre tiránico las mejores partes del alma están sometidas a un sombrío legislador, en el Estado tiránico la mayoría será esclava del más loco y perverso. Será un Estado muy limitado pues, al igual que el hombre tiránico, es el que menos hace lo que quiere. Será también un Estado pobre, lleno de temor y vencido por «quejas, gemidos, lamentaciones y sufrimientos». Es evidente que el Estado tiránico es el más injusto y, al mismo tiempo, el más infeliz. Queda por demostrar que también el hombre tiránico es el más infeliz. Para hacerlo Platón ofrece tres argumentos:

  1. Comparemos al tirano con un particular rico poseedor de muchos esclavos. Si a uno de estos hombre se lo sacara del Estado y se lo dejase en el desierto con su mujer, hijos y esclavos está claro que tendrá que vivir escondido en su tienda por temor a la venganza de los esclavos. Será una vida dominada por el miedo y las privaciones. Ante este argumento Glaucón concede finalmente que el tirano es, entre los hombres el más infeliz mientras que el más justo es, por ello, el más feliz.
  2. El segundo argumento es un magnífico ejemplo de círculo vicioso. Del mismo modo que existen tres partes del alma podemos distinguir también tres tipos de placeres. Los que aman la comida, la bebida y el sexo se dejan llevar por la parte apetitiva del alma y podemos llamarlos, en general, amantes de las riquezas. Aquellos en los que gobierna la parte apasionada o fogosa del alma preferirán el respeto y la fama y podemos llamarlos amantes del honor. Quienes se dejan guiar por la parte del alma capaz de aprender amarán la sabiduría y podrán ser llamados con toda propiedad «filó-sófos». ¿Cuál de estos tres tipos de hombres es más experimentado? Está claro que el filósofo, pues es el único que ha experimentado los tres tipos de placeres: los del cuerpo en la infancia, los honores en el campo de batalla y, por supuesto, los de la inteligencia a lo largo de toda su vida. Además de ser el más experimentado es evidente que a la hora de tomar una decisión sobre cuáles son los mejores placeres habremos de usar el razonamiento que también es una cualidad exclusiva del filósofo. Por tanto, los placeres de la inteligencia son los mejores y los del tirano, «amante de la riqueza», los peores.
  3. La visión que tiene la mayoría del placer no es real ni pura sino como una «pintura sombreada«, un engaño. Cuando terminamos de experimentar el gozo de los sentidos caemos en un estado penoso como una resaca. Sin embargo, cuando la enfermedad nos trae sufrimientos y dolores la vuelta a la salud simplemente es ya un placer. Parece, entonces, que ese estado intermedio entre el placer y el dolor es, a veces, considerado doloroso y, a veces, placentero. En ese estado de reposo no hay verdadero placer sino que su naturaleza parece la de un encantamiento. La mayoría atribuye a ese estado inestable, placentero y doloroso según el momento, el verdadero placer. Pero es evidente que les falta la experiencia del filósofo. Este, frente al pan, la bebida y el alimento, ha experimentado el placer de la opinión verdadera, el conocimiento científico, es decir, el de la excelencia del alma, y ha concluido que estos placeres, al contrario que los primeros, participan de de la verdad y lo inmortal, del verdadero ser. Son, por tanto, más reales. Sólo cuando todas las partes del alma obedecen a la racional estamos hablando de placeres verdaderos. Y ocurre que el tirano es lo opuesto y, por tanto, está dominado por placeres irreales. Por un momento, Platón se abandona a los desvarío matemáticos de corte pitagórico para afirmar que el tirano está alejado del verdadero placer en una cantidad que es el triple del triple. Obsérvese que el tirano es el tercero por debajo del oligarca y el oligarca es el tercero por debajo del rey-filósofo. No sólo eso, el rey vive «setecientas veintinueve veces» más agradablemente que el tirano, que es el triple del triple (3×3=9, número plano) elevado al cubo para darle la profundidad que merece lo real frente a la mera pintura con sombras del placer aparente.

Finalmente Platón resuelve la cuestión de si es posible que el injusto tenga una vida feliz. Responde a los argumentos de Trasímaco utilizando una imagen. Nos pide que imaginemos el interior del hombre como una escultura compuesta de una bestia polícroma y policéfala, compuesta de animales mansos y feroces, un león enorme y un hombre más pequeño. Cuando el tirano da el control de su alma a la bestia está matando de hambre al hombre que ha habita en él. ¿Qué pasiones estimulan a la bestia y debilitan al hombre interior? La búsqueda insaciable de riquezas, la prepotencia y la irritabilidad, el lujo y la molicie, la adulación y el servilismo, la artesanía y el trabajo manual. Resulta curioso que Platón atribuya tan mala influencia para el alma del hombre al trabajo manual pero se debe recordar que era propio de esclavos y es precisamente de eso de lo que se pretende huir.

El sabio es aquel que cultiva la justicia y la armonía en su alma otorgando el mando a la parte racional. De este modo, imita al Estado ideal que Platón acaba de describir en los libros anteriores. Glaucón no puede evitar afirmar que ese Estado del que tanto han hablado ni existe en la realidad ni existirá nunca y que más le vale al sabio no intentar participar en la política de todos los días, más corruptora que ninguna otra actividad. Sócrates se lo concede pero afirma que al menos habrá de existir «en el cielo un paradigma para quien quiera verlo y, tras verlo, fundar un Estado en su interior. En nada hace diferencia si dicho Estado existe o va existir en algún lado, pues él acturaá solo en esa política, y en ninguna otra.» (592 e)

Cuestionario

  1. ¿Qué opinas sobre las ideas comunes de Freud y Platón en psicología infiantil?
  2. Compara el Eros de El Banquete y el Eros tiránico del libro IX.
  3. ¿Cuál de los tres argumentos de Platón en favor de la infelicidad del tirano te convence más? Razona tu respuesta.
  4. ¿Qué opina de la aplicación de las matemáticas a la psicología que realiza Platón al defender que el tirano es triple del triple más infeliz que el filósofo?
  5. ¿Por qué afirma Platón que el trabajo manual es una actividad que alimenta las peores partes del alma y debilita a la mejor?

Textos para comentar

1. Platón y el complejo de Edipo.

— A los que se despiertan durante el sueño, cuando duerme la parte racional, dulce y dominante del alma, y la parte bestial y salvaje, llena de alimentos y de vino, rechaza el sueño, salta y trata de abrirse paso y satisfacer sus instintos. Sabes que en este caso el alma se atreve a todo, como si estuviera liberada y desembarazada de toda vergüenza y prudencia, y no titubea en intentar en su imaginación acostarse con su madre, d así como con cualquier otro de los hombres, dioses o fieras, o cometer el crimen que sea, o en no abstenerse de ningún alimento; en una palabra, no carece en absoluto de locura ni de desvergüenza. 571 d

2. El Eros tiránico.

— Supón también que le sucede lo mismo que a su padre, y es llevado hacia una anomia total que quienes  lo llevan denominan ‘libertad total’, y que su padre y demás parientes acuden en auxilio de los deseos moderados, en tanto otros apoyan a los deseos opuestos; cuando estos terribles magos y forjadores de tiranos no esperan posesionarse del joven de otro modo, maquinan para engendrar en él un amor que se ponga  a la cabeza de los deseos ociosos y dilapidadores de sus bienes, como un gran zángano alado; ¿o crees que es otra cosa el amor de tales individuos?

— No, sólo eso.

— Por consiguiente, cuando zumban alrededor de ese amor los otros deseos, colmados de incienso, perfumes, guirnaldas, vinos y placeres liberados en tales compañías, y hacen crecer y nutrir al zángano hasta el paroxismo, implantando en él el aguijón de la pasión insatisfecha, entonces este caudillo del alma, custodiado ahora por la locura, enfurece y, si coge algunas opiniones o deseos de los considerados positivos, los aniquila y arroja fuera de él, hasta quedar purificado de moderación y pleno de esa locura que ha sido auxiliada desde el exterior.

—Describes perfectamente la génesis del varón tiránico.

—¿Y no será por este motivo por lo que desde hace mucho se dice que Eros es tirano?

— Es probable.

— Y bien, mi amigo, ¿no cuenta el hombre embriagado con un espíritu tiránico?

—Sí que cuenta con él.

—Y aquel que ha enloquecido y está alienado, no sólo a los hombres, sino también a los dioses intenta gobernar y supone que es capaz de ello.

—Ciertamente.

— Entonces, divino amigo, un hombre llega a ser perfectamente tiránico cuando, por naturaleza o por hábitos o por ambas cosas a la vez, se torna borracho, erótico o lunático. (573a)

3. Primer argumento en favor de que el injusto es el más infeliz.

— Por consiguiente, aunque a algunos no les parezca, es en realidad el verdadero tirano un verdadero esclavo, forzado a la mayor adulación y servilismo, lisonjero de los hombres más perversos; alguien que no satisface sus deseos en medida alguna sino que está necesitado de la mayor parte de las cosas, resulta realmente pobre para quien sepa contemplar su alma íntegra; a lo largo de su vida está lleno de temores, así como de convulsiones y dolores, si es que su condición se asemeja a la del Estado al que gobierna. Pues se asemeja a ella, ¿no es cierto?

— Claro que es cierto.

—Además de esto, ¿no hemos de atribuir a tal hombre  lo que anteriormente hemos mencionado: que es necesariamente —y por causa del poder llegar a serlo más aún— envidioso, desleal, injusto, carente de amigos, sacrílego, anfitrión y nutridor de toda maldad; y, a consecuencia de todo esto, es infortunado al máximo y torna de esa índole a cuantos hombres se le aproximan? (580a)

4. Segundo argumento.

—¿Pero puesto que se juzga mejor con la experiencia, la inteligencia y el razonamiento?

—Necesariamente las cosas más verdaderas son las que elogia el filósofo y amante del razonamiento. (582 e)

5. Tercer argumento.

—Por lo tanto, aquellos que carecen de experiencia  de la sabiduría y de la excelencia y que pasan toda su vida en festines y cosas de esa índole son transportados hacia abajo y luego nuevamente hacia el medio, y deambulan toda su vida hacia uno y otro lado; jamás han ido más allá de esto, ni se han elevado para mirar hacia lo verdaderamente alto, ni se han satisfecho realmente con lo real, ni han disfrutado de un placer sólido y puro, sino que, como si fueran animales, miran siempre para abajo, inclinándose sobre la tierra, y devoran sobre  b  las mesas, comiendo y copulando; y en su codicia por estas cosas se patean y cornean unos a otros con cuernos y pezuñas de hierro, y debido a su voracidad insaciable se matan, dado que no satisfacen con cosas reales la irreal parte de sí mismos que las recibe.

—Como un oráculo, Sócrates —dijo Glaucón—, describes el modo de vida de la mayoría.

— Y es forzoso que los placeres con los cuales viven estén mezclados con penas y que sean como imágenes c y pinturas sombreadas del verdadero placer, que toman color al yuxtaponer los unos a las otras, de modo tal que unos y otras parecen intensos, y que dichos placeres procrean en los insensatos amores enloquecedores por los cuales combaten, tal como cuenta Estesícoro que se combatía en Troya por el fantasma de Helena por desconocimiento de la verdad. 586a

6. El sabio y la política.

— Más bien dirigirá su mirada hacia la organización e política que tiene dentro de sí, vigilando que no lo pe-turbe allí lo abundante o lo escaso de su fortuna; y, gobernándose de ese modo, acrecentará su fortuna o la gastará, en la medida que le sea posible.

—De ese modo, precisamente.

— En lo concerniente a los honores, mirará en el mismo 592a  sentido; participará y gustará voluntariamente de aquellos que considere que pueden mejorarlo, pero en cuanto a aquellos que disuelvan el estado habitual de su alma, los rehuirá en público y en privado.

— Por consiguiente —dijo Glaucón—, y al menos si presta atención a eso, no estará dispuesto a actuar en política.

—Eso sí, ¡por el perro! —exclamé—. Ciertamente en su propio Estado actuará, aun cuando no en su patria, salvo que se presente algún azar divino.

—Comprendo: hablas del Estado cuya fundación acabamos de describir, y que se halla sólo en las palabras, ya que no creo que exista en ningún lugar de la b tierra.

—Pero tal vez resida en el cielo un paradigma para quien quiera verlo y, tras verlo, fundar un Estado en su interior. En nada hace diferencia si dicho Estado existe o va a existir en algún lado, pues él actuará sólo en esa política, y en ninguna otra.

Bibliografía.

Platón: Diálogos IV. República. Eggers Lan, C. (trad.) Madrid: Editorial Gredos, 1986.

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