Michel Onfray: Los libertinos barrocos. Contrahistoria de la filosofía, III. Marco Aurelio Galmarini (tr.) Barcelona: Anagrama, 2009.
Al s. XVII se le conoce como el Grand Siècle. Es el siglo de Descartes, Pascal, La Rochefoucauld, Corneille, Racine y otros. Pero esta es para Onfray una selección interesada de autores: demasiado racional y cristiana, como si sólo se hubiese tenido en cuenta el aspecto apolíneo del siglo. La culpa de esta deformación de la historia la tiene, extrañamente, un ilustrado muy conocido, François Marie Arouet, Voltaire. Sus convicciones deístas hacen que en su obra El siglo de Luis XIV deje fuera de la historia del pensamiento a todos aquellos que revitalizaron las filosofías materialistas de Epicuro, Demócrito y Lucrecio como Charron, La Mothe Le Vayer, Gassendi, Cyrano de Bergerac o Spinoza.Este rostro desconocido del siglo XVII, más dioniosiaco y libertario, barroco y contradictorio, es el que Onfray rescata para la historia de la filosofía. Todos los autores mencionados anteriormente tienen en común la búsqueda de la emancipación respecto a la religión oficial, el atreverse a pensar por sí mismos e incluso algunos llegan al cuestionamiento de la monarquía. Libertinos los denomina Onfray. Entre ellos algunos son libertinos sólo eruditos como Gassendi, Charron o Spinoza mientras que otros también lo fueron de costumbres como Saint-Évremond o Cyrano de Bergerac.Onfray delimita este otro Grand Siècle de libertinos barrocos entre la muerte de Montaigne (1952) y la de Spinoza (1677). En primer lugar, todos pertenecen a la corriente fideísta, es decir, dejan a la razón fuera de los asuntos religiosos lo cual no significa minusvalorarla sino enviar lo religioso al olvido al modo de Epicuro: los dioses existen, sí, pero no tienen relación alguna con los hombres. La puesta entre paréntesis de la trascendencia orienta su pensamiento hacia el desarrollo del materialismo y el método científico (Gassendi) y a una ética radicalmente inmanente acompañada de una sabiduría existencial de corte epicúreo (Spinoza). Onfray afirma que, de modo general, puede decirse que el escepticismo y la libertad de pensamiento de los libertinos franceses del s. XVII hicieron posible el ateísmo perfecto de la Ética de Spinoza. Veámoslos uno por uno.
La obra más conocida de Charron es De la sabiduría y fue un verdadero éxito editorial en su época. Desgraciadamente, Hegel expulsó a Charron junto a Montaigne de la Historia de la Filosofía, pues no cabían como antecedentes suyos. Charron revitaliza el panteísmo estoico y la moral epicúrea. Su Dios es el Dios de los filósofos: Naturaleza y Razón. La moral, por su parte, debe estar orientada al goce, al disfrute y debe consistir principalmente en una aritmética de los deseos. Es un precedente del ateo virtuoso que encontrará su encarnación ejemplar en Spinoza.
La Mothe Le Vayer encaja perfectamente con la característica esencial del barroco que resaltó Deleuze, el pliegue. Acumula anécdotas, contradicciones y puntos de vista de modo que deja fuera a la verdad y el dogmatismo y da entrada a la verosimilitud y el escepticismo. La actitud vital que mejor se adapta a este pensamiento es la búsqueda de serenidad y el justo medio, sin entrar en problemas políticos, amoldándose a los costumbres de cada país. Onfray cita sus observaciones sobre la zoofilia: La Mothe Le Vayer acumula testimonios que ponen de manifiesto que está presente en la naturaleza humana independientemente de la época y la geografía. Esto no significa que sea una práctica recomendable sino que, primero, es necesario relativizarlo todo y, segundo, hay que seguir las costumbres de cada país.
Entremos en detalles: tomemos el caso de la zoofilia. Los grandes textos mitológicos dan testimonio de ella, con Homero y Virgilio en primer lugar: véase Pasífae y su toro, Semíramis y su caballo… También lo dan los historiadores, incluido Heródoto, que hablan de mujeres egipcias que se aparean con machos cabríos. Lector de Cirilo de Novogardia, La Mothe Le Vayer sabe que también en Moscovia se ha practicado la cópula con animales, pues el autor legitima el consumo de la carne y la leche de una vaca… ¡sexualmente honrada por un hombre!
Además, numerosos relatos de viaje lo confirman: por ejemplo, los portugueses descubren en las Indias Orientales que los autóctonos encuentran tanta semejanza entre un pez denominado «Pescadomuger» y sus mujeres, que lo utilizan en lugar de éstas. La misma observación con respecto a los negros de Mozambique. Asimismo, no lejos del río Cochin, Nicoló Conti cuenta que una misma clase de animal sale del agua, enciende fuegos en la orilla, atrae a otros peces y los consume bíblicamente. ¿Otras pruebas? Por si con esto no basta, en las márgenes del lago Titicaca, los uros de Acosta se definen menos como hombres que como criaturas acuáticas, de lo cual da fe su sexualidad. Y, volviendo a las fuentes antiguas, Plinio cuenta los amores de un ganso y Oleno en Argos, mientras que Glauce, una tañedora de guitarra, sufre los seductores asaltos de un carnero. Por otra parte, está la historia de una foca enamorada de un pescador de esponjas. O bien, según cuenta Jean León, el hábito de ciertos leones de perdonar a las mujeres (no se sabe de qué…) ¡si éstas se levantan las faldas! (p. 95)
Saint-Évremond es otro buen ejemplo del pliegue barroco, infinitas caras contradictorias, militar y filósofo, epicúreo y católico. Durante el verano practicaba la guerra y el saqueo. En invierno frecuentaba los salones de París. Destaca en el campo de batalla y destaca como conversador y galán. Cuando se entrevistó con Spinoza le preguntó si creía en Dios a lo que el filósofo respondió: «Yo creo que Dios es la causa interna de todo en el mundo y no su causa externa». Si es habitual distinguir un epicureísmo ascético como el que practicaron Gassendi o Spinoza de uno hedonista, Saint-Évremond se decanta por el hedonista de modo que anima al goce si el cuerpo está bien dispuesto para ello. Si Pascal decía que toda la desgracia de los hombres tenía su origen en que no saben permanecer sentados y a solas en una habitación, Saint-Évremond defendía lo contrario: la necesidad del diálogo y el contacto social.
Gassendi, es conocido por sus fuertes polémicas con aristotélicos y cartesianos. Frente a los aristotélicos defendió el método científico. Frente al dualismo cartesiano Gassendi recuperó el materialismo y sensualismo de Demócrito. Aunque buscó la ataraxia epicúrea, su vena polemista le impidió encontrar la serenidad. A él pertenece la conocida sentencia «Sapere aude», copiada a su vez de las epístolas de Horacio, y que tanta fama adquirió a partir del ¿Qué es la Ilustración? de Kant.
Cyrano de Bergerac a quien hoy día se conoce más por la obra homónima de Edmond Rostand es otro precedente del panteísmo spinozista. Onfray califica su panteísmo de encantado pues en él todo se transforma en todo en una dinámica de carácter casi mágico.
Todos ellos contribuyen al desarrollo del pensamiento spinozista. Judío expulsado por los judíos Spinoza desmonta todos los falsos conceptos religiosos: espíritu, milagro, pecado, infierno… Dios es causa inmanente del mundo y se identifica con él. Actúa con absoluta necesidad, más allá del bien y del mal. No existe el alma, causa de la voluntad libre. Alma y cuerpo son la misma cosa desde dos puntos de vista diferentes: el pensamiento y la extensión. La misión del hombre es buscar el goce a través del conocimiento, alcanzar la beatitud a través de la razón. Es la iluminación del amor dei.
Este tercer volumen no decepcionará a los seguidores de la contrahistoria de la filosofía proyectada por Onfray en seis volúmenes.

