Platón: República, libro I

Sócrates corrige un poco a Polemarco y define justicia como dar a cada uno lo que corresponde, beneficios a los amigos y perjuicios a los enemigos.

Platón: República. Libro I. Madrid: Editorial Gredos, 1986

El libro I de República de Platón es una introducción al concepto de Justicia. Como todos los diálogos de Platón, República comienza con las aventuras cotidianas de Sócrates en Atenas.

Tras haberse bajado el filósofo al puerto del Pireo para disfrutar de las fiestas de la diosa Artemisa, fiestas que imagino como las del día del Orgullo, Sócrates es retenido por Polemarco para que se quede a pasar la tarde conversando y salir a la noche a ver las carreras de antorchas a caballo y reunirse con muchos otros jóvenes.

Se dirigen a casa de Polemarco y allí se encuentran con Trasímaco el sofista, Céfalo, el padre de Polemarco, y otros. Céfalo saluda a Sócrates y le pide que, además de andar siempre con jovencitos en la ciudad, visite también de vez en cuando a los viejos amigos.

Observe el lector que la Filosofía siempre comienza por el diálogo y suele ser Sócrates quien pregunta. Esta técnica tiene el nombre de mayeútica. En este caso Sócrates quiere saber qué opina Céfalo sobre si la vejez es un camino «escabroso y difícil» o «fácil y transitable». Céfalo responde que muchos de sus amigos, con los que comparte edad, se lamentan de que hayan quedado atrás los goces sexuales y las borracheras. Además, sienten que ya nadie, especialmente la familia, los trata con el respeto de antes. Sin embargo, Céfalo no está de acuerdo con ese diagnóstico. Hay otros avanzados en edad para quienes las cosas ocurren al contrario. Cuando a Sófocles le preguntaron si todavía era capaz de acostarse con una mujer él respondió que afortunadamente había conseguido liberarse del deseo, ese amo loco y salvaje. La vejez, dice Céfalo, es la edad de la paz y la libertad. Respecto al trato de los familiares, opina Céfalo, tiene más que ver con el carácter que con la edad. La gente difícilmente soportará a quien sea rígido e intolerante, sea joven o viejo.

Sócrates le plantea a Céfalo si no será su dinero lo que le garantiza esa paz del alma en lugar de la edad. Céfalo responde que ni un hombre razonable pasaría bien la vejez en la pobreza, ni un idiota se volvería razonable y mesurado si tuviese dinero. A Sócrates le parece que Céfalo no presta mucha atención a su fortuna y piensa que es porque la ha heredado. Quienes han ganado la riqueza por sí mismos no hablan de otra cosa sino de dinero como los poetas de sus canciones o los padres de sus hijos.  Sea como sea, pregunta Sócrates, ¿cuál es el mayor beneficio de ser rico? Céfalo da una respuesta muy curiosa. Cuando uno se hace mayor se toma más en serio los mitos sobre el Hades y los castigos para los que han cometido injusticias. Tener dinero es buena cosa para el hombre sensato porque se asegura de no adeudar sacrificios a los dioses ni dinero a los hombres.

Por tanto, ayuda mucho a ser un hombre justo el tener dinero. Sin embargo, Sócrates no tiene claro a qué se refiere Céfalo con justicia y pregunta ¿es justo el que dice la verdad y devuelve lo que recibe? A continuación, lo refuta con una reducción al absurdo. Si esto fuese verdad y un amigo nos hubiese prestado una pistola deberíamos devolvérsela cuando nos la pidiera aunque supiéramos que se ha vuelto loco. Pero esto es absurdo, por lo tanto, justo no puede significar decir la verdad y devolver lo que se recibe.

Polemarco interviene y dice que sí, al menos si hacemos caso a Simónides. Céfalo deja la conversación en manos de su hijo. Dice Polemarco que lo que afirma Simónides es que los amigos deben «obrar bien con sus amigos» y devolver el dinero que les ha sido prestado, por ejemplo. Sócrates corrige un poco a Polemarco y define justicia como dar a cada uno lo que corresponde, beneficios a los amigos y perjuicios a los enemigos. La justicia es útil en la guerra porque lleva a aliarse con los amigos y perjudicar a los enemigos. También en la paz es útil la justicia en los contratos o asociaciones para conservar las cosas. Pero, claro, no en su uso. Es mejor asociarse con un vinicultor para usar una podadera y mejor con un hombre justo para guardarla. Si esto es así la justicia no es nada valiosa porque solo «resulta útil respecto a las cosas inútiles«. Sócrates extrae consecuencias muy extrañas de estos  juegos de palabras y dice que quien es más hábil para guardar algo también lo es para robarlo. Así que la justicia se podría definir como saber robar en provecho de los amigos y perjuicio de los enemigos. ¿Cúal es la intención de Sócrates con estos delirios que igualan justicia y robo? Podría decirse que es al atribuir esta idea a un poeta está riéndose de la autoridad que Polemarco había atribuido a Simónides. En cualquier caso, podrás ver a lo largo de los diálogos de Platón que Sócrates aparece unas veces como un investigador serio (como una comadrona de ideas que mediante la mayéutica ayuda a los demás a «parir sus propias definiciones») y, otras veces, como un showman que disfruta asombrando a la audiencia con un espectáculo de ilusionismo dialéctico.

Llegados a este punto, Polemarco exclama que ya ni siquiera recuerda qué había dicho sobre la justicia al principio. A pesar del lío en que lo ha metido Sócrates, sigue pensando que la justicia consiste en beneficiar a los amigos y perjudicar a los enemigos. Sócrates sigue enredando a Polemarco. A veces nos equivocamos respecto a quienes son buenos y malos y, por tanto, actuamos de modo que entendemos como justo el beneficiar a los malos y perjudicar a los buenos. Habría que añadir que justo es beneficiar a los que son realmente amigos y no solo lo parecen.

Seguidamente Sócrates introduce un bonito argumento que da a la justicia un nuevo significado. Perjudicando a los hombres se les vuelve peores respecto a la excelencia humana. Por tanto, cuando los justos perjudican a los enemigos, siendo justos, los hacen más injustos o más malos. Pero esto es absurdo, lo mismo que no es función del calor enfriar así no puede ser función de los buenos, siendo buenos, volver malos a los demás y está claro que el justo es un hombre bueno. Por lo tanto, la definición de Simónides, según la cual, ser justo implica beneficiar a los amigos y perjudicar a los enemigos es errónea. Polemarco asiente.

De repente, Trasímaco explota en medio del debate. Llamándolos tontos e idiotas, le pide a Sócrates que deje a un lado el camino fácil del preguntar y el responder donde no hace más que liarlos a todos. Trasímaco le exige que diga de una vez qué es lo justo. Sócrates hace uso de su ironía y le dice que no es suficientemente hábil para mostrar la esencia de la justicia en un discurso. Trasímaco se encoleriza pues piensa que las excusas de Sócrates no son sino una estrategema para obligarle a él a responder y luego poder Sócrates preguntar. Trasímaco se queja, dice que la sabiduría de Sócrates es andar de acá para allá aprendiendo de otros sin enseñar nada y sin dar las gracias. Sócrates le corrige, es siempre agradecido con aquellos que le enseñan algo.

Por fin Trasímaco se pronuncia, lo justo no es otra cosa que lo que conviene al más fuerte. Sócrates toma el pelo a Trasímaco. Entonces, si la carne de buey le sienta bien a Polidamente, el experto en «pancracio», será buena para todos. Trasímaco no lo soporta. Sabe que Sócrates le malinterpreta para irritarle y tener que explicarse más. Trasímaco cae en la trampa. En cada ciudad, los gobernantes formulan las leyes que les convienen y castigan a quienes no las siguen. Así, en todos los Estados es justo lo mismo, lo que conviente al que gobierna, al que tiene la fuerza. Sócrates le responde que cuando los gobernantes se equivoquen en sus leyes lo justo será hacer precisamente lo contrario de lo que conviene al más fuerte. Trasímaco llama tramposo a Sócrates y objeta que lo que conviene al más fuerte es lo que realmente conviene al más fuerte y no solo lo parece porque el más fuerte se haya equivocado en el cálculo.

Sócrates se dispone a cortarle la melena al león furioso que parece Trasímaco.  Compara el arte de gobernar con la medicina o la navegación. Se puede observar que estas no van dirigidas a buscar el beneficio del médico o del piloto sino de los cuerpos en el caso de la medicina y del pasaje y los marineros en el caso de la navegación. Lo mismo ocurre con el gobierno. No se trata de buscar lo que conviene al gobernante sino a los gobernados. Trasímaco, en lugar de continuar el diálogo con Sócrates, comienza uno de los discursos más conocidos de República dedicado a mostrar que Sócrates no es sino un filósofo cándido e ingenuo que desconoce el funcionamiento verdadero de la política, donde lo justo es lo conveniente para el más fuerte que gobierna y un perjuicio para el que obedece. En la vida pública, es evidente que el hombre injusto tiene más que el justo. Se puede comprobar en los contratos, en los impuestos, en las deudas y en la corrupción política. Se puede llegar a decir que la vida feliz y más plena es la de la injusticia más completa, la vida del tirano.

Después de su discurso triunfal Trasímaco está a punto de despedirse y salir por la puerta grande pero todos le retienen para que se explique mejor. Sócrates cree que, por mucho que diga Trasímaco, no es verdad que la injusticia sea más provechosa que la justicia. Trasímaco le responde que no sabe cómo hacer que se trague de una vez sus verdades. Sócrates insiste en que el arte de gobernar es semejante al del pastor. No se trata en este caso de sentarse a mirar pastar a las ovejas sino de organizarlo todo para procurarle lo mejor al rebaño. Así también, el arte de gobierno cuyo cuyo fin es conducir al sumo bien a sus gobernados. Sócrates aporta una prueba o argumento en favor de su tesis. ¿No es verdad que nadie está dispuesto a gobernar sin reclamar un salario? La razón es que el gobernar no aportar ningún beneficio al que gobierna sino solo al débil que es gobernado. Por eso el político tiene que añadir a su arte de gobierno, el arte del mercenario que es aportar un salario.

Por lo tanto, será necesario asignar al gobernante una remuneración u honores en la mayoría de los casos. Sin embargo, habrá otros, los mejores, que no quieran asumir el gobierno a cambio de oro u honores pues les avergüenza el arte del mercenario. El único modo de beneficiarse del gobierno de los mejores es su miedo a que gobiernen los incapaces. En una sociedad ideal compuesta solo de hombres de bien se desataría un lucha por no gobernar pues cualquier persona inteligente preferiría ser beneficiado por otro que beneficiar a los demás. A Sócrates le preocupa sobre todo una de las ideas de Trasímaco cuando dice que el «modo de vida del injusto vale más que el del justo«. Entonces pregunta a Glaucón qué modo de vida prefiere y este dice que la del justo, que no le ha convencido el discurso de Trasímaco. Habrá que comparar ambos estilos de vida, el del justo y el del injusto para saber quién tiene razón.

Para Trasímaco la injusticia es excelencia y sabiduría que nos proporciona grandes beneficios en esta vida. La justicia, por el contrario, dice Trasímaco, es un estorbo, una forma de pensar cándida e ingenua que nos debilita.  La argumentación que las páginas que siguen Sócrates es un poco artificial. Trasímaco admite que 1) el injusto quiere aventajar al justo y a otros injustos y 2) el justo quiere aventajar al injusto pero no a los demás justos. Dice Sócrates que: 1) aquel que tiene conocimientos de medicina solo quiere aventajar en a los ignorantes y no a sus compañeros de profesión. Esta premisa es «discutible». 2) El ignorante quiere aventajar tanto a los que son como él como a los que son sabios. Por lo tanto, la injusticia no es sabia, no posee conocimientos y no es una excelencia. El injusto es simplemente malo e ignorante. Trasímaco enfurece de verdad, enrojece de rabia, dice que no está conforme y que seguirá respondiendo solo por seguirle el juego.

La justicia, siendo sabiduría y excelencia, dice Sócrates parece más fuerte que la injusticia. Trasímaco deja ya de discutir para no parecer odioso a los ojos de los demás. Sócrates quiere probarlo con otro argumento. Imaginemos un Estado gobernado por la justicia y otro por la injusticia. Donde hay justicia hay paz y concordia mientras que donde hay injusticia ocurre lo contrario de modo que están siempre luchando entre sí y no se ponen de acuerdo para hacer nada resultando en un Estado más débil.

El siguiente tema, el más importante es si los justos viven o no mejor que los injustos. El razonamiento de Platón es el siguiente. Cada órgano tiene una función como el ojo la vista. Y esta función puede alcanzar la excelencia o la pérdida de la misma que sería la ceguera. Así la función del alma es razonar, deliberar y tomar las mejores decisiones para nuestra vida. Un ojo en buenas condiciones ve excelentemente y un alma buena actuará justamente y será feliz. Por el contrario un ojo en malas condiciones verá con dificultal y un alma mala tomará decisiones equivocadas, actuará injustamente y será desdichada.

Sin embargo, Sócrates no concluye el libro I satisfecho sino en la más completa ignorancia pues abandonó el tema que da inicio al diálogo, qué es lo justo. Si no se aclara esto no sabremos si es una excelencia ni si quien lo posee es feliz o no.

Cuestionario

  1. ¿Cuál es la relación que hay, según Céfalo, entre: a) vejez y placeres, b) vejez y familia y c) vejez y riquezas?
  2. ¿Cuál es la definición de justicia que ofrece Polemarco tomada del poeta Simónides? ¿Cómo refuta Sócrates a Polemarco?
  3. ¿Cuál es la definición de justicia que defiende Trasímaco? ¿Cómo la refuta Sócrates?
  4. Trasímaco afirma que la injusticia es excelencia y sabiduría. ¿Cómo le refuta Sócrates?
  5. Desarrolla la tesis socrática que afirma que la justicia es la excelencia del alma.

Textos para comentar

CÉFALO

Por ejemplo, cierta vez estaba junto al poeta Sófocles cuando alguien le preguntó: «¿Cómo eres, Sófocles, en relación con los placeres sexuales? ¿Eres capaz aún de acostarte con una mujer?». Y él respondió: «Cuida tu lenguaje, hombre; me he liberado de ello tan agradablemente como si me hubiera liberado de un amo loco y salvaje». En ese momento lo que dijo me pareció muy bello, y ahora más aún; pues en lo tocante a esas cosas, en la vejez se produce mucha paz y libertad. Cuando los apetitos cesan en su vehemencia y
aflojan su tensión, se realiza por completo lo que dice Sófocles: nos desembarazamos de multitudes de amos enloquecidos. Pero respecto de tales quejas y de lo que concierne al trato de los familiares, hay una sola causa, Sócrates, y que no es la vejez sino el carácter de los hombres. En efecto, si son moderados y tolerantes, también la vejez es una molestia mesurada; en caso contrario, Sócrates, tanto la vejez como la juventud resultarán difíciles a quien así sea.

POLEMARCO

—Parece, pues, que el justo se revela como una suerte de ladrón; y me da la impresión de que eso lo has aprendido de Homero. Éste, en efecto, estima a Autólico, abuelo materno de Ulises, y dice que se ha destacado entre todos los hombres «por el latrocinio y el juramento». De este modo parece que, para ti, como para Homero y para Simónides, la justicia es un modo de robar, bien que para provecho de los amigos y perjuicio de los enemigos. ¿No es eso lo que dices?
—No, ¡por Zeus! Pero ya ni yo mismo sé lo que dije. De todos modos, sigo creyendo que la justicia consiste en beneficiar a los amigos y perjudicar a los enemigos

TRASÍMACO

Es necesario observar, mi muy cándido amigo Sócrates, que en todo sentido el hombre justo tiene menos que el injusto. En primer lugar, en los contratos entre unos y otros, allí donde éste se asocia con aquél, al disolverse la asociación nunca hallarás que el justo tenga más que el injusto, sino menos. Después, en los asuntos concernientes al Estado, cuando se establecen impuestos, aunque sus bienes sean iguales, el justo paga más, el injusto menos. Pero cuando se trata de cobranzas, aquel no recibe nada, éste cobra mucho. Y cuando cada uno de ellos ocupa un cargo, al justo le toca, a falta de otro perjuicio, vivir miserablemente por descuidar sus asuntos particulares, sin obtener provecho alguno de los asuntos públicos, en razón de ser justo; y además de eso, es aborrecido por sus parientes y conocidos, por no estar dispuesto a hacerles un servicio al margen de la justicia. Al injusto le sucede todo lo contrario. Hablo de aquel al que hace un momento me refería, que es capaz de alcanzar los más grandes privilegios. A éste debes observar, si es que quieres discernir cuánto más le conviene personalmente ser injusto que justo. Pues bien, lo aprenderás del modo más fácil si llegas a la injusticia más completa, la cual hace feliz al máximo al que obra injustamente y más desdichados a los que padecen injusticia y no están dispuestos a ser injustos. Esto es la tiranía, que se apodera de lo ajeno, no poco a poco, sino de un solo golpe, tanto con engaño como con violencia, trátese de lo sagrado o de lo piadoso, de lo privado o de lo público: cuando alguien es descubierto, tras obrar injustamente en uno solo de esos casos, es castigado y vituperado, pues los que cometen tales delitos parciales son llamados sacrílegos, secuestradores, asaltantes, estafadores o ladrones. Cuando alguien, en cambio, además de secuestrar las fortunas de los ciudadanos, secuestra también a éstos, esclavizándolos, en lugar de aquellos denigrantes calificativos es llamado ‘feliz’ y ‘bienaventurado’ no sólo por los ciudadanos, sino por todos aquellos que se han enterado de toda la injusticia que ha cometido. En efecto, los que censuran la injusticia la censuran no por temor a cometer obras injustas, sino por miedo a padecerlas. De este modo, Sócrates, la injusticia, cuando llega a serlo suficientemente, es más fuerte, más libre y de mayor autoridad que la justicia; y tal como dije desde un comienzo, lo justo es lo que conviene al más fuerte, y lo injusto lo que aprovecha y conviene a sí mismo.

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