Gilles Deleuze: Derrames entre el capitalismo y la esquizofrenia

Gilles Deleuze: Derrames entre el capitalismo y la esquizofrenia. Equipo editorial Cactus (trad.) Buenos Aires: Cactus, 2006.

Traducción de las clases que durante la década de los setenta Deleuze impartió en la Universidad de Vincennes en torno a El Anti-Edipo y Mil Mesetas, libros que conforman la serie Capitalismo y Esquizofrenia.

No es una lectura fácil. Aparte de las carencias de la traducción, deseperantes en ocasiones, sobre el texto de Deleuze gravitan el psicoanálisis, el marxismo y el estructuralismo, especialmente Foucault. El aparato conceptual que Deleuze desarrolla a partir de esas influencias es muy complejo. Son muchos los párrafos ininteligibles para mi limitado entendimiento. Sin embargo, persevero en la lectura. Un poco a la manera de Tertuliano. Creo que absorber alguna de estas ideas de Deleuze es un modo inmejorable de ponerse en camino.

Una sociedad sólo le teme a una cosa: al diluvio. (p. 20)

 

El capitalismo se ha constituido sobre la quiebra de todos los códigos y las territorialidades sociales preexistentes. ¿Qué significa todo esto? Que la máquina capitalista es propiamente demente. (p. 23)

 

La originalidad del capitalismo es que ya no cuenta con ningún código. Hay residuos de código, pero ya nadie cree, ya no creemos en nada. El último código que ha sabido producir el capitalismo ha sido el fascismo. (p. 27)

 

El esquizoanálisis procederá a la inversa del psicoanálisis. Cada vez que el sujeto cuente algo que se relacione de cerca o de lejos con Edipo o la castración, el esquizoanálisis dirá: «¡Vayase a la mierda!». (p. 29)

 

Si sólo hubiese paranoicos, nunca habría habido manicomios. El paranoico funciona bien. Son hospitalizados porque son paranoicos verdaderamente muy pobres y entonces se toman por pequeños jefes, o a causa de los elementos esquizoides que se mezclan siempre en una paranoia. (p. 78)

 

Es por esto que no estoy de acuerdo con todas las corrientes antipsiquiátricas que quieren renunciar a los medicamentos. Los medicamentos tienen dos usos. Pueden tener el uso de «al que nos enmierda, hay que calmarlo», y calmarlo quiere decir llevarlo lo más cerca posible de la intensidad cero; hay casos en que los psiquiatras detienen un efluvio de angustia y esta detención es catastrófica. Pero el uso de los medicamentos puede tener otro sentido que es también el sentido de las drogas. Una verdadera farmacia psiquiátrica está al mismo nivel que los modos de activación del huevo. Es decir que los medicamentos pueden inducir los pasajes, de un umbral de intensidad a otro, pueden dirigir el viaje en intensidad. (p. 90)

 

Saber lo que pasa en una fábrica es terrible. Vayan a la entrada de Renault en la calle Émile Zola para ver hasta qué punto las fábricas son prisiones. (p. 120)

 

Los neuróticos representan el peor peligro, no nos sueltan hasta que no nos pasan su cosa, son contagiosos por excelencia. Mejor diez esquizos que un solo neurótico. El esquizo te deja tranquilo, el neurótico en cambio responde exactamente a la descripción de Nietzsche: «la enfermedad venenosa». No nos dejará hasta no habernos dado el beso del vampiro y no puede soportar que uno no esté deprimido o sea depresivo. (p. 151)

 

Hemos visto las veces precedentes que las tres grandes traiciones, las tres maldiciones sobre el deseo son: a) relacionar el deseo a la carencia; b) relacionar el deseo al placer o al orgasmo (ver en Reich ese error fatal); c) relacionar el deseo al goce. (p. 201)

 

Según Baudrillard, todo el capitalismo moderno es una manera de ocultar una verdad sublimada: la castración. Esconde la castración porque —lo dice con todas las letras en el artículo sobre el cuerpo- la castración es solamente significada y eso no es bueno -presento muy mal todo esto pues, ustedes lo sienten, no comprendo nada—. (p. 232)

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