Ramón Irigoyen: Poesía reunida (1979-2011). Madrid: Visor, 2011.
En el prólogo a la Poesía reunida de Ramón Irigoyen (ramonirigoyen.com) puede leerse que el volumen recoge los libros Cielos e inviernos (1979) y Los abanicos del Caudillo (1982). Se añaden, además, textos recientes de menor interés: Romancero satírico (2011) y La mosca en misa (2011).
Como puede verse, Irigoyen estuvo casi treinta años sin publicar un sólo verso. La razón fue la polémica surgida en torno a Los abanicos del Caudillo, escrito con «una media Ayuda para la Creación Literaria del Ministerio de Cultura» y cuya otra mitad le fue denegada por un jurado del que formaban parte Torrente Ballester, Antonio Tovar y otros de quienes no tengo noticia. En contra de la Ministra de la época, Soledad Becerril, y a favor de Irigoyen, se pronunciaron en la prensa Jaime Gil de Biedma, Francisco Umbral, Fernando Savater, Juan García Hortelano, Caballero Bonald, Claudio Rodríguez…
Antonio Tovar se quejaba públicamente de que Irigoyen no había hecho méritos para merecer la segunda parte de la Ayuda del Ministerio, que sólo había entregado tres folios llenos de palabras malsonantes. A efectos burócraticos, Irigoyen responde que eran más de veinte folios de los que había suprimido al menos novecientos versos por consejo de Gil de Biedma. Pero a principios de los ochenta se había llevado a cabo una transición democrática por obra y gracia de ex-ministros de la dictadura y los jurados literarios estaban formados por catedráticos del régimen. Así, la sexualidad explicita más un lenguaje ácido, procaz y soez le cerraron el camino de las letras en una España que había hecho, como sabemos hoy, una transición en falso.
Es Fernando Savater quien expone las virtudes literarias de Irigoyen en un tono más académico: «Este nuevo libro de Ramón Irigoyen muestra, como su obra anterior, una notable facilidad para la combinatoria verbal, gran originalidad de imágenes y, sobre todo, un peculiar, desgarrado e irreverente sentido del humor». De las palabras de Savater no se deduce lo que realmente indignó a los miembros del Jurado del Ministerio. Irigoyen pertenece a esa raza de poetas malditos de los que habla Rimbaud en Una temporada en el infierno: «Una noche, me senté a la Belleza en las rodillas. — Y la hallé amarga. — Y la insulté.»
Tanto en Cielos e inviernos como en Los abanicos del Caudillo, el tono es áspero y la verdad densa, compleja y amarga. Los versos de Irigoyen desestabilizan, incomodan, chirrían, permanecen en la memoria.
De Cielos e inviernos recuerdo estas líneas:
qué ruido tan triste el que hacen dos cuerpos cuando se aman
chirriando con chasquido de carraca
(«Glosando a Otto Weininger», I)
Un poema si no es una pedrada
—y en la sien—
es un fiambre de palabras muertas
(«Arte poética»)
Se nos alegraron las gargantas de pelos.
(«Lo que dijo de la novia uno de sus solteros»)
Yo nunca había visto un tampax y ella
me lo mostró como un gorrión herido.
(«La belleza es sabiduría»)
… en la furia de sus delicados amores
comió la mierda de sus mujeres con placer voraz
(«Henry Miller»)
Se tuvo que ir de España para no morirse de frío.
(«Carlos Edmundo de Ory»)
como fetiche contra la oficina
dame un pelito de tu culo azul.
(«Posesión celestial», X)
Y el viaje fue todo lo hermoso que un viaje puede ser
cuando al amor le están ya fabricando el ataúd.
(«Los taxis y las palomas», I)
Escupía mis clases —muy poquitas por suerte—
y después a vivir. ¡Tarará, tararí!
(«Nuevas promociones», II)
En Los abanicos del Caudillo Irigoyen da una espléndida vuelta de tuerca a su poética tan afín a Rimbaud. Sirva de ejemplo el poema «X».
Me dulcifiqué en la divina Grecia
empapándome de las más variadas músicas
y regresé a España con nostalgias de matón de barrio.
Me dulcifiqué en Grecia
y me descubrí más sanguinario
cuanto más avancé en el amor
en el amor con caricias de garfio.
Si os parece contradicción
seguid amando sin tabús
y después bailadme los resultados.
Descubiertos en el amor mis deseos de crimen
hice del lenguaje mi matadero privado.
Y necesito asesinar
porque soy hijo de matarifes con escapulario.
Violo y acuchillo palabras
para resistir la tentación de asesinaros.
Ya sé qué busco envenenando las palabras:
busco la manera impune de reventaros.
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Gracias a Marisa por la recomendación 🙂
Un poco Bukowski (salvando las distancias). Recomiendo el poema de Neruda: «caballero solo». Sinceramente, muy buena labor la que haces. No te canses!
Muchas gracias por la recomendación.
Aquí dejo el poema de Neruda.
«Caballero solo» del libro de poemas Residencia en tierra.
Los jóvenes homosexuales y las muchachas amorosas,
y las largas viudas que sufren el delirante insomnio,
y las jóvenes señoras preñadas hace treinta horas,
y los roncos gatos que cruzan mi jardín en tinieblas,
como un collar de palpitantes ostras sexuales
rodean mi residencia solitaria,
como enemigos establecidos contra mi alma,
como conspiradores en traje de dormitorio
que cambiaran largos besos espesos por consigna.
El radiante verano conduce a los enamorados
en uniformes regimientos melancólicos,
hechos de gordas y flacas y alegres y tristes parejas:
bajo los elegantes cocoteros, junto al océano y la luna
hay una continua vida de pantalones y polleras,
un rumor de medias de seda acariciadas,
y senos femeninos que brillan como ojos.
El pequeño empleado, después de mucho,
después del tedio semanal, y las novelas leídas de noche,
en cama,
ha definitivamente seducido a su vecina,
y la lleva a los miserables cinematógrafos
donde los héroes son potros o príncipes apasionados,
y acaricia sus piernas llenas de dulce vello
con sus ardientes y húmedas manos que huelen a cigarrillo.
Los atardeceres del seductor y las noches de los esposos
se unen como dos sábanas sepultándome,
y las horas después del almuerzo en que los jóvenes estudiantes,
y los jóvenes estudiantes, y los sacerdotes se masturban,
y los animales fornican directamente,
y las abejas huelen a sangre, y las moscas zumban coléricas,
y los primos juegan extrañamente con sus primas,
y los médicos miran con furia al marido de la joven paciente,
y las horas de la mañana en que el profesor, como por des-
cuido,
cumple con su deber conyugal, y desayuna,
y, más aún, los adúlteros, que se aman con verdadero amor
sobre lechos altos y largos como embarcaciones:
seguramente, eternamente me rodea
este gran bosque respiratorio y enredado
con grandes flores como bocas y dentaduras
y negras raíces en forma de uñas y zapatos.
Más que en Bukowski creo que deberías pensar que, por su condición de filólogo, el lenguaje de Irigoyen es directo como puede serlo el de Catulo o Apuleyo. Si a eso le sumas la influencia del surrealismo (Carlos Edmundo de Ory) y un toque de Sade y Los cantos de Maldoror creo que más o menos tienes el trasfondo literario de la poesía de Irigoyen.
Saludos.
No podría hacer un comentario como el tuyo sobre Irigoyen, para mí la prosa nunca puede explicar la poesía, es como si entraran por canales distintos, y no podría clasificar tampoco ese lenguaje como soez. Sin embargo sí me parece que apuntas a algo muy interesante de lo que debería hablarse más, los autores publican en regímenes concretos, desean ser parte visible de ese momento, pero, si discrepan de ellos, publicar no puede ser un fin último, ¿publicar para qué? Y si el arte es ficción, ¿es posible conectar escritura y vida, teoría y práctica?
Te había escrito algo esos días atrás a tu entrada Consideraciones sobre el marxismo occidental, pero no tenía el estado de ánimo oportuno para enviarla, ya sabes, a las emociones les pasa como a la política, siempre están; no tenerlas en cuenta es como pretender ser apolítico y así no mojarse.
Un abrazo,
Marisa
Hola Marisa, tienes razón. La verdad es que no sé muy bien qué decir cuando escribo sobre poesía. Si los poemas son filosóficos me siento más cómodo: Pessoa, William Blake, Carlos Marzal, Benítez Reyes, T. S. Eliot. Pero tampoco creo que hablar de influencias filosóficas sea hablar del poema mismo. En mi caso, lo que escribo suelen ser anécdotas, sólo quiero que quien se pase por el blog diga, ah, este poeta, no lo conocía, a ver qué tal…
El otro día en clase, por ejemplo. Les pedía un ejemplo de obra artística que Platón hubiese expulsado de su ciudad. Y una niña dijo que los poemas de Bukowski. Y sabía de Bukowski porque a un antiguo alumno le había prestado la antología de Visor. Creo que Internet debería funcionar del mismo modo. Se crean conexiones, ramificaciones inesperadas. Me viene ahora a la mente cómo funciona la evolución, con esas sorpresas suyas.
No critico a Irigoyen por haber dejado de publicar. La poesía es algo peculiar. No puedes planteártelo a lo Amelie Nothomb: una novela cada dos años caiga quien caiga. Pero, y esto es algo de lo que no hablo arriba y no tiene nada que ver, da tristeza ver cómo concebía el poema como una pedrada en la sien y cómo termina hablando de Míchel y Hugo Sánchez en el Romancero satírico, que tiene su gracia y hace falta talento pero no te lo esperas.
Entre la escritura y la vida hay una guerra a muerte. Y si no la hay, es un misterio. Lo respeto pero eso es para mí de otro planeta. Por ejemplo, ahora estoy releyendo a Simone Weil. La escritura, las ideas, profundizar en ellas hasta el final, perjudica la vida. No tiene que ser siempre así. Hay muchos tipos de personas pero yo tengo afinidad con Weil. Cuando tras escapar de los nazis a Estados Unidos regresa a Londres y pide a los mandos que la dejen tirarse en paracaídas para hacer de espía infiltrada tras las líneas enemigas. Yo también me quiero tirar en paracaídas 🙂
Besos.
Eugenio.
Decía soez en el sentido en que lo es la poesía latina de Catulo. Más que soez, directa.
Besos.
Hola, acabo de leer lo que me dices, bueno, Weil es un buen ejemplo de la conexión entre escritura y vida (me gustó mucho lo que comentabas en La persona y lo sagrado, se ve cuánto te llega…). Mi pregunta respecto a publicar y a la relación entre escritura y vida iba en otro sentido a como lo entendiste, siento mucho cuando no consigo comunicar lo que quiero. Te lo explicaré otro día ¿vale? (Y sí, es cierto que la poesía es peculiar, alguna vez escribí “como si no distinguiera los versos de las piedras”)
Un beso,
Marisa
Escribir y publicar son cosas muy diferentes; escribir es una tarea solitaria, no es que no sea por o para alguien o algo pero requiere que no haya más condicionamiento que la honestidad de lo vivido o pensado o sentido; escribir es poner nombres a eso, pero no es sólo nombrar, hace falta más cercanía que distancia porque las palabras y las obras cuando dicen y hacen cosas son un camino de ida y vuelta. Publicar es escribir para un público y eso es un condicionamiento muy distinto al anterior, “público” es un concepto que engloba unas circunstancias sociales y políticas concretas, que no agotan la realidad pero la constriñen, en el sistema capitalista se define, en casi todos los casos, en una relación de compra-venta (en la que no caben esas tipologías como “artista total” o “poeta maldito” o simplemente la escritura o el arte socialmente comprometidos); si estás en desacuerdo, publicar requiere o una alta dosis de cinismo o buscar una concepción diferente.
Un abrazo
Alguno podría decir que si se escribe, se escribe para un público. Que quien publica es un profesional de la literatura. Pero no, puedo imaginar a alguien que escriba para sí mismo o un lector imaginario y lo haga incluso mejor que el best-seller de turno.
De todos modos, si en último término no hay lector es como ese árbol que cae en el bosque y nadie lo ve ni lo escucha. No veo necesario publicar pero sí que haya lector o lectores.
Abrazos.
Eugenio.
Sí, precisamente establecer esa identidad entre “el lector” y “el público” es cosa de escritores y artistas “profesionales”, y sí, ser profesional de eso tiene que ver con productos best seller o arte como decoración. ¿Qué es mejor, un lector como un “tú”, aunque sea a veces “imaginario” o como un “ellos”, general e inexistente? ¿Sólo importa que te vean y escuchen o también es importante ver y escuchar? Y si nadie responde, sólo son formas distintas de soledad…
Es una imagen bonita, las hojas cayendo solitarias en el bosque, revueltas y diferentes como los árboles que las sostenían, y para volver al comienzo de aquel poema de Irigoyen, habría un álamo garrido o un chopo con sombrero…
En las hojas de esta página me parece ver que para ti también lector y escritor son, además de intercambiables, seres concretos, como decía aquel otro, “caparazones rosados”.
Un abrazo,
Marisa