Bradbury: Crónicas marcianas (1950)

Ray Bradbury es uno de los autores de ciencia-ficción del s. XX más leídos en todo el mundo. Nació en Waukegan, Illinois, el 22 de agosto de 1920. Ha muerto hoy 6 de junio de 2012 a los 91 años.

La depresión del 29 hizo que su familia emigrase a California donde terminó la Educación Secundaria en 1938. Las dificultades económicas interrumpieron a su carrera académica. Al tiempo que empezó a ganarse la vida como vendedor de periódicos, Bradbury se convirtió en un escritor autodidáctica que pasaba las noches en la Biblioteca Pública o frente a la máquina de escribir. Pronto aparecieron sus cuentos en revistas y periódicos, y se convirtió en escritor profesional cuando en 1947 publicó su primer volumen de historias cortas, titulado Dark carnival.

La fama y el éxito le llegaron con la publicación de Crónicas marcianas en 1950, donde describe cómo sería la futura colonización de Marte por parte de los seres humanos. En 1953 salió a la luz la que se considera su obra maestra, Farenheit 451. En esta novela, que fue adaptada al cine por Truffaut en 1966, Bradbury planteó una utopía negativa en la que un gobierno totalitario habría prohibido los libros por considerarlos perjudiciales para la felicidad de los individuos. Lo inquietante de Farenheit 451 es que, aunque aparentemente nada de lo que allí se cuenta se ha cumplido en la actualidad, en el fondo intuimos que la verdad es justo lo contrario. Italo Calvino afirmaba en Si una noche de invierno un viajero que para acabar con la literatura es más efectivo infestar el mundo con libros que prohibirlos.

Otras de sus obras conocidas son El Hombre Ilustrado (1951), Las Manzanas Doradas del Sol (1953) y El país de Octubre (1955) disponibles en la editorial Minotauro. Bradbury ha sido un escritor muy prolífico, más de treinta libros entre novelas, relatos cortos, poemas, ensayos. Sus piezas de teatro se han adaptado a la televisión y tuvo una notoria aportación al cine como guionista de Moby Dick (John Huston, 1956). En 1989 fue nombrado Gran Maestro de la Asociación de Autores de Ciencia Ficción (SFWA).

Una de las particularidades de la literatura de Bradbury reside en que, aunque los temas de sus libros sean el futuro y las naves espaciales, su estilo literario está más próximo al siglo XIX que al XX, a Dickens que a Joyce. La sensación que tenemos al leer Crónicas marcianas es ese curioso desajuste entre un cohete que despega y un lirismo decimonónico.

Cuenta Borges en el prólogo que el relato más inquietante de estas Crónicas quizá sea el titulado La tercera expedición. Además, curiosamente, el tema de la alucinación colectiva emparenta a Bradbury con la idea de simulacro omnipresente en las novelas de Philip K. Dick.

Con ocasión de su 80 cumpleaños en agosto de 2000 dijo:

The great fun in my life has been getting up every morning and rushing to the typewriter because some new idea has hit me. The feeling I have every day is very much the same as it was when I was twelve. In any event, here I am, eighty years old, feeling no different, full of a great sense of joy, and glad for the long life that has been allowed me. I have good plans for the next ten or twenty years, and I hope you»ll come along.

Existe un asteroide llamado (9766) Bradbury en su honor.

Textos para comentar

Ray Bradbury: Crónicas marcianas. Francisco Abelenda (trad.) Barcelona: Minotauro, 2002.

  1. El verano del cohete. Observa el contraste entre el lirismo romántico de la prosa de Bradbury y el episodio futurista que narra.
  2. El ser humano no puede evitar destruir todo lo que le rodea. Nuestra cultura y nuestra tecnología son intrínsecamente destructivas.
  3. Hemos separado arte y vida.
  4. El ser humano es incapaz de respetar lo que es diferente.
  5. El ser humano se ha alejado demasiado de la naturaleza. Arte, religión y ciencia.

1. El verano del cohete

Un minuto antes era invierno en Ohio; las puertas y las ventanas estaban cerradas, la escarcha empañaba los vidrios, los carámbanos bordeaban los techos, los niños esquiaban en las laderas; las mujeres, envueltas en abrigos de piel, caminaban torpemente por las calles heladas como grandes osos negros.

Y de pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire cálido, como si alguien hubiera dejado abierta la puerta de un horno. El calor latió entre las casas, los arbustos y los niños. Los carámbanos cayeron, se quebraron y se fundieron. Las puertas se abrieron de par en par; las ventanas se levantaron; los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres guardaron en los armarios los disfraces de oso; la nieve se derritió, descubriendo los viejos y verdes prados del último verano.

El verano del cohete. Las palabras corrieron de boca en boca por las casas abiertas y ventiladas. El verano del cohete. El caluroso aire desértico alteró los dibujos de la escarcha en los vidrios, borrando la obra de arte. Esquíes y trineos fueron de pronto inútiles. La nieve, que caía sobre el pueblo desde los cielos helados, llegaba al suelo como una lluvia tórrida.

El verano del cohete. La gente se asomaba a los porches húmedos y observaba el cielo, cada vez más rojo.

El cohete, instalado en su plataforma, lanzaba rosadas nubes de fuego y calor de horno. El cohete, de pie en la fría mañana de invierno, creaba verano con cada aliento de los poderosos escapes. El cohete transformaba los climas, y durante unos instantes fue verano en la tierra…

Ray Bradbury: Crónicas marcianas, El verano del cohete, pp 15-16.

2. El ser humano no puede evitar destruir todo lo que le rodea

-No arruinaremos este planeta -dijo el capitán-. Es demasiado grande y demasiado hermoso.

-¿Cree usted que no? Nosotros, los habitantes de la Tierra, tenernos un talento especial para arruinar las cosas grandes y hermosas. No pusimos quioscos de salchichas calientes en el templo egipcio de Karnak sólo porque quedaba a trasmano y el negocio no podía dar grandes utilidades. Y Egipto es una pequeña parte de la Tierra. Pero aquí todo es antiguo y diferente. Nos instalaremos en alguna parte y lo estropearemos todo. Llamaremos al canal, canal Rockefeller; a la montaña, pico del rey Jorge, y al mar, mar de Dupont; y habrá ciudades llamadas Roosevelt, Lincoln y Coolidge, y esos nombres nunca tendrán sentido, pues ya existen los nombres adecuados para estos lugares.

-Ésa será la tarea de ustedes, los arqueólogos: encontrar los viejos nombres. Nosotros los usaremos.

-Unos pocos hombres contra todos los intereses comerciales… – Spender miró las montañas de hierro-. Ellos saben que estamos aquí esta noche, escupiendo en el vino de ellos, y puedo imaginar cómo nos odian.

ibid., Junio de 2001, Aunque siga brillando la luna, p.88.

3. Hemos separado arte y vida

-No es sólo eso. Sí, sus ciudades son hermosas. Los marcianos sabían cómo unir el arte y la vida. El arte fue siempre algo extraño entre nosotros. Lo guardamos en el cuarto del loco de la familia, o lo tomamos en dosis dominicales, tal vez mezclado con religión. Bueno, estos marcianos tenían arte, y religión y todo.

ibid., Junio de 2001, Aunque siga brillando la luna, p. 101.

4. El ser humano es incapaz de respetar lo que es diferente

– Cuando yo era pequeño mis padres me llevaron a la ciudad de México. Siempre recordaré el comportamiento de mi padre, vulgar y fatuo. A mi madre no le gustaba tampoco aquella gente porque eran morenos y no se bañaban a menudo. Mi hermana ni les hablaba. Sólo a mí me gustaban realmente. Y puedo imaginarme a mi madre y mi padre aquí en Marte haciendo otra vez lo mismo…

»Para el norteamericano común, lo que es raro no es bueno. si las cañerías no son como en Chicago, todo es un desatino. ¡Cada vez que lo pienso! ¡Oh, Dios mío, cada vez que lo pienso! Y luego… la guerra. Usted oyó los discursos en el Congreso antes de que partiéramos. Si todo marchaba bien, esperaban establecer en Marte tres laboratorios de investigaciones atómicas y varios depósitos de bombas. Dicho de otro modo: Marte se acabó, todas estas maravillas desaparecerán. ¿Cómo reaccionaría usted si un marciano vomitase un licor rancio en el piso de la Casa Blanca? El capitán no decía nada, pero escuchaba.

-Luego vendrán los otros grandes intereses. Los hombres de las minas, los hombres del turismo -continuó Spender-. ¿Recuerda usted lo que pasó en México cuando Cortés y sus magníficos amigos llegaron de España? Toda una civilización destruida por unos voraces y virtuosos fanáticos. La historia nunca perdonará a Cortés.

ibid., Junio de 2001, Aunque siga brillando la luna, p. 101.

5. El ser humano se ha alejado demasiado de la naturaleza

-Sabían cómo vivir con la naturaleza, y cómo entenderla. No trataron de sersólo hombres y no animales. Cuando apareció, Darwin cometimos ese error. Lo recibimos con los brazos abiertos y también a Huxley y a Freud, deshaciéndonos en sonrisas. Después descubrimos que no era posible conciliar las teorías de Darwin con nuestras religiones, o por lo menos así pensamos. Fuimos unos estúpidos. Quisimos derribar a Darwin, Huxley y a Freud. pero eran inconmovibles. Y entonces, como unos idiotas, intentamos destruir la religión.

»Lo conseguimos bastante bien. Perdimos nuestra fe y empezamos a preguntarnos para qué vivíamos. Si el arte no era más que la derivación de un deseo frustrado, si la religión no era más que un engaño, ¿para qué la vida? La fe había explicado siempre todas las cosas. Luego todo se fue por el vertedero, junto con Freud y Darwin.

Fuimos y somos todavía un pueblo extraviado.

-¿Y estos marcianos encontraron el camino? -preguntó el capitán.

-Sí. En Marte aprendieron a combinar ciencia y religión para que funcionaran juntas, y se enriquecieran así mutuamente, sin contradecirse.

-Una solución ideal.

-Así es. Me gustaría mostrarle cómo lo hicieron. […] Los marcianos descubrieron el secreto de la vida entre los animales. El animal no discute su vida, vive. No tiene otra razón de vivir que la vida. Ama la vida y disfruta de la vida. Observe la estatuaria; cómo los símbolos animales se repiten una y otra vez.

-Parece algo pagano.

-Al contrario, son símbolos divinos, símbolos de vida. También en Marte el hombre había llegado a ser demasiado humano, y no bastante animal. Los hombres de Marte comprendieron que si querían sobrevivir tenían que dejar de preguntarse de una vez por todas: «¿Para qué vivir?» La respuesta era la vida misma. La vida era la propagación de más vida, y vivir la mejor vida posible. Los marcianos comprendieron que se preguntaban «¿Para qué vivir?» en la culminación de algún período de guerra y desesperanza, cuando no había respuestas. Pero cuando la civilización se tranquiliza y calla, y la guerra termina, la pregunta se convierte en insensata de un modo nuevo. La vida es buena entonces, y las discusiones son inútiles.

-Me parece que los marcianos eran bastante ingenuos.

-Sólo cuando les convenía. Renunciaron a empeñarse en destruirlo todo, humillarlo todo. Combinaron religión, arte y ciencia, pues en verdad la ciencia no es más que la investigación de un milagro inexplicable, y el arte, la interpretación de ese milagro. No permitieron que la ciencia aplastara la belleza. Se trata simplemente de una cuestión de grados. Un hombre de la Tierra piensa: «En ese cuadro no hay realmente color. Un físico puede probar que el color es sólo una forma de la materia, un reflejo de la luz, no la realidad misma». Un marciano, mucho más inteligente, diría: «Este cuadro es hermoso. Nació de la mano y la mente de un hombre inspirado. El tema y los colores vienen de la vida. Es una cosa buena».

ibid.,Junio de 2001, Aunque siga brillando la luna, p. 103.

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