El hombre es un ser que sabe muy bien
cuando el que habla no sabe lo que dice.
Jacques Rancière: El maestro ignorante. Nuria Estrach (tr.) Barcelona: Laertes, 2010 (2ª ed.)
En estos meses en que los profesionales de la docencia nos hemos visto obligados a comprometernos con un Nuevo Orden Pedagógico, el de la LOMCE con sus reválidas y estándares de aprendizaje, me ha parecido conveniente escribir una breve reseña sobre este clásico intempestivo del filósofo francés Jacques Rancière.
Este curso cumplo veinticinco años dando clases de Filosofía en Institutos de aquí y de allá. La primera reforma educativa que conocí fue la LOGSE, aprobada en 1990. Imitando lo que se hacía en Francia en aquella época era una ley progresista que buscaba «reducir las desigualdades» y favorecer la integración. Fue el principio del camino hacia el desvarío de una «Sociedad Pedagogizada«. Los docentes fuimos asaltados por entelequias de las que nunca más se supo «contenidos conceptuales, procedimentales, actitudinales, ejes transversales…» En 2006 llegó la LOE y su irritante devoción por el descubrimiento de las «competencias básicas». Hace dos años se puso en marcha la LOMCE que sustituía competencias por «estándares de aprendizaje», prolongando hasta el absurdo esa triste quimera de querer convertir la educación en una «ciencia».
Es sencillo realizar una crítica marxista a esta sucesión de reformas. Desgraciadamente, lo más llamativo que ha ocurrido en la política española desde los ochenta en adelante ha sido el progresivo sometimiento del poder político al económico: privatizaciones, «puertas giratorias», rescates bancarios… Del mismo modo que en la última legislatura fueron un escándalo las leyes aprobadas para favorecer al sector eléctrico, también ocurrió algo parecido con la industria editorial. Las reformas educativas obligan a renovar los libros de texto, sobre todo si vienen acompañadas de una jerga metodológica abstrusa a la que hay que adaptar la práctica docente. Una buena planificación permitiría a los profesores organizarse para ofrecer gratuitamente materiales didácticos de calidad, pero lo que busca el poder no es eso. No.
En cualquier caso esa es una crítica demasiado fácil al «boom» pedagógico. Rancière ataca el problema inspirándose en un filósofo francés del principios del s. XIX, Joseph Jacotot. Cuando empezó a materializarse el ideal ilustrado de garantizar el progreso a través de la «instrucción del pueblo» Jacotot afirmó algo realmente extraño. Es evidente que hay que luchar contra el modelo egipcio-sacerdotal de concentrar el saber en unas pocas manos, pero creer que una pedagogía moderna y progresista tiene alguna posibilidad de evitar la eternización de la desigualdad es un error.
La razón es el mito pedagógico o principio del atontamiento. Consiste en pensar que todo individuo necesita a otro que le explique para poder comprender cualquier materia, desde un idioma a la química o las matemáticas. Lo que Jacotot constató en su época era la falsedad de esta hipótesis, que coloca la desigualdad al principio y la igualdad como un fin siempre alejándose en el horizonte. En realidad ocurre que hay que invertir la lógica del explicador: no es necesario remediar ninguna incapacidad de comprensión. La posición del profesor, por muy bienintencionada que sea, le traiciona: es él quien lanza un velo de ignorancia para luego levantarlo, cuando en realidad nada nos separa del conocimiento. La igualdad está al principio de la ecuación del aprendizaje y los únicos obstáculos en el camino son la pereza y la comodidad del automenosprecio. Sólo pensar por uno mismo hace posible la emancipación a través del saber. De este principio de la igualdad de inteligencias se deduce que aquello que el maestro mejor puede enseñar es aquello que desconoce. Jacotot, en lugar de impartir sus clases de Derecho, enseñaba piano y pintura, disciplinas de las que no tenía ni la más remota idea. En lugar de asumir el rol de «profesor» se acercaba a los demás como artista, es decir, como aquel que supone en el público iguales que le ayudan a construir su obra. El artista necesita la igualdad para expresarse, esa es su lección emancipadora. El profesor explicador necesita la desigualdad para «encadenar» y entontecer, aunque no sea su intención.
Pero ¿cómo va a ser posible que cualquiera pueda aprender lo que desee sin una guía, sin un apoyo? ¿Cómo puede alguien internarse en los misterios de la armonía musical, las leyes de Newton o las tragedias de Shakespeare sin alguien que le explique? La respuesta de Jacotot es la misma que nos dio Anaxágoras: todo está en todo. «Toda la potencia del lenguaje está en el todo de un libro. Todo conocimiento de sí como inteligencia está en el dominio de un libro, de un capítulo, de una frase, de una palabra.» (p. 47) Si se quiere aprender griego se toma una edición bilingüe de la Ilíada y a repetir, memorizar, relacionar. Eso es todo. Y, a continuación, IMPROVISAR, aprender a hablar sobre cualquier tema, a bocajarro, con un principio, un desarrollo y un final: ¿qué sabes?, ¿quién eres?, ¿qué deseas? A quien cree que esta tarea es imposible, que no está a la altura, que no tiene la competencia suficiente, es mi deber hacerle saber que es orgullo y miedo lo que disfraza de humildad.
Perseguir la igualdad y, al mismo tiempo, partir de ella es un buen principio para establecer lazos horizontales entre docentes y estudiantes. Interesante análisis. Recuerdo a Gibrán cuando escribió: “Quizá llegue un día en el que la naturaleza sea el maestro del hombre, la humanidad su libro y la vida su escuela”.
Hola José Andrés, creo que del libro de Rancière lo más importante es eso: la igualdad como punto de partida. A nivel personal lo experimento cada día: si me aproximo a un alumno desde el rol de profesor cualquier progreso está destinado al fracaso. Si, además, vas de profesor en la vida cotidiana es como ir con una coraza. Enseñar es escuchar. Y no se consigue a la primera, ni a la segunda. Lleva meses, años.
Saludos.
De Rancière he leído El espectador emancipado y me pareció sumamente lúcido, profundo y también difícil, por qué no decirlo (tengo 23 años y asumo que no puedo entenderlo todo….)
PD: Bob Dylan premio Nobel de Literatura, ¿Qué le parece?
Saludos.
Si se conocen las fuentes que utiliza, Rancière es sencillo. Pero en ocasiones las referencias bibliográficas no son explícitas y el texto se puede complicar.
Lo de Dylan supongo que es bueno para el negocio editorial, para hacer un guiño a la cultura pop.
Saludos.
Hola Eugenio, qué bueno que comentes este libro de Rancière. Es una buena forma de reflexionar sobre por qué a pesar de tantas voces críticas sobre el sistema educativo, y sus resultados, no sólo no mejora sino que va a peor. Se puede recurrir a esa misma paradoja de “la explicación” y preguntarse, por ejemplo, cuántos profesores descontentos le hacen el juego a las editoriales (en el fondo un buen “explicador” no necesitaría que reciclaran los materiales por él. Sin embargo, decía el autor, “hay que recurrir a los libros para explicar a los ignorantes lo que deben aprender. Pero esa explicación es insuficiente: hacen falta maestros para explicar a los ignorantes los libros que les explicarán el conocimiento”), cuántos con un montón de suspensos le echan la culpa, no ya al sistema, sino a los propios alumnos (sin contar aquellos profesores que jamás ponen buenas notas porque consideran que es muy difícil adquirir la magna sapiencia que ellos sí poseen, también por las mismas dotes intrínsecas y psicológicas por la que otros son ignorantes); por supuesto me gustaría pensar que son pocos este tipo de profesores, porque lo que sí tengo claro es que el sistema sólo se materializa en cada aula, a través de cada profesor y con cada lección concreta, es decir, aquello de que el poder es siempre micropoder y lo demás es pura ideología.
Tus palabras me recordaron una anécdota de mis primeras experiencias dando clase: como en algunas ocasiones completé el horario con asignaturas afines de diversa índole, un curso tuve que dar Historia de la Música en 1º de BUP; un día, hacia final de curso, después de escuchar La Traviata, un niño me dijo –“¡meca, profe, qué voz tenía Verdi!”.- Me quedé sorprendida recapacitando sobre lo mala profesora que era (aunque como contrapeso aun recuerdo la expresión de entusiasmo); y ahora con lo que tú dices, ya no me parece tan malo no explicar la diferencia entre composición e interpretación, porque en el fondo, creamos cuando hacemos algo nuevo, y cuando hacemos algo prescrito pero poniéndole nuestra particular entonación.
Abrazos,
Marisa
Hola Marisa, es como si la educación funcionase a varios niveles. Los hay que se han instalado en el nivel del explicador y es como una droga: no sabrían vivir sin criterios, competencias, estándares… A mí ese nivel nunca me interesó. Un curso se salva si aprendo algo de los chicos. Ayer intenté que me explicaran la molaridad porque a mí eso de los moles nunca me quedó claro. No sé si es que soy tonto o qué pero no hubo manera.
Este curso estoy organizando mi primer torneo de ajedrez. Blitz de 5 minutos. Hay dos alumnos muy buenos y al resto nos hacen jaque y no nos enteramos. 🙂 https://drive.google.com/open?id=0B1cOkVZtmpT9eEdHTzNIOTJGTXc. A ver si cuelgo alguna foto esta semana.
Un abrazo.
Buenas tardes Don Eugenio.
Cuales son las lecturas filosóficas que más le han marcado en su juventud?
Y las literarias?
Un saludo y gracias.
Hola anónimo,
recuerdo bien esos libros que al leerlos me decía a mí mismo que eso que estaba impreso ya lo había pensado yo, esos libros de los que tengo todas las ediciones y ejemplares que puedo acaparar sin que me tachen de loco.
Pero llega un día en la vida en el que te das cuenta de que son sólo libros, que toda esa letra impresa es nada, que nada tiene importancia. Que la vida es un agitarse convulso y sin sentido.
Pero vamos con los libros de mi juventud:
– Baudelaire: Las flores del mal.
– Saint John Persé: Anábasis.
– T. S. Eliot: La tierra baldía.
– Platón: Critón.
– Spinoza: Ética.
– Deleuze: Spinoza. Filosofía práctica.
– Nietzsche: Así habló Zaratustra.
– Marcel Proust: En busca del tiempo perdido.
– Kafka: El proceso.
Esos son.
Saludos.
No conocía Anábasis. Gracias!
Aún en mi juventud (23) puedo decir que los que más me han marcado son:
Viaje al fin de la noche
Rojo y negro
Los detectives salvajes
Crimen y castigo
El mundo como voluntad y representación
La genealogía de la moral
Dialéctica de la Ilustración
Machado, Pessoa, Bukowski, Carver y Cavafis.
Las lecturas venideras serán Saramago, Bernhard y Gógol…
Siento que cada vez me gusta más leer (aunque siempre tenga que ser en detrimento de la vida)
Saludos
Ea curioso. Abora que me soy cuenta no sted ni yo hemos puesto ninguna escritora. En filosofia hasta la contemporaneidad no abundan pero en literatura hay bastantes más. Será que hay una escritura femenina? Los mecanismos de su psyque son diferentes? Las sensibilidades? Lo cierto es que me pongo a hacer memoria y no consigo recordar ninfuna escritora que me haya onfluido de la forma tan decisiva como lo han hecho los anteriores…
Saludos!
Escritoras he leído después. De mayor. Que sean autoras las que publiquen es cosa muy reciente. Poesía y pintura más que novela y filosofía. ¿A quién no le inquietan los cuadros de Remedios Varo o la poesía de Chantal Maillard?
Saludos.