Jean Améry: Levantar la mano sobre uno mismo. Discurso sobre la muerte voluntaria. Marisa Siguan Boehmer y Eduardo Aznar Anglés (tr.) Valencia: Pre-Textos, 2005.
Un libro difícil. Escrito desde casi más allá de las fronteras de la vida, del mundo, del lenguaje. En la penumbra, en la oscuridad de quien vive el momento previo al salto. El epígrafe del libro resume la inconmensurabilidad del discurso de Améry, originado en una experiencia propia e incomunicable:
El mundo del hombre feliz es un mundo diferente al del (hombre) infeliz. De la misma manera, en la muerte, el mundo no cambia, sino que acaba.
Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus.
Acerca del suicida o suicidario Améry sostiene tesis a un tiempo polémicas y sugerentes:
- En el momento previo al salto no hay diferencia entre suicidas famosos como Weininger, Pavese, Celan o Zweig y la asistenta que se arroja al vacío por un mal de amores o el teniente que se dispara en la sien por una cuestión de honor. Todos tienen en común un acto de rebeldía supuestamente imposible: decir NO a la ley de la naturaleza y a la ley social que imponen la vida como el bien supremo.
- Nuestros juicios de valor no pueden aplicarse a quien da el salto. Améry, desde su experiencia personal, afirma que el suicida no es un «fracasado», ni un «trastornado», ni un «perturbado» ni un «enfermo» a quien hay que curar. El suicidio tampoco es un «deshonor», sino una respuesta legítima a «los angustiosos desafíos de la existencia».
- El suicidio no es una muerte anti-natural. Al contrario, es de lo más natural huir del absurdo de la existencia al absurdo de la nada.
- La muerte voluntaria es un privilegio del hombre. Es el único acto donde se revela con certeza el misterio de la libertad humana, la verdad de que «todo era mentira». Pero este saber de nada nos sirve mientras vivimos.
- Pretender rescatar al suicida de sí mismo, «curarlo», es una intromisión injustificable e ilegítima. Cuando a alguien se le extrae el apéndice no se le ha tocado su yo. Pero cuando se combate la depresión o la melancolía, cuando se impide un proyecto de muerte voluntaria, se «daña la res cogitans«. El «curado» es ya otra persona, su mundo es diferente.
Cuenta Améry que, habiendo sido rescatado in extremis de un intento de suicidio, su primera reacción hacia médicos y enfermeras fue de auténtico odio por haber atentado contra su ser más íntimo.
Un libro difícil, porque hablar de la muerte voluntaria es ir más allá de la vida y, por tanto, más allá del lenguaje.

