Sadie Plant: El gesto más radical. La internacional situacionista en una época posmoderna. [The most radical gesture. The Situacionist International in a Postmodern Age, 1992] Guillermo López Gallego (tr.) Madrid: Errata naturae, 2008.
La Internacional Situacionista fue un movimiento artístico, filosófico y político que perseguía la transformación de la sociedad capitalista. Se fundó en 1957 y se autodisolvió en 1972. Hasta 1969 se agrupó en torno a los doce números de la revista Internationale Situacionniste. Inspiró en gran medida la rebelión social de mayo del 68. Sus ideas aparecen recogidas principalmente en la obra de dos autores, Guy Debord y Raoul Vaneigem. El libro más conocido de Debord es La Société du Spectacle (París, Editions Champ Libre, 1967, traducción castellana de José Luis Pardo, La sociedad del espectáculo, Valencia: Pre-Textos, 1999). Veinte años después del fracaso del 68 publicó Commentaires sur la Société du Spectacle (París, Editions Gérard Lebovici, 1988, traducción castellana de C. López y J.R. Capella, Comentarios a la sociedad del espectáculo, Barcelona: Anagrama, 1990). La obra más popular de Raoul Vaneigem, pensador más directo e inteligible que Debord, es Traité de savoir-vivre à l’usage des jeunes générations (Paris, Gallimard, 1967, traducción castellana de Javier Urcanibia, Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones, Barcelona: Anagrama, 1977).El gesto más radical es el primer trabajo de Sadie Plant (Birmingham, 1964). La autora contrapone el optimismo de los situacionistas frente al pesimismo paralizante del pensamiento posmoderno (Lyotard y Baudrillard). El situacionismo no sólo es un análisis teórico de las sociedades capitalistas sino también un movimiento eminentemente práctico y político que busca terminar con la injusticia y la alienación. La sociedad capitalista es definida como organización de espectáculos, es decir, una sociedad en la que los sujetos ni experimentan la vida real ni tienen posibilidad de participar en la construcción del mundo en el que viven. Este diagnóstico era válido hace cincuenta años y lo sigue siendo actualmente: no vivimos en el mundo real sino en el imaginario que construyen los medios de comunicación de masas, especialmente la televisión, y mucho más que ciudadanos nos define el papel alienado del consumidor. Pero mientras que en 1968 todavía era posible el optimismo respecto a la transformación de la sociedad, hoy día el pesimismo posmoderno es la moda. Los situacionistas creían verdaderamente que el progreso tecnológico había llegado a un límite que hacía posible abolir el trabajo e instaurar un ocio no mercantilizado, liberar la imaginación y la creatividad…Los orígenes del pensamiento de la Internacional Situacionista hay que situarlos en el marxismo y en las corrientes artísticas de vanguardia, dadaísmo y surrealismo. Al igual que Marx el situacionismo busca la abolición de la sociedad de clases y la alienación generalizada que conlleva. Sin embargo, los situacionistas desconfiaban del marxismo ortodoxo pues consideraban que no se puede «seguir combatiendo la alienación por medio de formas de lucha alienadas.» (p. 37). Es decir, el sacrificio del deseo, la imaginación y la creatividad en favor la disciplina de partido no podía ser el camino para liberar a los individuos de la alienación capitalista.
El situacionismo sustituye esta disciplina por la unión de arte y vida que buscaban dadaísmo y surrealismo. Debord, por ejemplo, proponía la subversión mediante la dérive. Esta consistía en la recreación lúdica de los espacios urbanos más allá de la función para la que fueron diseñados. Breton había sugerido reemplazar las torres de Notre-Dame por «unas enormes vinagreras de cristal, con una de las botellas llena de sangre, y la otra, de esperma». Los situacionistas, por su parte, ofrecieron cuatro soluciones a la existencia de iglesias: Debord quería destruirlas, Wolman vaciarlas de sentido religioso, Fillon reservarlas como lugares para experimentar terror y Bernstein proponía dejar que se convirtieran en ruinas.
Vaneigem también se distanciaba del marxismo al declarar: «Los que hablan sobre revolución y lucha de clases sin referirse explícitamente a la vida cotidiana, sin entender lo que el amor tiene de subversivo y lo que el rechazo de las restricciones tiene de positivo, tienen un cadáver en la boca». (p. 105) Para Vaneigem las bazas de la revolución habrán de ser el juego, el amor y la creatividad. Prohibido trabajar: el único trabajo que perfecciona al hombre es el que se confunde con la actividad lúdica.
Sin embargo, hasta los gestos más radicales pueden ser recuperados, colonizados, por el sistema capitalista. Es suficiente observar cómo las obras maestras del surrealismo ocupan lugares de honor en los museos y las casas de subastas o cómo la revolución del 68 o el punk de los ochenta quedaron finalmente en meras modas pasajeras. Cómo evitar la recuperación al servicio del capitalismo de las propuestas situacionistas fue una de las preocupaciones principales del movimiento. El comportamiento de Debord, denunciando a quiénes pudiesen haberse vendido al enemigo, llegó a ser algo paranoico.
Sadie Plant recoge a lo largo del libro algunas propuestas para reformar la vida cotidiana afines al situacionismo: el Comité Salvemos a la Policía reclamaría una semana de 35 horas laborales que dejase tiempo a los agentes para leer, hacer el amor y conversar con los transeúntes, atacar el concurso de Miss Mundo o seguir el ejemplo de los Sex Pistols.
El pesimismo posmoderno cuestiona las posibilidades de transformación de la sociedad que persigue el situacionismo. Lyotard afirma que el marxismo no es más que otro metarrelato con pretensiones ilegítimas de validez universal como pueden serlo los discursos religiosos. No existe ninguna ley que garantice que los oprimidos van a liberarse y la alienación llegará a su fin. Baudrillard, en cambio, lleva la metáfora situacionista del espectáculo a su extremo. No puede considerarse al espectáculo una inversión de lo real. El espectáculo es lo único que hay: no hay misterio, ni alienación, ni conspiración, ni secretos. Sólo imágenes, simulacros, apariencias. Hay que dejarse llevar por el espectáculo, como las masas, que prefieren el fútbol a la política, y con razón. «La subversión y la disensión no residen en el sujeto sino en su forma cosificada: el objeto que rehúsa tener un significado, la imagen que no representa nada, el signo que no consigue significar, la masa mercantilizada y silenciada que se niega a participar» ( p. 256)
Aún admitiendo la fuerza los argumentos de Lyotard y Baudrillard, Sadie Plant cree que su pesimismo dogmático tiene como consecuencia reforzar el inmovilismo en el que están instaladas las sociedades capitalistas. A pesar de los posmodernos, la autora defiende que es posible la crítica y la transformación social tal y como demostró el situacionismo. Las raíces de esta subversión son la «confianza afirmativa en la posibilidad de construcción colectiva, no sólo de un discurso lúdico, sino también de formas de vivir apasionadas.» (p. 290)
En general, puede decirse que el libro es una investigación adecuada y sugerente de un movimiento cultural esencial para comprender cómo el capitalismo ha evolucionado hacia una sociedad del espectáculo. Le pondría dos objeciones: uno, a veces le pesan demasiado las buenas intenciones y, dos, al estar publicado en 1992 no tiene ocasión para comentar los atentados del 11 de septiembre donde la sociedad del espectáculo alcanza un punto de inflexión.

