
Umberto Eco: El cementerio de Praga. Helena Lozano Miralles (tr.) Barcelona: Lumen, 2010.
En 1925 Adolf Hitler menciona en Mein Kampf los famosos Protocolos de los sabios de Sión, libelo difamatorio en el que se relata una supuesta reunión secreta mantenida en el cementerio de Praga por los líderes de las tribus de Israel para hacerse con el control del mundo entero.
Con su habitual exuberancia erudita Umberto Eco dedica casi seiscientas páginas a rastrear los orígenes de este siniestro documento. El protagonista es Simonini, piamontés de nacimiento y falsificador de profesión, que pone su talento al servicio de cualquier gobierno o institución religiosa deseosa de apuntar a un chivo expiatorio (masones, judíos, carbonarios, gnósticos…). Su obra maestra será ese acta donde queda constancia de una conspiración judía planetaria en favor de la anarquía y contra los valores establecidos.
Casi seiscientas páginas son demasiadas para una anécdota tan escueta. No cabe duda de que hay momentos hilarantes como las diatribas racistas de Simonini y su abuelo, las alabanzas del Doctor Froïde a la cocaína, las misas negras o el típico caso de pederastia católica. Así lo recuerda Simonini:
Tarde de bochorno. Estoy estudiando. El padre Bergamaschi se sienta silencioso detrás de mí, su mano se cierra sobre mi nuca y me susurra que a un chico tan pío, tan bienintencionado, que quisiera evitar las seducciones del sexo enemigo, él podría ofrecerle no sólo una amistad paterna, sino el calor y el afecto que puede darle un hombre maduro.
Desde entonces no he vuelto a dejar que me tocara un cura. (p. 92)
Son también sugerentes las reglas de oro del buen falsificador: documentarse bien en las bibliotecas, no ofrecer al cliente nada original sino sólo lo que ya sabe, no mostrar el original sino hablar de él de oídas de modo que no sea posible remontarse a ninguna fuente existente y que las revelaciones sean extraordinarias, perturbadoras, novelescas pues sólo así resultan creíbles.
En El cementerio de Praga Umberto Eco aplica la misma fórmula que en sus best-sellers anteriores pero el resultado está muy muy lejos de la inspiración El nombre de la rosa.
En mi opinión lo más decepcionante de la novela es que, puestos a hablar de simulacros y conspiraciones, Eco debería haberse puesto a la altura de los tiempos y tratar, por ejemplo, sobre la Primera Guerra del Golfo, la guerra que no tuvo lugar, o sobre el Boeing invisible que se estrelló contra el Pentágono el 11/S. Hoy día no se falsifican textos, ni protocolos ni pasquines, se falsifican imágenes. Su difusión viral a través de los medios de comunicación las convierte en armas de destrucción masiva contra las que conviene estar alerta.
