Ernst Jünger: Pasados los setenta II

Ernst Jünger: Pasados los setenta II. Diarios (1971-1980). Isabel Hernández (tr.) Barcelona: Tusquets, 2006.

Ernst Jünger nació en Heidelberg en 1895 y murió en Wilflingen en 1998 a los 102 años. Dentro de su obra destacan las novelas Eumeswil y Heliópolis, los ensayos Acercamientos, El trabajador y La emboscadura y sus diarios Tempestades de acero, Radiaciones II y III y Pasados los setenta I, II, III, IV y V (los dos últimos sin traducir al castellano).

En general los diarios de Jünger se caracterizan por la variedad de los temas tratados: botánica, zoología, entomología, diario de viajes, drogas, correspondencia con personalidades como Heidegger o Carl Schmitt, crítica de arte, crítica literaria, Historia antigua, Hitler, política, astrología, numerología, teología, homeopatía, filosofía de la historia o del mito… En cualquier caso, el tema esencial es siempre la filosofía de la técnica. Es decir, la descripción de los rasgos esenciales y las posibilidades de futuro de esta inquietante era tecnológica en que vivimos. Las ideas de Jünger al respecto son bastante conocidas: el advenimiento de la figura del trabajador, la desaparición de los dioses, la victoria del titanismo y la preocupación ante los peligros que acechan al individuo: anulación de libertades o apocalipsis nuclear. Algunos pasajes que ilustran estos temas:

El individuo amenazado

¿De dónde procedía ese temor? Tenía menos que ver con el lugar y con el tumulto que con el ataque a la individualidad. El hombre pierde sentido como ser único. No volverá a encontrar al de al lado; la relación se disuelve. Eso se llama ahogarse en el océano humano. ¿Qué son frente a eso las revueltas? Olas muy pequeñas, que más bien favorecen y aceleran el proceso de nivelación antes que detenerlo. El destino se hace cada vez más claro como destino de las especies. Exige de nosotros nuestra peculiaridad, y los intentos de mantenerla, como con el pelo y la barba o con excentricidades, son en el fondo revueltas de presidio; no cambian nada en el hecho de que cada día habrá más personas y más máquinas. La rotación, y con ella la devastación, sale ganadora.
Una urbanización, fábricas y escuelas de ámbito mundial, los pedantes y los caciques se pasan mutuamente el cetro. Escaparse resulta difícil. Pronto crearán al hombre que esté satisfecho con ello, aunque sea con píldoras de felicidad (p. 14)

Me gustaría saber lo que Hobbes habría dicho de la toma de rehenes. Se coge a uno cualquiera, mejor a un senador, en plena calle y se pide un precio por su cabeza; si no se paga, se le «liquida». Nueva introducción de la esclavitud en su forma más reprobable. Ni en la Antigüedad tardía se podía matar a los esclavos. El hombre ya no tiene un valor, sino un precio. (p. 301)

El peligro asociado a la era técnica

Los dolores comienzan ahora a ser más fuertes. En la historia, la naturaleza, el universo, son a un tiempo dolores de parto y de muerte. El tiempo devora y engendra. (p. 55)

La era está vacía, el trigo trillado; la paja es lo que queda. Espera a alguien que venga y la queme. (p. 147 )

Drogas

Albert y Anita Hofmann se han quedado dos días en casa. Su visita siempre es emocionante. Hemos hablado sobre el libro de Albert: LSD: mi niño mimado, que aparecerá en otoño en Klett-Cotta.
En el jardín. Sobre la atracción de lo relativo. Mi amigo me indicó que yo también me abastecía a mí mismo en lo tocante a los psicofármacos. Entre la hierba silvestre crece el cornezuelo de centeno, en la semilla de la campanilla dormita una fuerza narcótica. Raspamos las opérculos de la amapola; rápidamente el jugo lácteo se tostó a la luz del sol. Por la tarde probé una sola gota y por la noche percibí una reminiscencia del específico sentir del tiempo. El curso se demora, como si uno subiera a un tren con ritmo de caracol: «entretanto» los siglos se quedan atrás. Uno mira el reloj: increíble que sólo hayan transcurrido minutos. (p. 451)

El tratamiento, más bien el tormento, de enfermos incurables, incluso agonizantes, cobra rasgos grotesco-macabros en medio de la sociedad atea, que teme la muerte como ninguna otra y en la que también el técnico estropea la muerte. Son limbos. Hay antepatios más diáfanos.
A partir de cierta edad, en una situación sin esperanza, habría que liberalizar al menos el opio; no como un fármaco dosificado con temor, sino como un medio de placer. Los dolores desaparecen, la libertad aumenta. El moribundo es soberano, está fuera de la ley. (p. 458)

Hitler

Sobre el ascenso de Hitler. Hay una nota de ensueño en ello. Los adolescentes, por ejemplo, de vez en cuando sueñan que llegan a ser los amos del mundo. Él en parte lo realizó.
Resulta penoso cuando uno ha de pagar por sueños ajenos. Eso pensaba también Ernst Niekisch cuando me dijo en 1933:
-Ése se juega nuestras cabezas.
Incluso quien participa apasionadamente en un ascenso así, no está de lleno en la realidad. Aunque luego niegue su participación, no resulta increíble; la olvida como una borrachera o como un sueño. (p. 198)

Para terminar una nota de color: Me decidí por una Parabellum 08, una de las mejores pistolas que jamás se han fabricado. La había probado, y no sólo ante una diana. (p. 235)

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6 comentarios en “Ernst Jünger: Pasados los setenta II

  1. Quizá sea deformación profesional, pero siempre me he acercado a Jünger como a una fuente historiográfica impecable, por eso me resbalaban siempre su militarismo aristocrático, su conservadurismo reaccionario disfrazado de revolución y su intransigencia. Creo, en efecto, que el ensayo -cargado, claro, de estrategias por conquistar el poder- sobre El Trabajador es el mejor espejo en el que reconocer la sociedad política de entreguerras, mucho más que su famosa, pero más endeble, La movilización total. Pendiente queda, en cambio, la lectura del Jünger de la posguerra, los dos bloques y la caída del Muro. Gracias por comenzar a introducirme en él. Un saludo afectuoso

  2. Coincido contigo dick en que hay que leer a Jünger <>a pesar de<> su <>conservadurismo<>. Radiaciones II y III son testimonios insustituibles sobre el ascenso del fascismo y el dominio universal de la técnica. Llegué a interiorizar tanto su discurso que aburría a las piedras recitando a Jünger. Para cualquier cuestión (la muerte, el dolor, el amor, la guerra, El Bosco…) siempre tenía preparado un párrafo de Radiaciones al respecto. Afortunadamente sólo me duró unos meses. <>Pasados los setenta<> tiene, en mi opinión, bastante menos interés que <>Radiaciones<>. Aporta pocas cosas nuevas y dedica demasiadas páginas a técnicas de jardinería e impresiones turísticas. Tras haber leído los tres tomos que hay traducidos de Pasados los setenta he quedado algo decepcionado, la verdad.Hay un libro de Jünger que quizás no conozcas y que creo que te gustaría por su interés histórico: Ernst Jünger: <>El mundo transformado seguido de El instante peligroso<>. Ela Fernández (tr.) Valencia: Pre-textos, 2005. Son dos ensayos breves comentando reportajes fotográficos de la época relacionados con la técnica, el trabajador, el fascismo, la guerra. Un saludo

  3. Con todo Jünguer era un nazi-aristócrata, cuya diferencia con los nazis era que resultaban demasiado plebeyos.Es magnífico el estudio que hace Juan Mayorga en su «Revolución conservadora y conservación revolucionaria» (Anthropos, 2003) al contraponer a Walter Benjamin con el inefable Jünger.

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