Holbach: Sistema de la naturaleza

Holbach: Sistema de la naturaleza. Nerina Bacín, José Manuel Bermudo, Miguel Estapé, Alín Salóm (tr.) Navarra: Laetoli, 2008.

El Sistema de la naturaleza de Holbach es un libro imprescindible. Uno de esos pocos que se dejan leer una y otra vez. Puede abrirse por cualquier página y encontraremos una prosa clara y un pensamiento liberador. Holbach pertenece a esa corriente subterránea de la historia de la filosofía que une a Epicuro, Spinoza y Nietzsche. Son los que perdieron su combate contra la superstición y la tiranía, furias que aún hoy gobiernan el mundo. Aunque Holbach centre sus críticas en el cristianismo, no resulta difícil emular su modo de pensar para atreverse a cuestionar los nuevos disfraces de las grandes quimeras.

¡Hombre!, cuando leas esta obra su autor no será sino un poco de polvo. La razón se ve obligada a hablar sólo desde el fondo de la tumba: el grito de la naturaleza está silenciado en todas partes por hijos ingratos que temen oírlo, la verdad no puede mostrarse sin peligros en este mundo que debería ilustrar. La virtud sin apoyo, la sabiduría despreciada, la verdadera moral ignorada, están expulsadas de esta tierra que tendrían que gobernar. No les está permitido de ningún modo instruir al género humano, consolarlo en sus penas, indicarle las causas, enseñarle los remedios: el amigo de los hombres está obligado a encerrar sus pensamientos en su corazón, ahogar sus suspiros y ser el espectador mudo de los infortunios de sus semejantes. Calumnias, cadenas y hogueras son el castigo que la impostura triunfante reserva en todas partes a quienes se atreven a rasgar el velo que cubre los ojos de los mortales.La superstición y la tiranía han invadido el mundo y han hecho de él un calabozo tenebroso, cuyo silencio turban sólo los clamores de la mentira o los sollozos que la opresión arranca a los cautivos que encierra. Estas dos furias, siempre vigilantes, impiden que la luz se abra paso hasta su sombría morada; de ningún modo soportan que se ilustre o conforte a los esclavos, a quienes la ignorancia, el terror y la credulidad mantienen encadenados a sus pies. Por orden de ellas, la impostura, sentada a la entrada de esta cárcel, embriaga a sus víctimas desde la infancia con el brebaje del error. Estos desgraciados quedan toda su vida bajo los efectos del filtro venenoso; subsiste en ellos para siempre una debilidad o una demencia habituales, de las que se aprovecha la autoridad para encadenarlos. La violencia, la opinión y la inercia los mantienen embotados en un sueño incesantemente turbado por fantasmas y sueños funestos, y no salen de este inquieto reposo sino para entrar en un delirio aún más peligroso. Entonces, turbados por sus sueños insensatos, reciben de manos del fanatismo los cuchillos homicidas afilados por el fervor, se hieren unos a otros y se destruyen sin causa. Ante el nombre fatal de un ser desconocido quedan poseídos por un pánico terrible. Cada uno en su locura considera un mérito, un deber, odiar, atormentar o degollar a cualquiera que no delire como él. (p. 7-8)
¡Hombre!, regresa a la naturaleza que has ignorado durante tanto tiempo para unirte a los fantasmas, recupera por fin el valor. Deja de temer a la verdad, no permitas que se continúe calumniando a tu razón, la única que puede enseñarte a distinguir lo verdadero de lo falso, lo útil de lo nocivo, la ilusión de la libertad. Convencido por sus lecciones, desterrados los terrores poco fundados sobre el futuro, piensa en tu felicidad presente, sométete dócilmente a los decretos del destino. Disfruta con moderación de los más legítimos placeres y trabaja para tu propia felicidad trabajando para la de tus semejantes. Goza: esto es lo que la naturaleza te ordena. Consiente en que los demás gocen: esto es lo que prescribe la justicia. Acércalos al goce: éste es el consejo que te da la sagrada humanidad, la cual, mucho mejor que todas las religiones de la Tierra, te hará vivir en paz y morir sin angustias. (p.19)

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