Carlos Fuentes: Diana o la cazadora solitaria

Carlos Fuentes: Diana o la cazadora solitaria. (1994, 1ª ed.) Madrid: Punto de Lectura, 2006.

Independientemente de los méritos literarios de Carlos Fuentes, novelista aceptable aunque algo sobrevalorado, Diana o la cazadora solitaria es el relato verosímil de la trágica vida de esta actriz fetiche.

A los diecinueve años Jean Seberg (Iowa, 1938-París, 1979) es elegida para el papel de Juana de Arco entre dieciocho mil candidatas. Otto Preminger, el director, entiende que la chica está verde para el papel, que necesita saber lo que es el sufrimiento para poder hacer una interpretación digna de la Falconetti de Dreyer, así que mientras ruedan la escena de la muerte de la santa deja que el fuego se le acerque lo suficiente como para que nadie olvide jamás la historia.

A continuación rueda Bonjour tristesse, el primero de muchos subproductos de Hollywood hechos para consumir y olvidar. El tiempo habría devorado ya su cadáver cinematográfico si no se hubiese interpretado a sí misma en el clásico de Jean Luc Godard, A bout de souffle (Al final de la escapada, 1960). Cuatro años después rueda Lilith (Robert Rossen, 1964): la misma magia en una película mucho menos redonda. En ambas Seberg se convierte en mujer inalcanzable, inaprensible y, por tanto, infinitamente deseable. Inaprensible porque su ser es perpetua búsqueda, perpetuo movimiento, perpetua carencia. Si ser actriz es vaciarte para que los demás te llenen con sus sueños, Seberg era una actriz demasiado perfecta, porque no necesitaba vaciarse, ella era ya en su vida privada puro vacío cinematográfico.

Carlos Fuentes tiene una relación sentimiental con ella justo antes de que empiece una caída imparable hacia el abismo. Activista política, apoyó todas las causas perdidas de los sesenta. El FBI no le perdonó la rebeldía y destruyó su carrera propagando el rumor de que estaba embarazada de un líder de los Panteras Negras. La muerte del bebé a los pocos días del parto es el principio de un lento proceso de autodestrucción a base de drogas y alcohol. Encuentran su cadáver cubierto de quemaduras dentro de un coche en una callejuela de París. Llevaba once días muerta.

Romain Gary, intelectual polaco de izquierdas, marido y padre de su único hijo, se suicida al año siguiente.

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