Marina Garcés: Filosofía inacabada (2015)

marina garces filosofia inacabada

Pensar es volver a pensar
y escribir es transformarse.

Educar, por tanto, es iniciar a otro en este desplazamiento,
moverlo,
sacudirlo
o seducirlo,
arrancarlo de lo que es y cree ser,
de lo que sabe y cree saber.

Marina Garcés: Filosofía inacabada. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2015.

Filosofía inacabada se divide en dos partes. En la primera, Marina Garcés (Barcelona, 1973) expone su visión particular de la filosofía. Este es un género que resulta familiar y se remonta al Qué es filosofía de Ortega y Gasset. En la segunda parte, la autora realiza una reescritura personal de las fuentes filosóficas del siglo XX que la han inspirado. No es una «Historia de la Filosofía Contemporánea», sometida a las obsesiones de la cronología y el progreso, sino más bien un patchwork colorido y libre.

Para empezar Garcés sentencia que la filosofía o es «pensamiento que transforma la vida» o no es en absoluto. Para esa tediosa pregunta del para qué sirve la filosofía ofrece una respuesta contundente.

La filosofía no es útil ni inútil, es necesaria. Necesaria para la vida concreta de cada uno de nosotros y necesaria para la vida colectiva de las sociedades. (p. 14)

La filosofía no murió en el s. XX sino que continúa mutando. Por fortuna, es un proceso inacabado y necesario, pues nos enfrentamos a un planeta y a un modelo de sociedad agotados.  Del Universo infinito de Giordano Bruno hemos pasado a la conciencia triste de nuestra infinita potencia de destrucción.

Éste es el desafío que me propongo compartir en este libro: aprender a pensar y a vivir la finitud desde la amenaza de un final. Ya no nosotros, como humanos, sino la totalidad misma es finita. (p. 16)

Así, la filosofía debe contribuir a «inacabar el mundo«. No se trata de salvarlo de un apocalipsis. Tras esa dialéctica interesada se ocultan peligrosos fantasmas del pasado. La tarea del filósofo hoy es inventar alternativas y diferencias que puedan hacer de este mundo un ecosistema «vivible».

Esta filosofía, actualmente en continuo flujo y metamorfosis, está dejando atrás el androcentrismo y el eurocentrismo. La filosofía moderna no empieza con el Discurso del Método de Descartes sino con la brutalidad del encuentro entre Europa y el Nuevo Mundo. En el campo de la filosofía se están dejando oír por fin voces femeninas o que llegan de Latinoamérica o China.

Hoy nos corresponde desarrollar lo que yo llamaría una filosofía de código abierto, que se sabe parcial, provisional y continuada por otras miradas y por otras variaciones. Inacabada, por tanto, pero igualmente radical.

Asimismo la filosofía ha de perseguir el viejo ideal de la «unidad del conocimiento«, es decir, establecer alianzas con las más variadas disciplinas. El modelo en este caso es el alegre ir y venir enciclopédico y agitador de Diderot. El objetivo final es intentar ofrecer una confianza en la capacidad humana para abrir posibilidades al mundo.

Por último, el manantial de la filosofía es la práctica educativa. Ahí, en el aprender a pensar y aprender a escribir, es donde tienen lugar cambios profundos en los individuos y la sociedad.

Principalmente, en filosofía escribir es transformarse.

Cuando la escritura, en filosofía, se convierte en un mero medio de comunicación de teorías, la filosofía deja de pensar, de transformarnos y de interpelarnos. Aprender a pensar es aprender a escribir. Somos una sociedad cien por cien alfabetizada en la técnica de la escritura. Pero pienso con temor que somos una sociedad amenazada por un nuevo analfabetismo, que es el de tener una relación meramente instrumental con la lectura y con la escritura. Así, la escritura está dejando de ser un medio de comprensión y de elaboración de la experiencia personal y colectiva, para reducirse a una herramienta comunicativa. (pp. 70-74)

Evidentemente este escribir filosófico nada tiene que ver con el paper de la Universidad global actual. Frente a él es necesario recuperar el valor del libro, el ensayo, la docencia y el activismo. Es en esas prácticas donde reside la única educación verdadera, la que nos libera del mundo establecido y los dogmas acríticos. Esta educación, en términos de Deleuze, provoca un desplazamiento, ayuda a descubrir el mundo en lo que este tiene de inacabado, de no-dicho, de impensado. La filosofía puede hacer decir a las palabras «lo que no cabía en ellas».

Educar, por tanto, es iniciar a otro en este desplazamiento, moverlo, sacudirlo o seducirlo, arrancarlo de lo que es y cree ser, de lo que sabe y cree saber. Por eso la relación de la filosofía con la educación es a la vez violenta y fecunda: violenta porque ataca de raíz lo constituido. Pone en cuestión lo que somos y lo que sabemos, lo que valoramos y lo que pretendemos. Fecunda, porque abre nuevas relaciones, nuevos modos de ver y de decir, allí donde sólo se podía perpetuar lo existente. (p. 76)

En cuanto a la segunda parte del libro las conexiones que Garcés establece con el pensamiento del siglo XX tejen una red densa y rigurosa. Percibimos a cámara lenta cómo han ido germinando sus ideas al tiempo que escribía sobre Rancière, Deleuze o Negri.

A título personal, he profundizado en autores que creía conocer bien y he sintonizado con nombres de los que jamás había oído hablar. El «inacabamiento» de la filosofía del s. XX es una oportunidad para enfrentar los problemas del futuro y no un pasado desechable.

Cito algunas ideas reseñables de la completísima segunda parte del libro en la que se comenta a Nietzsche, Husserl, Heidegger, Wittgenstein, Sartre, Merleau-Ponty, Gadamer, Zambrano, Arendt, Adorno, Habermas, Lukács, Althusser, Negri, Foucault, Deleuze, Derrida, Butler, Vattimo, Lyotard, Popper, Rorty, Rancière, Blanchot, Agamben, Nancy.

  1. La sospecha de que en Sartre resulta muy difícil reconciliar la libertad radical del individuo con el interés general.
  2. La belleza inigualable del solipsismo místico del Wittgenstein del Tractatus y la Conferencia sobre ética.
  3. Asumir como propia la idea de Negri: «La idea fundamental en torno a la cual me he convertido en filósofo, y paupérrimo, es que la potencia del hombre puede sustraerse al poder».
  4. La relación entre Política y Estética en Rancière: «toda verdadera política es un asunto de estética, un problema que tiene que ver, fundamentalmente, con la sensibilidad. La política es la capacidad colectiva de desplazar radicalmente los límites de lo que somos capaces de ver, escuchar y percibir.»

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