Philip K. Dick: La transmigración de Timothy Archer. Carlos Peralta (trad.) Barcelona: Edhasa, 1984.
La transmigración de Timothy Archer fue la última novela publicada por Philip K. Dick (1928-1982). Forma junto a VALIS y La invasión divina, una trilogía que es, para mí, lo más interesante de su obra. Las tres son una mezcla asombrosa de autobiografía, teología, metafísica, alucinaciones psicóticas, música y poesía. Significan una llamativa ruptura respecto a los estrechos márgenes de la ciencia ficción que había practicado hasta entonces.
El argumento de VALIS no es otro que la vida mental del propio Dick a mediados de los setenta. Un período de crisis creativa, producto probablemente del consumo habitual de dexedrina, lo condujo a un intento de suicidio y una breve temporada en el psiquiátrico. De este abismo resurge Dick gracias a una misteriosa iluminación que le aporta un conocimiento del mundo afín a toda la literatura gnóstica. En la novela, Dick se desdobla en escritor que desea sanar y aferrarse al mundo cotidiano tal cual es, y en gnóstico cristiano atrapado en el siglo XX y obsesionado por una alucinación paranoide según la cual este mundo es un fraude, una trampa, creada para ocultarnos la verdadera realidad: «El imperio nunca terminó», refiriéndose al imperio romano.
La invasión divina está escrita por el Dick alucinado. Dick lleva a la práctica aquella máxima borgiana que dice que la metafísica no es más que una rama de la literatura fantástica. El argumento se centra sobre la figura de Emmanuel, el enviado que habrá de revelarnos la la verdad última del mundo: la creación no ha salido tal y como el creador la planeó y todos dormimos presas de la realidad virtual con la que el imperio nos somete. Sin embargo, este embrujo maléfico terminará si escuchamos la palabra del que está por venir. Toda la novela está saturada de citas gnósticas y ambientada por la música de Dowland.
Quien escribe La transmigración de Timothy Archer no es el psicótico incorregible al que nos tiene Dick acostumbrados. El autor, próximo a la muerte, recupera la cordura, el criterio y el sentido común, como el Quijote al final de sus aventuras. Rememora sus relaciones con el obispo episcopaliano de la diócesis de California, James A. Pike, a finales de los sesenta. El obispo Pike era, en algunos aspectos, lo que a Dick le hubiese gustado ser: carismático, elocuente, extraordinariamente culto y contestatario. Tuvo relaciones con los Kennedy y marchó junto a Martin Luther King. Introdujo el rock en la celebración de la misa y estuvo al frente de un programa televisivo muy popular, el Dean Pike Show.
El encuentro de Jim y Phil tuvo una gran influencia en ambos pues compartían la misma obsesión: el gnosticismo y su papel en los orígenes del cristianismo. Era la época en que se tradujeron al inglés los manuscritos del Mar Muerto o de Qumrán. En ellos aparece una secta judía, los esenios, cuya moral era anterior, y muy semejante a la predicada después por Jesucristo. Este hecho es el fundamento de la revolucionaria hipótesis según la cual Jesús no fue en realidad un verdadero dios resucitado, sino un profeta más, cuya historia tuvo la mala suerte de caer en manos de unos falsificadores dogmáticos profesionales, a cuya cabeza estaba Pablo de Tarso. Pero no terminaron ahí las revelaciones. El obispo Pike concluyó, también a partir de los textos de Qumrán, que la eucarístia primitiva se llevaba a cabo utilizando un pan y un caldo que contenían un hongo alucinógeno, lo que convertía a Jesús en traficante de drogas. Tras ser excomulgado de la Iglesia Católica por hereje, el obispo Pike murió trágicamente en el desierto buscando ese misterioso hongo que probablemente fuese la venenosa amanita muscaria. Anteriormente su hijo se había suicidado y su amante había muerto de cáncer.
Para contar la historia de Pike, Dick evita al omnisciente narrador en tercera persona y crea por vez primera un personaje denso y complejo capaz de otorgar objetividad a su relato: Angel Archer, la nuera del obispo Pike, será la encargada de llamar a la locura por su nombre y arrebatarle todo resto de magia y romanticismo. Su retrato de Pike es implacable: egoísta, manipulador, superficial y esencialmente destructivo en su relación con los demás. De todos modos, al final de la novela, Dick no puede evitar sugerir la posibilidad de que el obispo Pike hubiese encontrado la forma de reencarnarse en el hijo esquizofrénico de su amante.
Para terminar quisiera citar algunos de esos párrafos de Dick en los que filosofía y teología se entremezclan con la literatura y juntas abandonan las bibliotecas para abrise paso, de algún modo, en el mundo más real de la ficción literaria.
—Jeff se ha comunicado con nosotros dos —respondió Tim—. Por fenómenos intermediarios. Muchas veces, de muchas maneras —de pronto enrojeció; se irguió, la autoridad que llevaba en lo más hondo afloró; el hombre de edad mediana, con problemas, se convirtió en la fuerza misma; la fuerza de la convicción generó palabras, se condensó en palabras—. Dios mismo trabaja en nosotros y a través de nosotros para traer un día más luminoso. Mi hijo está ahora con nosotros; está en esta habitación. Nunca nos ha dejado. Lo que ha muerto es un cuerpo material. Todas las cosas materiales perecen. Planetas íntegros perecen. El mismo universo físico ha de perecer. ¿Dirás entonces que nada existe? Porque a eso te llevará tu lógica. No es posible demostrar, ahora mismo, que la realidad externa existe. Descartes lo descubrió; es la base de la filosofía moderna. Todo lo que sabemos con seguridad es que nuestra propia mente, nuestra propia conciencia, existe. Puedes decir «Yo soy» y eso es todo. Y eso sugiere Yahvé a Moisés que diga cuando la gente le pregunte con quién ha hablado. «Yo soy» dice Yahvé. Ehyeh, en hebreo. Puedes decir eso, y es todo lo que puedes decir; con eso se agota. Lo que ves no es el mundo, sino una representación formada por tu mente y dentro de ella. Todo lo que experimentas lo conoces por la fe. Y además, podrías estar soñando. ¿No lo habías pensado? Platón cuenta que un sabio anciano, probablemente un órfico, le dijo: «Ahora estamos muertos y en una especie de prisión.» A Platón esto no le parecía una afirmación absurda; decía que era importante y que valía la pena pensar en ella. «Ahora estamos muertos.» Puede que no tengamos ningún mundo. He tenido tantas pruebas… Tu madre y yo hemos tenido tantas pruebas del retorno de Jeff como las que tenemos de que el mundo existe. No es que supongamos que él ha regresado; lo hemos experimentado. Hemos vivido y vivimos la experiencia. Por lo tanto, no es nuestra opinión. Es real.
—Real para ti —dijo Bill.
—¿Qué más puede dar la realidad?
—Bueno, quiero decir… que yo no lo creo —agregó Bill.
—El problema no está en nuestra experiencia, en este asunto —respondió Tim—. Está en el sistema de creencias. Dentro de los límites de tus creencias, una cosa así es imposible. Pero, ¿quién puede decir verdaderamente qué es posible? No sabemos qué es posible y qué no lo es; no somos nosotros los que ponemos los límites; es Dios —Tim señaló a Bill con un dedo firme—. Lo que uno cree y sabe, depende en última instancia de Dios; no hay opción en esto, de dar nuestro consentimiento o negarnos a consentir; ambas cosas son atributos de Dios, y ejemplos de nuestra dependencia. Dios nos concede un mundo y exige nuestro asentimiento a ese mundo; Él lo hace real para nosotros; y éste es uno de sus poderes. ¿Crees que Jesús era el Hijo de Dios, Dios mismo? Tampoco eso crees. Entonces, ¿cómo te puedo probar que Jeff ha regresado a nosotros desde el otro mundo? Ni siquiera puedo demostrar que el Hijo del Hombre ha caminado por esta Tierra hace dos mil años, que ha vivido y muerto por nosotros, por nuestros pecados, para elevarse gloriosamente el tercer día. ¿No tengo razón? ¿No niegas también eso? ¿En qué crees, entonces? En objetos dentro de los cuales te metes y das vuelta a la esquina. Pero es posible que no haya objetos ni esquinas… Alguien señaló a Descartes que algún malicioso demonio pudiera estar determinando nuestro asentimiento a un mundo que no existe, imprimiéndonos una falsedad como una representación evidente del mundo. Si eso ocurriera, no lo sabríamos. Debemos confiar, debemos confiar en Dios. Yo confío en que Dios no me engañará; considero que el Señor es fiel y veraz, e incapaz de engañar. Para ti esta cuestión no existe siquiera, porque niegas desde el comienzo que Él exista. Pides pruebas. Si te dijera ahora mismo que he oído la voz de Dios hablándome, ¿lo creerías? Por supuesto que no. Llamamos piadosas a las personas que hablan a Dios, y locas a aquellas a quienes Dios habla. Esta es una época en que hay poca fe. No es Dios quien ha muerto; es nuestra fe.
Bill hizo un gesto.
—Pero… No tiene sentido. ¿Por qué había de volver?
—Dime primero por qué había de vivir —respondió Tim—. Tal vez entonces te podría decir por qué ha vuelto. ¿Por qué vives? ¿Para qué fin has sido creado? No conoces a quien te ha creado, suponiendo que alguien lo haya hecho, ni sabes por qué, suponiendo que haya razón. Tal vez nadie te ha creado y tu vida no tiene una finalidad. No hay mundo, ni finalidad, ni Creador; y Jeff no ha vuelto. ¿Es ésta tu lógica? ¿Eso es lo que el Ser, en el sentido de Heidegger, es para ti? Es una clase empobrecida y poco auténtica de Ser. Me parece débil, desolada, y finalmente, fútil. Debe haber algo en que puedas creer, Bill. ¿Crees en ti mismo? ¿Aceptas que tú, Bill Lundborg, existes? Lo aceptas; espléndido. Está bien. Ya es un comienzo. Examina tu cuerpo. ¿Tienes órganos de los sentidos? Ojos, oídos, gusto, tacto y olfato… Entonces, probablemente, este sistema de percepción ha sido diseñado para recibir información. Si es así, es razonable suponer que la información existe. Si existe información, probablemente pertenece a algo. Probablemente hay un mundo, y estás vinculado con ese mundo por medio de los órganos de los sentidos… no cierta, sino probablemente. ¿Creas tu propia comida? ¿Extraes de ti mismo, de tu propio cuerpo, la comida que necesitas para vivir? No es así. Por lo tanto, es lógico suponer que dependes de ese mundo exterior, de cuya existencia sólo posees un conocimiento probable, y no necesario; un mundo que es para nosotros una verdad contingente, y no ineluctable. ¿En qué consiste ese mundo? ¿Qué hay allí fuera? ¿Mienten tus sentidos? Si mienten, ¿por qué se ha hecho que existan? ¿Los has creado tú mismo? No, no es así. Alguien o algo, aparte. ¿Quién es ese alguien que no eres tú? Aparentemente, no estás solo, no eres la única realidad existente; aparentemente, existen otros, y uno o varios de ellos; te han diseñado y construido a ti y a tu cuerpo como Carl Benz diseñó y construyó el primer automóvil. ¿Cómo sé yo que ha existido Carl Benz? Porque tú me lo has dicho, ¿no? Y yo te he dicho que mi hijo Jeff ha regresado…
—Me lo ha dicho Kirsten —rectificó Bill.
—¿Te miente habitualmente Kirsten?
—No.
—¿Qué ganaríamos ella o yo diciendo que Jeff ha regresado a nosotros del otro mundo? Mucha gente no nos creerá. Tú mismo no nos crees. Lo decimos porque creemos que es verdad. Los dos hemos visto cosas, hemos sido testigos de cosas. No veo a Carl Benz en esta habitación pero creo que ha existido. Creo que Mercedes-Benz es un nombre formado con el de un hombre y el de una niñita. Soy un abogado, una persona familiarizada con los criterios con que se analizan los datos. Nosotros, Kirsten y yo, tenemos pruebas de Jeff, de fenómenos…
—Sí, pero esos fenómenos, todos ellos…, no prueban nada. Que Jeff los haya causado es sólo una suposición. No un conocimiento.
Tim respondió:
—Te daré un ejemplo. Miras debajo de tu coche y ves un poco de agua. Ahora bien, tú no sabes que el agua proviene del motor; eso es algo que tienes que suponer. Tienes una prueba. Como abogado, sé que es una prueba. Tú, como mecánico de coches…
—¿El coche está en tu cochera? —preguntó Bill—. ¿O está en un parking público, como el de un supermercado?
Algo sorprendido, Tim hizo una pausa.
—No comprendo.
—Si está en tu propia cochera, o en tu garaje, donde sólo tú dejas tu coche —prosiguió Bill—, probablemente proviene de tu coche. De todos modos, no es del motor; ha salido del radiador, o de la bomba de agua, o de alguno de los tubos.
—Pero eso es algo que supones —dijo Tim—. A partir de las pruebas.
—Podría ser líquido de la dirección de potencia. Se parece mucho al agua. Es rosado, y la transmisión, si tiene transmisión automática, tiene el mismo tipo de líquido. ¿Tienes dirección de potencia?
—¿Dónde? —preguntó Tim.
—En tu coche.
—No sé. Hablaba de un coche hipotético.
—Y podría ser aceite del motor —continuó Bill—; en ese caso, no sería rosado. Tienes que distinguir si es agua o aceite, y también si es líquido de la dirección de potencia o de la transmisión; podría ser cualquiera de esas cosas. Si estás en un lugar público y ves un charco debajo de tu coche, probablemente no significa nada, pues mucha gente deja allí su coche; podría ser de alguno que estaba antes. Lo mejor es…
—Pero sólo puedes hacer suposiciones —dijo Tim—. No puedes saber si es de tu coche.
—En el momento, no. Pero sí, puedes averiguarlo. Está bien, digamos que es tu cochera y que allí no hay nunca otro coche. Lo primero es establecer qué clase de líquido es. Entonces, te metes debajo del coche (a veces es necesario moverlo antes) y pones el dedo en el líquido. ¿Es rosado? ¿Es castaño? ¿Es aceite? ¿Es agua? Digamos que es agua. Entonces podría ser una cosa normal; simplemente, ha caído del sistema de desagüe del radiador. A veces, cuando se apaga el motor, el agua se calienta un poco más y sale por el tubo de desagüe.
—Aunque puedas determinar que es agua —respondió Tim, obstinado—, no puedes estar seguro de que ha salido de tu coche.
—¿Y de dónde, entonces?
—Ese es el factor desconocido. Tus pruebas son indirectas; no has visto a tu coche perdiendo agua.
—Está bien. Entonces, enciendes el motor, lo dejas correr, y miras. Así ves si gotea.
—¿No llevará eso largo tiempo? —preguntó Tim.
—Quizá… Pero hay que saber qué ocurre. Debes controlar el nivel del sistema de dirección de potencia; el nivel de la transmisión, y examinar el radiador y el aceite del motor. Hay que examinar rutinariamente todo esto. Mientras estás allí, puedes controlar todo. En algunos casos, como el del líquido de la transmisión, hay que poner el motor en marcha. Mientras tanto puedes controlar también la presión de los neumáticos. ¿Qué presión tienes?
—¿Dónde? —preguntó Tim.
—En los neumáticos —dijo Bill, sonriendo—. Hay cinco. Uno está en el baúl, es el de repuesto. Probablemente no lo recuerdes cuando controlas los demás. No sabes que le falta aire hasta que un día pinchas y lo descubres. El gato que llevas, ¿se aplica al eje o a las barras del chasis? ¿Qué coche tienes?
—Creo que es un Buick —dijo Tim.
—Es un Chrysler —dije despacio.
—Ah —dijo Tim.Philip K. Dick: La transmigración de Timothy Archer.
P. D.: Es una lástima que la última edición de esta novela tenga casi treinta años. Sólo la encontrarás,por tanto, en librerías de viejo y en el p2p.
Algunos enlaces interesantes:
Hola, no sé si leerás esto, pero me acabo de acordar: el final de «La loca historia del mundo» es la misma tesis: «El imperio nunca terminó»
Cómo el I.R. continúa a pesar de la Revolución Francesa y de lo que sea.
Otra lectura posible es la nietzscheana del «triunfo de Judea»…
Pero bueno, como dice el esclavo negro cuando el rey francés le pregunta cómo ha llegado hasta ahí desde el Imperio Romano, «ya sabes, el cine es mágico»
Un saludo
Hola Fran, también el humor es una forma de verlo. Pero el humor no va más allá de una crítica más o menos ácida de la historia o del orden social. Su función, al fin y al cabo, es hacer sentir mejor al espectador.
Dick es otra cosa. El imperio nunca terminó significa que el universo simbólico en el que vives (prensa, televisión, educación, democracia, derecho, policía…) es realmente una gigantesca mentira. Significa que somos esclavos, que estamos en peligro y no nos damos cuenta, que no hay salida excepto la locura… En lo que Dick está diciendo hay tragedia y nada de comedia.
Un saludo.