Hermann Hesse nació en 1877 en Alemania. Abandonó sus estudios de teología en un seminario para «echarse al mundo» de mecánico, librero y periodista. Se nacionalizó suizo para no participar en las «matanzas» de la I Guerra Mundial. En sus mejores novelas, Demian (1919), Siddhartha (1922) y El lobo estepario (1927), Hesse busca una respuesta a las preguntas fundamentales de la existencia inspirándose en el budismo, el psicoanálisis y Nietzsche. Recibe el Nobel de Literatura en 1946 y muere en Suiza en 1962.
A continuación, el cuestionario y algunos textos para comentar.
Cuestionario para Historia de la Filosofía
- ¿Puedes relacionar la personalidad del protagonista de la novela, Harry Haller, con la teoría psicoanalítica de Freud?
- Relaciona los conceptos de moral natural y contranatural de Nietzsche con la educación de los instintos que María lleva a cabo con Harry?
- Descubre la similitud entre la idea del Yo en la novela y la filosofía de David Hume
- ¿Qué similitudes observas acerca de la función del arte según Nietzsche, Schopenhauer y Hermann Hesse?
- ¿Qué tienen que ver las distintas puertas del teatro mágico que aparece al final de la novela con el psicoanálisis y con Nietzsche?
- ¿Qué pensadores de la historia de la filosofía han sido contrarios al «arte de masas», la «democracia«? ¿Cómo justifica Harry su desprecio?
- ¿Qué significa Mozart en la educación de Harry? Explica con tus palabras la parábola del gramófono.
- ¿Cuál es la función de la ebriedad (el vino, el opio) en la novela? ¿Puedes relacionarlo con el concepto dionisiaco en Nietzsche?
- ¿Qué significa que Gustavo y Harry se dediquen a disparar contra los automovilistas?
- ¿Por qué, al final de la novela, comete Harry el homicidio?
Textos para comentar
Hesse, H.: El lobo estepario. Manzanares, M. (trad.) Madrid: Alianza editorial, 1987.
- Cuestiones de Estética: Schopenhauer y Nietzsche
- La moral: Nietzsche
- El «yo»: Hume y Nietzsche
1. Cuestiones de Estética
Hesse y Nietzsche se inspiran en la estética del romanticismo alemán representada especialmente por Schopenhauer. Para Schopenhauer el arte, sobre todo la música, es el único modo de contemplación desinteresada del mundo y donde se revela el sentido de la vida, el ser oculto de las cosas, las “huellas de Dios en el mundo”.
Sin embargo, a Nietzsche y a Hesse les tocó vivir el nacimiento del arte de masas producto de la revolución científica y tecnológica, la cultura basura. Hesse marca una diferencia clara entre la verdadera cultura como aquella que nace de lo más profundo del hombre, aquella que le recuerda que pertenece a otro mundo distinto que este, aquella que le regala un pequeño anuncio de la eternidad frente a la cultura basura, frente a la cultura de hojalata, la cultura hipócrita de hoy día que no es más que mercancía, algo que se compra y se vende. El arte de masas cuya función no es el conocimiento sino ayudar al hombre a «matar el tiempo«, a pasar el rato, a estar entretenido. “Revestir al hombre de una red cada vez más espesa de distracción y de inútil estar ocupado”, dice Hesse.
Un hombre de la Antigüedad que hubiese tenido que vivir en la Edad Media se habría asfixiado tristemente, lo mismo que un salvaje tendía que asfixiarse en medio de nuestra civilización. Hay momentos en los que toda una generación se encuentra extraviada entre dos épocas, entre dos estilos de vida, de tal suerte, que tiene que perder toda naturalidad, toda norma, toda seguridad e inocencia. Es claro que no todos perciben esto con la misma intensidad. Una naturaleza como Nietzsche hubo de sufrir la miseria actual con más de una generación por anticipado; lo que él, solitario e incomprendido, hubo de gustar hasta la saciedad, lo están soportando hoy millones de seres.
Hesse, H.: El lobo estepario. Alianza Editorial, Madrid, 1987, p. 27.
aquellos días terribles del vacío interior y la desesperanza, en los cuales, en medio de la tierra destruida y esquilmada por las sociedades anónimas, nos salen al paso, con sus muecas como un vomitivo, la humanidad y la llamada cultura con su fementido brillo de feria, ordinario y de hojalata, concentrado todo y llevado al colmo de lo insoportable dentro del propio yo enfermo.
ibid., p. 30.
¡Ah, es difícil encontrar esa huella de Dios en medio de esta vida que llevamos, en medio de este siglo tan contentadizo, tan burgués, tan falto de espiritualidad, a la vista de estas arquitecturas, de esta política, de estos hombres! ¿Cómo no había yo de ser un lobo estepario y un pobre anacoreta en medio de un mundo, ninguno de cuyos fines comparto, ninguno de cuyos placeres me llama la atención? No puedo aguantar mucho tiempo ni en un teatro ni en un cine, apenas puedo leer un periódico, rara vez un libro moderno; no puedo comprender qué clase de placer y de alegría buscan los hombres en los hoteles y en los ferrocarriles totalmente llenos, en los cafés repletos de gente oyendo una música fastidiosa y pesada; en los bares y varietés de las elegantes ciudades lujosas, en las exposiciones universales, en las carreras, en las conferencias para los necesitados de ilustración, en los grandes lugares de deportes[…] Y lo que, por el contrario, me sucede a mí en las raras horas de placer, lo que para mí es delicia, suceso, elevación y éxtasis, eso no lo conoce, ni lo ama, ni lo busca el mundo más que si acaso en las novelas; en la vida, lo considera una locura.
ibid., p. 35.
Es extraordinariamente tajante en lo que se refiere al cine: condena al cine globalmente; llega incluso a decir que preferiría que el Apocalipsis hubiese sucedido ya antes que ver esa falsificación de la historia que realiza el cine (Moisés). Tampoco se libran el jazz o la radio…
El jazz me producía aversión, pero me era diez veces preferible a toda la música académica de hoy, llegaba con su rudo y alegre salvajismo también hondamente hasta el mundo de mis instintos, y respiraba una honrada e ingenua sensualidad.[…] Era música decadentista. En la Roma de los últimos emperadores tuvo que haber música parecida. Naturalmente que comparada con Bach y con Mozart y con música verdadera era una porquería…., pero esto mismo era todo nuestro arte, todo nuestro pensamiento, toda nuestra aparente cultura, si la comparamos con la cultura auténtica.
ibid., p. 43.
Sin embargo, hacia el final de la novela una curiosa parábola: Mozart y el gramófono. Esta parábola que aparece al final de la novela expresa en su simplicidad toda una teoría estética y una concepción del mundo y de la civilización técnica en la que vivimos. Harry quiere suicidarse porque este mundo no se parece en nada al que le sugiere la música de Mozart. Esta le eleva hasta un mundo totalmente espiritual, un mundo de eternidad, sin tiempo. Harry cree que el suicidio le llevará hasta donde la música de Mozart lo eleva pero ocurre que Mozart le pone el ejemplo del gramófono: El gramófono destroza la música, hace que suene cuando no se la escucha y la falsifica al reproducirla y sin embargo no es capaz de destruir lo divino que hay en la música. Lo mismo ocurre con la vida, hay que saber escuchar las voces de otro mundo que nos llegan.
Yo me imagino que nosotros los hombres todos, los de mayores exigencias, nosotros los de los anhelos, los de la dimensión de más, no podríamos vivir en absoluto si para respirar, además del aire de este mundo, no hubiese también otro aire, si además del tiempo no existiese también la eternidad, y ésta es el reino de lo puro. […] Y la eternidad no era otra cosa que la liberación el tiempo, era en cierto modo su vuelta a la inocencia, su retransformación en espacio. Mozart, esta música era algo así como tiempo congelado y convertido en espacio, y por encima, flotando, infinita, una alegría sobrehumana, una eterna risa divina.
ibid., p. 165.
Observe usted cómo esta absurda caja de resonancia hace en apariencia lo más necio, lo más inútil, lo más execrable del mundo y arroja una música cualquiera, tocada en cualquier parte, la arroja necia y crudamente, y al propio tiempo, lastimosamente desfigurada, a sitios inadecuados, y cómo a pesar de todo no puede destruir el alma prístina de esta música, sino únicamente poner de manifiesto en ella la propia técnica torpe y la fiebre de actividad falta de todo espíritu…. Cuando está usted escuchando la radio, oye y ve la lucha eterna entre la idea y el fenómeno, entre la eternidad y el tiempo, entre lo divino y lo humano. Precisamente amigo, igual que la radio va arrojando a ciegas la música más magnífica del mundo durante diez minutos por los lugares más absurdos, por salones burgueses y por sotabancos, entre abonados que están charlando, comiendo, bostezando o durmiendo, así como despoja a esta música de su belleza sensual, la estropea, la embadurna y la desgarra y, sin embargo, no puede matar por completo su espíritu… Toda la vida es así, hijo, y así tenemos que dejar que sea, y si no somos asnos, nos reímos, además.
ibid., p. 229.
2. La moral
Para Nietzsche la cultura, la civilización occidental, están enfermas porque en lugar de ir a favor de la vida, han ido en su contra. Nietzsche defiende una cultura que esté a favor de la vida, una moral que espiritualice nuestros instintos. Así también el personaje de la novela de Hesse. Su amante María realiza una educación de los instintos de Harry, una «espiritualización de sus pasiones«: le enseña a bailar, a comer, a beber, a amar, en definitiva, a liberar sus sentimientos más profundos, a dar cauce a sus instintos en algo constructivo y no destructivo. María simboliza la salvación de la cultura occidental. Esta cultura es excesivamente represora, todos sus males vienen de no reconocer la naturaleza corporal, sensual, instintiva del ser humano. Esto se expresa al final de la novela en los letreros que cuelgan de las diferentes puertas del teatro mágico: liberación sexual, liberación de la violencia, liberación estética…
Lo burgués, pues, como un estado siempre latente dentro de lo humano, no es otra cosa que el ensayo de una compensación, que el afán de un término medio de avenencia entre los numerosos extremos y dilemas contrapuestos de la humana conducta. Si tomamos como ejemplo cualquiera de estos dilemas de contraposición, a saber, el de un santo y un libertino, se comprenderá al punto nuestra alegoría. […] Ahora bien, el burgués trata de vivir en un término medio confortable entre ambas sendas. Nunca habrá de sacrificarse a Dios ni entregarse ni a la embriaguez ni al ascetismo, nunca será mártir ni consentirá en su aniquilamiento. Al contrario, su ideal no es sacrificio, sino conservación del yo, su afán no se dirige a la santidad ni a lo contrario; la incondicionalidad le es insoportable; sí quiere servir a Dios, pero también a los placeres del mundo; sí quiere ser virtuoso, pero al mismo tiempo pasarlo en la tierra un poquito bien y con comodidad. […] A costa de intensidad alcanza seguridad y conservación; en vez de posesión de Dios, no cosecha sino tranquilidad de conciencia; en lugar de placer, bienestar; en vez de libertad, comodidad; en vez de fuego abrasador, una temperatura agradable. El burgués es consiguientemente por naturaleza una criatura de débil impulso vital, miedoso, temiendo la entrega de sí mismo, fácil de gobernar. Por eso ha sustituido el poder por el régimen de mayorías, la fuerza por la ley, la responsabilidad por el sistema de votación.
ibid., p. 59.
Al propio tiempo estaba pensando: lo mismo que yo ahora me visto y salgo a la calle, voy a visitar al profesor y cambio con él galanterías, todo ello realmente sin querer, así hacen, viven y actúan un día y otro, a todas horas, la mayor parte de los hombres; a la fuerza y, en realidad, sin quererlo, hacen visitas, sostienen una conversación, están horas enteras sentados en sus negociados y oficinas, todo a la fuerza, mecánicamente, sin apetecerlo: todo podría ser realizado por máquinas o dejar de realizarse. Y esta mecánica eternamente ininterrumpida es lo que les impide, igual que a mí ejercer la crítica sobre la propia vida, reconocer su estupidez y ligereza, su insignificancia horrorosamente ridícula y su irremediable vanidad. […]¡ Pero yo, que ya he llegado tan allá que estoy al borde de la vida, donde se cae la oscuridad sin fondo, cometo una injusticia y miento si trato de engañarme a mí mismo y a los demás, de que esta mecánica aún sigue funcionando para mí, como si yo también perteneciera todavía a aquel lindo mundo infantil del eterno jugueteo!
ibid., p. 88.
Sin embargo, la postura final de Hesse respecto a nuestras posibilidades de salvarnos de los males de nuestra civilización técnica son más bien pesimistas: parece que nada puede evitar la catástrofe simbolizada con el apuñalamiento de María (para que encuentre otro mundo mejor ya que éste no es suficiente para el que desea realmente vivir ) y con la guerra entre automóviles y peatones (en la que Gustavo se entrega al placer de matar).
Me necesitas para aprender a bailar, para aprender a reír, para aprender a vivir. Yo, en cambio, también te necesito a ti, no hoy, más adelante, para algo muy importante y hermoso. […] Cumplirás mi mandato y me matarás.
ibid., p. 121.
Para este mundo sencillo de hoy, cómodo y satisfecho con tan poco, eres tú demasiado exigente y hambriento; el mundo te rechaza, tienes para él una dimensión de más. El que hoy quiera vivir y alegrarse de su vida, no ha de ser un hombre como tú ni como yo. El que en lugar de chinchín exija música, en lugar de placer alegría, en lugar de dinero alma, en vez de loca actividad verdadero trabajo, en vez de jugueteo verdadera pasión, para ése no es hogar este bonito mundo que padecemos…
ibid., p. 163.
3. El yo
El mismo Harry dentro de sí tiene una parte cultural, previsible, racional frente a otra parte animal, salvaje, libre. Ambas partes están en lucha permanente: La vida y la razón de Nietzsche. Esta lucha, según Hermann Hesse, no lleva a ningún sitio: el triunfo del yo, de la sociedad, de la cultura sobre lo instintivo lleva a una cultura aparentemente ordenada pero que paga sus excesos represores con las carnicerías de la guerra y con las habituales neurosis de los individuos. Solución que aporta Hermann Hesse: no simplificarnos a nosotros mismos, no construyamos un yo hegemónico represor sino que debemos admitirnos como una multitud de yoes, un multiplicidad de almas. Esta teoría aparece también en autores contemporáneos como Antonio Tabucchi (Sostiene Pereira) o Claudio Magris (Utopía y desencanto)
A un trozo de sí lo llama hombre; a otro lobo, y con ello cree estar al fin de la cuenta y haberse agotado. En el “hombre” mete todo lo espiritual, sublimado o, por lo menos cultivado, que encuentra dentro de sí, y en el “lobo” todo lo instintivo, fiero y caótico. Pero de un modo tan simple no ocurren las cosas .
ibid., p. 68.
¿Has podido ver la película, Sostiene Pereira? ¿Qué te parece el final con esa avenida de Lisboa, el mar al fondo (creo) y la música?
También Harry Haller ha sido uno de mis iconos. Pero las carencias y la debilidad de Pereira me resultan más cercanas.