Eloy Tizón: Velocidad de los jardines (2017)

Eloy Tizón: Velocidad de los jardines. Madrid: Páginas de espuma, 2017. 

Espléndida reedición de este prodigioso libro de relatos publicado por primera vez en Anagrama en 1992.  Páginas de espuma le ha añadido reproducciones facsímiles del original y un capítulo inicial titulado Zoótropo (Biografía de un libro).

En cada relato el argumento es lo de menos. Apenas ocurre nada. Es la velocidad cero de cualquier jardín. Imágenes detenidas. Por ejemplo, en Villa Borghese un hombre posterga indefinidamente la decisión de hablar a una mujer: «Mañana, sin falta, le hablaría a ella de lo suyo».

El peso de la seducción recae sobre una prosa manierista fronteriza con el poema. Citaré dos ejemplos. El primero es de Zoótropo, y el segundo es de Los puntos cardinales, un relato que recupera el tema del doble y que fascina como lo hacían los textos de Borges.

Pero estaba la muerte. Omnipresente. No la muerte divina, pintada en tablas flamencas, azul o roja, sino la muerte pequeña, tercermundista y casual, la muerte en un cordón de los zapatos, la muerte en un botón del ascensor cuyo número se ha borrado de tanto pulsarlo, la muerte en un vaso de agua algo turbia, la muerte en medio de un bostezo, la muerte en un sobrecito de azúcar con su sonido granulado de maraca diminuta, la muerte en la rueda iluminada de una noria o en la entreplanta de unos grandes almacenes, con sus torsos degollados, en un tenedor al que le falta una púa, en la campana extractora de la cocina, en la viudez de una manopla, en la estela de gas de un avión, la muerte en la palabra muerte, en un único copo de aguanieve, cayendo, cayendo.

(Zoótropo, Biografía de un libro, p. 18)

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SOY UN VIAJANTE DE COMERCIO TACITURNO. En treinta años de profesión he visto: quemarse un río, dos guerras, un eclipse parcial de luna, una rosa azul, una mano sin uñas en el borde de un sendero, como suelo decir yo qué no habré visto. Con frecuencia he pasado toda la noche a oscuras sentado frente a otro pasajero, y de repente un resplandor vivísimo incendiaba su pelo, las letras de su libro, el agua sin somnífero del vaso. En cierto sentido sé todo lo que puede saberse sobre andenes en desuso, bañeras forasteras, ese límite impreciso donde una ciudad termina y florece un moho absurdo, un cáncer de cosas, viviendas en derribo, osamentas de fachadas, un paraguas sin varillas que una mujer encinta examina y comienza a llover sobre las grúas.

(Los puntos cardinales, p. 51)

 

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