Rafael Reig: Un árbol caído. Barcelona: Tusquets, 2015.
Una novela es un artefacto. Se construye pacientemente con piezas y engranajes hechos de palabras. El resultado o bien funciona o bien no lo hace. En el primer caso el movimiento de las piezas se convierte en un «generador de sentido»: desentierra lo que se ha olvidado, desenmascara la hipocresía, revela la lógica de lo sucedido y nos dota de una mirada más profunda y precisa sobre el presente.
La experiencia real sólo adquiere sentido cuando se organiza en una narración. (p. 96)
La última novela de Rafael Reig, de quien he comentado varios de sus libros en el blog, es la máquina más compleja que el autor ha construido hasta la fecha y funciona. Los elementos de los que se compone me resultan familiares: el yonqui apuñalado en una esquina, la chica de la foto a la que los años le sientan como un tiro, los así llamados líderes de la transición reducidos a «señoritos de mierda», el ajedrez usado como un microscopio para describir el devenir de los personajes, la celebración del cuerpo y del ahora y, sobre todo, el narrador-detective que termina colocando todas las piezas en su sitio para darse de bruces con una verdad que estuvo siempre a la vista, predecible y triste.
Es una de las dos supersticiones (la otra es la belleza) que más reducen la eficacia y embotan el filo de toda inteligencia: no podemos dejar de pensar que es más verdadero lo que está oculto que lo que se encuentra a la vista; más valioso lo que con más esfuerzo se obtiene; más revelador lo que se calla que lo que se dice. Así somos. Para nosotros, la única matriz de verdad sigue siendo la confesión. (p. 67)
La apuesta por introducir el ajedrez como elemento esencial de la narración es arriesgada y el autor va mucho más allá del uso que había dado al juego en La fórmula omega. El detallado examen de los movimientos de la horrorosa partida que juegan dos de los protagonistas no es algo accesorio sino que da las claves de la fatalidad que los arrolla.
Sobre el tablero ponemos atención, anticipamos los movimientos del adversario, calculamos las posibilidades. Cuando se trata sólo de la vida, improvisamos, nos distraemos, perdemos de vista el resto de las piezas y nos dejamos comer la reina sin darnos cuenta. Vivimos como jugaron aquella tarde Pablo y Alejandro: no tenemos ninguna posibilidad de ganar ni nos lo merecemos. (p. 31)
Cada vez que nos equivocamos, esperamos que el contrario a su vez también cometa un fallo: nos lo merecemos, pensamos que se nos debe, puesto que lo necesitamos. (p. 147)
Sobre el narrador-detective de la novela cabe decir que en el autoanálisis que hace de sí mismo sospecho que hay algo del propio autor: «jugador irregular, imprevisible y con algunas ideas brillantes,» «asombrosa tenacidad» y «resistencia a aceptar tablas que suele conducirme a la derrota».
Es precisamente el personaje de Lourdes, afectada de Síndrome de Down, quien da voz a la filosofía triunfante en la poética de Reig.
Un universo ajeno al cálculo, en el que todo estaba al alcance de la mano y bastaba con tomarlo, sin protegerse nunca, exponiéndose a una intensa frustración si desaparecía, pero obteniendo un placer categórico mientras duraba. Así pasaba Lourdes de la rabieta a la risotada, sin transición; pero se mantenía libre de cualquier trascendencia. No sólo era incapaz de concebir un dios: tampoco tenía ninguna necesidad de sentido. Había aceptado de antemano el caos, el azar, la ausencia de orden, la superfluidad de toda redención. Ella sólo era partidaria de la felicidad. Creía en la materia, en la carne, en la alegría inmediata y el dolor inevitable, en la superficie tangible, ya fuera áspera o suave. Todo estaba a la vista, todo era verdad: la única verdad. Podía ser egoísta como lo son los niños, pero la compasión la dominaba: se ponía en los zapatos de cualquiera hasta llorar de rabia por la injusticia o la desdicha que sufrían los otros. Creía en la compañía y en un cariño caníbal, que no admitía reservas ni condiciones. (p. 250)
Y concluyo con una sentencia del final, una sentencia que suscribo y que suena también a Nietzsche (quien tenga oídos para oír que oiga):
Dichoso amor, bendita vida, condenada belleza. (p. 306)
Bueno, esa sentencia es un final precioso (si tenía que acabar mal será que aun no ha acabado…). A mitad de la partida, y aunque pueda ganar, yo soy de las que me puede el deseo de quedar tablas, y volver a empezar, si encuentro algo más que simple estrategia.
Gracias por hacerme reír ayer con tu mayéutica. Ya te contaré mis avatares pedagógicos.
Un abrazo
Marisa
Merece la pena leer a Rafael Reig. Puede que sea irregular pero hay muchas páginas incomparables que conmueven de verdad, que te hacen pensar en tu propia vida con una perspectiva más sabia o algo así. Es como si tuviese un don, como que él mismo estuviese enganchado a una energía y una visión especiales y de repente uno conecta y ve. Así de simple. 🙂
Cuando juego al ajedrez, me paso el rato aconsejando en silencio al contrario. Eso no, así sí. Me gusta ganar a los listillos, a los que ponen trampas, o los que en el chat se mofan de un mal movimiento.
Un abrazo.
El lenguaje escrito, sin gestos ni tono, se presta más fácilmente a ser malinterpretado. Lo siento si parecía que cuestionaba la novela. De hecho me gustó lo que decías en tu entrada.
No sé exactamente a qué te refieres con el chat (aunque puedo suponerlo) pero siguiendo con la metáfora del ajedrez (la vida está llena de asombrosas coincidencias) tú sabes que un buen jugador nunca menosprecia al contrincante.
Abrazos,
Marisa
No te preocupes, no te había malinterpretado. Es que soy algo pesado hablando bien de Rafael Reig porque me gustan mucho sus libros.
Cuando juegas online (y el protagonista de la novela lo hace) en chess.com puedes abrir una ventana de chat mientras juegas la partida contra gente de todo el mundo. Hay jugadores dignos que te dicen «gg» que significa «good game» y otros que no paran de usar malas artes para ganar y con cada jaque o error «lol» o cosas peores.
Este año le he propuesto al centro la optativa de ajedrez. Creo que es un juego que se presta muy bien a sacar conclusiones ¿»morales»? Por ejemplo, está claro que en el tablero se aprende mucho más de las derrotas que de las victorias. Las derrotas son las que te hacen progresar. Si eso pudieran trasladarlo a su vida cotidiana sería una buena cosa. Pero hasta que no me vea sobre el terreno, en la práctica, no sé cómo saldrá. Tampoco sé si aceptarán la materia o si habrá alumnos. Pero la verdad es que me gustaría probar.
Otra cosa: no empecé a jugar hasta los 25 así que soy un jugar de nivel medio-bajo. Pero me encanta revisar partidas de Morphy, Fischer o Tal. Quiero decir que he leído mucho y jugado poco. Ese sería un buen resumen de mi vida. 🙂
Abrazos.
¡Uf! Pensé que era por el príncipe Vogelfrey….
Lo bonito del ajedrez es que las fichas son distintas, sus formas y sus movimientos, que los peones valen más de lo que parecen, que el rey vale por institucionalización y ¡qué completa la mujer! Aprendí a jugar de niña, me enseñó mi hermano mayor, me encantaban los caballos. Yo creo que hay que enseñarles que lo importante es lo que decides hacer, el camino, más que el ganar o perder. Tuve un alumno que jugaba muy bien, jugábamos en los recreos, en la biblioteca y, a veces, las partidas duraban más de una semana; yo creo que le desconcertaba mi manera de jugar, más intuitiva…¡je! Eso también resumiría mi vida…
Bico
¡El príncipe Vogelfrei! Me toca ilustrar un poco a posibles lectores:
Vogelfrei significa «fuera de la ley», «proscrito». Con ese pseudónimo Nietzsche escribió una serie de 14 canciones que añadió a la segunda edición de «La ciencia jovial» o «La gaya ciencia». Me gusta la edición de Germán Cano para la editorial Biblioteca Nueva. Ahí va la referencia completa:
Die fröhliche Wissenschaft. (La ciencia jovial [La gaya scienza]. Biblioteca nueva, Madrid, 2001. [Trad. Germán Cano])
Una canción de ejemplo:
Loco desesperado
¡Ay! Lo que he escrito sobre la pared y la mesa
con el corazón y las manos de un loco,
¿servirá para adornarlas?
Vosotros decís: «Tus manos de loco emborronan;
hay, pues, que limpiar pared y mesa
hasta que no quede ninguna huella.»
¡Permitidme! Os echo una mano.
Aprendí a usar esponja y escoba
como crítico, como genio acuático.
Y cuando acabemos la tarea,
me gustaría veros, supersabios,
llenarlas con sabiduría de mier…
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Un abrazo.
Ciertos problemas que tenía (supongo que del navegador) con los blogs de dominio propio se han solucionado. Ahora podré seguir tu blog normalmente, que también creía que estaba en suspenso de publicaciones.
Hola Hesperetusa,
siempre es un placer leerte. No he dejado de publicar pero escaso e inconexo. El trabajo no deja tiempo para más. Habrá que esperar al verano para desquitarse 🙂
Un abrazo.