Alain: Spinoza. Maite Serpa (tr.) Barcelona: Marbot ediciones, 2008.
Émile Chartier (1868-1951) es más conocido como Alain, el pseudónimo que utilizaba para firmar sus textos periodísticos, ensayos brevísimos a los que llamaba Propos. Alain fue un filósofo y ensayista de fuertes convicciones pacifistas y antifascistas. Desde 1909 fue profesor en el Liceo Enrique IV donde dejaría una fuerte impronta en sus alumnos Raymond Aron, Simone Weil o Georges Canguilhem. Participó como artillero en la I Guerra Mundial hasta que fue herido en 1917. En su terrible experiencia de la guerra de trincheras se inspira su famoso texto antibelicista, Marte o la verdad de la guerra. Fue cofundador de Comité de Vigilancia de los Intelectuales Antifascistas en 1934, creado para oponorse al imparable ascenso del fascismo tanto en Francia como en Europa. En 1936, un ataque cerebral lo condena a la silla de ruedas para el resto de su vida.
El libro que comentamos contiene un resumen de las teorías filósoficas de Spinoza más algunos de sus Propos acerca del filósofo. El propio Alain se queja en el prólogo de que su librito sobre Spinoza le parece excesivamente profesoral. A pesar de su desconfianza el libro es bastante lúcido y preciso aunque, en ocasiones, su interpretación oscila demasiado hacia cierta teología cristiana y no arriesga nada a la hora de interpretar en qué consiste para Spinoza la felicidad del hombre sabio. Cito dos textos de muestra:
Todo lo anterior nos permite ver que, si el alma humana sólo tuviera ideas adecuadas, no se formaría jamás ninguna idea del mal. Si los hombres nacieran libres, es decir, racionales, no se formarían tampoco ningún concepto del bien; pues el bien y el mal son dos contrarios que sólo tienen sentido el uno por el otro. Eso es lo que expresa el mito del Paraíso en la tierra: la decadencia de los hombres va ligada al hecho de que han probado el conocimiento del bien y del mal; y Dios ya les había anunciado que, desde el preciso momento en que lo hicieran, dejarían de amar la vida y no harían más que temer la muerte. Tal es la existencia que acabamos de describir, la de los hombres que viven en la esclavitud. Y el único que puede llevarles a la libertad es el espíritu de Cristo, entendiendo por tal la idea divina del único conocimiento del que dependen la libertad y la felicidad del hombre. (p. 87)
Así pues, ¿estamos condenados a permanecer en la región de los acontecimientos, de la imaginación y de las ideas inadecuadas? No. Somos capaces de concebir clara y distintamente las esencias, así como de deducir otras ideas adecuadas de tales ideas adecuadas. Por ejemplo, puedo concebir un triángulo como aquello que forman tres rectas que se cortan dos a dos y deducir de ello ciertas propiedades necesarias del triángulo. (p. 96)
A continuación haré un resumen de este resumen de Alain pues, como él dice en el Prefacio, «nada se pierde con mayor facilidad que la vida y la fuerza de las Ideas».
I. La vida y las obras de Spinoza.
Spinoza nació el 24 de noviembre de 1632 en Amsterdam. Hijo de judíos expulsados de Portugal, fue expulsado de la comunidad judía en 1656 por sus convicciones panteístas. En 1660 se mudó a Rijnsburg donde redactó una exposicion de la filosofía cartesiana titulada Princpios de la filosofía cartesiana y sus Pensamientos metafísicos. Comienza a trabajar en De la reforma del entendimiento y su obra más importante, Ética, que se publicarán de modo póstumo. En 1663 se trasladó a Voorburg, cerca de la La Haya, donde se relaciona el gobernante liberal Jan de Witt y el matemático Christian Huygens. En 1670 publicó el Tratado teológico-político, que provocó reacciones tan furibundas que decidió no dar a conocer el resto de sus obras que incluía, además de las ya citadas, el Tratado político. Vivió en La Haya de 1670 hasta su muerte por tuberculosis en 1677, a los 44 años, los mismos años lúcidos que tuvo Nietzsche. Sus cartas son un material imprescindible para adentrarse en los aspectos más complejos de su filosofía. Las más importantes, según Alain, son la carta XXIX sobre el Infinito, la XLII sobre la Distinción entre esencia y existencia, la carta XLV sobre la Demostración de la existencia de Dios y la carta LXXIV, contra la religión católica. Alain no menciona las memorables cartas a Blynbergh sobre la naturaleza del mal.
II. La filosofía de Spinoza
1. Prólogo
Los hombres son malvados e infelices. Son malvados porque hacen depender su felicidad de la posesión de objetos que no pueden pertenecer a varios a la vez, como los honores y el dinero, de modo que la felicidad de los otros les hace infelices y, al revés, ellos tampoco pueden ser felices sin que sufran sus semejantes. De ahí nacen la envidia, el odio, el desprecio; de ahí nacen las injurias, las calumnias, las violencias y las guerras (p. 23)
A esto hay que sumar que las cosas en las que fijamos nuestras obsesiones son perecederas y, por tanto, escapan a nuestro control. También nos acechan la enfermedad, la vejez y la muerte. Por ello, el hombre vive constantemente asediado por el miedo y la tristeza.
Los hombres comprenden intuitivamente que ese no es el modelo de vida feliz a imitar. Para corregirse han inventado las religiones, que sitúan el verdadero bien fuera de lo perecedero, en otro mundo donde existe el verdadero ser, Dios. Sin embargo, el hombre también ha corrompido este invento transformándolo en una nueva fuente de odio y tristeza. Pues Dios, en lugar de convertirse en liberador, es un amo celoso, malvado y temible, origen de guerras interminables. «Esclavos de las apariencias, esclavos del ser», así viven los hombres.
El remedio está en la Razón. Ella es el camino hacia la verdadera Religión y la verdadera Felicidad. La Razón es la luz de Dios que brilla en el hombre. Su camino es el de la salvación. «La salvación está en la filosofía. La filosofía es la verdad de toda religión.»
2. El método reflexivo.
Este capítulo es una aproximación a uno de los primeros libros de Spinoza, de fuerte influencia cartesiana: De la reforma del entendimiento.
Usar bien la Razón significa tener ideas verdaderas. El significado de idea verdadera no se corresponde con el aristotélico o de sentido común: una idea es verdadera si se corresponde con un hecho del mundo que la confirma. Los motivos por los que esta forma de entender el conocimiento no funciona son:
- Una idea es verdadera si al compararla con el objeto que representa existe una correspondencia. Pero no es posible comparar una idea directamente con el objeto sino sólo con otra idea, con otra imagen.
- Es posible concebir una máquina perfecta que no haya sido todavía fabricada. Esa idea es también verdadera, lo que excluye la comparación con algo externo a la idea como criterio para hacerla verdadera.
- Una idea puede ser corresponderse con su objeto y, aun así, no ser verdadera. Por ejemplo, si digo Pierre existe, y resulta que fortuitamente Pierre existe, eso no significa que mi idea sobre la existencia de Pierre sea en absoluto verdadera. Es una mera casualidad.
Por lo tanto, para saber si una idea es verdadera no parece el mejor camino recurrir a algo externo a la idea misma. La verdad de una idea, desde Descartes en adelante, residirá en cómo se idea la propia idea. Esto exige que demos un repaso a todas las formas en que las ideas surgen en nuestra mente para elegir el método más adecuado. Nuestro conocimiento puede ser de oídas, por experiencia propia y por deducción. Esos son los tres modos en que las ideas se forman en nuestra mente. Los dos primeros son inseguros, carecen de la certeza que ofrece la deducción. Los argumentos para refutarlos son los siguientes:
– «De oídas». Me han contado que el mundo existía antes de mi nacimiento pero no tengo de ello la misma certeza que puede ofrecerme un teorema matemático. Aunque Descartes, Spinoza o Wittgenstein den por sentada la evidencia de este argumento uno no puede más que sentirse alienígena cuando intenta explicarlo seriamente ante alumnos de bachillerato. Spinoza advierte más de una vez acerca de la inevitabilidad y la contudencia del error y las pasiones.
– Experiencia directa. Los motivos por los que la experiencia debe ser cuestionada como método privilegiado del conocimiento son varios:
- El conocimiento por experiencia propia tiene mucha fuerza pero también un carácter absolutamente fortuito. ¿Es posible que la diferencia entre el sabio y el ignorante dependa del azar de las experiencias de cada cual?
- Los sentidos nos engañan.
- Es fácil confundir la vigilia con el sueño.
- Las experiencias se almacenan en la memoria pero esta no es un soporte demasiado fiable.
- Lo que la experiencia nos muestra es diferente de la naturaleza o esencia de la cosa. La experiencia se refiere a la existencia, a la duración, a lo perecedero. Sin embargo, lo que constituye la esencia es ajeno a esos factores. La naturaleza de un círculo es independiente de cualquier círculo concreto que pueda ofrecernos el mundo.
- El conocimiento experimental, utilizado siempre en función de su utilidad práctica, tiende a perderse en las palabras. Los conceptos remiten a ideas abstractas y generales que están muy lejos de lo verdaderamente existente: las cosas singulares.
El ejemplo paradigmático de deducción, el método elegido por Spinoza, es la definición geométrica. Por ejemplo, una esfera es un semicículo que gira a lo largo de su diámetro. La evidencia del encadenamiento de las ideas de semicírculo que gira y esfera es lo que llamamos deducción. Una idea verdadera, por tanto, es aquella que es producto de una deducción correcta. Más ejemplos: una elipse es una sección del cono o un círculo es una recta que gira alrededor de uno de sus extremos. El ideal de Spinoza es lograr esta certeza para nuestro conocimiento de Dios, el hombre y la felicidad.
La verdad de una idea depende de haber sido correctamente deducida a partir de otra que ha de haber pasado por el mismo filtro. Es obvio, por tanto, que toda deducción remite a una primera idea verdadera evidente por sí misma e independiente de la deducción. Este conocimiento intuitivo se halla también presente en cada momento de la cadena deductiva.
El método reflexivo consiste en el aprovechamiento de las posibilidades de aquellas ideas verdaderas por sí mismas, aquellas de las que tenemos una certeza inmediata y absoluta. El conjunto de todas las Ideas verdaderas es la Verdad absoluta que está en el origen de todo pensamiento correcto. A este conjunto le llamamos Dios.
3. Sobre Dios y el alma.
Este capítulo intenta resumir las dos primeras partes de la Ética, dedicadas a Dios y al alma. Dios es Sustancia Infinita, Causa de sí y Eterna. Dios es causa de la esencia y la existencia de la infinita variedad de seres que son en él. Todo lo que se sigue de Dios, se sigue necesariamente.
Podemos conocer cualquier cosa de dos modos diferentes: como un hecho y como una idea. Bajo el atributo de la extensión, Dios es el conjunto de todos los cuerpos que entran o salen de la existencia y, bajo el atributo del pensamiento, Dios es el conjunto de todas las verdades. De todos modos, Dios posee infinitos atributos de los cuales sólo estamos capacitados para conocer estos dos.
«El orden y encadenamiento de las ideas es el mismo que el orden y el encadenamiento de las cosas». Pensamiento y Extensión corren paralelos e idénticos a partir de la naturaleza infinita de Dios. Todo lo que existe es, al mismo tiempo, cosa e idea. Y es idea en dos sentidos diferentes: idea posible y eterna en la mente de Dios e idea real ligada a la existencia de una cosa concreta.
El alma es la idea del cuerpo, es decir, el reflejo en el Pensamiento de los vaivenes del cuerpo. Lo que en el alma es percepción es movimiento en el cuerpo. Sólo conocemos el mundo a través de las modificaciones en nuestro cuerpo. Este es el origen del primer género de conocimiento, la mera opinión, tan proclive al error, pues en lugar de mirar a la esencia es esclava de los cambios del cuerpo. Sin embargo, el alma está capacitada para otro tipo de conocimiento que llamaremos de segundo género o de nociones comunes. Estas son, por ejemplo, la extensión o el pensamiento. A partir de la idea adecudada de la extensión podemos deducir todo tipo de teoremas geométricos. El tercer género de conocimiento se corresponde con el conocimiento intuitivo de la esencia de cada cosa particular.
Para Spinoza no existe el error. Este no es más que la ausencia de ideas adecuadas. Por ejemplo, cuando miro el Sol lo veo mucho más pequeño de lo que en realidad es. Realmente así escomo lo veo y en esto no me equivoco. El error consiste simplemente en que confiamos en las modificaciones de nuestro cuerpo, en la percepción, como única fuente de conocimiento. Cuando elegimos el camino de las ideas adecuadas nos liberamos del error.
Descartes explicó el error recurriendo al desajuste entre nuestro entendimiento finito y nuestra voluntad infinita. Para Spinoza no existe tal voluntad libre que situaría al hombre como un reino aparte dentro del orden necesario de la naturaleza. Nada en el mundo es independiente del orden de causas que emana de Dios. La libertad no consiste en la modificación de los hechos del mundo, lo cual está más allá de nuestras posibilidades, sino en nuestra capacidad para comprenderlo, para formarnos ideas adecuadas de él.
4. De los sentimientos y las pasiones.
Este capítulo se corresponde con la tercera y la cuarta parte de la Ética, dedicada a las pasiones. Comienza Spinoza advirtiendo que los demás filósofos, cuando se han ocupado de las pasiones humanas, ha sido para ridiculizarlas o condenarlas. Sin embargo, el autor de la Ética considera que las pasiones, igual que todo lo demás, tienen su origen en Dios. Se trata, por tanto, de comprender su funcionamiento siguiendo el mismo método que aplican los geómetras.
Llamamos acción a aquello que ocurre en nosotros o fuera de nosotros que nos tiene como causa exclusiva. Pasión es, por el contrario, aquello que ocurre en nosotros o fuera de nosotros, no pudiéndose explicar a partir de nuestra naturaleza. No padecemos sólo cuando estamos sometidos a la acción de algo sino también cuando actuamos para evitar esa amenaza. El acto de huir es, por tanto, pasión.
Lo que la mayoría llama libertad no es más que ignorancia de las causas que actúan sobre el individuo.
El cuerpo humano puede ser afectado de muchas maneras distintas, las relaciones de las infinitas partes que lo componen pueden verse modificadas de muchos modos diferentes. A cada una de estas modificaciones le corresponde una idea en el alma. Llamamos sentimiento a la idea de una modificación de nuestro cuerpo que supone un aumento o una disminución de nuestra capacidad para actuar, de nuestra potencia de existir.
El alma actúa cuando se deja guiar por ideas adecuadas y padece cuando la guían los hechos de la experiencia. Cuando somos justos con el vecino porque él lo ha sido antes con nosotros, padecemos, mientras que si somos justos porque esa idea se deduce de las leyes necesarias de la sociedad, deducidas de la idea de Dios, actuamos.
Toda cosa, por naturaleza, se esfuerza por perseverar en su ser. Una esencia que busque destruirse a sí misma es algo contradictorio, pues la esencia pertenece al orden de lo eterno. Un suicidio, por ejemplo, sólo puede explicarse recurriendo a causas externas.
La mayoría considera que deseamos algo cuando juzgamos que es bueno. Spinoza invierte esta idea y afirma que llamamos bueno a aquello que deseamos. El deseo es anterior a nuestras valoraciones.
Todas las modificaciones que puede experimentar el cuerpo pueden clasificarse en dos tipos: o bien suponen el paso a una perfección mayor o bien a una perfección menor. Los sentimientos asociados a estas dos tipos de modificaciones son también dos, alegría y tristeza, respectivamente. El amor es la alegría acompañada de la idea de una causa exterior. El odio es la tristeza acompañada de la idea de una causa exterior. Amor y odio son sentimientos arbitrarios. Si nuestra alma experimenta alegría al verse afectada por dos ideas próximas extenderá el amor de la primera a la segunda. Así todo aquello que acompaña a la llegada de la amada será también causa de alegría. Si la alegría es acompañada por la idea de una cosa por venir se le llama esperanza y si la tristeza es acompañada por la idea de una cosa por venir se le llama miedo.
El ser humano tiende a imitar los sentimientos que observa en otros. Amamos u odiamos también lo que otros aman u odian. Pero esto no tiene como consecuencia el buen entendimiento entre los individuos sino al contrario. Cuando vemos que un hombre desea algo también lo desearemos nosotros y si no lo podemos tener al mismo tiempo desearemos que él no lo tenga. Además el odio se multiplica si nos figuramos que la causa del mismo posee libre albedrío. Los hombres son, por naturaleza, enemigos unos de otros.
5. De la esclavitud del hombre.
Este capítulo y el siguiente, resumen la cuarta parte de la Ética. Los hombres son, en general, esclavos de sus pasiones. El orden social sólo es posible porque una pasión puede ser destruida por una pasión mayor. Nuestro deseo de arrebatar a otro la causa de su alegría se ve detenido por nuestro miedo a un castigo mayor. Sin embargo, aunque esta sociedad funcione seguirá siendo una sociedad de esclavos. Toda sociedad se sustenta en el miedo y las religiones no son más que un instrumento útil al orden social.
La piedad, por ejemplo, es habitualmente considerada una virtud. Pero en realidad es una falsa virtud pues es una forma de tristeza. Sin embargo, está bien considerada socialmente pues inhibe otras pasiones más destructivas. También son falsas virtudes el arrepentimiento y la humildad que no son más que otras formas de tristeza.
El miedo a la muerte es la materia de la que están hechas las religiones. El miedo al castigo en el más allá hace al hombre menos peligroso pero más esclavo.
Aunque la sociedad consiga mantener así el orden esto no significa que esté en el camino del bien. Al contrario, se aleja del mal utilizando otros males. Se alcanza la justicia por miedo a la injusticia. Pero este falso progreso nada vale a los individuos que sólo obtienen más tristeza.
Lo opuesto al hombre esclavo de la sociedad es el hombre sabio. Ser sabio significa no ocuparse del mal, la muerte o las pasiones y centrarse sólo en las ideas adecuadas. En ese momento está en el camino del amor a Dios.
6. De la razón.
El hombre es inevitablemente esclavo de sus pasiones. Está sometido a la naturaleza. Aunque la razón nos permita formar ideas adecuadas esto no nos liberará del todo pues el error y las pasiones están también en Dios. Por ejemplo, por mucho que sepa que el sol es mayor de lo que parece a simple vista no dejaré de verlo equivocadamente. Del mismo modo, el alma no puede verse libre de padecer pues no es independiente de los acontencimientos.
Todo hombre, incluido el sabio, tiene por naturaleza el esfuerzo en perserverar en su ser. Todo lo que suponga un paso a una mayor perfección implica alegría y es, por tanto, virtuoso. Por el contrario, todo lo que implique el paso a una menor perfección implica tristeza y, es, por tanto, malo.
Spinoza distingue aquellas alegrías que se concentran en una sola parte del cuerpo, los placeres, y aquellas que afectan a todo el cuerpo, regocijo. No es posible un exceso de este tipo de alegría.
Otro modo de procurarse alegría es la formación de ideas adecuadas. Por tanto, el ejercicio de la Razón supone siempre un bien. La comprensión del encadenamiento de las ideas adecuadas es el bien supremo del alma, el amor de Dios. En la Geometría nos situamos, por un momento, al margen de las pasiones. Pero el poder de la Razón no consiste simplemente en una evasión de la vida. Su poder es mucho mayor: si bien no puede liberarnos completamente de las pasiones pues estas están inextricablemente unidas al cuerpo, sí que puede iluminarlas de modo que la acción del sabio no dependa de acontecimientos externos sino de la formación de ideas adecuadas. Es decir, cuando el hombre pasional ataca o huye lo hace dominado por la ira o el miedo, mientras que el hombre racional lo hace guiado por la Razón.
El hombre sabio vivirá mejor que el hombre pasional cuando se trate de elegir el mayor entre dos bienes o el menor entre dos males. El hombre sabio conoce las esencias y la necesidad del acontecer y, por tanto, no da más importancia al presente que al futuro. El ignorante, en cambio, se deja llevar por rel acontecimiento presente.
Además «un sentimiento que es una pasión deja de ser una pasión desde el momento en que nos formamos de él una idea clara y distinta». Toda idea clara que nos formamos aumenta nuestra libertad y reduce nuestra esclavitud.
Todo lo que tenga algo en común con nuestra naturaleza es bueno para nosotros. En la medida en que los hombres son arrastrados por las pasiones no existe comunidad entre ellos. Pero existe una naturaleza común a todos, la Razón. Nada es más útil a un hombre racional que otro hombre racional. Cuantos más hombres racionales habiten en la ciudad, más próspera y perdurable será. El hombre racional evitará el odio hacia los que son esclavos de las pasiones pues el odio es siempre malo y como querrá que los demás sean también racionales intentará evitar que sientan odio por lo que los amará. El hombre sabio será más feliz en la ciudad de hombres libres, donde obedece las leyes, que en el desierto donde sólo se obedece a sí mismo.
7. De la libertad y la beatitud.
Resumen del quinto libro de la Ética, dedicado al amor de Dios.
Nuestras ideas, en tanto dependen de los acontecimientos, son siempre inadecuadas pues el entendimiento humano es limitado para comprender todo el orden de causas que los han provocado. Sin embargo, si nuestra Razón se ocupa de las esencias forma ideas adecuadas y participa de la naturaleza eterna de Dios. No sólo hay ideas adecuadas en la Geometría sino que podemos formar ideas adecuadas de los sentimientos de modo que transformemos cada uno de ellos en una ocasión para pensar en la idea de Dios. Saber que somos en Dios es el ejercicio del tercer género de conocimiento. Su efecto es la beatitud. Es el triunfo sobre las pasiones.
La exposción de la filosofía de Spinoza se cierra con una selección de Propos y otros textos breves relacionados con Spinoza:
- El valor moral de la alegría según Spinoza. Decía Pascal que todo lo que era útil a la paz era bueno, incluido el miedo. Alain, por el contrario, en la línea de Spinoza, opina que el miedo es siempre malo porque es una de las formas de la tristeza. Dentro de un orden universal necesario que emana directamente de Dios no debemos tener duda de que alegría y tristeza son los mejores indicadores para señalar el bien y el mal. De lo contrario ese orden universal que llamamos Dios estaría jugando con nosotros al genio maligno cartesiano. El gran acierto de Spinoza fue considerar que alma y cuerpo no son substancias diferentes sino la misma considerada desde distintos puntos de vista. La alegría del cuerpo es también la alegría del alma.
- El prejuicio de los prejuicios. La diferencia esencial entre Descartes y Spinoza es análoga, según Alain, a la que existe entre Platón y Aristóteles. La duplicación del mundo practicada por Platón pervive en el dualismo cartesiano. Aristóteles y Spinoza, en cambio, prefieren evitar en lo posible espíritus puros y almas viajeras. Para Spinoza todo, pensamiento y extensión, es parte de una única substancia. Insatisfecho con el prejuicio platónico que coloca la Idea y el Espíritu por encima de lo material, Alain también se queja de la radicalidad de la tesis spinozista que apuesta por un mecanicismo materialista que reduce en demasía el poder del Pensamiento.
- La paz. Tanto Spinoza como Alain coinciden en que el hombre se define por su esfuerzo por perseverar en el ser. Ningún hombre puede querer su propio final, su autodestrucción. Por ello, nadie quiere la guerra. En la guerra no hay culpables. Si observamos bien «en este cataclismo de guerra, todo es exterior; todos sufren; nadie actúa.»
- El gran cristal. Alain propone como metáfora del dios spinozista al gran océano que todo lo mueve desde la más completa indiferencia. El desamparo que esta necesidad impenetrable nos provoca está en el origen del heroico dualismo cartesiano o el sometimiento servil a un poder infinito que emana de las grandes religiones. Los griegos, por su parte, optaron por una vía más racional y humana, incluidos sus dioses. Dice Epicteto «No te asustes por ese gran mar, basta con dos cubos de agua para ahogarte.» Alain prefiere esta actitud modesta y serena, antes que enfrentarse a ese gran cristal geométrico que es el universo de Spinoza.
- Eterno y de escasa duración. Alain menciona la contradicción entre el método geométrico de las primeras partes de la Ética y el extraño misticismo del libro V. Se pregunta de dónde salen máximas como que «cuanto más apto es el cuerpo de un hombre para percepciones y acciones distintas, más eternidad cobra su alma o, mejor aún, que cuanto más se conocen las cosas particulares más se ama a Dios». ¿Cómo explicar esa supuesta eternidad atribuida al individuo? Alain encuentra la respuesta en Goethe. Cuenta que Goethe se encerró durante seis meses para leer a Spinoza y que lo comprendió mejor que muchos. «Todo hombre es eterno en su lugar», dijo. Y también «la muerte no es nada y todo momento es eterno y hermoso si sé verlo». De escasa duración es el hombre, pero también, como parte de Dios, eterno.
- El hombre de piedra.La verdadera felicidad y libertad consiste, según Spinoza, en la posibilidad de formar ideas verdaderas y padecer lo menos posible la contingencia de los acontecimientos. Sin embargo, la mayoría, en lugar de mirar en su interior y buscar la verdad, vive sujeta a las pasiones. El hombre libre de Spinoza se asemeja a una estatua de piedra que, ciega e inmóvil, reposa sobre sí misma.
- Lagneau. Homenaje a uno de sus profesores de filosofía, Jules Lagneau. En sus clases aprendió Alain el amor por Platón y Spinoza. Alain insiste en uno de los misterios que afecta a la obra de Spinoza: se lee con pasión aunque en un principio no se entienda casi nada. Como decía, Deleuze, Spinoza es de los pocos autores que permite una lectura analfabeta, tal y como aparece en la novela de Bernard Malamud, El reparador.
- Un arte de la imaginación. No sólo de teoremas geométricos se alimenta la felicidad del hombre, dice Alain. La Ética también sugiere que, dentro de las afecciones, busquemos aquellas eficaces contra la desdicha. Donde Spinoza no se extiende demasiado, Alain propone frutos de la imaginación como la música o la pintura de Rafael. Y también obligar a las religiones a buscar lo bello en el presente.
Para terminar, un libro muy recomendable para los amantes de Spinoza y para todos aquellos que deseen iniciarse en el pensamiento del autor de la Ética. También es posible empezar por el clásico de Deleuze: Spinoza, filosofía práctica (Tusquets).
Repito lo que dije en el post de Deleuze sobre Spinoza. Te estoy muy agradecido por estos artículos sobre Spinoza, los leo con mucho interés, los recomiendo por ahí pero, muy a mi pesar, no soy capaz de añadir nada útil. >>En todo caso, me parecía justo decirte que he leído este artículo-reseña con interés y admiración.
Supongo, crates, que los posts de filosofía los lee muy poca gente. Pero, aunque no sean populares, quiero poner mi granito de arena para divulgar el pensamiento de Spinoza.
podría decir que me encuentro en la misma situación de crates y con el ánimo de divulgación de eugenio….
de esas verdades eternas comunicadas por aquellos que han podido salir de la caverna y se han extasiado de luz -de las ideas., Personalmente, he podido «platicar» con Spinoza como con ningun otro filosofo, así que no nuestro trabajo, creo, consiste no sólo en «contar» que fué lo que vió y cómo le hizo, sino también en idear nuevas formas de salir. con espírituos afines ( entre más seamos, seguro será mejor).. a este mundo lleno de sombras y supersticiones, por ende, lleno de miedo y muerte.
salud y abrazos ! … desde algún suburbio metropolitano de la ciudad de méxico
Saludos.
Muchísimas gracias por tus útiles, claros y precisos comentarios.
Adriana
Hola Adriana. Me alegra que el artículo te haya resultado útil. Un saludo.
Buenos días, señor Bravo:
Quiero realizar el comentario con tres preguntas: en primer lugar, Spinoza dice que Dios posee infinitos atributos de los cuales sólo estamos capacitados para conocer estos dos. Si sólo podemos conocer dos, ¿cómo es posible afirmar que Dios tiene infinitos atributos?
Por otra parte,según Spinoza,una substancia es anterior por su naturaleza a sus afecciones. Si pienso de forma lógica entiendo que puede existir una substancia sin afecciones; por tanto, ¿puede existir una substancia sin atributos, como si fuera indeterminada o no tuviera contenido «existencial», por así decirlo? ¿Os que realmente se encuentran las afecciones en potencia?
Para terminar, quiero agradecer con suma alegría el esfuerzo que realiza por transmitir los conocimientos de tantos filósofos de una forma accesible al público y, por supuesto, brillante en su claridad expositiva.
Hola,
me alegra que la entrada sobre Spinoza te haya gustado. Las preguntas que planteas son muy interesantes. Con mis limitados conocimientos te respondería lo siguiente:
1. Al ser de Parménides le convenía por lógica la infinitud porque si fuese finito qué habría más allá deL ser. Si fuese no ser ocurre que el no ser no es y no puede ser pensado así que así que la infinitud debería haber pertenecido a las características del ser. Sin embargo, él lo prefiere finito porque lo infinito es aquello que carece de límite, de forma, perdería su naturaleza compacta. Así que finito y esférico quedó.
En Spinoza pasa algo parecido, a la sustancia le corresponde lo infinito en todos los sentidos porque es una y todo. Atribuirle infinitos atributo es casi de visionario: no sé cuántas dimensiones matemáticas usan los físicos cuánticos.
2. La tríada es sustancia-atributos-afecciones. Los seres vivos somos afecciones del espacio en la sustancia. Nuestra duración es una afección del tiempo en la sustancia. La relación entre esos tres estratos es de pura necesidad. No hay lugar para la indeterminación o la libertad. Comprender y asimilar esa necesidad es el amor dei.
Saludos.
Eugenio.
Buenas tardes.
Ando enfrascado con Sobre la felicidad de Alain. Me parece un libro magistral, por varias razones. La primera es que me parece un libro ideal para gente interesada en cuestiones éticas que no tengan grandes conocimientos filosóficos. Alain es el anti-pedante. Sin retórica alguna y con prosa cristalina, expone sus argumentos de un modo claro y sumamente didáctico.
Por otro lado su pensamiento me recuerda a Montaigne (epicureísmo, escepticismo y estoicismo) junto a las bondades de la «filosofía alegre» de Spinoza. Gran medicina contra melancólicos.
En fin, una lectura muy recomendada y es una pena que este libro no sea demasiado conocido.
Un abrazo!
Gracias, me gusta Alain. Leí su Spinoza.