Marcos Manrique Crespo: Acerca de la Estética en «El mundo como voluntad y representación».
Profesor: Eugenio Sánchez Bravo. I. E. S. Valle del Jerte, Plasencia. 2º C. 2014-2015.
El hombre llamado a descifrar el “qué” del mundo, Arthur Schopenhauer, nació en el año 1788 en la ciudad-estado de Danzig (hoy llamada Dansk y perteneciente a Polonia), un año después de que fuese publicada la segunda edición de la Crítica de la razón pura de Immanuel Kant. Schopenhauer nació y creció en el seno de una familia acaudalada. Su padre, Heinrich Schopenhauer, era el comerciante más rico de la ciudad. Schopenhauer y su familia emigraron a Hamburgo tras la anexión de Danzig a Prusia, y Arthur fue enviado a Inglaterra y posteriormente a Danzig de nuevo para aprender el oficio de comerciante y heredar el negocio familiar. Sin embargo, la vocación de Arthur se orientaba únicamente hacia la filosofía, por lo que terminó ingresando en 1811 en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Berlín, donde conocería a sus archienemigos: Fichte y su sucesor, Hegel. Tras dar unos cuantos tumbos por Europa, donde contactó con la filosofía oriental hindú al serle descubiertos los Upanisads (los diálogos filosóficos presentes en los Vedas, los textos sagrados del hinduismo), se instaló en Dresde, capital de Sajonia, donde en 1818 concluyó El mundo como voluntad y representación; si bien su sistema filosófico no le hizo famoso hasta cinco años antes de su muerte, que le sobrevino en 1860.
El mundo como voluntad y representación es el arquetipo de un sistema filosófico romántico. Continúa la línea de la metafísica platónico-kantiana y abre las puertas europeas a la filosofía oriental, de la cual la obra de Schopenhauer está profundamente teñida. Entiende que el mundo se divide en dos únicas dimensiones: la representación, como conocimiento externo del mundo (fenómeno), y la voluntad como esencia interna del mismo (cosa en sí).
Esta voluntad es la directora del universo; de naturaleza ciega e irracional, no presenta un por qué o un para qué, sencillamente hace lo que le es propio: querer. El deseo es algo de lo que nos damos rápida cuenta en nuestra propia individualidad; pero lo que es esencia del microcosmos lo es del macrocosmos: la voluntad también resulta extrapolable al universo; observamos una continua lucha sin fin entre la naturaleza y sus formas: la vemos en el ave que vuela intentando alejarse del suelo y la despiadada gravedad que pugna por estrellarla contra él, en las fuerzas magnéticas, en la sanguinaria depredación y cacería, en las tormentas que arrasan por completo playas y ciudades, etcétera. Es la primera vez, en la filosofía occidental, que una teoría metafísica señala como regidora del universo a una fuerza volente apasionada y feroz de la que nos es imposible escapar y de la que formamos parte, negándonos cualquier existencia ulterior consoladora, cualquier Dios, Espíritu o Naturaleza, garantía de felicidad; no existe ya un mundo verdadero, no hay un noúmeno inalcanzable que nos autorice a postular consuelos; el hombre es presa del deseo nunca cumplido, condenado por siempre a querer una cosa y después otra, sin poder nunca mantenernos en una satisfacción permanente pues al deseo momentáneo le sigue necesariamente uno nuevo, un apremio renovado y diferente del anterior que nos introduce en la rueda de Ixión, que nunca nos da tregua ni nos permite la paz. Es importante insistir en que esta consideración metafísica, que parte de forma pionera de la introspección y la corporalidad individual (concepto que tomarían filósofos posteriores como Nietzsche) y llega a la fatal conclusión de que el mundo que vemos y conocemos guarda en su esencia una voluntad terrible, que construye para destruir y volver a construir sin finalidad alguna, nos condena al pesimismo y la agonía.

Ixión, castigado por los dioses por asesinar a su yerno e intentar seducir a Hera, es atado con serpientes a una rueda que nunca se detiene. Es una analogía del deseo humano que, cumplida una apetencia momentánea, esta es rápidamente sustituida por una nueva necesidad, produciéndonos una insatisfacción e infelicidad permanentes.
Conviene aquí destacar el marcado sexismo de Schopenhauer, al entender que la naturaleza femenina es reflejo de la vida y la voluntad: ellas encarnan el deseo nunca satisfecho por excelencia, el sexual. ¿Cuál es, pues, el destino del ser humano? Parece que la filosofía de Schopenhauer nos conmina a la negación del individuo y de la vida, acaso al suicidio. No obstante, este no es legítimo pues sería una taimada argucia de la voluntad, pues el hecho de acabar con nuestra existencia es ya de suyo un acto del querer y una sumisión al deseo. Como no podía ser de otra forma en un filósofo afín al romanticismo, Schopenhauer nos ofrece una única vía de redención para el hombre: el arte. Así, en el lugar de la promesa platónico-cristiana (que había dominado el pensamiento europeo hasta el siglo XVIII) de una existencia mejor y deseable tras la muerte que nos liberaría de este “valle de lágrimas”, y del consuelo de la fe racional kantiana que nos permitía postular la existencia de una Naturaleza redentora y un alma inmortal y libre de las afecciones del cuerpo, Schopenhauer sitúa en el papel de liberadora de la voluntad a la experiencia estética de lo bello y lo sublime.

El artista es el que se eleva por encima de las nieblas del deseo, lo suprime y contempla las cosas en sí mismas con claridad.
La solución de Schopenhauer pasa por aquellas formas que nos impulsan a la contemplación estética, que nos liberan sin darnos cuenta del yugo de la voluntad (lo bello); o bien aquellos fenómenos que, por superarnos como individuos, por parecernos algo que nos reduce a la más ínfima escala, son contrarios a la voluntad y la horrorizan y por ende nos permiten apartarla violentamente de nosotros (lo sublime). Lo bello y lo sublime son el objeto del arte. Nos elevan al estado de la intuición pura, nos permiten conocer las cosas en sus formas verdaderas: las Ideas. El artista es el que, además de poder ver el mundo como es, liberado de la esclavitud de la voluntad, es capaz de plasmar su conocimiento en la obra de arte.

Turner, pintor romántico inglés centrado en la representación de escenarios violentos y asociados a catástrofes naturales, es genial porque es capaz de alzarse por encima de las quejas del deseo, encaramarse a la valla de la contemplación y atisbar la esencia de la naturaleza, de las fuerzas violentas que se manifiestan en ella; consigue plasmar ese conocimiento, ese contemplar sublime, en El faro de Bell Rock y otras de sus obras. Es iluminadora esta concepción tan romántica del mundo, presente de forma clara en la obra de Turner y hecha filosofía en la visión de Schopenhauer. Por otra parte, cabe destacar la consideración antropológica y ética inherente a la estética schopenhaueriana (muy característica de la filosofía oriental budista, que tiene origen en los Vedas): la supresión de la voluntad, del deseo, del cuerpo y sus afecciones, como forma de contemplación de las Ideas, a través del arte. Recuerda necesariamente a la concepción platónica de la naturaleza humana: el virtuoso es aquel capaz de desembarazarse de las pasiones y del “querer” corporal; solo él puede alcanzar el conocimiento de las Ideas (si bien el camino a seguir dista mucho del de Schopenhauer, aunque presenta similitudes como el estudio de la música). Ese virtuoso, como digo, se convierte en filósofo y está preparado para gobernar. Esta aristocracia platónica, adaptada al siglo XIX, puede traducirse en una “burguecracia”: el único capaz de dedicarse a la contemplación artística, a la creación estética y, por consiguiente, el único capaz de acceder a la virtud y el conocimiento de las Ideas es el burgués; el arte de los últimos siglos ha sido algo estrechamente unido a la burguesía. Digo más, el arte más excelso y redentor en la jerarquía de Schopenhauer es la música: la forma artística más alejada de las turbulencias políticas. Recordemos el acaudalado público llegando en carruajes, ataviado con ropa cara y talante altivo, para disfrutar de Parsifal o cualquier otra ópera de Wagner. El conservadurismo burgués está profundamente arraigado en la Estética de Schopenhauer; por supuesto, es una interpretación personal, pero estoy convencido de que el mismo autor no la desaprobaría.

La música es el arte más excelso para Schopenhauer: Wagner representa ese carácter al que me refiero, es el músico por excelencia de la burguesía conservadora.
La propuesta de Schopenhauer de supresión de la voluntad y el deseo resulta directamente en una negación de lo carnal y del cuerpo, punto que entrará en fatal conflicto con la concepción nietzscheana de los mismos. Para Schopenhauer la voluntad es algo que nos arrastra a la infelicidad, nos sume en la depresión y nos destruye: hay que eliminarla; para Nietzsche, que aceptará también la “voluntad de poder” (concepto algo difuso) como fuerza directora del universo y de los individuos, el pensamiento es diametralmente opuesto: la voluntad de poder es algo que hay que liberar, hay que permitir que fluya desatada a través de nosotros; es el elemento propio y característico del superhombre. La negación de la corporalidad es algo que Nietzsche no pudo perdonar a Schopenhauer. Además, los valores éticos que Schopenhauer propone, como la compasión (también la ascética, pero no es este el que nos ocupa), serán objeto de una férrea crítica por parte de Nietzsche: la caridad y la compasión son valores de la décadence, de la moral cristiana del camello, del borrego, del último hombre. Su antítesis, el superhombre [Übermensch], es aquel que invierte esta tabla de valores; la compasión schopenhaueriana, pues, no le conviene. A este respecto, creo que los valores que propugna Schopenhauer son mucho más deseables: la existencia del ser humano es algo absurdo y sometido a los designios de una voluntad irracional y ciega, que desprecia a los individuos y los domina, sumiéndolos en la insatisfacción continua, en la desesperación. Por ello, para el individuo el sufrimiento es consustancial a la vida: la existencia es desagradable, un sinsentido. La aspiración ética de la persona debe ser, pues, facilitar a sus semejantes la existencia; es decir, ya que la vida es un sinsentido, es deseable que los demás nos la hagan más llevadera, promoviendo los valores de la caridad y la compasión entre todos los individuos.

La última consideración estética que quiero realizar pasa por la metafísica de Platón y la teoría de Schopenhauer sobre el arte como contemplación de las Ideas. Como ya hemos dicho, esta contemplación nace de la observación del mundo por parte del artista, la captación de la esencia de lo que ve y su plasmación y transmisión mediante la creación de la obra de arte. Pero las Ideas, como dice Platón, son inmateriales y carecen de un aspecto concreto; en esta obra Turner nos enseña la “puesta de sol sobre un lago” en el mundo de las Ideas: la misma pintura es algo casi inmaterial, no podemos afirmar claramente dónde acaba el cielo y comienza el lago y, sin embargo, sabemos que esa “puesta de sol” está ahí pura, perfecta, en esencia. Turner nos presta sus ojos y sentidos para que desentrañemos esa esencia del mundo: consigue realmente transmitir ese paisaje con desnudez, nos permite conocer la Idea.

Si bien Mark Rothko no cumplió precisamente con la ética de Schopenhauer, ya que se suicidó a los 63 años de edad, las pinturas negras –en la Capilla Rothko de Texas- suponen un ejemplo adecuado para ser comentado desde la teoría estética del filósofo alemán. Dichas pinturas son unos rectángulos prácticamente negros dispuestos en cada una de las paredes de un edificio de planta octogonal. De tamaño considerable, envuelven al individuo por completo y son un puro reflejo de la voluntad en su nivel elemental. Con su negrura y profundidad, son la nada, el vacío que conforma la más íntima y propia esencia del mundo. Durante su creación, el mismo Rothko afirmó estar pintando a Dios.
Me parece increíble que este trabajo lo haya hecho un alumno de bachiller. No puedo más que darle toda mi enhorabuena por su labor docente y divulgadora. Un afectuoso saludo de un ‘anónimo’ al que su página le es de gran ayuda.
Gracias anónimo por tu comentario.
Saludos.
Buenos días, un trabajo bien escrito y muy didáctico. La conexión entre Turner y Schopenhauer es muy intuitiva, muy sugerente.
Sólo una nota: esa edición del primer volumen de Trotta es la mejor versión que he encontrado en castellano, ya que contiene el apéndice de la crítica a la filosofía Kantiana, sobretodo al sistema de categorías. Es un librito en sí mismo y es algo denso, para entenderlo a fondo hay que haber leído mucho pero que mucho a Kant, prácticamente saberlo de memoria, por que Schopenhauer escribe como Samue Johnson cuando se trata de Kant: lo conoce tan bien y está tan familiarizado con él que simplemente indica las páginas y los estractos a criticar, pero toda la idea a la que está anclada la referencia y toda la extensión del concepto requiere una familiaridad en paridad por parte del lector. Lo digo por que cuando lo leí por primera vez fue un infierno.
Y esa misma edición, página por página, la podéis comprar por 10€ menos con Alianza Editorial, con la tapa de cartulina claro. Por si a alguien le interesa.
Saludos
Hola Matías, gracias por tu aportación. Precisamente Marcos me comentaba mientras leía El mundo como voluntad y representación que Schopenhauer daba por hecho que todos nos sabíamos Kant de memoria.
Saludos.
De hecho, ese es un aspecto interesante de Schopenhauer que lo postula como autor literario, además de filosófico. En ese sentido, es un autor adelantado a su tiempo y luego Borges lo utilizaría muchas y muchas veces para mantener su postura de tratar la filosofía como si fuera ficción literaria.