Slavoj Zizek: Lacrimae rerum. Ensayos sobre cine moderno y ciberespacio. Madrid: Debate, 2006
Slavoj Zizek (1949) es un filósofo de profundas convicciones psicoanalíticas, lacanianas para ser más preciso, director del Instituto de Estudios Sociales de Lubliana, Eslovenia. Hasta ahora semi-desconocido en España, tenía traducidos en la Editorial Pretextos algunos ensayos políticos bastante provocadores.
La Editorial Debate agrupa en este volumen algunos ensayos breves sobre cine y ciberespacio. Los artículos más interesantes son interpretaciones lacanianas de la obra de algunos grandes directores. Así, Zizek reflexiona sobre el cine de Kieslowski, Hitchcock,Tarkovski, Lynch, y sobre la película Matrix.
A pesar del enfoque extremadamente peculiar de Zizek es un libro recomendable. Por ejemplo, Zizek descalifica el cine de Tarkovski por considerarlo demasiado sometido al sentimiento religioso pero, al mismo tiempo, hace un análisis interesantísimo de Stalker. El capítulo sobre Lynch tiene el problema de ser casi tan confuso como algunas de las últimas películas del director como Carretera perdida (Lost Highway, 1997) . Sin embargo, de todo el libro me quedo con la relación que establece Zizek entre el ocasionalismo de Malebranche, Matrix y el pecado original. Lean y diviértanse:
MALEBRANCHE COMO FILÓSOFO DE LA REALIDAD VIRTUAL
El ocasionalismo de Malebranche ofrece sin duda el mejor aparato conceptual para comprender la realidad virtual. A pesar de ser discípulo de Descartes, Malebranche abandonó la ridícula referencia cartesiana a la glándula pineal como fórmula para explicar la coordinación entre la sustancia material y la espiritual, o el cuerpo y el alma: ¿cómo podemos explicar, pues, el hecho de que estén coordinados si no hay ningún contacto entre ambos, ningún punto a través del cual el alma pueda actuar causalmente sobre el cuerpo, o viceversa? Tratándose de dos redes causales (las ideas de mi mente y las interconexiones corporales) totalmente independientes, la única solución es que haya una tercera Sustancia más verdadera (Dios) encargada de coordinar y mediar en todo momento entre los dos y crear una apariencia de continuidad. Cuando pienso en levantar la mano y mi mano se levanta, mi pensamiento no es la causa directa de que se levante la mano, sino solo la causa «ocasional»: al percibir mi pensamiento orientado a levantar la mano, Dios pone en marcha la otra cadena causal, de orden material, responsable de que mi mano se levante efectivamente. Si sustituimos a Dios por el gran Otro, el orden simbólico, se hace evidente la proximidad del ocasionalismo con la posición de Lacan: como dijo en su polémica contra Aristóteles en «Television», la relación entre el alma y el cuerpo no es nunca directa, pues el gran Otro siempre se interpone entre los dos. El ocasionalismo es, pues, esencialmente otro nombre para referirse a la «arbitrariedad del significante», a la fractura que separa la red de las ideas de la red de la causalidad (real), pues es el gran Otro quien garantiza la coordinación de las dos redes, de modo que cuando mi cuerpo muerde una manzana, mi alma experimenta una sensación agradable. La misma fractura es la razón de que los antiguos sacerdotes aztecas organizaran sacrificios humanos para asegurar que volviera a salir el sol: el sacrificio humano es en este caso una apelación a Dios para que mantenga la coordinación entre las dos series, la necesidad física y la concatenación de los eventos simbólicos. Por más «irracional» que pueda parecer el sacrificio del sacerdote azteca, su premisa subyacente es mucho más penetrante que nuestra idea de sentido común según la cual la coordinación entre el cuerpo y el alma es directa, es decir, que es «natural» que yo tenga una sensación agradable cuando muerdo una manzana, pues esta sensación viene directamente causada por la manzana: lo que se pierde de vista aquí es el papel mediador del gran Otro como garante de la coordinación entre la realidad y nuestra experiencia mental de la misma. ¿Y no sucede lo mismo con nuestra inmersión en la Realidad Virtual? Cuando levanto la mano para empujar un objeto en el espacio virtual, el objeto se mueve: mi ilusión, claro está, es que el causante directo del desplazamiento del objeto ha sido el movimiento de mi mano, es decir, en mi inmersión olvido el intrinca-do mecanismo de la coordinación informatizada, análoga al papel que el ocasionalismo reserva a Dios como garante de la coordinación entre las dos series. Es un hecho bien conocido que el botón para cerrar la puerta de la mayoría de los ascensores es un placebo totalmente inútil, puesto ahí solo para darle a la gente la impresión de que participa de algún modo y contribuye a acelerar el viaje en ascensor: cuando apretamos ese botón, la puerta tarda exactamente el mismo tiempo en cerrarse que si apretamos el botón del piso sin tratar de «acelerar» el proceso apretando también el botón «cerrar la puerta». Este caso extremo y evidente de falsa participación es una buena metáfora de la participación de los individuos en el proceso politico «posmoderno». Nos encontramos aquí ante la versión más pura del ocasionalismo: según Malebranche, nos pasamos la vida apretando esta clase de botones, y solo por la actividad incesante de Dios existe alguna coordinación con lo que sucede después (la puerta se cierra), por más que a nosotros nos parezca que es el resultado de que nosotros hayamos apretado el botón…Dicho sea de paso, el ocasionalismo también nos permite arrojar nueva luz sobre la naturaleza exacta de la Caída: si Adán cayó en desgracia y fue expulsado del Paraíso no fue simplemente porque se dejó tentar por la sensualidad de Eva; la idea es más bien que cometió el error filosófico de «retroceder» del ocasionalismo a un vulgar empirismo sensual, según el cual los objetos materiales afectan directa-mente a nuestros sentidos, sin la mediación del gran Otro (Dios), o dicho de otro modo, la Caída tiene que ver ante todo con las convicciones filosóficas de Adán. Antes de la Caída, Adán tenía un perfecto dominio sobre su cuerpo y conservaba la distancia respecto a él: consciente de que la conexión entre su alma y su cuerpo era contingente y meramente ocasional, era capaz en todo momento de sus-penderla, bloquearla y dejar de sentir dolor o placer. El dolor y el placer no eran fines en sí mismos, servían solo para dar información sobre lo que era bueno o malo para la supervivencia de su cuerpo. La «Caída» se produjo cuando Adán se entregó excesivamente (es decir, más allá de lo necesario para recoger la información precisa para la supervivencia en el entorno natural) a sus sentidos, cuando dejó que sus sentidos le afectaran hasta el punto de perder su distancia respecto a ellos y apartarse del pensamiento puro. El objeto responsable de la Caída, por supuesto, fue Eva: Adán cayó cuando la visión de Eva desnuda le distrajo por un momento y le hizo creer que la causa de su placer sexual era la propia Eva, de forma directa y no ocasional: Eva fue responsable de la Caída en la medida en que dio pie al error filosófico del realismo sensual. Cuando Lacan asegura que la femme n’existe pas, hay que leer la proposición como un argumento decisivo en favor del ocasionalismo y en contra del empirismo sensual: cuando el hombre goza sexualmente de la mujer, esta no es la causa directa sino solo ocasional de su goce, el hombre goza de la mujer porque Dios (el gran Otro, la red simbólica) la sostiene como objeto de satisfacción. En otras palabras, «Eva» ocupa el lugar de la negación fetichista primordial de la «castración», es decir, la negación de que el efecto que produce un objeto sensual (la mujer) no se funda directamente en sus propiedades, sino que viene mediado por el lugar que ocupa en el orden simbólico. Y como ya señaló san Agustín, el castigo, el precio que Adán tuvo que pagar por su Caída, consistió muy adecuadamente en una pérdida del pleno dominio sobre su cuerpo: la erección de su pene escapó a partir de entonces a su control.
Slavoj Zizek: Lacrimae rerum, pp. 214-217